Enclavado en Avenida de Mayo al 1370, a metros del Congreso de la Nación, el Palacio Barolo está festejando su primer centenario. Se trata de una imponente obra arquitectónica que le rinde culto a La Divina Comedia y que, como el icónico libro de Dante Alighieri, contiene en su interior un Paraíso, un Purgatorio y un Infierno.
Un origen inesperado
“Fue concebido por el empresario Luis Barolo y el arquitecto Mario Palanti. Ellos, como muchos italianos de aquella época que vivían en Buenos, añoraban su tierra natal y se inspiraron en su famoso clásico (La Divina Comedia), para proyectar y erigir el edificio entre 1919 y 1923. Y no sólo eso, se dice que ellos querían traer los restos del poeta italiano Dante Alighieri a Buenos Aires y que el Barolo sea su mausoleo. Planeaban depositarlo acá, en el centro del hall, dentro de una escultura llamada Ascensión, cuya réplica vemos ahora”, nos inculca María Florencia Ormaechea (42, bahiense), quien integra desde hace siete años el equipo de Los sombreros tours, mientras acaricia la cabeza de un cóndor que sobre su lomo lleva un hombre acostado boca arriba.
“Seguramente noten que el pico se ve muy brillante: es por los visitantes. Todos lo acarician porque, se dice, trae buena suerte”, susurra ella antes de acotar: “Lo que muchos no saben es que la escultura original tenía un águila –ave característica de las montañas italianas–, y que era más grande, ya que medía dos metros de alto por uno y medio de ancho. Concebida por Palanti y enviada en barco hasta el puerto de Mar del Plata, desapareció misteriosamente cuando corrían rumores de que adentro viajaban escondidas las cenizas de Dante o algún secreto masón. Quedó perdida durante muchos años hasta que la encontraron de casualidad, en los 90’, en el jardín de un coleccionista de esa ciudad. La volvieron a robar y cortaron transversalmente para verificar el interior de la escultura. Hoy sólo queda la parte de abajo que, por las dudas, no está exhibida en el hall, sino en la oficina museo del séptimo piso”.
Se ingresa por el infierno
Al igual que el libro La Divina Comedia, escrito por Aligheri en el siglo XIV, el Palacio Barolo está compuesto por tres sitios: Infierno, Purgatorio y Paraíso. El primero se conforma con la PB y los dos subsuelos. Dividido en nueve arcos (en referencia a los nueve círculos que Dante debe recorrer hasta llegar al Purgatorio), en cada arco pueden observarse distintas frases en latín (algunas son de la Eneida -el poema escrito por el romano Virgilio–, otras se desprenden de textos bíblicos; y unas terceras, citas del arquitecto Mario Palanti).
Si desviamos la mirada al piso de mármol, encontramos flores de vidrio y bronce que a comienzos del siglo pasado estaban tan fuertemente iluminadas que se proyectaba desde el piso hasta el techo, simulando ser las llamas congeladas del Infierno de Dante. Algo que sin dudas causaba un gran impacto, ya que por entonces no existían los efectos especiales.
Por otra parte, este Infierno se encuentra custodiado por dragones machos (con cornamenta) y hembras (más delgadas y con colmillos de mayor extensión). Los seres mitológicos originalmente sostenían tres lámparas que simbolizaban los principios alquímicos del infierno: el azufre y el mercurio. ¿Un guiño optimista? En el piso hay unos cuadrados superpuestos que simbolizan la ascensión, la idea de que sus visitantes no se van a quedar allí, sino que van a ir ascendiendo hacia el paraíso al igual que Dante.
Imágenes del purgatorio
En el tercer piso (esta “sección” del edificio va desde el primero al décimo cuarto) hay salivaderas que ya no se utilizan, y pilas bautismales con inquietantes garras de dragón, tentáculos y máscaras con cuernos. Según quienes estudiaron la arquitectura del edificio, se trata de bestias que “nos van a estar vigilando mientras hacemos la purificación de nuestras almas en el camino al cielo”.
La decoración relacionada al infierno, entonces, se irá perdiendo a medida que van sucediéndose los pisos: el arquitecto Mario Palanti entendió que “para acceder al Paraíso, hay que despojarse de todo lo material”.
Los fantasmas del Barolo
Los trabajadores aseguran que todos los ascensores tienen vida propia, que dentro de las oficinas vuelan sombreros sin viento y que a veces se mueven solos los picaportes… aunque no haya nadie en el interior de esos ambientes. “Ese tipo de cosas pasan”, comentan entre ellos con naturalidad quienes de medianoche escuchan correr tacos por los pasillos y cuchicheos inesperados. Los conserjes, por su parte, evitan mirar hacia arriba, ya que aseguran que, del tercero y el cuarto piso “a veces asoman personas”.
Símbolos masónicos ocultos por doquier
- En el piso y en los costados de la planta baja hay cadenas que simbolizan la fraternidad.
- También respecto al piso, pero de la zona de los ascensores –que son de origen suizo y originales de 1923–, puede verse que está conformado por un damero que simboliza la dualidad: la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad. Y se encuentra representada frente a los ascensores porque los mismos realizan la transición de llevar pasajeros desde el Infierno hasta el Purgatorio.
- En la lámpara del tercer piso hay cuatro llaves que representan apertura y conexión entre un lugar y otro.
El edificio, construido sobre agua, está ubicado encima de uno de los brazos del Tercero del Medio, uno de los arroyos porteños entubados. Ésa es otra característica que lo une a grandes templos masones a nivel mundial, ya que existe la creencia de que el agua todo lo purifica, lo limpia y lo bendice
"Es un viaje en el tiempo"
Afirma Pablo Gabriel Pelosi (43), el responsable del Salón 1923 –llamado así en honor al año en el que se inauguró el edificio–, ubicado en el piso 16 y con vistas al Obelisco y el Congreso. Él, como las mujeres y hombres que trabajan a su lado, viste un look inspirado en los años 20’ que va a tono con la decoración del ambiente techado en el que sirven cocktails, brunchs, desayunos, meriendas, afters y cenas.
“Nosotros sabemos que la gente viene al rooftop para disfrutar de las vistas y la gastronomía, pero nos gusta que los turistas y los visitantes locales se perciban en un speakeasy neoyorquino de hace un siglo. Por eso replicamos la decoración de los tiempos de la ley seca y sonorizamos nuestro espacio con jazz, swing y mucho Frank Sinatra… Música que transporta. Además, en 2021, al cumplirse setecientos años del fallecimiento de Dante, decidimos realizar una carta dantesca con cuatro tragos temáticos, inspirándonos en cuatro de los cien cantos de Alighieri: ‘La lujuria’ es un trago picante con maracuyá –la fruta de la pasión–; ‘El paraíso’ es un trago suave, dulce y transparente con gin, rosa mosqueta, lemon grass y jengibre; ‘La otra orilla’ tiene una especie de isla de frutilla para que parezca que hay una costa y un océano amarillo; y ‘Las tres damas’ contiene whisky, soda y frutos rojos”, detalla Pelosi mientras exhibe los dibujos que se realizaron a mano alzada y con acuarelas para acompañar la propuesta.
Sin gas, por siempre
El Barolo no tiene gas porque fue pensado para oficinas, lo que provoca que los chefs deban sacar a relucir su ingenio y creatividad a la hora de componer el menú, ya que solo pueden confeccionar platos fríos o utilizando una infraestructura eléctrica. Y esto seguirá siendo así eternamente, ya que desde 1997, cuando fue declarado Monumento Histórico Nacional, el edificio no puede recibir modificaciones, como la instalación de cañerías de gas, por ejemplo.
En el camino al cielo
Los ascensores que parten de la base acceden hasta el piso 14 (donde termina el Purgatorio), porque “para llegar al cielo hay que purificar el alma”. De allí que aquellos visitantes que realizan los tours (fue el caso de la cantante estadounidense Katy Perry, cuando nos visitó en 2018) recorren a pie los ocho pisos restantes, que derivan en el Paraíso y se corresponden con los cuerpos celestes que Dante va recorriendo en el libro: la Luna, el Sol y las estrellas, y los cinco planetas conocidos por el hombre hasta ese momento: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno.
Iluminando el último siglo
Coronando el edificio, a cien metros de altura, esta señalización luminosa concebida en Milán, allá por 1923, se enciende cada noche, desde 2010, entre las 22 y 22:20, iluminando un kilómetro a la redonda con sus 5.000 watts. Un poco menos que la original, claro, que debió ser modificada, por una cuestión de “seguridad nacional”: compuesta por un arco volcánico de dos barras de carbono que generaban una explosión que se reflejaba en el espejo de atrás amplificando la luz, tenía un alcance de casi ¡150 kilómetros! y generaba una abismal confusión entre los barcos del puerto.
Conclusión: durante siete décadas se prohibió encender el faro. Hubo excepciones como la del 2 de septiembre de 1945, para anunciar el final de la Segunda Guerra Mundial, y la noche del 14 de septiembre de 1923, para anunciar el resultado de la legendaria pelea de boxeo entre norteamericano Jack Dempsey y el argentino Luis Ángel Firpo, por el título de peso completo. Si se prendía la luz verde, había ganado El toro de las pampas. Pero se encendió la roja.
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Cuando tenía cuatro o cinco años, mi papá, Yosaburo, me habló del Palacio Barolo. Me acuerdo que mi imaginación voló tanto con aquellas historias que llegué a imaginar que ahí vivían Blancanieves, hadas y otros seres fantásticos, y que por eso nadie podría entrar. Un día me animé a preguntarle: “¿Y yo puedo entrar al Barolo?…” “¡Pero claro, hija, todo el mundo puede!”, me contestó. Y aquel fue mi primer acercamiento. Con el paso del tiempo y la llegada de la madurez me fui interiorizando de su historia. Hasta que una tarde le pregunté a Borges (Jorge Luis) si quería ir conmigo a pasear al Barolo. Lo que más recuerdo de esa visita es sorprendernos ante el ascensor que baja y sube solo: nos divirtió pensar que, como cuentan las historias, había un fantasma que lo movía. Eso sí, nosotros, por las dudas, no subimos, sólo lo vimos moverse a la distancia… Desde entonces me gusta volver cada tanto.
Por Kari Araujo
Fotos Fabián Uset y gentileza de la Fundación Los amigos del Palacio Barolo
Agradecemos a: Alejandra Vera y Marcela Shulman