Abel, con “a”, sí, como Argentina. Pero no es su país –al que le acaba de hacer el mayor de los tributos, honrándolo con la grabación de sus canciones patrias– la única referencia cercana que tiene con tal letra. Y lo explica, al tiempo que cuenta el porqué de sus dos nombres, Abel y Federico, que completa el apellido Pintos.
“Estoy seguro de que en la elección de ‘Abel’ participó Liliana, la hermana de mi mamá. Tengo entendido que estudiaba la Biblia, le llamaron la atención varios nombres, sobre todo el de Abel, por la historia con Caín, y lo sugirió. También tengo entendido que a los tres hermanos nos pusieron el nombre recién cuando salimos a la luz, una vez que nuestros padres –Susana y Raúl (ambos de 73)– comprobaron nuestro sexo. Ariel (50), Andrés (47) y el mío tienen la ‘a’ adelante, sí, pero eso es pura casualidad. Respecto a ‘Federico’, se relaciona al nombre real de Quico (Federico Mátalas Corcuera), el personaje de El Chavo”, sonríe el muchacho de 39 años (nació el 11 de mayo de 1984), abriéndose al micrófono a GENTE en la sala de podcast de Grupo Atlántida.
–¿Existe alguna herencia musical en su ADN?
–Cuando mi papá era adolescente, e incluso antes de formar familia con mi mamá, tocaba la guitarra y el bombo en formaciones de Médanos, provincia de Buenos Aires, a 48 kilómetros de mi ciudad. Ahí, de joven, formó algunos grupos. Hasta que dejó. Igual, toda la vida cantó en casa y tuvimos la música cerca a partir de él. Luego se sumó mi hermano mayor, Ariel, con quien hasta el día de hoy compartimos la pasión y componemos, producimos y nos subimos al mismo escenario, ya que él toca la guitarra en la banda: es una pieza fundamental para mí. Andrés, el del medio, sólo se dedicó a la música en épocas escolares.
–¿De qué se empleaban sus padres?
–Papá siempre fue comerciante y mi mamá trabajó de todo, en otras casas, con otras familias. Cuando yo nací, como soy el menor de sus hijos y me separa una buena diferencia de mis hermanos –ocho y once años–, se abocó a mí. Claro, con Ariel y Andrés había tenido que trabajar mucho y no había podido disfrutar demasiado de su crecimiento.
–¿A usted lo pudo disfrutar?
–Por suerte un montón.
“Arriba des escenario a veces estoy tan poseído que ni escucho al público"
“Busco en mi memoria y…”, avanza cuando le consultamos sobre el día en que tuvo noción, por primera vez, que sus oídos escuchaban una canción. Entonces rebobina: “Debe haber sido muy temprano, porque no lo recuerdo –admite–. Mi familia habla de que a los tres años repetía canciones y no únicamente infantiles: de Roberto Carlos, de José Luis Perales, de Serrat… Yo, la verdad, no lo registro. Me aparece por ahí que a los cinco aprendí Luna tucumana, para un acto de fin de año de una maestra de música, Mirtha, a la que me llevaban mis padres. ¿Y te confieso algo? Hace un tiempo apareció un video de aquel momento, que resultó muy conmovedor para mí porque fue como si hubiese surgido el video del día en que nací. Las nuevas generaciones tienen todo filmado, pero en nuestro caso no era tan sencillo. Lo cierto es que, guau, apareció la grabación de la primera vez que canté en público formalmente. Y ojo que no pasó tanto tiempo hasta que supe que iba a ser cantante…”.
–¿Cuándo ocurrió?
–En un coro de niños en mi ciudad del que fui parte tres años. Cierto día empezaron a darme una buena cantidad de intervenciones solistas, especialmente en una canción que se llamaba Las mañanitas. Yo debía salirme del grupo, pasar al frente e interpretar esa parte solista. Siempre lo hacíamos desde las gradas, pero un día, durante una presentación en el Teatro Municipal de Bahía Blanca, el director nos pide a los solistas que demos un paso adelante. Y ahí me encontré por unos segundos cantando ante un teatro lleno, sin ver a mis compañeros, y me recorrió en el cuerpo algo espectacular. Entonces me decidí por cantar solo.
–¿Sigue sucediéndole lo mismo a su cuerpo de 1,84 metros y 80 kilos?
–¡Sí! Ahí arriba uno entiende, sabe y tiene presente el soporte, no sólo necesario sino muy significativo de su equipo –los músicos, los técnicos que a uno lo acompañan…–, pero hay momentos en los que la conexión con la canción es de una intimidad que me hace sentir solo, incluso te diría que en el mundo. Después entendés que también hay un público adelante. A veces estoy tan poseído que ni lo escucho, te aseguro. Me pasa de transitar instantes de gran abstracción en muchas canciones o en diversos tramos de distintas canciones.
"La inspiración me surge en cualquier momento, lugar y circunstancia"
Entre los momentos clave de su carrera recuerda a la perfección su debut como compositor. “En realidad fue con dos temas al mismo tiempo –puntualiza–: Canción que acuna y Sueño dorado, que formaron parte de Sentidos, de 2004, mi primer disco como autor y compositor (desde 1997 editó 13 álbumes –11 de estudio y 2 de registros en conciertos–). A partir de aquel par de temas empecé a escribir muchísimo. Yo no pensaba hacerlo, porque imaginaba una carrera como intérprete. Mi faro musical era Mercedes Sosa, y ella no componía. Yo tampoco sentía la necesidad. Pero de repente escribí esas dos canciones y se abrió un camino, porque a medida que interpretaba mis letras me sentía de otra manera. Ahí no sólo se convirtió en una necesidad: me resultó divertido, atractivo y curioso, ya que hasta el día de hoy jamás elegí el momento en el cual escribir una canción”, impone la siguiente pregunta de monosílabo.
–¿No?
–No.
–¿No tiene un horario, como un oficinista, para tentar a las musas?
–No.
–¿De dónde y cuándo surge la inspiración?
–En cualquier momento, lugar y circunstancia. Brota como cuando, de repente, por alguna razón y sin previo aviso, te sorprende un ataque de risa o te sentís emocionado al borde de las lágrimas. Uno no puede programar eso en una agenda.
–Dado el caso, ¿cómo reacciona?
–Una vez que ese brote inicial aparece –no siempre es la canción entera–, lo empiezo a tararear y tararear y queda dando vueltas en mi cabeza, aunque yo esté haciendo otra cosa, conversando o lo que sea. Cuando tengo la oportunidad de aislarme un poco, le presto mayor atención. A veces lo verbalizo por primera vez después de mucho tiempo.
–¿Qué surge de entrada, la letra o la música?
–Normalmente, las dos. No hace mucho empecé a trabajar acudiendo a las herramientas que, con el paso del tiempo, fui adquiriendo (oficio, literatura, música que iba estudiando), pero, salvo cuando participo en sesiones compositivas, donde sí nos ponemos a trabajar junto a las personas, me sigo respetando la impronta que te cuento.
Mi familia habla de que a los tres años repetía canciones y no únicamente infantiles: de Roberto Carlos, de José Luis Perales, de Serrat... Yo, la verdad, no lo registro. Me aparece por ahí que a los cinco aprendí 'Luna tucumana', para un acto de fin de año de una maestra de música, Mirtha, a la que me llevaban mis padres. ¿Y te confieso algo? Hace un tiempo apareció un video de aquel momento, que resultó muy conmovedor para mí porque fue como si hubiese surgido el video del día en que nací"
–¿El lugar más insólito en el que le surgió un tema?
–Durante un concierto. Mientras interpretaba una canción, se me vino otra a la cabeza. De repente había algo en mi mente que…, por un lado, cantaba lo que escuchaba el público, y por el otro, cantaba en silencio lo que se me llegaba (abre bien redondos sus ojos castaños). Cuando terminé el tema destinado al público, le pedí a los músicos que extendieran la intro del siguiente, y me puse al costado a cantar en voz alta el nuevo, y quedó guardado en mi memoria. No había ido a cambiarme la remera ni al baño, sino a sellar en mi mente la futura canción Una flor y una cruz.
–¿Guarda anotadores con composiciones que no conocerán la luz?
–No tanto porque, como te dije, no hace tanto que empecé a escribir textos. Y porque esta técnica de no sentarme a escribir también me evita pensar de qué debo hacerlo. Normalmente lo que escribo tiene que ver con algo que me sucedió, sucede o estoy intuyendo. Entonces, tarde o temprano va a encontrar el momento de revelarse y necesitaré compartirlo. Poque para eso, en definitiva, me dedico a la música. Son como una bitácora de mi propio viaje.
"Todavía sueño que canto, que hago música"
“La verdad, pasó bastante tiempo hasta que pude encontrar respuesta a la gran duda que me invadía desde siempre”, admite refiriéndose a sus inicios más tempraneros en el oficio que ahora es su profesión: “¿Cómo cantaba al principio? ¿Afinaba o no?”, se consultaba. “Empecé durante un momento de la vida en el que yo ni me podía preguntar si lo hacía bien o mal. Por eso cuando apareció aquel video de Luna tucumana –retoma la viviencia– resulto súper movilizante para mí. Recordaba el día, por lo que varios años me venía preguntando: ‘¿A los cinco años cantaba para divertirme o en serio, disperso, concentrado, estaba afinado?’…”
–¿Y qué respuestas descubrió cuando apareció el video?
–Encontré a un chico bastante afinado, muy concentrado, serio, metido en lo suyo, por tratarse de alguien autodidacta.
–¿Cómo transitó la etapa adolescente, con el cambio de voz en su registro de tenor?
–Cuando llegó el proceso más notable de ese cambio, yo ya estaba trabajando con una fonoaudióloga (Lis Costa) y con un profesor de canto (Armando Livani), ambos de Bahía Blanca. Ellos lograron que sea lo menos traumático y más cómodo posible, al tiempo que se encargaban de mi educación vocal. El paso del tiempo, frente a la mayor actividad y la fatiga, e incluso habiendo estado al borde de que se me formen nódulos, me llevó a rodearme de gente que pudiera contenerme y enseñarme a trabajar mi voz de manera tal que eso no volviera a suceder. Fue algo que surgió a los 12, 13 años y continúa hasta la fecha.
A partir de un par de temas que compuse en 2004 empecé a escribir muchísimo. Yo no pensaba hacerlo, porque imaginaba una carrera como intérprete. Mi faro musical era Mercedes Sosa, y ella no componía. Yo tampoco sentía la necesidad. Pero de repente escribí esas dos canciones y se abrió un camino, porque a medida que interpretaba mis letras me sentía de otra manera. Ahí no sólo se convirtió en una necesidad: me resultó divertido, atractivo y curioso, ya que hasta el día de hoy jamás elegí el momento en el cual escribir una canción"
–¿De qué forma cuida ahora su voz? Joaquín Sabina, por ejemplo, el día de sus conciertos no habla.
–Si estoy en medio de una gira con conciertos seguidos y varios kilómetros recorridos, también disminuyó el habla: no hay otra manera de descansar las cuerdas vocales, como no hay otra manera de descansar los músculos del cuerpo, que tirarte en un sillón o en la cama. En mi caso, pese a que desde marzo no tengo recitales, salvo la grabación de Alta en el cielo, su presentación y algún evento más (cantará el 18 de noviembre –ya con entradas agotadas– en el Estadio José Amalfitani, de Vélez Sarsfield), cada semana sigo respetando mis clases de canto, que son distintas a los entrenamientos vocales. Así que cuando empieza la actividad, los músculos de mis cuerdas vocales y ellas mismas están bien preparadas.
–Hablo de su condición de autodidacta a nivel vocal… ¿Y con la guitarra?
–Aprendí solo, viendo tocar a mi hermano Ariel y consultando los libros Enseñanza de guitarra de Arnoldo Pintos, que explicaban la manera de poner los dedos y demás. Para estimularme, mi papá me repetía que Arnoldo era mi tío, lo cual no era cierto. Entonces yo tenía los libritos de “mi tío”, que eran de distintos colores, con canciones sobre todo folklóricas. Tenía mi voz, mi guitarra, sólo restaba soñar.
–¿Y aún sueña que canta, que hace música?
–Todavía sueño que canto, que hago música. Digo “todavía” porque, si bien uno sueña más despierto que dormido, ya que dormido no controla qué va a soñar, en mis sueños de la noche cada tanto me descubro en situación de escenario. Se trata de sueños que siento como premonitorios: con la sensación en el cuerpo, cuando despierto, de haber estado ahí.
"Lo que hace el público para ir a verme ya me parece de ciencia ficción, inexplicable, un gesto realmente muy generoso"
Pone cara de complicidad cuando le contamos –para ilustrar sobre la trascendencia de un artista del pueblo– que alguna vez a León Gieco intentaron obsequiarle un terreno ubicado en la calle León Gieco (así bautizada por la devoción del pueblo norteño hacia el santafesino). Entonces Abel sube y baja la cabeza en señal identificatoria, para luego tocar tópicos como el reconocimiento, la admiración y el amor popular: “A mí lo que más me hace tomar conciencia del recorrido de mis canciones y de mi recorrido a través de ellas son los actos escolares. Cuando año a año compruebo, a través de las redes o porque me muestran o cuentan, que en los actos de las escuelas siguen cantando mis temas. En un principio, apenas empezaba a ocurrir, yo pensaba, como se dice ahora, que ‘claro, es porque estoy muy pegado’. Pero ya pasaron quince años de la primera vez y la cosa se mantiene. Eso me hace tomar conciencia de cuánto viaja uno a partir de las canciones”, reflexiona.
–A partir del ejemplo de Gieco, ¿qué fue lo más extraño o alocado que ha hecho algún fan por usted?
–No sé qué puede ser lo más curioso, pero te voy a decir que antes de subir al escenario me gusta el ejercicio de tomar conciencia de lo que significa para una persona sacar una entrada, darse un baño, cambiarse, subir a un auto, un taxi, un colectivo o ir caminando por la calle, entrar en una sala, sentarse a lo largo de dos, tres, cuatro horas a veces –porque yo soy un hombre de conciertos largos–, para luego repetir el recorrido de regreso al lugar desde donde partió más temprano. ¡Son muchas horas y mucha energía invertidas en compartirlas conmigo! Sí, compartir lo que esa persona elige y le gusta, pero que a la vez es lo que yo más amo hacer en la vida. Eso ya me parece de ciencia ficción, inexplicable, un gesto realmente muy generoso. A partir de ahí, cualquier extra o condimento que pueda sumar, ya se va hacia otra liga, sin dudas.
–¿Qué significó, significa y significará Gieco en su existencia?
–Un ídolo. Para mí toda persona que estuviera alrededor de Mercedes Sosa –y vuelvo a ella– era un ser divino, de otro planeta. Y León estaba muy cerca, no sólo cantando, sino adentro de su corazón. Y después, en fin, que produjera mi primer disco (Para cantar he nacido, de 1997) y me llevara de gira a lo largo de dos, tres años, no hizo más que enaltecerlo ante mis ojos. Lo quiero y admiro tanto que, aunque sé que él me considera su amigo, a mí me cuesta decir que yo lo soy de él.
"Quise sacar las canciones patrias de la vitrina de los museos, para ponerlas sobre la mesa"
"Intuyo que se trata de algo distinto”, responde apenas le preguntamos si Alta en el cielo es para él lo que De Ushuaia a La Quiaca fue para León. Y expone el siguiente análisis: “De Ushuaia a La Quiaca se trató de un trabajo antropológico, de una cruzada para poner a todo un país y su cultura en una vidriera donde jamás había estado. Con Alta en el cielo el camino es otro. Porque son canciones que todos conocemos y permanecen, si bien es cierto que varias no están tan abrazadas por nosotros. Por eso la intención del álbum apunta a traerlas de nuevo. No a los actos escolares, porque allí varias suenan, sino a los hogares. Es sacarlas de la vitrina de los museos, para ponerlas sobre la mesa, porque identifican a nuestra historia –apuntala–. Tenemos el derecho y la posibilidad de cantarlas en cualquier momento, o de escucharlas en el aula, sin necesidad de que haya una fecha patria. Ésa fue la intención, y también darle un material más contemporáneo en audio –no tanto en reversión– a los docentes de nuestro país que trabajan día a día en ello”.
–¿Cuándo empezó a soñar con cantar las canciones patrias?
–En la escuela (Nº58 “Día del Camino”, en Ingeniero White) y como intérprete, no como alumno. Había recibido de regalo en el colegio un CD con versiones nuevas de las canciones patrias. Se titulaba El grito sagrado (1998) y contaba con voces de cantantes, volvemos al “muy pegados” de aquella época: Pedro Aznar, Fabiana Cantilo, Sandra Mihanovich, Jairo, Víctor Heredia, Juan Carlos Baglietto, Lito Vitale. Escuché el compacto y me dije (gesto de sorpresa): “Pero, claro, ¡uno puede cantar estas canciones!”. Se generó ese deseo en mí. Estaba en el colegio primario. Yo ya quería cantar, pero no sabía dónde. Mis padres no podían dedicarse a armarme una carrera. Así que comencé a autoproducirme, a automanagerearme, a buscar lugares para hacerlo.
En la escuela empecé a soñar con cantar las canciones patrias. Lo primero que se me ocurrió fue ir a hablar con la directora: ‘Veo que cada vez que hay un acto escolar se le complica encontrar chicos para participar. Nadie quiere recitar el poema, disfrazarse, actuar... Bueno, déjeme resolverle ese asunto y usted me resuelve un asunto a mí’. ‘Ok, vamos a ver cómo nos va...’, aceptó. Pronto me procuré cuatro o cinco conciertos anuales seguros. ¡Hablo de las fechas patrias!"
–¿Entonces?
–Lo primero que se me ocurrió fue ir a hablar con la directora: “Veo que cada vez que hay un acto escolar se le complica encontrar chicos para participar. Nadie quiere recitar el poema, disfrazarse, actuar… Bueno, déjeme resolverle ese asunto y usted me resuelve un asunto a mí”. “Ok, vamos a ver cómo nos va…”, aceptó. Pronto me procuré cuatro o cinco conciertos anuales seguros. ¡Hablo de las fechas patrias! Un 17 de agosto, día en que se homenajea al General San Martín, encabecé mi primer concierto solista después de haber decidido que iba a tomar ese camino. Lo cual tuvo mucho sentido porque con el paso del tiempo me volví un gran admirador del trabajo, la carrera y la historia de don José.
"Es fundamental la memoria individual y social, para poder sanar"
No titubea al hablar de los argentinos, aunque se preocupa por buscar un costado positivo a la hora de definirnos. “Los argentinos somos muchas cosas. Tenaces, seguro. ¿Qué defectos tenemos? Me parece delicado generalizar en cuestión de defectos. Los aciertos y los errores van a suceder siempre, la cuestión es que las cosas se hagan mancomunadas”, entiende.
–¿Y qué hacemos con los errores?
–Por eso en distintos contextos se habla mucho de la memoria –analiza–. Es fundamental la memoria individual y social, para poder sanar, saber dónde hay que seguir trabajando y que los errores cometidos y lo que nos hizo sufrir no se repitan. Insisto, de la misma forma que entiendo que los defectos son delicados de generalizar, me parece que la tenacidad sí es una virtud oportuna para señalar. Porque los distintos contextos demuestran que somos un país tenaz lleno de historias relacionadas con seguir adelante y no aflojar. Así que…
–¿Sí?
–Me suena más natural generalizarlo porque es parte de nuestro ser. Acá siento que me brota la sangre celeste y blanca. Todas las personas que han funcionado de una u otra manera como referentes en mi vida, en distintos órdenes y planos, han sido seres muy perseverantes en su forma de vivir, de trascender situaciones, de buscar otras maneras, de no quedarse parados aun en los momentos de gloria. Y también han sido seres muy solidarios: la solidaridad se relaciona mucho con la tenacidad. Yo tengo un espíritu muy constante y tiene que ver con eso.
–Su imagen, a partir de las giras, las canciones, su historia, delata en usted una aguda dosis de argentinidad. Por ello no sorprende que resida en Resistencia, Chaco, más allá de qué de allí es su esposa, Mora (Calabrese, 35)… ¿Usted se siente un ciudadano del país?
–Sí, yo soy un ciudadano de todo el país. Para mí es natural estar en cualquier lugar. Tengo gente querida y conocida e historias de vida en muchos sitios de Argentina. Pero cuando vamos a nuestra casa de Chaco no significa que escapemos del ruido de la ciudad de Buenos Aires: es el pulso que mi familia y la que formamos con Mora necesita en distintos momentos. Somos muy compañeros, y de la misma manera que ellos van conmigo cuando yo tengo que recorrer, hago lo mismo yo cuando la cosa es al revés. Funcionamos así.
"En casa se escucha mucha música individualmente y variada: gracias a mis hijos me actualizo de manera constante"
Te diría que somos cuatro seres muy musicales”, describe al definir la relación de sus afectos íntimos con el área artística que tanto domina y lo llevó a obtener 17 Premios Gardel (entre ellos, 3 de Oro), dos Gaviotas de Plata en Viña del Mar, el Estrella de Mar de Oro y el récord histórico de agotar en pocas horas 31 funciones en el Teatro Opera Orbis. “En casa se escucha mucha música individualmente y variada. Agustín (2) canta el día entero en su mundo infantil. No sabés lo desarrollado que está el universo de la música infantil. ¡A veces me sorprendo repitiendo con él, en árabe, por fonética, temas que encuentra en las plataformas! Por su lado, Guille (Guillermina, de 15) es una de las personas con mayor capacidad que conozco para generar playlists: multigénero, son equilibradas, entre lo que uno conoce y ella descubre constantemente… Gracias a ambos me actualizo de manera constante en cuestiones musicales”.
–¿Mora y usted?
–Por una cuestión generacional, compartimos algunos gustos que traemos desde siempre. Por ejemplo, cuando nos íbamos a casar uno de los temas que más nos llevó conversar qué canción sonaría cuando entráramos al salón (se tienta). Finalmente fue Ave María, con Jairo en vivo... La música está adentro de los cuatro.
Autodidacta con la voz, aprendí guitarra viendo tocar a mi hermano Ariel y consultando los libros 'Enseñanza de guitarra de Arnoldo Pintos', que explicaban la manera de poner los dedos y demás. Para estimularme, mi papá me repetía que Arnoldo era mi tío, lo cual no era cierto. Entonces yo tenía los libritos de ‘mi tío’, que eran de distintos colores, con canciones sobre todo folklóricas. Tenía mi voz, mi guitarra, sólo restaba soñar"
–¿En esas playlist encuentran cabida temas suyos?
–(Suspira) Noooo. Aunque a Agustín le gusta mucho escucharme. Yo en casa me la paso, más que cantando, tarareando por lo bajo. Sin embargo, él pide en YouTube algunos temas míos y los canta y baila. Todavía le cuesta un poco verme arriba del escenario, porque quiere estar conmigo. Guille, por su parte, prefiere acompañarme a estudios, ensayos, y cuando la música que hago le produce algo lindo, me lo comenta. Para mí eso es algo hermoso y muy importante.
"Mi mujer muchas veces me señala que ciertas cosas que hablamos le gustaría que se las mencionara cantando"
Otro trago al vaso de agua que acompaña la entrevista, y el desembarco en lo que significa hoy la música para él. “Siempre funcionó de la misma manera para mí –arriesga–. Y aunque con el paso de los años aprendí a verbalizar mis pensamientos y disfruto de las conversaciones, sigo sintiendo que a nivel emocional soy más certero en tres minutos de canción que en dos horas de charla (lanza una carcajada). Mi mujer muchas veces me señala que ciertas cosas que hablamos le gustaría que se las mencionara cantando y no hablando, no porque me quiera escuchar cantar sino porque soy más preciso en lo que canto que en lo que digo. Y sí, cuando hablo doy vueltas y vueltas, pongo ejemplos. Como que un día va a decirme: ‘Mejor componé un tema para esa discusión, así se nos hace más fácil a todos’”, resopla.
–¿Y qué sería usted sin la música?
–No tengo idea. Como te contaba, me conecté con ella en un momento de la vida que yo no lo decidí. Sucedió por algo, pero no sé por qué. De mis tres años apenas puedo conservar algún registro fotográfico, de dónde vivíamos, de cositas puntuales, y sin embargo no recuerdo, tal cual afirma el relato de mi familia, que ya me la pasaba cantando. Como hoy Agustín: se la pasa el día cantando, pero no sé cuándo va a registrarlo su memoria. Aunque con él, por fortuna, ya guardamos millones de videos diarios. Nunca tuve el tiempo ni la necesidad de pensar qué haría sin música. Lo único que puedo confirmar es que, aunque en algún momento trabajé en otra cosa para vivir o aportar, mi cabeza siempre estuvo en ella.
–¿Tiene otro talento menos conocido?
–Creo que no. Vuelvo a la tenacidad: soy muy tenaz. Ante cualquier cosa que me interese, soy muy aplicado. Me gusta dedicarme de lleno, por temporadas más largas o más cortas, pero de lleno. No sé: pese a que me considero un aprendiz en el golf, hace cinco años que le meto con todo, me entrego, aunque sea por temporadas cortas. No sé si tengo un talento oculto, pero sí le doy duro a lo que me llame la atención desarrollar.
–¿Cuál fue, es y será para usted el mejor de los mejores músicos?
–¿De nombre y apellido o cómo se compone el mejor de ellos?
–Los dos.
–… Probablemente lo pueda resumir en Gustavo Cerati. Algo difícil en ser un músico y sobre todo querido y conocido como Gustavo, es poder equilibrar entre lo que sabés hacer muy bien y a la vez no perder la capacidad de sorpresa y la intuición. Gustavo no sólo me parecía exquisito en su musicalidad: en cada proyecto además le surgía ese extra como de alguien al que hasta lo excedió el control en la creación… Un tipo siempre distinto a los demás, porque a la vez siempre era distinto con él mismo. No me lo veía planteándose: “A ver ahora qué voy a hacer de distinto…”. Cantaba tremendo, tocaba la guitarra increíble, tenía una musicalidad maravillosa y gran conocimiento, y al mismo tiempo contaba con una admirable y constante libertad creativa amateur. Él, si debiera sintetizarlo en una persona, es para mí la mejor clase de músico.
"Quiero terminar la secundaria y estudiar Psicología: la educación te abre el mundo"
"Siempre fui una persona muy agradecida”, comienza a desandar Abel Pintos los últimos momentos de reportaje. “Encontré en la gratitud, allá llegando a las tres décadas, un estado en el que me siento conectado de manera natural con las cosas y las personas. En ese estado mi conciencia indica que siempre tengo más cosas para agradecer que situaciones a resolver. Es mi forma de ver las cosas y transitar mis días. Ahora, no es cierto que lo primero que haya considerado al pensar en Alta en el cielo sea: “Voy a hacer un disco para ayudar desde este lugar”.
–Cuéntenos qué consideró...
–Todo nace desde un pulso individual y personal, uno persiguiendo un deseo en particular. Pero sí es cierto que la sola oportunidad de poder ponerme a trabajar en ello me hace sentir muy agradecido. Entonces comienzo a buscar la forma de que sea algo colaborativo con los demás. A veces esa forma es más amplia y vistosa, como con las canciones patrias, y a veces en un círculo más íntimo. Busco eso, pero no desde una falsa humildad de querer ser constantemente como un tipo solidario, sino para compartir. Todo lo compartido, para mí es más valioso.
La educación es fundamental. Te abre el mundo en forma y en línea de tiempo: qué nos trajo hasta acá, qué somos y hacia dónde queremos ir. Los sueños son muy lindos, pero hay que construirlos, trabajar sobre ellos todos los días. Para eso te hacen falta herramientas concretas. La habilidad no es lo mismo que el conocimiento. Lo que viene del espíritu está bárbaro, pero necesitás herramientas. Porque, por más voluntad que tengas, si querés ser carpintero, necesitas madera, el martillo y los clavos. Nada se hace del aire"
–Habla de valioso, ¿qué más lo es? ¿La educación? ¿Es cierto que quiere terminar la secundaria?
–Sí, aunque el sistema educativo, desde que yo no terminé (en el Colegio San Martín, de Bahía Blanca), ha cambiado. Además, mis estudios los cursé en provincia y ahora estoy radicado en Capital… En resumidas cuentas, para terminar mi ciclo lectivo me quedan seis materias por rendir. Entre ellas, Psicología, Química e Historia. Hace dos, tres años que arranco, le meto, meto y meto, ¡con tenacidad, claro! (enfatiza), pero al final no llego a la mesa de exámenes o lo que sea. Ando cargado y dejo, para luego volver a intentarlo. Y así hasta que lo pueda terminar. No me puse plazo, pero quiero hacerlo porque me da mucha ilusión estudiar en la universidad.
–¿Qué carrera?
–Justamente Psicología... Es relevante la educación.
–¿Cuánto?
–Fundamental, fundamental. Te abre el mundo en forma y en línea de tiempo: qué nos trajo hasta acá, qué somos y hacia dónde queremos ir. Cualquier tipo de educación te da herramientas. La educación es básica y te instruye sobre la carrera que elijas. Los sueños son muy lindos, pero hay que construirlos, trabajar sobre ellos todos los días. Para eso te hacen falta herramientas concretas, que no se obtienen de otra manera. Lo que vos conseguís con la tenacidad del día a día es que tu espíritu se fortalezca y ganes ciertas habilidades, pero la habilidad no es lo mismo que el conocimiento.
–¿No?
–Son complementos. Lo que viene del espíritu está bárbaro, pero necesitás herramientas. Porque, por más voluntad que tengas, si querés ser carpintero, necesitas madera, el martillo y los clavos. Nada se hace del aire. Pasa lo mismo en el ser. Aparte, la educación iguala, nos da esas “mismas oportunidades” que todos reclamamos. Que vienen con la educación: la educación en casa, en el colegio, la formal, con el vecino, con el pueblo, con la ecología… Aprender. Con lo que aprendés, elegís. Yo lo recibí así y me sirvió para lo que construí en la vida.
Fotos: Chris Beliera
Producción: Sofía Perez y Santía
Estilista y maquilladora: Anita Espósito
Arte de GENTE: Gustavo Ramírez
Diseño de tapa: Mariana Alen
Diseño de edición interior: Inés Auquer
Videos: Martina Cretella y Rocío Bustos
Agradecemos a Plan Divino, Puma Argentina, Carla Di Sí, Cala Joyería,
Somos Gentleman, Giorgio Redaelli, Gabriella Capucci, María Barz, Ruth Drago
y muy especialmente a Martina Valía