Aún guarda en su casa de Montecito, California algunas de las postales que le recuerdan su vida en Buenos Aires. Corría 2002 y Meghan Markle (43) hacía acaso un ensayo de la vida protocolar que viviría en su vida como princesa. Aún faltaba para su desembarco en Hollywood (Suits fue uno de sus proyectos más conocidos) y para enamorarse perdidamente del príncipe Harry (40), el hijo menor de Lady Di.
Por entonces, en Argentina aún se hacía sentir la devaluación económica. Había pasado muy poco tiempo desde que el famoso corralito generara una crisis social y económica sin precedentes. La futura royal caminaba las calles porteñas en alpargatas, solía llegar a su lugar de trabajo con medialunas para compartir y, según quienes la conocían y compartían tiempo con ella, "amaba escuchar a Fito Páez en un discman plateado".
Fue en su primer empleo como intern donde Markle –quien supo ser compañera de preescolar de Scarlett Johansson– aprendió el acento argentino que dejó sorprendidos a todos y donde “estaba convencida que haría carrera en la política”.

De California a Buenos Aires: un salto inesperado y una pasantía en tiempos turbulentos
La futura integrante de la realeza británica protagonizó una breve pero intensa aventura porteña que merece ser contada en profundidad y a través de las voces de los colegas que se cruzaron con ella en la dependencia que “sirve y protege a los ciudadanos norteamericanos que viven en Argentina”.
Recién salida de la Universidad Northwestern con títulos en Relaciones Internacionales y Teatro, una joven Meghan decidió que el mundo de la diplomacia era lo suyo. ¿Su destino? Nada menos que la embajada de Estados Unidos en Argentina, en pleno corazón de Palermo, sobre la calle Colombia.

Argentina no estaba precisamente en su mejor momento. La crisis económica post-2001 había dejado al país tambaleando. En medio de este caos, Meghan aterrizó en 2002 para realizar una pasantía como asesora de prensa.
"La Argentina atravesaba una devaluación económica y Paul O’Neill, nuestro secretario del Tesoro, estaba allá... Yo tenía 20 años y estaba convencida de que haría carrera en la política", recordó Meghan en una entrevista.
Meghan y un talento reconocido en la embajada: “Fui valorada específicamente por mi cerebro”
Su desempeño no pasó desapercibido. Mark Krischik, entonces consejero para Asuntos Informativos y Culturales de la embajada, comentó en el libro Meghan: una princesa de Hollywood que "de haber seguido en el Departamento de Estado, hubiera sido una excelente adquisición para el cuerpo diplomático. Tenía todo para serlo".
Aquí perfeccionó el castellano y esa experiencia como pasante la llevó a ser embajadora global de World Vision Canadá en 2016. Ese tiempo en el que Meghan vivió lo retrató en su blog personal The Tig, donde solía compartir fotos de las comidas, paseos y actividades que realizaba.

Claro que una vez que Meghan ingresó al universo de los royals eliminó sus redes sociales y registros personales. Como era de esperarse, algunos de sus fans llegaron a capturar posteos y algunas de esas fotografías que se tomó en caminatas, breaks laborales y preparación de “barbacoa” (como los americanos llaman a la parrilla) con verduras.
Los recuerdos de su estadía en Argentina siguen vivos. Durante una aparición en el programa de Craig Ferguson, Meghan sorprendió al imitar el acento porteño, destacando su ritmo dinámico y expresivo. "Es un tipo distinto de español, es un castellano que suena casi como el italiano", describió reproduciendo nuestra musical tonada. "Mirá vos", intercambió con perfección y entre risas la actriz durante esa entrevista que dio en 2013.
Pero el destino tenía otros planes. Tras su experiencia en Buenos Aires, Meghan decidió cambiar de rumbo y sumergirse en el mundo de la actuación. Su paso por la diplomacia dejó huellas. En esa entrevista en The Late Late Show, confesó que su tiempo en Argentina fue clave para dar vida a Rachel Zane, su personaje en la serie Suits. Aún faltaban cinco años para casarse con Harry.

Mate, charlas y amigas porteñas
Una de las amistades más llamativas que tejió fue con Delfina Blaquier, la modelo, fotógrafa y aristócrata argentina, esposa del polista Nacho Figueras, íntimo del príncipe Harry. “Nos conocimos porque nuestros maridos juegan al polo”, retomó Meghan en su programa de tips de cocina donde recibe a aliados, chefs y hasta sus mejores amigas.
En su serie With Love, Meghan, la duquesa compartió una escena íntima tomando mate con Delfina, revelando que ese ritual ya lo conocía desde sus días en Buenos Aires. Meghan se mostró encantada por la ceremonia del mate, su sabor amargo y la costumbre de compartirlo en ronda. “Es como un café, pero con alma”, dijo. Lo que se dice, casi casi “una porteña emocional”.

La porteñización de una futura royal y su mirada sobre un país en crisis
En su breve estadía porteña, Meghan adoptó algunas costumbres locales que la marcaron. Además del mate, desarrolló una devoción por las medialunas de grasa, algo que sus compañeros de la embajada recuerdan con simpatía.
“Cada vez que salía a hacer trámites o tenía que pasar por Plaza Italia, volvía con un paquete de medialunas para todos”, relató una empleada consular en un testimonio obtenido por el periodista británico Andrew Morton en Meghan: A Hollywood Princess.

Eso de que se tomaba en serio un posible futuro político era quedaba marcado con sus acciones: Meghan no era ajena a lo que sucedía. Según cuentan en la biografía Finding Freedom de Omid Scobie y Carolyn Durand, la futura princesa tomó extensas extensas notas sobre el contexto político argentino. En su cuaderno Moleskine registró frases de la calle, anotó datos económicos y se mostró particularmente conmovida por las historias de familias sin techo.
“Le impresionó la dignidad de la gente, la belleza de lo cotidiano a pesar de todo”, aseguran los autores. Esa sensibilidad por lo social, tan marcada luego en su agenda como duquesa, tuvo quizás su germen en las veredas de Buenos Aires.

Meghan y el castellano con tonada rioplatense
Si bien ya hablaba algo de español gracias a su formación académica, fue en Argentina donde el idioma cobró vida para ella. Sus compañeros de la embajada recuerdan que hacía esfuerzos deliberados por hablar en “porteño”.
Preguntaba qué significaba “bondi”, qué era quilombo, se tentaba con “pelotudo” y escribió en un mail interno que “el lunfardo era poesía en modo punk”. En entrevistas posteriores, Meghan confesó que adora el español y que le resulta más cálido que el inglés.
Sin dudas, su paso por Argentina reveló una versión suya que despuntó mucho más cuando, junto a Harry, renunciaron a los títulos reales: ese compromiso con el mundo y la gente. Donde la solidaridad no se digita para una foto.