Una hepatitis fulminante y el consejo de su padre, Félix Catalino
Chilavert,
quien siempre le dijo que él "tenía que jugar de número nueve", estuvieron a
punto de interponerse en su exitosísima carrera. La primera fue cuando tenía 7
años, y aunque los médicos le dieron dos meses de vida, se pudo sobreponer
gracias a la intervención de un curandero guaraní: "Estaba en el quirófano del
hospital y como no sabían qué tenía, me querían abrir. Yo empecé a patalear y le
dijeron a mi mamá que me llevara a casa porque no podían hacer nada. Me llevaron
a un curandero, y el indio me salvó con unas hierbas medicinales. Estuve un mes
chupando limón sutil -uno muy pequeñito que hay en mi país- y zafé".
La otra, su ilusión de romper redes como delantero terminó a los 14 años cuando
su hermano mayor, en un típico partido de solteros contra casados, lo mandó al
arco por temor a que lo lastimaran: "Yo era muy flaquito y enfrente tenía moles
de cien kilos. Atajé, me revolqué un par de veces, y ahí decidí que iba a ser
arquero". Gracias a sus estiradas, los hombres sin anillo vencieron a sus
rivales por tres goles, y ahí nació una mística ganadora que lo acompañó en su
carrera de casi un cuarto de siglo. Ahora, a los 39 años, mientras desoja el
almanaque en la recta final de su partido despedida, Chilavert hace un repaso de
su vida y no se olvida de nada ni de nadie.
SU INFANCIA. "Yo nací y me crié en Luque, Paraguay, en un barrio tan pintoresco
como humilde. Mi papá trabajaba para el Estado y era el encargado de vigilar que
no entren al país bebidas alcohólicas de manera clandestina. En total somos
cuatro hermanos: Julio, Rolando, yo y Lion; y mi mamá, Nicolasa González, quien
era la encargada de ordeñar las cinco vaquitas para que no nos faltase la leche
todas las mañanas. Fui muy feliz; detrás de casa tenía una cancha de fútbol, y a
la tarde, cuando todos dormían la siesta y los lagartos se ponían botas para
cruzar la calle, yo salía descalzo y me iba a patear con mis amigos aunque
después volvía a casa con los pies llenos de ampollas."
POR EL MUNDO. "Mi viejo fue un gran número 9 y de él heredé esa motivación por
el fútbol. Lo primero que me dijo fue que estudiara, y le hice caso: terminé el
secundario, hice hasta segundo año de la carrera de Ciencias Económicas y me
recibí de profesor de Guaraní. Paralelamente, jugaba al fútbol; a los 15 años,
debuté en Sportivo Luqueño, y no paré más. En 1985, pasé a San Lorenzo, en 1988,
me fui al Zaragoza de España y, en 1992, volví a la Argentina para jugar en
Vélez. Ahí estuve nueve años y me fui a jugar al fútbol francés en el Racing de
Estrasburgo. Después estuve seis meses en Peñarol y volví a Vélez para terminar
mi carrera."
No soporto que me quieran dar clases de ética y humildad los tipos que nunca sintieron el éxito", dice. Y avala sus palabras con trece títulos y setenta goles.">
Idolatrado por unos, aborrecido por muchos, Chilavert nunca pasó inadvertido: "No soporto que me quieran dar clases de ética y humildad los tipos que nunca sintieron el éxito", dice. Y avala sus palabras con trece títulos y setenta goles.
Lo grita el Uno, lo sufre la Argentina. De sus 70 goles, 8 fueron con la Selección paraguaya.