Jorgelina Aruzzi (43) llega, saluda y se sienta sin disimular sus certezas. Jura que desde los diecisiete supo que viviría de la actuación, aunque trabajó en otros rubros. Aboga por la legalización del aborto, “porque no podemos seguir haciéndonos los tarados con respecto a ciertos temas”. Y asegura que no volvería a ShowMatch –donde empezó–, porque “en ese entonces trabajaba de cualquier cosa, y recién hace diez años que empecé a elegir”.
Por estos días se destaca como Inés en la tira diaria 100 días para enamorarse (Telefe) y de viernes a domingo encarna a Niní Marshall en el teatro Liceo Comedy. Además cría a Ambar (8), su única hija. Y en Amoedo, el bar de San Isidro donde se entrega a la charla, la interrumpen tres veces para pedirle una foto, que acepta agradecida.
–¿Cómo te llevás con la popularidad?
–Mi carrera tuvo picos. Chiquititas fue el momento más arduo. La gente siempre se acerca con cariño. Tal vez no me gusta cuando estoy con mi hija, pero ya está acostumbrada y se pone atrás, para no salir. Tengo claro que la popularidad pasa. Y la llevo bien. Es una consecuencia de mi laburo más que del escándalo. Además, me acostumbré a que por ahí alguien te conoce de la tele pero no sabe tu nombre... ¡o te dice otro! Cuando empecé, los momentos en que no laburaba me perturbaban. Pero siempre que estoy sin trabajo escribo y dirijo mis obras. Me gasto mis ahorros, pero sé que es así. La clave es que trabajé de otras cosas pero nunca dejé de actuar, porque si no, me deprimía... La autogestión fue mi gran herramienta. No depender de que me llamen. Cuando hay escasez, sé cómo seguir adelante.
–¿Por dónde pasa el instante del disfrute de la profesión?
–Diría que en Niní, cuando termina y la gente está emocionada. Me realizo siendo actriz. Lo que me pasa en tal rol me sucede como persona. Suelto miedos y encuentro mi estilo. Y me digo: “Si siempre elijo la comedia, es porque soy comediante”.
–¿No renegás de eso?
–Me considero actriz. Hago comedia porque estoy canchera y lo disfruto. Pero adoro el drama y me gusta que me llamen para hacerlo.
–Estás, al mismo tiempo, en una tira diaria y en teatro. ¿Cuánto tiempo es lo máximo que podés sostener este ritmo?
–Un año me volví loca, cuando hacía Le prénom y Vecinos en guerra. Sufrí mucho. Tenía más funciones y mi hija era más chica. Son sacrificios... Porque la verdad es que no hay mucho laburo. Ni para el actor, ni para nadie. Niní y la tira eran dos grandes oportunidades como para no aceptarlas. Estoy cansada, pero me organizo. Entendí que no puedo hacer todo. Ya no voy al gimnasio, por ejemplo. Cuando siento que no voy a llegar, recuerdo que la tele aprieta pero no ahorca. Si tengo tiempo libre, me quedo en casa. Restringí las salidas con amigos. Sé que si me tomo un vino, al día siguiente no me puedo levantar. Y cuando mi hija está conmigo –y no con el papá– estoy con ella hasta que la acuesto. Los fines de semana tenemos “la mañana larga”: nos quedamos hasta las dos de la tarde en pijama.
–¿Qué significa Niní Marshall en tu vida?
–Crecí viendo sus películas en Canal 7. Era mi ídola, pero nunca intenté imitarla. Cuando Gustavo Yankelevich me dijo que tenía los monólogos, la empecé a estudiar más. Más leía sobre ella y más la admiraba. Sobre todo como mujer. Gran autora y luchadora. Muchas películas de su época son re machistas, como Mujeres que bailan. Se impuso con su talento en un mundo de hombres.
Creo que todos tenemos una base machista. Yo, incluso. Por más que se haya caído el velo, todavía hay cosas para trabaja
–¿Cómo hacés humor evitando los lugares comunes asociados a la mujer?
–Creo que todos tenemos una base machista. Yo, incluso. Por más que se haya caído el velo, todavía hay cosas para trabajar. En relación con el humor, ahora hay cosas con las que se puede joder y otras con las que no. A mí siempre me gustó hablar de cuestiones políticas –no partidarias– y sociales. No imagino otra manera de hacer humor. Además, hay mucho machismo asociado a la maternidad.
–¿Por ejemplo?
–El tipo de madre que tenés que ser... Escuché a gente muy joven decir: “Ella no sabe ser madre porque no es cariñosa”. Todavía está arraigado el estereotipo de mujer que prepara la comida mientras el hombre lee. Me pasaba. El papá (N. de la R: el productor de cine Pablo García) de mi hija, con quien tengo una linda relación, viajaba y no había ningún problema. Ahora, yo viajaba y ¡guau! Recién el año pasado me fui de vacaciones sola.
Creo que es fundamental que salga la ley de legalización del aborto, porque lo clandestino agiganta el negocio.
–¿Y la clásica discusión sobre si existe el instinto materno?
–Está comprobado que es cultural. Yo amo ser madre, pero entiendo que muchas mujeres no quieran serlo. Como muchos hombres no quieren ser padres. Y no pongo un juicio de valor sobre eso. Así como creo que es fundamental que salga la ley de legalización del aborto, porque lo clandestino agiganta el negocio. Y quien no la apoya, está a favor de la muerte de mujeres.
–¿Lo hablás con Ambar?
–Sí. La otra vez me pidió ir al colegio con el pañuelo porque sus amigas lo llevaban. Le pregunté: “¿Entendés de lo que estamos hablando?”. Y me contestó: “Ahí me cagaste”. Entonces le expliqué todo por arriba. Yo estaba esperando el momento de la charla. Ella la evitaba y me decía: “Estoy ocupada”. Hasta que se dio. Y le dije que era una ley para ella, que era pelear por los derechos de la libertad del cuerpo de las mujeres.
–¿Cómo explicás el crecimiento de Inés, tu personaje en 100 días para enamorarse?
–Al principio Inés –abogada en el estudio de Carla Peterson y Juan Minujín– era desagradable, negadora y competitiva. Como sabíamos que en algún momento iba a explotar la bigamia de su marido, trabajamos mucho en cómo dejarla desarmada. En cómo queda después de eso una mujer machista, que cree que la vida es algo establecido.
Separada y después de 18 años de estar casada, no me parece que el matrimonio sea algo normal.
–¿Vos te plantearías una pareja abierta?
–Bueno... Creo que el éxito de 100 días... tiene que ver con reformular ciertas cuestiones. Estamos siguiendo reglas sobre la convivencia, el matrimonio, y cómo nos relacionamos sexualmente. Lo que más duele de la bigamia es la mentira. A mí, separada y después de 18 años de estar casada, no me parece que el matrimonio sea algo normal.
–¿Casarse no lo es?
–Ni convivir con alguien. No me parece que sea orgánico del ser humano. Creo que el deseo va mutando. Tener que declararse fiel “hasta que la muerte nos separe” es algo a lo que el cuerpo no responde. Si querés tener dos matrimonios y no hay mentira, ¡genial! La pareja te empareja con el otro... ¡y yo prefiero no emparejarme! Por eso ahora estoy sola, y muy bien.
Por Ana van Gelderen.
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