–¿A vos te parezco una chica oscura y misteriosa?
–¿Eh?
–Porque en todas las notas ponen: “La chica oscura y misteriosa”. Ya basta. ¿De dónde sacaron que soy así?
Celeste está sentada junto a la chimenea del lobby de uno de los hoteles que amontonan turistas en la base del Catedral. Se acomoda bien cerca del fuego, con un cigarrillo humeando entre sus dedos, las piernas apretadas contra sí misma, la mirada que va de las llamas al cerro todo nevado que asoma ahí enfrente, del otro lado del ventanal. Son las 5 de la tarde y, a miles de kilómetros, Italia y Francia juegan la final más aburrida de los últimos tiempos. No hay ningún televisor a la vista, así que las noticias llegan a través de los mensajitos de texto que Emmanuel Horvilleur manda desde Buenos Aires a su celular.
André, su nene de un año y diez meses, mientras tanto, duerme su siesta bajo la custodia de Malena, su mejor amiga. Plim, suena el aparato, parece que allá en el Estadio Olímpico de Berlín van al alargue. A medio metro de distancia, a Celeste se le notan los 22 años. Tiene los rasgos delicados, la mirada profunda debajo del flequillo adolescente, la voz grave y reflexiva: desde acá, Celeste es una chica demasiado linda a la que le pasaron tantas cosas en tan pocos años. Y a la que, más allá de su carrera, su hijo, su novio músico, su popularidad, todo eso que salió tantas veces en tantos lados, le pasa lo que a tantas chicas de su edad: está tanteando qué quiere realmente para su vida. Y para eso, para ver cómo seguir, decidió alejarse de la televisión, ese mundo mágico al que todos quieren entrar por donde sea.
–¿Cómo fueron estos dos años en tu casa?
–Increíbles. Fue como una limpieza. Darle el lugar que merece a cada cosa. Antes el trabajo era algo muy importante y en base a eso organizaba mi vida. Ahora tengo una familia y todo es al revés. Aunque me hace muy bien trabajar y me da energía, ya no es lo principal. Además, ya hace un tiempo que decidí, no sé si hacer cosas diferentes, pero sí vivirlas de otra manera.
–¿Y cuál es esa manera?
–Respetar mis tiempos, lo que realmente quiero. En la tele, por ejemplo, venía trabajando mucho y no tenía posibilidad de hacer otras cosas. Si quería laburar las escenas, no podía porque no tenía tiempo. Ahora hice un par de unitarios y, en general, te dan el libro una o dos semanas antes, así que podés trabajarlo, charlarlo, buscarle cosas o mismo ir a buscar el vestuario. Me gusta poder darle forma en todo sentido a los personajes… Salir a buscarlos a la calle. Y en las tiras diarias es imposible.
–¿Qué pasó cuando paraste?
–Cuando se hace mucho tiempo una actividad y de golpe dejás de hacerla, aparecen otras cosas. Por eso, creo que surgió el hecho de haber formado mi familia, buscar un lugar, salir a caminar a la calle y esas cosas básicas, que antes no tenía la posibilidad de hacer. Entendí que no sirve tener éxito cuando “no sos lo que sos”. Ese éxito, por lo menos, no era felicidad para mí.
–Algo te habrá hecho caer, ¿qué fue?
–Nada fue muy calculado tampoco. Parar fue una necesidad que empecé a tener. Y ni siquiera fue a raíz de mi hijo. André fue más bien una consecuencia de ese cambio. No es que por mi hijo cambié mi vida.
–¿Por qué fue…?
–Porque no me sentía bien haciendo lo que hacía y cómo lo hacía. Preferí dedicarme a concretar cosas que me identifiquen. Pero eso te lleva un tiempo: saber quién sos, qué querés, y ahí plasmar tu identidad en lo que hagas. Involucrarte con lo que hagas.
–¿Se puede saber, entonces, qué es lo que estás haciendo hoy?
–Estoy mucho con André, lo acompaño al jardín. Me levanto muy temprano, pero después dormimos una siesta juntos. Estoy sacando muchas fotos, también, y armando una muestra. Vivo muy tranquila. No tengo muchas exigencias, sólo las que quiero tener.
–¿Te ocupás de tu casa?
–Sí (se ríe), ¿qué, no me ves ama de casa?
–No sé, te pregunto…
–Cuando André está en el jardín, es un momento como para ordenar. Me gusta ocuparme de la casa. Aprendí a cocinar, cosa que nunca pensé que haría. Antes vivía a delivery, fideos, muchos hidratos. Pero André necesitaba determinados alimentos y, bueno, no más delivery.
–¿Y Emmanuel?
–El está mucho, también. Pasamos mucho rato juntos los tres. Y es una etapa de André que está muy buena. Que empieza a hablar, a decir deformidades todo el tiempo y te dice cosas que vos te preguntás: “¡¿pero de dónde sacó eso?!”. Y lo ves y habla igual a uno, y por momentos hace gestos que hace el otro. Para mí es muy parecido a su papá. Muy. Ayer lo veía sentado espiando por la ventana, y era la mirada del padre.
–¿Te adaptaste a la convivencia siendo tan joven?
–La pasamos muy bien, en mi casa hay mucha libertad. Cada uno hace lo que tiene ganas de hacer y, a la vez, desde un lugar de compañía. Y André está ahí, tiene su batería, también.
–¿No te dio por componer con Emmanuel?
–No, yo le doy la inspiración y ya… (risas) No, la inspiración creo que se la da André también. Pim (vuelve a sonar el celular) Pará que me fijo quién ganó el Mundial… ¡Uhh, expulsaron a Zidane!
–Volviendo a la actuación, estás recorriendo el camino inverso: en vez de ir desde el under a lo masivo, estás despegándote de eso.
–Sí. La verdad que no me identificaba. Hay directores de cine que me entusiasman mucho y que, tal vez, por hacer esa televisión te encasillan en un perfil y después no te llaman… Y el cine es algo que me encantaría. De hecho, tengo un proyecto para participar en una película con Graciela Borges, que transcurre en una casa en Punta del Este. Y hoy en día, prefiero tener el tiempo y la energía para eso. En la tele, si hablás con un productor no te dice “che, muy buena tal escena”, sino “che, ayer hicimos veinte escenas, bien nena, bien”. Y bueno, no sé si quiero que me digan eso.
–La última: si no sos oscura y misteriosa, ¿cómo…?
–No sé… Pero, por favor, ¡oscura y misteriosa nooo!
Celeste, en la base del cerro Catedral. Por ahora no hará televisión. Sí, debutará en el cine: la materia que le quedaba pendiente.
“En la tele, si hablás con un productor no te dice: `Che, muy buena tal escena´, sino: `Che, ayer hicimos veinte escenas, bien nena, bien´. Y bueno, no sé si quiero que me digan eso”
Invitada por Personal, viajó a Bariloche y estuvo en el Parador de los 1.600 metros. No se animó al esquí, pero disfrutó de la nieve igual. Llevó a su hijo André bajo una sola condición: “No pictures”.