Es solo una cuestión de actitud. Lo dice la canción de Fito Páez, y lo representan muchas personas que con sus acciones demuestran que hay que seguir adelante cueste lo que cueste. Y este es el caso de Pablo Giesenow, que es abogado y diplomado en gerencia empresaria, que buscó retomar su vida con la mayor normalidad posible tras sufrir un accidente en 2015 en el que le tuvieron que amputar sus dos piernas. Con una vida volcada al deporte, hace unas semanas fue parte de la expedición que recorrió más de veinte kilómetros por la Cordillera de los Andes hasta llegar al Valle de las Lágrimas, lugar en el que el 13 de octubre de 1972 se estrelló el avión en el que viajaban los recordados rugbiers uruguayos.
“Pelear por vivir no se negocia bajo ningún punto de vista”, afirma a Revista GENTE al recordar lo sucedido con los deportistas del vecino país y tomar como enseñanza esa actitud para seguir peleándola. Pero, antes de ingresar a esta historia, el cordobés se adentra en el trabajo personal que realizó con el objetivo de poder recuperarse. Aquel 22 de enero de ese año quedó grabado para siempre en su vida. En ese momento tenía 37 años.
No se quiere detener mucho en los detalles del accidente, pero recuerda: “Iba de sorpresa al cumpleaños de mi viejo desde mi provincia hasta Santa Cruz, pero llegando a Santa Rosa, en La Pampa, me accidenté. Por como se dio todo, tranquilamente podría haber fallecido en el lugar. Perdí cuatro litros de sangre, y cuando los bomberos se acercaron para sacarme pensaron que iban a sacar un cuerpo. Pero se encontraron con alguien con vida y con ganas de salir de ahí”.
“A partir de valorar haber sobrevivido, me puse a pensar cómo aprovechar esta segunda oportunidad. Mucho de ese estar mejor cada día me lo da el deporte y este tipo de experiencias que combinan un montón de cosas. Podría haber sido otro el final. Yo perdí una hermana de 18 años porque se quitó la vida. Para mis viejos eso fue un dolor inmenso. Perder un hijo es tremendo, y que yo haya perdido las piernas y no la vida fue un motivo de celebración. Todo lo que pueda hacer hoy para estar mejor es robarles una sonrisa a ellos”, destaca.
223 días o siete meses y nueve días. Los tiene contados. Son números imborrables. Ese fue el tiempo que pasó sentado en una silla de ruedas hasta que pudo pararse.
-¿De qué forma empezaste a vincularte con el deporte?
-Me conecté con el deporte desde el primer momento en el que, al mes, pude salir de casa y dejar la rehabilitación domiciliaria para ir a un centro de rehabilitación. Cuando terminaba con las sesiones de fisioterapia encontraba alguna colchoneta, mancuerna, o aparato y me ponía a entrenar. Eso lo hacía sabiendo que la parte del cuerpo que me quedaba sana tenía que estar lo más fuerte posible. Hizo que, después de siete meses, cuando me paré por primera vez sobre las prótesis, todo fue más rápido. En lugar de usar andador o bastón, yo me levanté y empecé a caminar.
-¿Qué sentiste ese día?
-Tenía una ansiedad terrible por caminar. Volver a estar de pie, estar a la altura que tuve toda mi vida, fue indescriptible. Yo tenía ganas de regresar a algo tan natural como estar parado y alcanzar algo de la alacena. Lavarme los dientes, afeitarme frente al espejo, colgar una camisa en el placard, todo era complejo hasta que pude pararme. Ni bien lo hice, activé para cambiar el centro de rehabilitación por un gimnasio.
El deporte, como estilo de vida
Con ocho años, fichó para el club Unión Viamonte de su pueblo. Y hasta antes del accidente lo más cerca que estaba de la actividad física era justamente a través del fútbol amateur. Luego de adquirir sus prótesis, el desafío era conseguir otras para poder hacer running. Así fue que una ortopedia tenía unas guardadas esperando encontrar un corredor. Y ahí se abrió un nuevo camino para Pablo.
“Me equiparon y nunca paré. Empecé corriendo carreras de calle de 3K, de 5K, 7K, 10K y el año pasado llegué a los 15K. El sueño para este 2024 es hacer el Medio Maratón de Buenos Aires que es de 21K”, augura pensando en agosto.
Además de las carreras de calle, también hubo tiempo para las de aventura. Fue al Aconcagua en 2018 en otra expedición con fines solidarios en donde estaban Julián Weich, Fabricio Oberto y Paula Pareto. Después hice el Champaquí en Córdoba y el cerro General Belgrano en Famatina, La Rioja. Todas experiencias diferentes, emotivas y con el mismo sentimiento de dejar todo.
“Me gusta pensar que la fuerza de voluntad que tengo es un motor que necesita del combustible humano para llevarse adelante. Eso está representado por familiares, amigos, compañeros de trabajos, y hasta el vecino que está presenciando la carrera en algún punto del recorrido te da una palabra de aliento”, destaca.
Y cuenta: “En casa me acompañan desde el aguante. Yo tengo tres hijos. Máximo, el más grande, tiene 21 años y no es tan deportista; Delfina de 18 hace danza y tengo a Matilda, de 3, que es con la que convivo y me banca con mi ausencia. Cuando me voy de viaje a Buenos Aires para correr o cuando salgo a entrenar”.
La experiencia de Pablo Giesenow en Los Andes
“Mi trabajo es técnico, algo que contrasta con la experiencia de estar tres días en modo avión arriba de la Cordillera”, dice. Y se mete de lleno en lo que representó para él esta vivencia: “Es algo complejo para cualquier persona, pero estando sin piernas y con prótesis se vuelve más complejo. El entrenamiento que yo pude hacer fue en gimnasios y escalinatas de Córdoba, no llegué a entrenar en montaña. Llegó un punto, a diez días de arrancar con la expedición, en donde decidí frenar para no lastimarme. Con las prótesis, cualquier herida o ampolla, se potencia”.
“La sinergia que se generó con el grupo fue espectacular. A veces sentía una mano, durante una subida, que me empujaba y me ayudaba. O alguien que me sostenía en una bajada. Hicieron que el camino se me haga más fácil. En córdoba no camino diez cuadras y el día que hicimos cumbre caminé veinte kilómetros. Ese es el combustible que ponen las relaciones humanas que nos cargaron de fuerzas”, completa.
-Me imagino que es una experiencia espectacular porque tiene un factor fuerte de lo emocional.
-Claro, ese entorno generaba una gran emoción desde lo visual. El grupo humano fue increíble. Éramos cuarenta personas que nos integramos como equipo y familia. Llegamos a ese memorial con mucho esfuerzo. Nos encontramos con un lugar en donde la pelea por la vida, por sobrevivir un día, una hora, un minuto más, era constante. Eso es lo que yo valoro.
-¿Hay algo que haya costado más desde lo físico?
-Básicamente el desgaste de caminar con prótesis, que es superior a que si tuviera mis piernas en perfecto estado. Eso es lo que más sentí.
-¿Qué es lo que más te impactó a lo largo de la travesía?
-Fue muy fuerte. Lejos de ser una celebración, llegar representó una emoción. Nos abrazamos entre todos y cada uno se encontró consigo mismo. Hicimos una ceremonia donde dejamos una piedra en donde, simbólicamente, depositamos algo en esa montaña que tan cargada de historia está. Fue fuerte.
-¿Qué depositaste vos?
-Agradecimientos. Por haber sobrevivido aquel día, por haber podido, a través de leves mejorías, poder correr una carrera, jugar al paddle o hacer ciclismo. Eso implica mejorarle el día a día a mi familia, y robarle sonrisas a todos los seres queridos que me rodean y me ven progresar cada día.
Fotosy videos: Martina Cretella
Redes sociales: Juan Rostirolla
Agradecemos a Virginia Almeida y a Argentina Extrema (@argentinaextrema)
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