Mientras prepara unas esponjosas madeleines de matcha, Karina Gao (39) comienza a relatar su historia.
“De mis primeros años en Fuzhou, al sur de China, recuerdo los aromas de los mercados, los puestitos callejeros en los que hacían fideítos express con sésamo y a las señoras que vendían baos calientes... De restaurantes no tengo tantos recuerdos porque para nosotros era impensado salir a comer. O sea, no existía financieramente la posibilidad de hacerlo, así que siempre comíamos en casa”, memora.
Su destino la trasladó a nuestras tierras en julio de 1993, luego de que su papá –Huan– viera una publicidad “que hablaba de ‘la París de Latinoamérica’”. “En ese momento el dólar estaba 1 a 1, y la gente decía cosas muy buenas de este país”, asegura mientras chequea que el horno esté a 190 grados centígrados.
"Todavía me acuerdo de la sensación de sentir el viento frío como un cuchillo cortando mis mejillas mientras estaba parada al lado del Fitito en el que nos vinieron a buscar pero que se rompió en plena autopista Dellepiane... En ese momento aún no me llamaba Karina, pero ahí estaba, parada e inmóvil con la bolsa de vomitar después de cincuenta horas de vuelo, y escuchando las bocinas de los autos que pasaban al lado nuestro. Ahora que lo pienso, no podría haber sido de otra manera nuestra entrada triunfal de esta aventura", recuerda a más de treinta años de aquel 30 de julio de 1993.
Luego, evocando aquellos primeros días en la Argentina, añade un detalle gastronómico: “Yo era muy chiquita cuando llegamos, pero me acuerdo que me llamó muchísimo la atención la falta de pescado fresco. Estaba acostumbrada a que abunde, y acá casi no había”.
Todo cambió en tres décadas
“Para mí cocinar es crear y dar amor, y yo empecé a hacerlo a los nueve ó diez años en la parte de atrás de un localcito en el que mis papás vendían juguetes, peluches y un poco de todo. Allá, en el fondo, yo tenía un anafe, y ahí surgieron mis primeras creaciones", comparte.
"Para que se den una idea del tamaño del lugar, en el pasillo que no veían los clientes de día guardábamos la mercadería, y de noche la corríamos al pasillo, juntábamos dos banquetas, les poníamos dos tablas y un colchoncito arriba, y así armábamos mi cama”, reconstruye la mujer que formó dos exitosas comunidades en Instagram (@monpetitglouton, con comida occidental, y @karinagao, con contenido personal y asiático), que enseñó centenas de recetas en televisión y que está cerca de abrir su propio restaurante: "GĀO - Auténtica cocina china".
Entretanto, mientras retira de los moldes las madeleines y las espolvorea con azúcar impalpable, reflexiona: “Yo pienso en esa época y veo mi presente, y noto la diferencia. Pero no fue de un día para el otro ni un camino solitario, todo lo contrario: hubo mucha familia, porque uno solo no hace nada. Estoy convencida de que el camino de uno es la continuación del camino familiar”.
Un romance, tres continentes
“Mi historia con Dominique Croce (francés e ingeniero civil) comenzó como un romance de verano hace quince años, cuando fui a hacer un master en París después de terminar la carrera de Economía Empresarial en la Universidad Torcuato Di Tella. Empezamos a salir a fines de abril, yo me volví a la Argentina en julio, y él en septiembre ya estaba viviendo acá", comenta sobre su historia de amor.
"No sé si fue muy rápido o no, pero en dos años y medio nos habíamos casado”, resume la mamá de Benjamín y Simón (son gemelos), y de Teo, el niño que fue noticia nacional por acompañar a su madre desde el vientre en un coma farmacológico que duró doce días en febrero del 2021.
Bien lejos de aquellos momentos angustiantes y enfocándose en el brillante presente que disfruta, la cocinera y empresaria analiza: “Como me es imposible definirme sólo como china, argentina o francesa, hoy diría que yo soy una fusión de China, Argentina y Francia. De hecho, a mis dieciocho años pedí nacionalizarme como argentina para retribuir un poco a este país que me dio educación y todo lo que tengo hoy. En el presente en los papeles soy francesa y argentina... aunque con cara china”.
“Dominique me aporta el bon vivant, el buen vivir, porque si fuera por mí yo trabajaría todos los días sin parar. Pasa que los chinos estamos acostumbrados a trabajar a full en la juventud y a disfrutar de la vida después, en la jubilación. ¡Pero los franceses no!: ellos son muy productivos en las horas que trabajan y después disfrutan”, dice sobre las diferencias culturales que posee con el hombre que eligió como compañero de vida.
Definiciones polémicas
“En este país la gente tiene un concepto erróneo de la comida china”, lanza sin vueltas Gao, quien posee una academia de cocina que lleva su nombre.
Pronto explica: “Es que los platos que más conocen no son los que nosotros comemos habitualmente. Para que se den una idea, no pedimos tantos arrolladitos primavera ni alimentos fritos. De hecho, preferimos los que se preparan al vapor".
"Además, el arroz salteado que acá se ve tanto, a nosotros nos llama muchísimo la atención, porque solemos pedir arroz blanco para acompañar platos y el arroz salteado lo hacemos con las sobras del día anterior”, completa Karina dejándonos abiertas las puertas de su cultura.
Fotos: Álbum personal Karina Gao y Archivo Atlántida