El encuentro sucedió a sólo seis millas fuera de la zona económica exclusiva de la Argentina, y resultó exitoso. La crónica de un día agotador y, hasta último momento, incierto. El palangre surcoreano Meridian 8, con un historial de pesca ilegal, fue pintado y llevará esa marca hasta el próximo puerto: "Saqueadores".
Eh, chico, ¿argentino?”
–Argentino…
–Oh, Maradona, Messi… Batistuta…
Colgado de una escalerilla a tres metros de altura, con la adrenalina explotándole por los poros y una misión que cumplir, Bruno Castro –el activista de Greenpeace de 27 años que trepó primero hacia el palangre surcoreano Meridian 8– no pudo más que sonreír. Ocho marineros –y un caniche blanco– lo miraban absortos, sin entender lo que sucedía. No hubo ni golpes, ni palos, ni piedras, ni agua, ni cuchillos, como habían advertido que podría suceder. Se vieron sorprendidos. Después de todo, son trabajadores de una empresa que viene cometiendo irregularidades desde hace años. Y apelaron, como dijo Bruno al regresar al Esperanza, “a lo único que se conoce de nuestro país en cualquier parte del mundo”. Enseguida, al muchacho –que al regreso se casará– se le sumó Agostina Bosch (25). Juntos desplegaron el banner con la leyenda “Sobrepesca = Crimen ambiental”, luego otro con la traducción en inglés ("Overfishing = Crime), y un tercero en coreano. En medio del océano Atlántico, en aguas internacionales, a exactamente 43º08’ Latitud Sur y 58º53’ Longitud Oeste –y a sólo seis millas de la zona económica exclusiva de la Argentina, en el Área 44, como identificó la expedición española Atlantis a este sector del mar vulnerable en el 2010–, habían cumplido la mitad de su misión sin encontrar resistencia. Hasta un marinero del palangre los ayudó a quitar el gancho de la escalerilla. La segunda parte, veremos, no tuvo la amabilidad de la primera.
“¡Tenemos el barco!”. A las 9.45 de la mañana había llegado la confirmación. Desde el puente de mando se informaba la noticia que habían esperado desde hacía tres días, cuando el Esperanza zarpó de Puerto Madryn. En el radar, el barco de Greenpeace se veía como una mancha amarilla, mientras que, a la izquierda, el objetivo aparecía como una flecha. A esa hora estaba a 11 millas marítimas de distancia, navegando hacia el Esperanza ignorando lo que sucedería. El buque ecologista, para despistarlo, asumió un comportamiento similar al de un pesquero arrastrero: se detenía y arrancaba sucesivamente.
El Meridian 8 no es un barco más. Tiene un largo historial de pesca ilegal. Desde su botadura en el 2000 cambió cinco veces de nombre, entre ellos el de la propia empresa surcoreana a la que pertenece desde el 2010, Insung Corporation. Fue, sucesivamente, Tunago, Austin I, South Ocean, y Koko antes de la denominación actual. De 54 metros de eslora y un calado de seis metros, fue fabricado en Taiwán y registrado en el puerto surcoreano de Busan, tuvo distintas banderas: la de Corea del Sur, la China, la de Belice, la de Rusia, la de Georgia y... la de Bolivia. Para llegar a depredar el Agujero Azul –ese oasis de vida marítima delimitado por la corriente fría de Malvinas y la cálida de Brasil– debe navegar 11.200 millas náuticas, unos 20.700 kilómetros. Según organismos internacionales como el CCAMLR y el SEAFO, sufrió reiteradas multas. El objetivo del palangre es obtener merluza negra y abadejo, que están entre las 40 especies consideradas frágiles en este delicado ecosistema. Y lo hace arrojando cables sujetos con boyas hacia el lecho marino, que aquí tiene una profundidad de 600 metros. Luego regresa donde los dejó, y recoge el botín.
El día para los tres activistas de Greenpeace (Bruno, Agostina y Fernando Donato –que ayer cumplió 34 años en altamar) comenzó temprano y lleno de nervios. Cada uno de ellos los calmó como pudo. El primero con una pastilla de dramamine y tostado de queso, del que Fernando tomó un trozo. La chica se tiró a meditar en la cama de red de popa. Bruno decía cerca del mediodía: “Voy mentalizado a que todo salga para atrás. No quiero pensar que todo será fácil, para no relajarme”. Junto a Fernando repasaron todo: la escalerilla, los banners, la pintura a utilizar (negra y al agua por un cuestión de protección medio ambiental), el escudo azul con la palabra Greenpeace escrita, por si desde arriba los atacaban. Su única preocupación era que usarían un traje de neoprene, por el frío. Para evitarlo, decidieron bañarlo por dentro con agua tibia: eso haría una capa que los protegería del mar helado, ya que el líquido no puede salir.
A esa hora el sol presagiaba un día perfecto. Pero en el mar, hemos descubierto, las cosas cambian de un momento a otro. De repente, el Esperanza comenzó a navegar dentro de un gigantesco banco de niebla. Poco mas allá de los límites de la embarcación no se veía nada. Había que esperar. Pasó la hora del almuerzo, se sucedió una pequeña siesta que intentaron los escaladores para pasar el rato, y a las 14.00, todo el mundo estaba reunido para salir. Hubo una reunión en la que se decidió utilizar tres semirrígidos. En el Rhino irían Bruno, Agostina y Fernando. En el Daisy, un equipo de apoyo y rescate, por si alguno de ellos caía al agua o era herido. En el African Queen, el fotógrafo Cristóbal Olivares y el camarógrafo Axel Indik, de Greenpeace; los dos periodistas presentes, entre ellos el enviado de GENTE; y Luisina Vueso, la coordinadora de la campaña de océanos de Greenpeace Andino. Media hora más tarde se abrió la compuerta y comenzamos a bajar hacia los botes. Los activistas tomaban agua y se daban coraje entre ellos.
“El pesquero está a 2,3 millas y hay dos cables de visibilidad. Mejor el mar no puede estar, por eso este barco se llama Esperanza”, los animó un marino veterano. Salimos a toda velocidad a mar abierto. A pesar del augurio, la densa niebla permanecía allí. La nave de Greenpeace se iba desdibujando lentamente entre la bruma, hasta desaparecer. Allí, en el grupo que tomaría las imágenes nos enteramos que Daisy había tenido problemas y no sería de la partida: “El bote de rescate ahora son ustedes”, llegó por la radio. De pronto, los dos semirrígidos perdieron contacto radial con el Esperanza: literalmente, errábamos por un desierto de agua. Regresamos hasta recuperar la comunicación con la nave madre. Y desde allí, otra vez a la carga.
Media hora después de salir, primero como un espectro y luego tomando forma, apareció el Meridian 8. Mientras los botes navegaban, desde el Esperanza el capitán, Sergiy Demidov, se comunicó con el palangre. La charla fue en inglés, y se le anunció la acción que desplegaría Greenpeace. Cuando el Rhino llegó junto al buque, no había casi nadie en la cubierta. La pértiga con el gancho para subir la escalera fue colocada con éxito, y Bruno trepó velozmente. De a poco fueron apareciendo los demás tripulantes: eran ocho. Y se dio el diálogo del principio. Luego de exhibir los carteles, regresaron a buscar la pintura. Con la turbina del semirrígido al máximo, volvieron al Meridian 8 y comenzaron a desplegar una tela calada donde se leía “saqueadores” y su traducción al inglés, “lutters”. Entonces, los tripulantes ya no fueron tan amistosos. Primero uno les gritó, y luego, el mismo tomó una cuerda e intentó alejarlos, pero sin éxito. A las 16.30, todo había concluido. El Meridian 8 comenzaba a ser un fantasma en medio del océano, con su estela de petreles, la aves que sobrevuelan los barcos en altamar y se alimentan de los desechos que arrojan los pesqueros.
Al regreso, la coordinadora Luisina Vueso explicó: “Lo que hoy evidenciamos en alta mar es muestra de que los océanos necesitan ser protegidos con urgencia. La falta de control y regulación de las aguas internacionales le permite a las pesqueras saquear y vulnerar el Atlántico Sur, dejando al océano al borde del colapso. Por eso desde Greenpeace exponemos una problemática invisible para muchos; y así generar toda la presión pública posible para que los gobiernos del mundo acuerden en la ONU un tratado global por los océanos para proteger a la vida marina a través de la creación de una red de santuarios”. Eso sucederá el año próximo, y la organización ambientalista llevará toda la información que recoja en este periplo, que comenzó en el Ártico y culminará, en enero, en la Antártida.
Mientras tanto, los tres activistas, ya a bordo del Esperanza, se abrazaban emocionados. Agostina contó que “fue fuerte, en el barco se sentía mucho el olor, y se veían los peces entrando, fue duro, pero la experiencia fue increíble”. Bruno, que acababa de cumplir su primera escalada en un buque, dijo por su parte que “pudimos dar el mensaje, pintamos lo que fuimos a pintar, saqueadores. Me siento contento de haber estado ahí y ser la voz de lo que debemos decir en este momento. La tripulación nos dejó expresar nuestra protesta, se puso más tenso cuando pintamos, pero todo bien”. En la cena, poco después de las seis de la tarde, el veterano marino que le prometió que mar estaría bien, le palmeó la espalda: “Hoy el mar te cumplió, pero no esperes que siempre se porte así”. A esta expedición de Greenpeace todavía la esperan otras batallas.