LA FURA DELS BAUS
Tres millones de espectadores desde 1979; por ahí van... La Fura dels Baus,
que en catalán quiere decir… nada, ni en catalán ni en ninguna otra lengua. La
Fura (así la llaman los fureros, su tribu de fanáticos) está liderada por Pera
Tantiña, miembro fundador y responsable creativo de Obit, la obra que trajeron a
Buenos Aires y en la que proponen al espectador un juego “para reencontrarse con
su propio yo”, según afirma el mismo Tantiño. La Fura dels Baus es, de algún
modo, la primera gran influencia de teatro experimental que recibieron, entre
muchos otros, los argentinos de De la Guarda. Siempre fueron algo más radicales,
más violentos, y en sus espectáculos la gente puede salir manchada de un líquido
que simula ser sangre o tal vez deba correr porque los integrantes de la
compañía los persiguen con fuego. Es decir, el extremo. Dice Tantiña: “La idea
de Obit es apostar al todo por el todo. Las posibilidades son dos: que la gente
salga movilizada o que pidan que les devuelvan el dinero de la entrada”.
Obit se desdobla en tres momentos. Uno: un juego de competencia en donde el
público debe contactarse entre sí para formar equipos espontáneos. Dos: los
espectadores entran en una suerte de laberinto y se pierden. Para salir, para
pasar al tercer juego, deben encontrar a alguien como ellos y completar una
pareja: “Es el estímulo del amor, la necesidad de combatir la soledad”, explica Tantiña. Y tres: cada espectador debe descubrir su ritmo interno. ¿Cómo? En una
especie de introspección masiva (perdón la contradicción) que termina
convirtiendo el galpón de La Rural (allí se presentaron) en una gran sala
terapéutica. “Como dice Alejandro Jodorowsky, si el arte no sirve para sanar, si
el arte no cura, entonces no sirve para nada”, concluye Tantiña.
DE LA GUARDA
Una gran extensión de tela cubre el techo de la sala Villa Villa, en el
Centro
Cultural Recoleta. De pronto, la tela empieza a sufrir perforaciones y esas
perforaciones son puntos de luz. La sala está apagada, entonces la tela es un
cielo estrellado: las personas miran absortas ese techo poético. De pronto, unas
pequeñas siluetas caen sobre la tela extendida. Al principio no está claro qué
es, tal vez juguetes. Cuando la tela finalmente estalla, las siluetas caen y los
espectadores toman del piso y se llevan a casa pequeños soldaditos de plástico,
un autito, alguna cosa más. Así comienza Villa Villa, el show con el que De la
Guarda recorrió el mundo y que hizo del invento de Pichón Baldinu (su actual
director) y Diqui James (su otro creador, ahora más abocado a Fuerza Bruta) un
éxito en las carteleras más importantes del planeta.
Ya habían triunfado en Nueva York cuando, en 1998, De la Guarda tuvo su gran
hito consagratorio: fue en el Velódromo de Buenos Aires, con la presentación de
Doma, donde la multitud miraba cómo una gran bola de papel era destrozada desde
adentro por un montón de manos y piernas eufóricas, hasta que de la bola no
quedaba nada y un montón de cuerpos en el aire tejían y destejían todas las
formas posibles. Ahora, una vez más con Villa Villa, De la Guarda inicia su gira
nacional.
Dos mujeres caminan por la pared, después corren, después corren más y cierto
clima frenético contagia al público, que mira desde abajo y escucha, o aplaude,
o ambas cosas. Luego, otra mujer es lanzada contra una pared de lona y el sonido
que produce su cuerpo al estrellarse con la superficie es una explosión cada
vez. Finalmente, los actores –acróbatas voladores– levantan a alguien del
público y lo llevan a dar un paseíto por los aires de la sala: cuando baja, esa
persona no es la misma. Todo con los tambores, entre rituales y electrónicos,
que suenan en todo momento.
FUERZA BRUTA
Diqui James y Pichón Baldinu se llenaron de éxito paseando su invento por el
mundo. Su invento: De la Guarda, una compañía que propuso en sus espectáculos el
vértigo, la furia y la estética combinadas con música, con teatro y con
acrobacia. Sedujeron a espectadores de Nueva York, Londres y otras grandes
capitales. Pero un día a Diqui le pareció que era hora de abrirse un nuevo
camino. A Gaby Kerpel, responsable de la música de De la Guarda, le pareció lo
mismo. Y los dos crearon Fuerza Bruta, una obra con la matriz original, pero que
busca tono propio y diferencia. En Fuerza Bruta alguien corre sobre una cinta
que acelera su pulso hasta la exasperación, alguien se sumerge en el estanque
sobre la cabeza de los espectadores mientras las luces le cruzan el cuerpo,
alguien se asombra de que el agua pueda ofrecer esa poética de la forma.
Como en De la Guarda, nada tiene demasiado sentido: es un teatro de las
sensaciones y ya. Con algo de cybercultura, música electrónica, cuerpos y más
cuerpos cruzando el aire sostenidos en un sistema de arneses, es decir, un
tributo al non sense que ya habían imaginado Beckett y Daniil Kharms, pero sin
moverse y con palabras. Dice la declaración oficial de Fuerza Bruta: “No es el
teatro del futuro, ni la obra que se repite una y otra vez desde el pasado.
Fuerza Bruta es ahora. No inventa nada. Es un fenómeno natural, inevitable. El
resultado de millones de años. Tiene origen en el fondo del océano, en el fondo
de los vasos, en el caminar por la vereda. Fuerza Bruta no sirve para nada. Es.”
Dos actores de De la Guarda corren por los aires: los cuerpos, las siluetas, la
música y las sombras en movimiento que provocan las luces hacen del show un
experimento estético.
En todas las obras de La Fura la participación del público es sustancial y
sostiene todo el argumento. En Obit los espectadores debieron jugar, encontrarse
y desencontrarse en un laberinto y hasta hacer ejercicios de introspección.
El agua, las luces, la música y cierta estética de la furia son las principales
armas que De la Guarda expone en su espectáculo Villa Villa, que dio la vuelta
al mundo y fue la consagración internacional de la compañía.
Una gran piscina se extiende sobre las cabezas de los espectadores. Allí, los cuerpos de los actores se sumergen y las luces los cruzan provocando un juego de formas. Además, los actores atraviesan superficies (de telgopor, claro) alcanzando el clímax furioso de la obra.