Antes de convertirse en reina consorte de los Países Bajos, Máxima Zorreguieta (53) vivió una vida muy diferente en Nueva York. Allí se forjó como profesional destacada de las finanzas, lejos del título, la vida y los protocolos monárquicos que posteriormente abrazaría tras casarse por el entonces príncipe de la casa real holandesa, Guillermo Alejandro (57).
Sus pasos en el epicentro financiero del mundo son más que claves para entender la personalidad y la transformación de la joven porteña criada en Recoleta por María del Carmen Cerruti Carricart (80) y Jorge Zorreguieta (1928-2017) y formada en el exclusivo colegio Northlands. La “niña rea y malhablada” pasó de ser una cara desconocida en Wall Street a una figura real internacional.
En esta nota repasamos los detalles desconocidos de su vida en New York, donde la por entonces futura reina pasó de dormir en el sillón de un departamento y tejer amistades clave a escalar en los empleos bancarios que fueron determinantes en función de su ambición y decisiones futuras.
La llegada a Nueva York: de Buenos Aires a Wall Street
Cuando Máxima aterrizó en Nueva York en el verano del 95, traía en el equipaje no solo sueños, sino una ambición que pocos conocían. Al principio se refugió en los Hamptons, zona ubicada en la región este de Long Island y, después, en el hogar de Robert Augspach y Fátima Gobbi en Manhattan.
Robert cursaba una maestría en Columbia, y Fátima y Máxima compartían un pasado laboral en el Banco de Boston. Por si eso fuera poco, el vínculo familiar se reforzaba con un tío de Máxima que había trabajado en el campo de los Augspach en Pergamino. Más tarde, se alojó en la casa del millonario Raúl Sánchez Elía, quien le presentó desde herederos de fortunas a integrantes de la familia real Liechtenstein.
En la gran metrópoli, mientras alternaba las noches de networking con amigos y salidas, Máxima se propuso rápidamente encontrar un lugar propio y conseguir empleo para no depender de sus anfitriones e ir de casa en casa. En una de esas noches neoyorquinas, la vida la cruzó con Pablo Jendretzki, un arquitecto argentino conocido en ciertos círculos selectos.
La conexión fue inmediata, y la pareja empezó a salir. Su relación no era solo romántica; era también estratégica: Pablo sumaba puntos al tener a Máxima como compañía, y ella aprovechaba las salidas para tejer contactos en su nuevo entorno social.
Pese a su energía y capacidad para moverse en cualquier ámbito, la búsqueda laboral no fue tan fluida. Pronto, el apartamento de Pablo se convirtió en un refugio más permanente, y su roommate, Matías Bullrich, comenzó a llamarla en broma “la pesada”.
Pero el panorama cambió en 1996, cuando Máxima consiguió un puesto en HSBC James Capel Inc., donde llegó a ser vicepresidenta de ventas institucionales para América Latina. Con su éxito profesional en alza, la relación con Pablo terminó, y Máxima se distanció de su grupo.
Durante su vida en Nueva York, Máxima también compartió departamento con dos argentinas, Victoria Goldaracena y María Frattini, quienes buscaban una nueva compañera en su hogar. Vivían en el barrio de Chelsea, cerca del trabajo de Máxima en Credit Suisse. Por ese entonces hasta durmió en un sillón.
Las relaciones que determinaron su futuro
Soltera, Máxima comenzó una serie de relaciones que hicieron historia entre sus círculos. Primero apareció Orlando Muyshondt, un banquero salvadoreño con estirpe y una pasión por el surf. La conexión parecía prometedora, pero las diferencias fueron erosionando el vínculo: Orlando era más calmado y reflexivo, mientras que Máxima seguía disfrutando de la vida en Nueva York con un grupo de amigos latinos apodado los “latin trash”.
Después de un verano juntos, Máxima notó que sus caminos no iban al mismo destino. La última palabra la tuvieron, sin embargo, los padres de Orlando, quienes decidieron que Máxima no era una candidata “a la altura” de su hijo. Máxima, fiel a su carácter, dio por finalizada la relación.
Tiempo después, un piloto de United Airlines le dio un nuevo respiro a su vida amorosa, pero el destino le tenía reservado un último gran amor premonárquico. Conoció a Christopher, un noble inglés cercano a la realeza británica. Máxima estaba ilusionada: él encarnaba lo que había soñado desde joven, alguien de alto perfil que podría acompañarla en sus propias ambiciones. Sin embargo, el romance se diluyó.
Poco después, el destino le presentaría a Guillermo de los Países Bajos en Sevilla. Pero para llegar allí fueron muchas las conexiones que Máxima debió hacer.
Otros de sus empleos en la Gran Manzana, sus amistades más influyentes y su etapa más alocada
Después de HSBC, Máxima continuó su carrera en las finanzas en el poderoso Deutsche Bank. Allí, fue parte de un equipo especializado en América Latina, lo que le permitió viajar frecuentemente a la región. Sus habilidades como economista y su fluidez en varios idiomas (incluyendo inglés, español y portugués) la hicieron destacar aún más.
Según cuentan, era "una joven que ya entendía la importancia de las relaciones internacionales y cómo gestionar los riesgos financieros a gran escala". En más de un sentido, este papel la preparó para lo que más adelante sería su rol en la realeza: lidiar con asuntos globales de relevancia y manejar situaciones políticas y sociales con tacto y conocimiento.
Uno de los aspectos menos conocidos de la vida de Máxima en Nueva York es la red de contactos que desarrolló. Más allá de sus logros profesionales, Máxima tenía una habilidad especial para conectar con personas influyentes, tanto del ámbito financiero como del cultural y social. Esto fue un factor clave en su evolución personal y profesional. Entre sus amigos de la época se cuentan importantes figuras de la banca, así como personas del mundo artístico y diplomático.
¿Algunos de los vínculos que Máxima tejió en New York? Gracias a su amistad con el aristócrata español, empresario y deportista Álvaro de Marichalar (hermano de Jaime, quien fue esposo de la infanta Elena de Borbón), Máxima frecuentó círculos aristocráticos.
Otro vínculo que la marcó fue el de la socialité argentina y fotógrafa Delfina Blaquier, esposa del polista Nacho Figueras. Ambas compartían el lazo de ser argentinas en el extranjero, y las unía su conexión tanto en lo financiero como en el mundo artístico.
María Pía Garavaglia también fue una figura relevante dentro del círculo argentino en New York. Amiga íntima y también con formación en las finanzas, Garavaglia la ayudó a Máxima a integrarse más en los eventos sociales. Juntas asistían a ágapes culturales y cenas organizados por la selecta comunidad argentina en la ciudad.
Su época más alocada en NY fue cuando se instaló en una villa que alquilaba en los Hamptons Marc Biron, llamado “el rey de la vida nocturna”. En la residencia, conocida como “The Animal House”, dicen, cualquier cosa podía pasar. Según cuentan, era escenario de “cualquier animalada”, ya que la sede era famosa por contar con “un jacuzzi ocupado casi a tiempo completo por gente desnuda”.
El encuentro con Guillermo: su presagio y la chispa que cambió todo
Aunque la vida de Máxima en Nueva York era plena y exitosa, el destino tenía algo más reservado para ella. Según Paula Galloni, co autora de Máxima, la construcción de una reina, “Máxima venía de una separación (del mencionado noble, de nombre Christopher) y fue a España ya sabiendo que le querían presentar a dos hombres de la realeza: uno era Federico de Dinamarca, y el otro, Guillermo Alejandro”.
La celestina en cuestión fue una amiga en común, la argentina Cynthia Kauffman, que en ese momento vivía en España y había conocido a Guillermo años antes, en eventos de la realeza europea. Cynthia organizó una cena en la Feria de Abril de Sevilla en el año 1999. Allí se dio la gran chispa con el príncipe que le cambiaría la vida.
Aunque en un principio no supo que él era de la realeza —él mismo se presentó solo como "Alexander"—, la conexión fue inmediata. Guillermo quedó tan encantado que esa misma noche le pidió a Máxima su número de teléfono.
Ella estaba muy lejos de imaginar que ese encuentro cambiaría el curso de su vida. Poco tiempo después, el noviazgo se consolidó, y la joven economista se encontró en medio de una relación que la pondría en el ojo público como nunca antes.
En la entrega de diplomas de quinto año, a una compañera de colegio le había dicho: “Yo me voy a casar con un noble”. Esa orden al universo, una verdadera y sentida invocación, le cambiaría la vida para siempre. El 2 de febrero de 2002, la “plebeya” y el príncipe de Holanda dieron el “Sí, quiero” en una emotiva ceremonia religiosa en la iglesia Nieuwe Kerk, en Ámsterdam.
Desde su vida en Nueva York, ha mantenido un fuerte vínculo con las causas sociales y económicas, especialmente aquellas que buscan la inclusión financiera, reflejo directo de su experiencia profesional en el mundo de las finanzas. Máxima se erigió a sí misma como la creadora de un verdadero cuento de hadas que, evidentemente, ya había sentido y asumido como propio mucho antes. Previo a las señales atendidas, las casualidades mágicas y todo lo que logró manifestar en vida.
Fotos: Archivo Grupo Atlántida y Fotonoticias.