Silencio total cuando Meghan Markle bajó del auto que la llevó hasta St. George's Chapel. La novia, lejos de cualquier clase de suposición, eligió un vestido bien acorde con su estilo minimalista. Nada de bordados ni encaje ni toques románticos. Nada que la acerque ni un milímetro al estilo clásico y conservador de su cuñada Kate Middleton (el protocolo tampoco se lo permitiría). Meghan eligió un traje de lineas simples, concretas y delicadas.
Quizás algunos despistados esperaban algo más pomposo o dramático, pero el historial de Meghan ya adelantaba que iba a ir por esa dirección.
Ni Stella McCartney, Ralph & Russo o Monique Lhuillier, Meghan eligió a la inglesa Clare Waight Keller (ex Chloé), que desde el año pasado está a cargo de la casa Givenchy. Un vestido de manga tres cuartos con escote cerrado y cola. Muy Audrey Hepburn, musa absoluta de la firma francesa.
En lo que no hubo discrepancia fue en el velo. Translúcido y espectacular, cubrió su rostro hasta que Harry lo develó al inicio de la ceremonia. Lo acompañó con una tiara de la reina Mary y maquillaje natural.
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