A los 36 años y tras explotar en Netflix, disfruta su mejor momento: tiene programa propio en YouTube, suma 2,2 millones de seguidores en las redes, estrena película (Los adoptantes), gira con su banda musical y llega al Gran Rex (el 15 de noviembre, con su unipersonal Serendipia).
–Si uno ingresa en las redes, a su nombre lo acompañan muchas definiciones: comediante, malabarista, acróbata, clown, actor, mago, payaso, bailarín, standapero, youtuber... Antes de respondernos qué es realmente, cuéntenos un poco de Agustín Aristarán…
–Nací el 15 de septiembre del ’83 en Villa Mitre, Bahía Blanca, donde me mudé bastante, puesto que mis padres alquilaban. Hijo de Roberto –63, comerciante y emprendedor extremo– y María Inés de Cunto –61, fonoaudióloga– y hermano de Manuel –39, gran programador y contrabajista–, provengo de una familia de artistas, sea por hobby o por mentalidad. Primero me pegó la música.
–¿En serio?
–Sí. A los seis, siete años tocaba batería en La Baby Jazz Band, un grupo de nenes. A los 12 empezaron a pagarme por hacer de mago y nunca paré. Que malabares en semáforos, que de lanzallamas, que espectáculos a la gorra en la plaza, que fiestas infantiles, que casamientos. Cumplidos los 19 me vine a la Capital Federal. Éramos ocho amigos y amigas en una pensión. Quería conquistar el mundo. Aunque hoy me defino como Rada o Soy Rada (de pendejo uno busca ponerse un alias tipo superhéroe), me encantaría que en un futuro la marquesina dijera “Agustín Aristarán”, a secas. A quien me defina como artista, le agradezco. Sin embargo…
–¿Sin embargo?
–Yo prefiero llamarme payaso. Soy una persona con algunas herramientas al servicio de que el público se entretenga. No me va pintarme la cara. Igual que todo payaso, escondo un lado oscuro. ¡Mirá el Guasón y Pennywise (It)!
–¿Llora de emoción más de lo que ríe?
–Exacto. En la vida soy un chabón divertido que le escapa al centro de las reuniones. Sería patológico reírse las 24 horas. Mis maestros fueron Chacobachi (Daniel Cavarozzi), un payaso callejero que descubrí en Necochea, y el eterno René Lavand: aunque supieras el truco, sentías que lo suyo era magia real. E incluí al estadounidense George Carl y al inglés Rowan Atkinson (Mr. Bean). Cuando no trabajo, me quedo tranqui en mi casa.
–¿Cuál es su límite en el humor?
–El contexto. Se puede hacer humor con todo, ¡con todo! Aparte, lo hacemos en un asado; en cada grupo de WhatsApp abundan los chistes jodidos, etcétera. Ahora, si yo suelo proponer un humor blanco y la gente se acerca a verme, por respeto debo darle lo que viene a buscar.
–¿Qué opina de la tele?
–No me enloquece. Maneja otros tiempos e intereses a los míos, y yo no hago sólo lo que funciona. Mi prioridad es que sean cosas que me representen y diviertan. De ahí parto. Prefiero opciones como mi programa en YouTube (Radahouse, que consiste en charlas con gente que admiro, tipo Emanuel Ginóbili, Mario Pergolini, Roberto Moldavsky, Iván de Pineda), el teatro (ando girando de la mano de Serendipia), las redes (con las que me llevo bárbaro, en especial con Instagram, donde ando en los 1,3 millón de seguidores y genero mis propios contenidos) y el cine (participé en Re loca, El Rey León –le puse voz a la hiena Kamari– y Los adoptantes, que se estrenará el 14/11). También suma que mi show anterior llegara vía Netflix a 120 países, fidelizando mi nombre a nivel internacional, y mi costado musical, desde la banda Soy Rada and the Colibriquis, que a la fecha editó dos discos, Dada y Capucá.
–¿Cuál es su gran virtud?
–Encontrarles el lugar adecuado a las cosas, dentro de una alacena o desde el humor. Lo consideraba un TOC, pero terminé descubriendo que es mi talento. Me analizo desde pibe. Arranqué con psicoanalítico, ahora voy por el lado conductista.
–¿Cómo se imagina en una década?
–No hay forma; ni idea. Cuando uno piensa en el futuro se representa de qué forma le gustaría encontrarse, y no quisiera decepcionarme. Te comenté que, como todo payaso, escondo un costado oscuro.
Fotos: Christian Beliera y álbum personal de A.A.
Agradecemos a Claudina Sánchez.