-Quiénes han hecho reír de chico, adolescente, joven, a usted, Diego Esteban Capusotto, el hombre que de adulto tanto hace reír a los argentinos?
–Muchos, muchos. De acá (Alberto) Olmedo, (Pepe) Biondi, los uruguayos del Telecataplum, (Carlitos) Balá, Alfredo Barbieri, Don Pelele... De afuera, Buster Keaton, los Hermanos Marx. No sólo me han hecho reír desde pibe: los quiero.
–¿Sus sueños por aquellos tiempos de niñez y juventud iban por allí o por el lado del fútbol y el rock?
–Bueno, ésos no eran sueños. Pasa que de pibe aprendí a jugar, y a esa edad pensaba que dedicarme profesionalmente a la pelota era lo mejor que podía pasarme. Me probé en Racing y en varios clubes cercanos a casa: All Boys, Vélez. Incluso llegué a jugar quince minutos en la cancha de Boca, entre los partidos de Tercera y Primera. Lo del rock se relaciona con haber sido atravesado por su sonido y por lo que conformaba la cultura rock, equivalente a diferenciarse un poco de la autoridad. Aprendí a tocar la batería y eso alimentó mis ganas de integrar una banda... Pero cuando apareció el teatro, tomé clases en el Arlequines, sobre la calle Perú, y empecé a pisar escenarios (el Parakultural, El Taller, shows en casamientos y cumpleaños), me pasó algo que no me había ocurrido con el fútbol ni con el rock: me instalé.
–Retrocedamos en el tiempo... ¿Cuándo, dónde nació? ¿Quiénes son sus padres? Si algo lo caracteriza , Diego, es un marcado bajo perfil extralaboral.
–Sí. Como todos los de mi alrededor son petisos, decidí apostar por el bajo perfil de frente y de costado, es decir, de perfil. Reconozco –en serio–, por ejemplo, que no estaría en mis planes llevar a mi familia a Intratables... Nací el 21 de septiembre del ‘61. En realidad fue antes de Cristo, pero me mató Herodes (sin siquiera ser judío yo, eh), y volví a nacer. Claro que ahora lo hice en la Clínica Modelo de Morón. Viví en Castelar hasta los siete años, y luego en Villa Luro y San Cristóbal. Ahora soy vecino de Barracas. Mi viejo, Juan Enrique, buena gente, murió. Trabajaba en SEGBA, donde conoció a mamá, Carmen, que anda en los 90 pirulos y había sido profesora de piano. Cuando a mi padre lo echaron, o renunció, no recuerdo, se puso a hacer fotoduplicaciones. Tuve dos hermanos, que fallecieron. Aprobé la primaria en el Instituto Juan Bautista Berthier, dejé la secundaria a poco de arrancar y me puse a trabajar, durante 1979, en una fábrica de corpiños. En el ‘80 me tocó la colimba: fui un soldado feroz en La Tablada y Villa Martelli, aunque tuve desavenencias con (el ex presidente Leopoldo) Galtieri... En 1981 entré en una empresa de repuestos Peugeot.
–¿Le hubiese gustado cursar una carrera universitaria?
–No (carcajada).
–Nos contaba que mediante el teatro se instaló...
–Seguro. A partir de aquel momento, para mí la actuación fue un recreo, un lugar inevitable. Perdón, ¿decías?
–Decíamos que la leyenda agrega que tras cruzarse un día con Alfredo Casero en la calle Corrientes, terminó sumándose al ciclo De la cabeza, luego a Cha cha cha, Delikatessen y Todo por dos pesos. Si recorremos su trayectoria desde aquel ‘92, contamos ocho ciclos de tevé, catorce películas, dos obras teatrales y un programa radial. Sin embargo, aunque le haya dado fundamento, nada se parece al suceso, ya con una docena de temporadas (2006/18), de Peter Capusotto y sus videos...
–Puede ser. Si hacemos una analogía con el rock, fue como esas bandas que un día se ponen a tocar en la terraza, a los meses les sale un recital, y terminan sacando su disco. Se trató de un arranque extraño. Mientras hacíamos teatro, Daniel Morano, nuestro productor, nos propuso generar algo en cable: “Vos podrías presentar videos”. Me gustó la idea, pero con Pedro (Saborido, su histórico guionista) nos pareció más interesante crear una especie de personaje, en este caso Peter Capusotto –por un juego con el nombre y el apellido de uno y otro–, que presentara videos de rock y pudiera extenderse a cosas y personajes ligados a ese mundo. Con el tiempo la cosa pegó el salto hacia opciones que dejaban de encuadrar sólo en el rock y nos daba la gana poner. Fue mutando. A un incentivo le agregamos una idea que trasmigró hacia otro lugar que inventamos. Hoy queremos contar con nuestro lenguaje algo que podría definirse como “de lo que se desprende de la vida”. La intención es continuar el ciclo. No sabemos dónde. ¿Micros por Internet, algún canal...? Lo venimos evaluando.
–La objetividad indica que el humor que ha recreado en sketches, con usted y sus personajes (Violencia Rivas, Bombita Rodríguez, Jesús de Laferrere, Pomelo y Micky Vainilla, entre decenas) como centro, no sólo se ha convertido en una referencia popular para la tele, sino que comenzó a nutrir las redes sociales, cada opción audiovisual e incluso la intimidad de los teléfonos, vía WhatsApp. Lo mismo que le hubiese sucedido a Tato Bores en su época, de haber existido semejante revolución comunicativa. La pregunta es: ¿qué clase de humorista se considera, Diego?
–Difícil darte una definición. Sé que tengo algo para decir, y que está elegido eso que tengo para decir, pero hasta ahí llega mi análisis. Podría pensarse que no soy un humorista de actualidad, y que a partir de eso la deformo o la burlo... No sé. Me parece que finalmente uno ve las conductas humanas, incluidas las propias, y va por ahí desmitificando creencias y cosas con las que no está de acuerdo. Claro que cuando esos videos circulan, y está bien que lo hagan, empiezan a pertenecer a quien los mira y comparte.
–Revélenos qué es el humor para usted, entonces.
–Mediante el humor uno devuelve lo que recibe. Es como una especie de resguardo más amable; un buen lugar para desmitificar y desmantelar cosas que te parecen mentiras o pelotudeces; una manera de jugar a algo interesante; un lenguaje más divertido que el cotidiano y formal. Y también es menos negociador con la realidad. O en todo caso, es el mejor medio para negociar con la realidad.
–¿Imagina qué sería de usted sin el humor?
–Mmm, ni la menor idea... ¡qué sé yo! El humor es algo que siempre va a existir, porque nos permite ver lo disparatadas que son algunas situaciones que creemos normales o serias. Es un medio para darse cuenta. El tema es qué te pasa cuando descubrís que eso no anda bien.
–¿Dónde encuentra inspiración?
–Yo, en el aire.
–¿Y a la hora de escribir guiones, canciones?
–Los guiones los escribe Pedro, que cuenta con cierta capacidad para hacerlos de la que yo carezco. Igual, salen de distintas vertientes. Por ejemplo, de algo que pasó y a vos te hubiese gustado que pasara de otra manera. O de una cosa que a lo mejor no tiene tanto sustento, hasta que la ficción la convierte en importante. Incluso varias ideas con Pedro surgen de haber escuchado una conversación en la cola de un banco, de algo rutinario, para derivar en algo más rico e interesante que la realidad.
–Nadie necesita demasiada sagacidad para comprender que directa o indirectamente los argentinos desfilamos a lo largo y ancho de cada una de sus creaciones. Cuéntenos, ¿en qué somos incomparables y maravillosos, y en qué incorregibles e insoportables?
–Somos incomparables en cómo resistimos las desgracias. Ese es uno de nuestros grandes valores. Se me hace complicado definirnos. Con algunos argentinos me llevo bien, con otros no... Siempre hay como un deseo no cumplido. A unos les gusta ser esclavos y hay otros que se dan cuenta y tratan de modificar el estado de las cosas. El argentino es algo que fue y no se acuerda, y algo que será y no sabe.
–¿Le cuesta llevar lo que se pretende señalar al idioma de las personas comunes, las de la calle?
–Con Pedro sabemos que a alguno le va a encantar y a otro, claramente no. Obvio, creemos que si a Tradición, Familia y Propiedad le divierte algo de lo que escribimos, lo estamos haciendo muuuuuuy mal. A nosotros nos gusta el refinado, el hombre y la mujer intelectuales, el dandy y también el que limpia vidrios en la calle. Si cualquiera de ellos te confiesa que se cagó de risa con nuestro programa, está bien. Si hay uno al que le atrae Tarkovski (Andréi, director, actor y escritor soviético), es una especie de lunático y le va lo que escribimos, también está bien. Seguro debe haber algunos a los que no. Lo sabemos, pero tampoco nos preocupa. Pedro y yo abrimos el juego. El programa no somos sólo nosotros dos: hay una banda de gente que se apropia de él y a lo mejor te tira una punta. Por eso entiendo que la tarea de uno termina cuando llega al aire. Luego, el público tiene su propia interpretación de lo que vio, sin que nosotros la sepamos. Y de eso se trata, ¿no?
–¿Cómo se lleva con la gente en la calle?
–De la mano.
–¿Siempre?
–Sí, y sonriendo... Autógrafos ya nadie me pide. Ahora es la foto. Para mí mejor, porque con diez fotos tardás menos que firmando diez autógrafos, que te cansan la mano. Aparte, aunque mi apellido no lleva “b” larga, como tengo problemas con esa letra, pongo “Capusotto” y en medio me suele aparecer alguna “b”. Ahí le pido al que se me acercó por la firma que aguante un cachito, y voy pasando hojas, hasta que la pego. Es una tara, un TOC que padezco. Con la foto lo evito.
–¿Ve tele, enciende la radio?
–Poco a poco he ido abandonando esa relación de espectador de pantalla chica. No sigo nada en especial. Apenas me divierten Bendita, de Beto Casella, películas... Series, me enganché con Utopía, inglesa, y Breaking Bad. Guardo una relación más cercana con el cine y el teatro. Respecto a la radio, antes escuchaba bastante: programas de rock como El tren fantasma, con Omar Cerasuolo, y Embajadores Ventil, viento a favor, con Luis Garibotti. Ahora sintonizo a (Alejandro) Dolina, que me divierte y me parece de utilidad, y a la Negra Vernaci. Ellos dos son como postrecitos ricos para comer en algún momento.
–Cuéntenos qué lee.
–Ahora ando con un libro sobre Frank Zappa. He leído un montón. Desde las páginas de El Anticristo, de Friedrich Nietzsche, hasta las de Por qué no soy cristiano, por Bertrand Russell, que se relacionan bastante, jajá... Agregá El hombre mediocre, de José Ingenieros, y el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, etcétera.
–¿Música que escucha?
–Hay una lista interminable de grupos e intérpretes. Va desde los Beatles hasta Gong y Robert White. A la fecha, Captain Beefheart para mí el más grande. La única manera de soportar manejar en la ciudad es escuchando a Capitán Corazón de Bife. Lo pongo en el equipo del auto, o en un grabador. No tengo lo último en tecnología. Es irrelevante. Para mí lo último es el último bocado de comida del día. No uso WhatsApp, celular ni redes sociales. Si necesitan llamarme, que sea a casa. De atender un familiar mío, le piden que me pase el teléfono. O mandan un correo electrónico. A veces incluso lo contesto de parado (carcajada).
–¿Quiénes integran su familia?
–Todos peronistas: mis hijas Eva, de 15, que va a tercer año y estudia canto, baile y actuación, y Elisa, de 19, que hizo lo propio con circo, –también– actuación y batería y ahora sigue Abogacía; y mi mujer, María Laura, de 55, que hasta los 25, en su época más idealista, fue francotiradora pero, como sufrió un tema en la vista, debió ponerse a trabajar en una agencia de publicidad. Ojo que también hizo cursos –y esto te lo juro, posta– de italiano, herrería, carpintería, mecánica y electricidad. Sin embargo un día le sonreí y salió despedida a estudiar mecánica dental, su labor actual.
–¿Una pasión, un hobby que se desconozca de usted?
–Respirar.
–Observándolo en No llores por mí, Inglaterra, donde encarna a Sanpedrito, el DT del equipo de fútbol de Embocadura, pareciera como que conoce bastante del paño. ¿Ficción o realidad?
–Además de una actividad que, como te conté, intenté desarrollar de joven, el fútbol es una pasión. Soy derecho de pierna y zurdo de mano. Pese a que no sigo tranquilo los partidos, hago mayor hincapié en la forma de jugar. Si pierdo con un estilo definido, me banco mejor la derrota. Aparte, suelo prenderme en picados con amigos. De chico, por mi técnica, podía parecerme a René Houseman, aunque cuando te ponés grande y torpe, ya no sabés a quién te parecés. He admirado a (Juan Román) Riquelme, (Miguel) Adorno, Carlos López, Rubén Paz, (Carlos) Babington, (Norberto) Alonso, (Ricardo) Bochini. Y un escalón arriba, en el orden del superdotado, a Maradona, a Messi... Uno podría clasificar al futbolista en un jugador correcto, un muy buen jugador, uno que podría ser crack “aunque le falta un toque”, un crack y un superdotado, un indefinible que, como la poesía, se escapa del lenguaje común. Ahí meto a Diego, Lionel, (Johan) Cruyff y Pelé.
–La película de 104 minutos que dirigió Néstor Montalbano apunta a la libertad y el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo, en medio de las invasiones inglesas y enfocándolo en un partido. A más de dos siglos de aquello, ¿cuál es el secreto de un deporte como el fútbol, que tanta devoción provoca, para el caso ahora, en la previa de una Copa del Mundo?
–Mirá, el fútbol posee, como decía Dante Panzeri, “algo de impensado y algo de racional”. Por eso es tan interesante y eje de debates tácticos. Para mí Diego –por seguir con el tema del Mundial– no gana México 86: lo hace una manera de jugar y una voluntad colectiva. Igual, un Mundial empieza cuando circula la pelota; ahí todo lo demás queda atrás, y el equipo que no viene tan armado puede empezar a armarse. Otra cosa es la proyección que tenemos con Messi... El argentino salvador que viene a sacarnos las frustraciones del día a día; la necesidad de que alguien nos anime la fiestita. Ahora, me parece importante recordar que, más allá de la pasión del fútbol, que ganes o pierdas no es algo que vaya a modificar sustancialmente tu vida. ¡Empecemos a preocuparnos por otras cosas, muchachos! Uno no puede ver un partido tranquilo o a los gritos, como un idiota. Claro, ahí es donde el mundo se detiene. La pregunta del millón es, si ganás y la vida es hermosa, o perdés y es un desastre, ¿cuánto te dura tal estado? Porque además los cuerpos que corren en la cancha no son los nuestros. En lo personal tengo en claro, por ejemplo, que no me gusta ganarle 1-0 a Brasil mediante un gol con la mano. Porque eso no es dejar caliente al rival. Al rival lo dejás caliente cuando lo barrés 3-0 con baile, o caías 0-2 y se lo das vuelta 3-2. Si vas a querer un gol con la mano, dejáselo a Maradona y su épica de pocos, que en diez minutos hizo un gol de trampa, y luego uno como debe hacerse en el fútbol. No me resulta disfrutable triunfar de cualquier manera. Y, además, después de todo, es un juego. A mí me estaría interesando un poco más lo que tengo para hacer en lo personal, incluso con toda la pasión y el amor que me transmite el juego. El fútbol es como un chispazo: tiene la fugacidad de un fósforo encendido.
–Le preguntábamos de entrada quién lo hacía reír. ¿Qué hace llorar al hombre que ahora tanto hace reír a los argentinos, Capusotto?
–¿Llorar? ¿A mí?, ¿a esto que está frente a vos?
–Exacto.
–Te aseguro que, en verdad, se ríe de tanto que llora.
Por Leo Ibañez