Jueves 23 de agosto, 18 horas. Primer día de terapia. La paciente no necesita presentación. Con decir Moria Casán, 55 años y una semana de vida, basta. Quien la confrontará lleva el nombre de Hugo Finkelstein, tiene 59 años, es psicoterapauta y tiene 17 libros publicados; entre ellos Estimada señora, El no amor y Manual para sobrevivientes.
La entrevista será al estilo Casán: mediática. Hay un sillón de cuero negro en el cual ella se recostará. Una silla que ocupará el doctor Finkelstein. En medio, un grabador que registrará los 45 minutos de terapia. Por primera vez, Moria acepta sentarse frente a un analista: "Yo siempre dije que hacía terapia con el periodismo, ahora va a
ser distinto. Siento un poquito de ansiedad". La conversación entre el psicoterapeuta y la diva comienza así:
-Antes de esta entrevista, miré su programa de televisión: Entre Moria y vos -aclara el analista-. La estuve observando y tuve la sensación de que, de alguna manera, ha sabido convertir las experiencias de dolor en una especie de sanadero. Me llamó mucho la atención también que puede escuchar cosas terribles, pero ubicándose más allá del bien y del mal. Vi al herido transformado en sanador…
-Yo veo que no es casual haber pasado de las plumas a la comedia, y de la comedia al talk show. Es causal: siento que entiendo la vida desde otro lugar. Yo no me victimizo y eso me da una especie de plafón para escuchar y, al mismo tiempo, metabolizar lo que les está pasando a los demás. Me meto como en una pátina: me involucro, pero no demasiado. Por algo me eligen para contarme esas historias, que a veces son simples, y otras, muy aberrantes. Pero yo me siento, tal vez, como decís vos: un sanador herido. Y sí. Viví cosas, hechos, que me marcaron mucho desde la niñez.
-Por ejemplo.
-Por ejemplo, abusos. De pronto, sufrir un abuso de un familiar, cuando era chica, fue algo muy doloroso.
-¿Qué edad tenía?
-Ocho años. Y decidí no decirlo. A esa edad empecé a decretarme cosas. Como cuando iba al campo de La Pampa con mi madre a visitar a mis primos -que tenían mi edad- y me descomponía de los celos. Una mañana me hamaqué en el parque durante dos horas. Pensaba, pensaba y pensaba. Cuando todos despertaron, yo había tomado una decisión: no iba a tener más celos. Iba a jugar con los demás chicos, y no le diría nada a mi mamá si ella peinaba o acariciaba a alguna prima mía. Ese fue mi primer decreto.
por Mariana Montini
mmontini@atlantida.com.ar
fotos: Christian Beliera
producción: Gabriela Díaz
agradecimientos: Vivendi muebles
-¿Alguna vez tuvo un hombre que la haya protegido, que la haya contenido,
y que la mantuvo?
-Sí, mi papa.
-¿El peor de sus dias?
-Yo pensé que no iba a sentir tanto la muerte de mi mami como la de mi padre. Y la exhalación de ella fue como un nuevo nacimiento para mi. Quede sin vinculo, huérfana.