En entrevista con GENTE, a poco más de dos semanas del fallecimiento de su padre, Julio Peña, la actriz reveló cómo fue la conversación en la que “llorando como chicos” pudieron decirse todo.
Durante la última entrevista con GENTE, Florencia Peña (45) dio detalles de cómo acompañó a su papá, Julio Peña (75), fallecido en la madrugada del pasado 27 de abril. Y revisando esa “lucha épica y preciosa” –como define a los dos años de enfermedad– rememoró dos episodios íntimos.
“Una de las cosas que tanto le gustaban a papá, era verme en teatro. Nunca creyó que llegaría a aplaudirme en Cabaret. Y no sólo lo hizo en el ensayo general y en la primera función, sino también en la última. Jamás voy a olvidar ese llanto de los dos en camarines. Él siempre fue más que presente, pero duro de sentimientos. La enfermedad lo aflojó, lo desinhibió y pudimos conectar fuerte a medida que se le iban cayendo las capas”, describe Peña. “Le costaba mucho decir ´te amo´. Pero esa noche me abrazó y me dijo: ´¡Hija, cuántas cosas lograste en la vida! Me quedo tranquilo porque alcanzaste lo que quisiste´. Lloraba como un chico”.
Aquel episodio narrado por Flor, nos lleva a aquello que nos había confiado en su última entrevista, aunque sin más revelaciones. Por aquel entonces, habló de un camino de “sanación” con su padre. Hoy, exhala los detalles con lágrimas de paz. “Papá fue criado con la premisa de que el hombre debe ser fuerte. Que el padre debe ser padre, no amigo. Y así fue nuestro vínculo, cercano, pero sin amistad”, dice Peña antes de contar, conforme a la emoción lo permite, la última charla entre los dos. “Fue en casa, estaba acostado y llorando me preguntaba: ´¿Por qué me pasa todo esto a mí, si nunca he hecho mal a nadie´? Y yo, que podría haberle dicho: papi, ya vas a estar mejor… Me sacudí el falso positivismo y elegí otras dos respuestas. Por un lado, le dije: ´si te sirve, viejo, tu lucha fue épica, y siempre serás nuestra inspiración´; y por el otro ´sé que a veces te hubiese gustado que tomara otras decisiones en mi carrera y en la vida, pero quiero que te quedes tranquilo, porque tengo la vida que elegí, y soy muy feliz´. Me miró con esos ojitos y dijo: ´gracias hija, tantas veces sufrí por vos…´ Yo sé que muy en silencio él vivía la angustia de todo lo que se dijo de mí en los medios, de las mentiras, de las críticas. Él tenía la idea de que mi autosuficiencia, mi independencia, de algún modo me haría débil, desprotegida. Me decía: ´hija, vos solita… ¿vas a poder con todo…?´ Siempre tuve parejas a la par, nunca me casé con un millonario con la espalda para darme cierta seguridad económica. Eso no era machista, porque él nunca lo fue, sino algo así como caballerosidad en la línea del patriarcado. A él lo enternecía y le preocupaba mi empuje permanente”, relata. “Durante meses tuve sus carencias bien de frente. Lo vi desde otro ángulo. Y le pedí disculpas. Le dije: ´perdón si alguna vez no supe ser hija´. Y me respondió: ´Perdón, si alguna vez no supe ser padre´. Así sanamos juntos”.
Y respecto de las lecciones del dolor, fue concisa. “En este proceso aprendí la importancia de ser cada vez más yo, honesta conmigo misma”, asegura. “Aprendí a no temer a vivir la vida. Que no vale la pena callar ni entregarse a procesos silenciosos. Papá me enseñó que el tiempo es ahora y la salud no es tácita. A desechar corazas frente a mis hijos. A decirnos todo, de todo. Plantearles mi realidad e indagar sobre lo que ellos necesitan de mí, casi como un deber. En diálogos sin juicios y con acompañamiento. Y a perder los pruritos al decirnos ´te amo´. Fue y es tan importante este proceso para mí, que cuando pienso en él, convencida de que hoy está en un lugar mejor en donde nada duele, pienso: el aprendizaje nos cae cuando estamos aptos para aprender, y las batallas llegan sólo cuando el guerrero puede librarlas”.