Antes de convertirse en la esposa de Jorge Zorreguieta (1928-2017) y madre de la futura reina de los Países Bajos, María del Carmen Cerruti Carricart (80) tuvo un pasado laboral tan interesante como poco conocido.
La trayectoria profesional de la madre de Máxima Zorreguieta (53) incluye un muy poco comentado trabajo que refleja otros aspectos de la joven tímida y reservada que devino en una mujer que sabía moverse en los círculos más selectos de la sociedad porteña.
Siempre se recalca su labor como secretaria del que sería su futuro marido, pero “María Pame” –así es como la llaman en la intimidad– tuvo un primer trabajo que tuvo que ver con la escritura y en el que tuvo como jefes a grandes nombres de la literatura.
De asistente en una redacción a secretaria de un influyente político
A mediados de los años sesenta, María Pame se mudó a Buenos Aires junto a su hermana María Rita y su hermano Jorge. Con poco más de veinte años, encontró su primer trabajo en la revista Primera Plana, un semanario inspirado en publicaciones como Time y Newsweek.
Allí, bajo la dirección de figuras destacadas como Tomás Eloy Martínez y con colaboradores como Mario Vargas Llosa –el novelista era corresponsal desde Lima–, Pame trabajaba como asistente de redacción. La revista publicaba desde 1962 artículos sobre política, economía y cultura.
María del Carmen se encargaba de tareas administrativas, responder llamadas y redactar las minutas de las reuniones. A pesar de la relevancia cultural de la publicación, su perfil político y las clausuras por parte del gobierno militar llevaron a su padre, el Dr. Cerruti, a sugerirle que buscara un empleo más seguro.
Fue entonces cuando entró en juego Jorge Zorreguieta, amigo cercano del Dr. Cerruti. Dueño de una oficina de despachantes de aduana, entre otros negocios, Zorreguieta le ofreció trabajo como secretaria en Cabanillas y Zorreguieta SH, una firma vinculada al sector agropecuario. Corría el año 1967, y Pame, con 23 años, empezó a trabajar con quien se convertiría, poco tiempo después, en su esposo.
La red de contactos y la confianza entre las familias jugó un rol fundamental en esta etapa de su vida. Para entonces, María Pame había dejado atrás su timidez adolescente. Se había convertido en una joven segura, elegante y cada vez más presente en los ámbitos sociales.
Jorge Zorreguieta tenía 39 años, y era tan ambicioso como alegre y atractivo. Era el tipo de hombre al que sus colegas estimaban mucho. También María Cerruti, a los 23 años, estaba encantada con su jefe. Fue en ese entorno que surgió su historia de amor.
La cercanía diaria en el trabajo permitió que la relación entre ambos evolucionara de lo laboral a lo personal. Para 1968, Jorge y María del Carmen comenzaron a salir formalmente, consolidando una conexión que pronto los llevaría al altar.
La pareja contrajo matrimonio en 1969, marcando el inicio de una vida en común que estaría signada por los valores familiares y las exigencias profesionales de Jorge. Su unión no solo significó un cambio en la vida de María del Carmen, sino que sentó las bases para el desarrollo de sus hijos, incluida Máxima.
El legado de María del Carmen en la vida de Máxima
La relación entre María del Carmen y su hija Máxima estuvo marcada por la admiración mutua, pero también por las altas expectativas de una madre que vivió de cerca las exigencias de un entorno social elitista.
Desde temprana edad, Máxima absorbió enseñanzas que definieron aspectos clave de su carácter. De su madre heredó una obsesión por la disciplina y la imagen personal, valores que, aunque a veces fueron motivo de tensiones, le sirvieron como herramientas fundamentales en su preparación para convertirse en reina.
Máxima ha expresado en más de una ocasión que, a pesar de las diferencias, valora profundamente los principios inculcados por su madre, como su resiliencia y elegancia ante las adversidades y, muy especialmente, la educación que les diera a ella y a sus hermanos. Como explican muchos de los biógrafos de la royal, María Pame sabía muy bien que el Northlands era el lugar indicado para que hiciera buenos contactos.
La vida de una futura reina: no había privilegios de alta gama pero sí educación
También, por ser primera hija, sus padres volcaron en ella grandes esperanzas. Aceptaban sus travesuras infantiles en el campo –donde desplegaba su costado más reo– pero le exigían, en conducta y comportamiento, ser “una señorita”, según los rígidos parámetros de aquellos años.
A Máxima no le fue fácil aceptar esas reglas en un cien por ciento. Supo, también, de las diferencias económicas: llegaba al Northlands de Olivos en el micro escolar, mientras la mayoría de sus compañeras lo hacían en los autos de alta gama de sus padres.
A la hora del almuerzo, por su parte, cuentan que se aislaba de ellas en un rincón del parque, para que no advirtieran que consumía la vianda preparada por su madre: el presupuesto de los Zorreguieta no daba para más. Pero a nadie se le caía los anillos: si hacía falta, no tenían problemas en andar en colectivo y en un tiempo Jorge manejó un Ford Taunus.
“No nació rica pero la educamos para que sea la mejor en todo”, repite hasta hoy su madre.
Fotos: archivo Grupo Atlántida.