A los 67 años está nominado a los Grammy Latinos por primera vez: “Desde el ’80 sueño con ganarlo”. De eso, de su fe, de Spinetta, de la vez que vio a Los Beatles, qué sintió cuando su hijo Tayda decidió ser trans y cómo sobrellevó los terribles accidentes de otros dos hijos –Nayla y Panchi– habla aquí.
No debe haber muchos argentinos que hayan visto tocar en vivo a Los Beatles. David Lebón es uno de esos pocos, pero lo cuenta con una naturalidad que parece haber sido testigo del recital de un primo en un pequeño club de barrio. “Es que no los tuve a dos metros. Me llevó mi vieja al Shea Stadium de Nueva York en el ’65, cuando tenía 12 años. Había gente por todos lados... ¡Gritaban hasta los tipos! Vi desmayos, ambulancias, canas que pegaban, me asusté. Y tocaban con dos bafles. ¡No se escuchaba nada! Yo, la verdad, estaba muerto con Los Beatles: venía adentro mío. La vez pasada conocí a Ringo. Estuve charlando un rato y es un caballero. Está preocupado, porque cree que a él y a Paul les puede suceder lo mismo que a John... Yo le dije: ‘Ringo, quedate tranquilo, que eso fue la CIA’”.
–¿Vos decís que no fue Chapman el asesino de Lennon?
–No. A Chapman le dijeron: “Te damos un palo verde en un mes”. Nunca se lo dieron y ahí está, adentro. Un día lo electrocutan y nadie se va a enterar.
–¿Realmente creés que fue una conspiración de la CIA?
–¡Es lo mismo que le hicieron a Kennedy! Era demasiado bueno para los Estados Unidos. Estaba arreglando el mundo, entendiéndose con Rusia.
Lebón –el Ruso, Davies– tiene una vida de película. Su madre, Alexandra, de origen ruso pero nacida en China, fue paracaidista y espía de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. “A ella le prometí que iba a ser famoso para que me dejara tocar la guitarra”. Su padre, Manuel, murió cuando él tenía ocho años. Le agarró asma, y con su madre se mudaron a Miami. Regresó a finales de los 60’ y empezó su historia con el rock. Fue pieza fundamental en las dos bandas emblemáticas de los 70’ y 80’: Pescado Rabioso (junto a Luis Alberto Spinetta) y Serú Girán (con Charly García). Ícono de la guitarra y gran cantante, tuvo éxito, problemas con la bebida y un autoexilio en Mendoza durante 12 años. De allí volvió limpio. Ahora sacó un disco de duetos con grandes éxitos (Lebón & Co., Sony, producido por Gaby Pedernera), que lo catapultó a una nominación a los Grammy como Mejor Álbum de Pop/Rock.
Llega a la entrevista en el estudio El Mejor –de la cantante Panda Elliot– junto a su mujer y manager, Patricia Oviedo. Está en medio de los trámites de la visa para los Estados Unidos, y –como casi todos los hombres– un poco aprensivo porque en breve lo deberían operar de dos hernias. “No me gusta que me corten”, dice antes de arrancar.
–En la tapa de tu nuevo disco, Lebón & Co., el negocio de la foto está en la calle Luis Alberto Spinetta. ¿Por qué?
–Me enamoré de eso que hicieron. Pero no alcanzaría el Universo para regalarle a Luis, ni hay una palabra inventada para decirle “te amo”. Es mi hermano, mi padre, mi hermana, mi hijo, todo. Lo extraño muchísimo. Ya lo lloré... Bah, lo sigo llorando. El otro día estaba viendo el documental sobre él y no pude terminar: tuve que cambiar. Me enseñó mucho, y también aprendió cosas de mí. Me lo dijo: “Aprendí a vestirme” (ríe).
–Vos tenías un look muy particular. Hasta tocaste vestido de mujer.
–Es que venía de los Estados Unidos. Acá no existían esos personajes. Los argentinos tenemos un muy buen corazón. El pueblo, eh. Pero cuando decís “el poder”, cagaste. Lo que se me ocurre cuando digo “poder” es “plata”. Para mí, el poder es sentarme a meditar, por ejemplo. Tuve la suerte de darme cuenta, cuando era monaguillo, de que no era la Iglesia, pero que había algo que hacía llover, salir el Sol: mi verdadero Padre.
–¿Cuando te fuiste a Mendoza para curarte dudaste de esa fe?
–Jamás. Pero tengo discusiones con Él. A veces le digo: “Pa, llegué al mundo sin un mapa abajo del brazo, y a veces me pierdo”. Yo hago lo que me pide: tener bondad y sabiduría. más allá de los libros. Hace 50 años que tengo un conocimiento, que es cerrar los ojos e ir hacia adentro. Después seguís siendo el mismo boludo de siempre pero mejor, más tranquilo.
–¿Cómo viviste las elecciones?
–No las viví. Fui a votar, pero no las vivo. La última vez que lloré por política fue cuando subió Alfonsín. Lloré mucho, porque venía de palizas, picana, de todo (Lebón fue torturado por la Triple A)... ¿Y qué pasó? La Tablada. Cuando vino Perón, ¡tiroteo! Pero no me puedo ir de este país. Lo amo.
–En una época te mudaste a Miami.
–Sí, pero es un embole. Una juguetería. Es para ir a comprar.
–Ahora vas a Las Vegas. Estás nominado a los Grammy Latinos.
–Sí. En el año ’80 estaba grabando con Mario Breuer. Salimos a mirar las estrellas y le dije: “Mario, ¡tengo unas ganas de ganarme un Grammy...!”. Mi corazón sentía que me lo merecía, que era un buen músico. Hay algo adentro mío que arde, pero no sólo por el premio. El resto de Latinoamérica no me conoce.
–Ahora anduviste de gira.
–Sí, el disco va bien, se escucha. Pero ya tengo 67 años, no 20. Me hubiera encantado que esto pasara a esa edad, o a los 30. Igual no me quejo, para nada. Estoy feliz: encontré lo que quería. Tengo hijos maravillosos –Tayda, Niklas, Panchi, Nayla y Hannah–, y ahora viene mi octavo nieto. Me muero de amor con esas cosas. Muchos son músicos.
–¿Cómo sos en el rol de padre?
–Cumplí. Me tocó serlo en la época de Serú. Tenía plata para mandarlos a una buena escuela, comprarles ropa, juguetes...
–Pero también sufriste. Nayla tuvo un accidente feo, se quemó.
–Estuve un año con ella en el Hospital de Niños. El único tipo que me vino a visitar fue Spinetta... y estábamos peleados. Lo vi venir llorando por el pasillo y me pegó un tremendo abrazo (se emociona). Yo también lloré con él. Luis me dio la señal de que hay muy buena gente en el planeta. Y con Panchi, que es baterista, también fue bravo: se cayó desde 60 metros con un parapente: se rompió el fémur, 24 huesos, y no sabíamos si se había roto adentro. Le recé hasta al Diablo. Fue en Mendoza. Se me congeló el corazón. ¡Y al final terminó en la misma cama y lo atendió el mismo médico que a Charly cuando se tiró del noveno piso allá!
–¿Te sorprendió que tu hijo Tayda haya cambiado de género?
–¿A vos te sorprendió que el hijo de nuestro presidente también sea trans? A mí no, jaja...
–No, claro. ¿Pero qué te pasó a vos?
–Me fue muy, muy difícil, porque era mi primer varón. Yo pensaba que íbamos a jugar a la pelota y todo eso, y en realidad jugamos a las muñequitas. En serio. Es mi mejor amigo, tiene dos facetas conmigo: me ama y me reta. Él me tuvo que acostar muchas veces a mí cuando estaba borracho, y taparme y limpiarme la boca. Tayda es lo más. Está en Nueva York, y pese a que lo re extraño le digo que se quede allá, porque acá lo van a gastar un poco. Hace música muy fuerte, con letras muy buenas.
–Nombraste a Charly antes. ¿Por qué no está en tu disco, siendo que es de duetos?
–Iba a estar Pedro (Aznar), y si estaba él era Serú, y para mí, si no está Moro (Oscar, el baterista, fallecido en 2006), Serú no está mas.
–¿Nunca pensaron en volver como hizo Led Zeppelin, con el hijo de Bonham en la batería? Porque el hijo de Moro, Juanito, también es batero.
–La gente quiere Serú, no Led Zeppelin (ríe). Yo no tengo problema en grabar un disco con ellos, pero sin tocar en vivo. Además, van a pensar que es por guita, ya está. Pero me preguntabas por Charly. Es un ser hermoso, divino, que la peleó a su manera: rompiendo cosas, yendo en cana, lastimándose, llamando la atención. Después escuchás las letras de sus temas y es puro amor.