Volvió. Volvieron, en realidad. Las modelos que le dieron sentido al término top model, que caminaron las pasarelas como nadie en los 90 y las convirtieron en sus propios escenarios. Que marcaron una época con su belleza y su glamour. Eran, vamos, otra cosa. Y volvieron.
Kate Moss con sus escándalos, con su novio rocker, con sus adicciones. Naomi Campbell, que nunca se fue del todo, con sus perfumes, sus campañas, ahora encabezando en Colombia una cruzada contra la esclavitud sexual y, cada tanto, también con sus escándalos. Bueno, también Eva Herzigova, que cada tanto posa para marcas del nivel de Vuitton, por ejemplo. Y ahora también volvió ella, Claudia Schiffer, la reina de aquel Olimpo. Es que Claudia siempre fue la chica rubia que se comportó como todos esperaban que una chica rubia se comportara, que siempre fue puro encanto y belleza perfecta. Y fue, sobre todo, la modelo top de los 90.
Bueno, ella, con sus 35 años, está de vuelta. Será la cara de la campaña otoño 2005 de la marca catalana Mango, para la que ya trabajó tiempo atrás, en 1992. Claro que ahora, con los años, las exigencias de la modelo se han vuelto más puntillosas. “Mi vida ha cambiado mucho en los últimos cinco años: me casé y tengo dos hijos. Actualmente lo más importante es mi familia. Acordé con todas las firmas con las que tengo contrato no trabajar los fines de semana, que dedico por completo a mis hijas y mi marido”, aclara.
SUS COMIENZOS. Era una chica rubia más de Düsseldorf, Alemania, cuando una noche, mientras bailaba con unas amigas en un boliche, Michel Levaton, en ese entonces director de la agencia de modelos Metropolitan, vio en ella un posible talento. “Estaba de caza, a la búsqueda de nuevas caras, cuando la vi en la pista –cuenta Levaton–. Sólo tenía 17 años y era un poco provinciana, pero la convertimos en una top. Planeamos cada paso a seguir, cada contrato. Sabíamos que iba a triunfar”. Y así fue. A esa edad Claudia –que medía 1,82, poseía un relieve que marcaba unos exquisitos 95-62-92 en el centímetro y una sonrisa bastante peligrosa– tenía su cabeza puesta sólo en los estudios. Igual que su familia. Y entonces hubo que convencer a papá Heinz para que la chica pudiera convertirse en modelo. Finalmente aceptó y poco tiempo después llegó su primera tapa: fue en la revista francesa Elle, y ya no paró. En París le decían “la nueva Bardot”. Ese fue el primer gran paso. La chica se hizo conocida, su estilo empezó a gustarle a los diseñadores y pronto la llamó su compatriota, el fotógrafo y diseñador Karl Lagerfeld, recreador de la alta costura de Chanel en los 90. Y ella fue su musa. “Conocer a Karl Lagerfeld fue algo muy grande para mí: lo admiraba profundamente –dice Claudia–. Posé en muchas de sus fotos, y mi primera pasarela fue con él”. Su desembarco en los Estados Unidos fue con la campaña de Guess Jeans, y la producción de la fotógrafa Ellen Von Unwerth dio bastante que hablar. Había una nueva cara, una nueva sensación en el mundo de la moda. Y entonces, la chica de Düsseldorf fue tapa de Vanity Fair, Rolling Stone, The New York Times, People, etc… Eran los 90 y los parámetros de belleza ya no eran los mismos. La estética daba paso a nuevas caras, nuevos cuerpos, y entonces Claudia y un puñado de chicas más inventaban eso de ser una top model.
LOS 90’. Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Eva Herzigova, Kate Moss, Heidi Klum, Karen Mulder, Helena Christensen y Elle McPherson. Esos fueron los nombres que dominaron la escena durante la década en la que las pasarelas se parecieron bastante al centro del mundo. Allí, por lo menos, apuntaban todas las cámaras. Y ellas estaban ahí. Y se detestaban. Kate Moss se refería a ella como “esa alemana regordeta”. Y Claudia, al mismo tiempo, se peleaba con Naomi Campbell, refiriéndose a ella como “una rastrera sinvergüenza que merece ser muerta a patadas por un asno” para rematar –no muy afortunadamente– “y yo soy la indicada para hacerlo”. Era 1998 y todo era furia y competencia entre las dos modelos. Y claro, la belleza perfecta y rubia de la tan recatada alemana chocaba de frente con esa princesa de ébano que supo ser la morena británica, con todos sus excesos. Y hubo chispas.
En esa época, su sonrisa y lo demás sirvieron para vender casi todo. “Es el artículo más exportable de Alemania”, afirmó Lagerfeld en su momento. Por esos días, Claudia había entrado en el Libro Guinness de los Récords por ser la cara que más tapas de revistas había conquistado: un total de cuatrocientas. Después llegó el cine. Papeles secundarios, es cierto, pero cine al fin. Y llegaron, también, los novios famosos. Alberto de Mónaco, con el que dijeron ser sólo amigos que la pasaban bien, David Copperfield, un noviazgo que nadie se creyó demasiado, después Tim Jeffries, un empresario británico que la jugaba más bien de galán y, por último, el productor cinematográfico Matthew Vaughn, con quien se casó en secreto en 2002, padre de sus dos hijos, Casper (2 años) y Clementine, que está por cumplir uno. Hoy la familia vive en Primrose Hill, un barrio al norte de Londres. Allí, sostiene la modelo, descubrió una nueva vida. “Intento ser estricta con mi hijo Casper cuando hace algo que no debe, pero es bastante difícil. Trato de ser firme y, al mismo tiempo, una madre divertida”, confía acerca de la crianza de sus hijos. “Y Matthew es el marido perfecto. Hasta que lo conocí no me había encontrado con alguien así, absolutamente ideal. Va pasando el tiempo pero sigue siéndolo para mí. Hasta ahora, mi vida en pareja es maravillosa”.
–¿Se imagina como una señora mayor?
–No tengo miedo a envejecer. Cuando Audrey Hepburn era ya madura, tenía un charme enorme y estaba igual de encantadora y sofisticada que cuando era joven. Yo a los 60 años estaré trabajando en organizaciones humanitarias dedicadas a los niños.
–¿Y qué opiná de las modelos de hoy?
–No me llegan ni a los talones… No tienen disciplina ni respeto al trabajo.
Claudia Schiffer no le teme al trabajo, pero dice: “Desde que soy madre acordé con todas las firmas con las que tengo contrato no trabajar los fines de semana”.
“Intento ser estricta con mi hijo cuando hace algo que no debe, pero es bastante difícil. Trato de ser firme y, al mismo tiempo, una madre divertida”.
“No tengo miedo a envejecer. Cuando Audrey Hepburn era ya madura, tenía un charme enorme e igual de sofisticación que de joven”