Todavía no eran las dos de la tarde cuando empezó a sonar El campanero de San Nicolás, la canción favorita de Rainiero III, príncipe de Mónaco. Entonces, en un costado de la Catedral de Montecarlo, Carolina, hija y princesa, intentó cantarla: lo hizo una, dos veces. Después, el llanto la venció y ya no pudo más.
Fue el final del final: había estado agonizando el príncipe, y ahora se completaban sus funerales. Su cuerpo, sus restos, descansando frente al cortejo de su familia real: el príncipe Alberto, los ojos clavados en las imágenes cúpula, aguantándose también el llanto. Stephanie de Mónaco, inseparable de su pañuelo. Charlotte Casiraghi, llorando sobre el hombro de Andrea Casiraghi, su hermano mayor, ambos hijos de Carolina (junto a Pierre, el menor de los Casiraghi, que estaba desconsolado, y Alexandra de Hannover, que no asistió al funeral). Y Carolina, ya dijimos, que lloraba la muerte de su padre mientras fuera de allí la realidad tampoco le daba tregua: su esposo, Ernst de Hannover, intenta recuperarse de una pancreatitis aguda que amenazó, amenaza aún, su vida. De pronto, el principado de Mónaco se convirtió en uno de los lugares más seguros de la tierra: las autoridades monegascas dispusieron blindar el principado y sellaron las entradas por aire, mar y tierra, para lo cual recibieron el apoyo del gobiern
o francés. Ochocientos policías franceses se sumaron a los quinientos del principado para sellar la seguridad de los cincuenta y cinco jefes de Estado que asistieron a los funerales (la inquietud, en su paroxismo, llevó a la policía monegasca a soldar las alcantarillas para evitar cualquier sorpresa. Para algunos fue demasiado). Entre los invitados se hicieron presentes los reyes de España, Suecia y Bélgica, la reina de Noruega, el duque de Luxemburgo, los presidentes de Francia, Jacques Chirac, de Irlanda, Mary Mc Aleese, y Eslovenia, Janez Drnovsek, así como Andrés de Inglaterra, hijo de Isabel
II, y el príncipe heredero Guillermo de Holanda, esposo de la argentina Máxima Zorreguieta.
Uno de los primeros en arribar a la ceremonia fue el rey Juan Carlos de España, quien despidió por última vez los restos de Rainiero con una inclinación ante su féretro en la capilla palatina y luego expresó sus condolencias a los tres hijos del príncipe: Alberto, su sucesor, y las princesas Carolina y Stephanie.
En las calles de Mónaco, frente a las seis iglesias que tiene el principado, hubo pantallas gigantes donde los habitantes siguieron las alternativas del funeral. Sólo tres mil monegascos (de los 32.000 con los que cuenta el pequeño Estado) obtuvieron el permiso para llegar hasta la plaza, frente al palacio real, y allí dejar el último adiós al príncipe que los rigió durante más de medio siglo. El cortejo hacia la Catedral de San Nicolás, doscientos metros de vallas con gente a uno y otro lado, comenzó a las 11:45, pero para las siete de la mañana, la gente ya había comenzado a poblar la plaza.
Se hizo la expresa voluntad de Rainiero, y entonces el féretro fue cubierto con la bandera blanca y roja y el escudo de armas de la familia Grimaldi. Posteriormente, el ataúd fue portado por diez soldados monegascos, integrantes de la Compañía de Carabineros del Príncipe, y a su vez, ellos fueron escoltados por los "penitentes negros", la cofradía religiosa más antigua del principado, donde la Iglesia católica es la iglesia oficial. Durante la lenta marcha, se escucharon los acordes de la marcha fúnebre de Beethoven, elegida expresamente por Carolina. Luego, los 36 cañonazos de rigor, como cada vez que se rinde homenaje ante la muerte de un integrante de la familia real. Un detalle: Odín, el perro que Rainiero recibió de regalo cuando cumplió cincuenta años de reinado, en
1999, formó parte del cortejo. El príncipe descendía de una dinastía de 700 años y había llegado al trono de Mónaco en 1949. Era el monarca europeo con más años en el poder y ahora será precedido por el príncipe Alberto.
Fue, todos coinciden, uno de los líderes de la realeza europea más eficientes y respetados. Luego del adiós final, comenzaron a correr en Mónaco los tres meses de duelo oficial.
Mónaco, en este adiós lleno de lágrimas y emoción, dio vuelta una página de su historia marcada por el glamour, los escándalos y la tragedia. Ahora, Alberto II, el heredero, deberá comenzar a escribir una nueva historia real.
Alberto de Mónaco, heredero de Rainiero III, flanqueado por Andrea y Pier Casiraghi, hijos de Carolina y el fallecido Stefano. En los extremos, Carolina y Stephanie, desconsoladas, llevan mantillas que pertenecieron a su abuela y a su madre.
El ataúd que lleva a Rainiero es custodiado desde el palacio real -que de manera simbólica
cerró su Puerta de Honor- hasta la Catedral de Mónaco. Silencio,
respeto, congoja de parte de familiares,
amigos, religiosos y de los carabineros reales, durante el mediodía del viernes.