Después del maratón de 18 horas consecutivas, Manu Lozano se desploma en la cama. Está agotado; apenas puede sostenerse en pie, pero le cuesta dormirse. No hay caso. Y las imágenes –fuertes, conmovedoras– de la jornada de la Misión Solidaria siguen impriméndose en su cabeza.
La gigantesca movida, que la Fundación Sí concretó junto a la radio Metro (y que este año tuvo el apoyo de Telefe), volvió a convocar a miles de argentinos, de Norte a Sur. Y llevó alimentos, medicamentos, ropa y mucho afecto y esperanza a decenas de miles de compatriotas.
En el Espacio Dorrego del barrio de Colegiales (sede del evento por cuarto año seguido) tuvo lugar la 11ª edición de esta Misión, que permite que las donaciones que se realizan ese día lleguen a 220 centros comunitarios del país. “Cuando decimos de toda la Argentina, es literalmente así, porque por primera vez abarcamos cada provincia, desde Tierra del Fuego hasta Jujuy”, cuenta Lozano (34), cabeza de la Fundación Sí y hombre clave en este engranaje de empatía y compromiso.
–¿Cómo nació la idea de la Misión Solidaria?
–Es toda de Andy (Kusnetzoff), que lo empezó a hacer en su programa de la Metro (Perros de la calle). Inicialmente se realizó en la plaza Armenia y después pasó a la propia puerta de la radio. De tanto que creció hubo que ir a un lugar de las dimensiones del Espacio Dorrego (Dorrego 1588). Pensá que en la jornada inaugural, una década atrás, se logró llenar un camión, y esta vez pasaron unos 30 mil autos a dejar donaciones. La premisa es que lo recibido ese día se clasifica y se entrega de inmediato. Se va contando lo que ocurre a través de la radio, con una transmisión en vivo que abarcó toda la programación. Y Telefe sumó móviles.
–¿Vos estuviste desde la primera edición?
–Sí, cuando todavía no existía la Fundación Sí. Iba como voluntario.
–¿Por qué creés que la gente responde de esa manera multitudinaria?
–Porque siente que lo que dona llegará al destino pautado. Hacemos un trabajo muy serio para chequear que los comedores funcionen, que sea transparente... También influye esa cosa energética, tan fuerte, que se genera alrededor. Un contagio muy positivo, que abarca a toda la familia.
–¿Cuánta gente colaboró con la Misión?
–Es difícil calcularlo. Fueron unos 700 voluntarios de la Fundación Sí, y después muchos que se iban sumando espontáneamente. Gente que va a donar cosas y se termina quedando, para cargar camiones o clasificar las donaciones. Te diría que no menos de 3.000 personas. La jornada, a través de la radio, duró 15 horas. A las cinco de la mañana –cuando todavía estaba oscuro– ya había autos haciendo cola.
–¿Hay alguna imagen especial que te haya quedado grabada?
–Muchas. Te puedo contar la historia de Alicia, una voluntaria de 80 años. Estuvo todo el día trabajando. “Bueno, hubo dos horas que me fui al concierto de Martha Argerich, pero volví”, me aclaró. A las once de la noche, cuando habíamos terminado de limpiar el predio y quedábamos un puñado de personas, le pregunté si tenía quién la llevara a su casa. Y me contesta: “No, ¿para qué? ¡Ahora me voy a tomar una cerveza con los que quedamos!”. Yo no podía ni caminar, imaginate. Y fui con ellos, no podía ser menos... Después escuchás las historias de aquellos que abrieron los comedores, las razones que los motivaron a crearlos. La mayoría son personas que pasaron por esa situación de hambre, así que tratan de que ningún otro sufra lo mismo...
–¿Cómo lo viviste vos desde lo personal?
–Se me pasa muy rápido. Hay que coordinar muchas tareas, ir contando lo que pasa en la radio, así que el tiempo vuela. Es muy intenso. En un momento estuvo Cris Morena. Se emocionaba de ver a la gente tan conectada con su labor, que prácticamente nadie reparó en ella. A Paula Chaves le pasó algo parecido.
–Cuando te sentás a reflexionar luego de la jornada, ¿qué sensaciones te quedan?
–Es ambivalente. Porque está la alegría que te genera toda la gente que se acerca a ayudar, y por otro lado, la impotencia por que hay tantos necesitados. El éxito sería que los comedores cerraran porque nadie los precisa. Con todos los que hablábamos nos decían que, lamentablemente, el número de personas que se acerca a ellos va en aumento. Y eso no es para festejar. Es grave y habla de nosotros como país.
–Días así nos impulsan a creer que, si dejáramos las agresiones de lado, podríamos construir un país mejor.
–En la Misión pasa. En la Fundación pasa. No todos tenemos la misma ideología. Pero trabajamos juntos y eso se llamar madurar. Seguramente, si el otro día hubiésemos dejado de trabajar y nos sentábamos a hablar, nos habríamos peleado. Pero como estábamos accionando, no pasó... Al mundo lo cambian las acciones.
Por Eduardo Bejuk.
Fotos: Fabián Uset y Ariel Perazzo.
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