-Tengo que irme corriendo. Pero me ha gustado mucho volver a verlo, señor
Dewey.
-Yo me he alegrado también, Sue. ¡Que tengas suerte! -le gritó mientras
ella desaparecía sendero abajo, una graciosa jovencita llena de prisa, con el
pelo suelto flotando, brillante.
Nancy hubiera podido ser una jovencita igual.
Se fue hacia los árboles de vuelta a casa dejando tras de sí el ancho cielo, el
susurro de las voces del viento en el trigo encorvado.
Así termina In Cold Blood (A sangre fría), la novela de Truman Capote (Truman
Streckfus Persons, 30 de septiembre de 1924 - 25 de agosto de 1984) que, editada
por Random House, New York, en 1965, no sólo agotaría dos millones de ejemplares
en menos de un mes y abultaría la cuenta bancaria de T.C. en más de dos millones
de dólares: crearía, de paso, un género periodístico-literario -la Non fiction-,
instalaría a su autor en una doble cumbre (una fama arrasadora y un departamento
de cinco ambientes en el piso 22 del edificio United Nations Plaza, coto de
millonarios), y lo convertiría en el niño mimado de la high society neoyorkina:
primero, su Paraíso, más tarde, su Infierno.
VENENO. Alabama, 1933. Truman tiene 9 años, vaga por el bosque, y al cruzar un
riacho lo pica una serpiente mocasín de agua. Su rodilla derecha se hincha, se
ennegrece. Grita. Dos campesinos lo ayudan, pero el hospital y el antídoto están
demasiado lejos, de modo que degüellan tres pollos y a lo largo del viaje le van
empapando la herida con su sangre. Se salva. La escena, junto a las oscuras
historias de fantasmas y aparecidos que cada noche le cuenta su tía Sook -una
retardada mental que sólo lee la Biblia y calma los muchos dolores de su cuerpo
con morfina- y las leyendas sureñas -las mismas que oyeron William Faulkner y
Tennessee Williams- urden en su mente de genio precoz la materia de su primera
novela: Otras voces, otros ámbitos, que escribe apenas a los 23 años y es
aclamada como "una fascinante obra del género gótico americano".
Pero ¿quién es Truman Capote? ¿Quién es ese escritor de aire infantil, cara de
ángel rematada por un rubio flequillo y evidente aire amanerado que se hizo
fotografiar sobre un diván, ataviado con un chaleco, y que mira desafiante desde
la contratapa?
GENESIS. Su madre, Lilly Mae Fulk, es una dama sureña que, como Amanda Winfield,
la exasperante y conmovedora madre de El zoo de cristal -la eterna pieza teatral
de Tennessee Williams-, trata de escapar de la trampa pueblerina y el recuerdo
de tiempos mejores. Amanda no lo consigue -recala en un modesto departamento de
una callejuela de Saint Louis-, pero Lilly sí. Su pasaje de salida es el
vendedor Arch Persons, feo pero dueño de cierto encanto. El matrimonio dura
apenas cuatro años, genera a Truman, empuja aún más al alcoholismo a Lilly que,
además de vaciar botellas, colecciona amantes ("mi padre llegó a contar
veintinueve", recordará el escritor en un reportaje), y marca a fuego su niñez:
"Mi madre me encerraba horas y horas, y salía de juerga. Desde entonces no
soporto los cuartos pequeños y cerrados, asfixiantes y con olor a muerte".
Muerte que dos veces vuelve a rozarlo. Una: apendicitis aguda, cirujano ausente,
operación ejecutada por un especialista en caballos. Resultado: una brutal
cicatriz. La otra: borrachera -la inaugural- con el perfume Evening in Paris,
predilecto de Lilly y odiado por Truman "porque se mezclaba con el aliento a
alcohol de mi madre, fanática consumidora del cóctel Old Fashioned. Una tarde,
como venganza, me tomé todo el frasco…".
CAPOTE. Lilly sigue su huida y -con Truman- se muda a New York, conoce a Joseph
García Capote -un cubano rumboso y perpetuo protagonista de negocios tan audaces
como frágiles-, se casa con él, se hace llamar Nina Capote, vive unos años
dorados (cruceros, bailes, copas) y, en 1953, cuando Joseph va a parar a la
cárcel por desfalco, se suicida. Mucho antes, hacia sus 16 años, Truman había
decidido "ser escritor, ser rico y ser famoso", aunque su primer trabajo estaba
lejos de augurarlo: era cadete de la revista New Yorker, una lujosa y exclusiva
gran dama del periodismo, y su gris tarea no iba más allá de seleccionar los
chistes de cada edición, "pero usaba traje, chaleco, y los mismos y muy caros
zapatos del director, porque así todos sabrían lo que les esperaba cuando mis
cuentos cortos empezaran a publicarse. ¿O creían que yo era realmente el cadete,
y no un genio?" Con todo, el atuendo y las ínfulas no evitaron que el poeta Robert Frost, una de las estrellas de la revista, "por celos, me hiciera echar
dos años después. Sin embargo, no sabían con quién se enfrentaban…".
PALABRAS. "Siempre he pensado que soy un vagabundo en este planeta, un turista
en el Sahara, que se acerca en la oscuridad a tiendas y fogatas del desierto
alrededor de las cuales acechan peligrosos nativos atentos a los ladridos de sus
perros. Me parece que he pasado mucho tiempo domesticando o eludiendo a nativos
y perros, y el contenido de este libro casi lo prueba. Como reza el proverbio
árabe, los perros ladran, pero la caravana continúa". El libro que "casi lo
prueba" es Los perros ladran, una colección de relatos breves en los que muestra
su arte, su garra, su salvaje capacidad de observación, y que tiene su desiderátum en El duque en sus dominios: la más perfecta radiografía de Marlon
Brando, escrita después de una entrevista en un hotel de Kyoto, Japón, mientras
M.B. filmaba Sayonara, que arrancó a las siete y media de la tarde y terminó
pasado el mediodía siguiente. Todo lo demás (Desayuno en Tiffany´s, Música para
Camaleones, A sangre fría) fueron los peldaños que lo llevarían a la fortuna, a
coleccionar celebridades -los Onassis, los Kennedy, los Vanderbilt, los Niarchos,
los Radziwill, todas las estrellas del cine de su tiempo-, a los colosales
escándalos, a las memorables peleas con Norman Mailer y Gore Vidal, a los
tribunales y los amantes ocasionales y la promiscuidad sexual a la que se lanzó
luego de romper su larga historia de amor -más de tres décadas- con el escritor
Jack Dunphy.
CREDO. Aquel famoso "Soy borracho, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio"
es apenas el lugar común, la estampilla, el sello de goma de cuanto en materia
de shock produjo su pequeño cuerpo -1,55-, su filosa lengua, su voz chillona y
gangosa, su espíritu burlón. Abramos el álbum: "Todo abstemio es, en principio,
sospechoso… Sé patinar sobre hielo, leer al revés, andar en patineta, meterle
una bala 38, en el aire, a una lata, correr en Maserati a doscientos setenta
kilómetros por hora, escribir -a mano y con lápiz- sesenta palabras por minuto,
zapatear y cocinar un maravilloso soufflé Furstenberg -queso, verdura y seis
yemas-, pero soy horrible para las matemáticas… Faulkner jamás salió de su
pueblo, Salinger tuvo que esconderse para ser famoso, Hemingway nunca hizo mucho
más que perseguir toros y toreros, y Norman (Mailer) me plagió: tardé siete años
en investigar y escribir A sangre fría, y él escribió La canción del verdugo en
unos pocos meses y con recortes de diarios… ¿Gente importante? Muy poca: la
única gente importante es la que consigue cincuenta millones de dólares cash con
sólo levantar un teléfono".
APOCALIPSIS. Amado por la high neoyorkina, invitado de honor a sus mansiones,
taumaturgo de la inolvidable fiesta Black and White en el hotel Plaza (28 de
noviembre del 66), que le costó 150 mil dólares y en la que obligó a todos a
"vestirse de blanco y negro, y usar sólo diamantes", no tardó en cruzar el más
peligroso de los límites: creer que príncipes y multimillonarios estaban a sus
pies y traicionar las reglas de juego. De pronto, cuando el Paraíso parecía
conquistado para siempre, empezó a escribir Plegarias atendidas, una novela de
la que sólo llegó a completar tres largos capítulos -el más famoso de los libros
inconclusos-, pero que le explotó como una granada cuando sus acólitos se vieron
reflejados de la peor manera en La Côte Basque, cuarenta páginas -publicadas
inicialmente por la revista Esquire- en las que reveló vida, milagros,
misterios, miserias, adulterios y zonas oscuras de esa dorada corte. La reacción
fue tan previsible como brutal, y Truman, niño mimado ayer y enfant terrible
desde ese día, fue expulsado de ese mundo y condenado a la muerte civil. Se
defendió ("¿Qué creían, que estaban con un bufón contratado para divertirlos?
No: estaban con un escritor, y pagaron el precio") y duplicó sus disparos con
sangrientas burlas contra John y Jackie Kennedy… and company: toda la pléyade.
Las otrora dulces damas pasaron a ser "arpías, vulgares, estúpidas y de mal
gusto", y los grandes capitanes del dinero, "cornudos, homosexuales encubiertos,
drogadictos, gángsters".
FINAL. Los siete años que siguieron fueron una larga pesadilla de desenfreno,
enfermedades y aridez literaria. Truman vivió borracho y drogado de la noche a
la mañana, cayó preso por estrellar su auto contra un bar (seis heridos), fue
expulsado del Towson State College por presentarse a una conferencia,
tambaleante, con una botella de vodka en la mano y mascullando incoherencias,
mientras mil quinientos estudiantes que pagaron 5 dólares el asiento esperaban
sus palabras, y su cuerpo fue martirizado por cirrosis, flebitis, insomnio,
insoportables dolores en las piernas y ataques de epilepsia. En julio del 84
viajó a Los Angeles, se refugió en la casa de Joanne Carson, la única amiga que
le quedaba, y en el atardecer del 25 de agosto, le dijo: "Estoy muriendo. No
llames al médico. Sólo abrázame". Dijo tres veces "Mamá", y se fue.
Su libro Plegarias atendidas, su mortal vuelta de tuerca, tomó su nombre de una
cita de Santa Teresa de Jesús: "Se derraman más lágrimas por plegarias atendidas
que por no atendidas". Nadie mejor que Truman lo supo. Su plegaria mayor fue ser
escritor, rico y famoso. Lo logró, pero murió entre lágrimas.
Este gesto lo define. Pito catalán a las cosas que más despreciaba: la mediocridad, la hipocresía, el oropel de los nuevos ricos y la solemnidad.
Bailando con Marilyn Monroe, una de las pocas amigas a las que realmente adoraba.