Javier Calamaro relata una divertida anécdota en Almorzando con Mirtha Legrand – GENTE Online
 

Javier Calamaro reveló por qué tiene la entrada prohibida al programa de Mirtha Legrand

Javier Calamaro reveló por qué tiene la entrada prohibida al programa de Mirtha Legrand
El cantante visitó el programa Poco Correctos y sorprendió al contar un incómodo momento que tuvo con la diva de los almuerzos
Entretenimiento
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Este jueves el reconocido artista  Javier Calamaro asistió como invitado en el programa conducido pro el Chino Leunis,  Poco Correctos (El Trece) y recordó el cruce que tuvo al aire con Mirtha Legrand cuando acudió por última vez a Almorzando con Mirtha Legrand, allá por el 2019, y no quedó de la mejor manera con la producción y la conductora.

“Yo la quiero tanto... Ella me odia, pero yo la amo. Fui seis veces al programa de Mirtha, pero googleen, la última vez que fui me echaron a patadas en el culo. En ese momento tenía un programa en la Televisión Pública que se llamaba Concierto Extremo, donde íbamos con unos amigos y cantábamos a 5600 metros, buceábamos con yacarés, me embarraba todo. Volvimos de Misiones y Corrientes derecho al programa de Mirtha”, c", comenzó contando.

"venía de ocho días viviendo en la jungla. De ahí a lo de Mirtha Legrand. Yo no veía un vino desde hacía dos semanas. Hice un desastre, pero me morí de risa. El público también”, recordó Calamaro.

“Todos menos Mirtha”, le acotó el exconductor de El Hotel de los Famosos (El Trece). “No, claro. Mirtha estaba indignada. Yo me había tomado un par de vinos y ella me decía: ‘Javier, Javier, Javier’”, cerró Calamaro.

Javier Calamaro: “Soy humanista y animalista: uno que siente amor por el prójimo no distingue si alguien camina en cuatro patas o en dos”

El cantante, que en esta cuarentena lanzó su álbum Cuarentennial, presenta
con orgullo a su manada y cuenta su particular historia.

“En casa tenemos cinco perros rescatados… Cuando los encontramos –porque no los buscamos en un refugio– estaban más cerca de morirse que de otra cosa. Hoy están felices y saludables. De hecho, tengo que confesar que tres de ellos –Canelo, Alimaña y Cocoliso– duermen con nosotros en la cama… Digamos que es una casa donde las reglas son relativas, y los perros tienen las suyas propias”, arranca contando Javier Calamaro (55), desde su casa de Don Torcuato.

–¿Nos contás la historia detrás de cada adopción?

–Todos tienen una historia medio trágica, porque todos estaban en mal estado. Al Negro –el primero del grupo en llegar– lo encontró Paola al costado de la ruta, cuando ya no podía ni ponerse de pie. Después, Frijolito apareció deambulando por la calle en plena zona de casas tomadas, por Villa Ortúzar. ¡Tenía tantas garrapatas…! Se iba a morir de una infección. Canelo no tendría más de cinco meses y apareció corriendo desesperado por la Ruta 202, como escapando de algo. Cuando Pao logró agarrarlo se dio cuenta de que le habían quemado el lomo con aceite hirviendo. ¡Así de h… de p… es la gente! No sé si trataron de matarlo o qué. Esa marca le quedó de por vida, porque ahí ya no le crece la piel. Después, Alimaña prácticamente se metió sola: literal, abrí la puerta de casa y estaba ahí, mirándome, y se metió entre mis piernas. El último en llegar fue Cocoliso. Pao se enteró de él cuando alguien publicó en un grupo de Facebook que había un perrito en un basural de Zona Norte, yendo para el lado de El Talar. Fue a sacarlo directamente de la basura. Él es el único perro que bauticé.

–¿Por qué le pusiste Cocoliso?

–Por un personaje de comedia que veía cuando era chiquito. Como lo vi ultra simpático, me pareció que iba. Está muy viejo y muy hecho bolsa el pobrecito, ¡pero tiene un encanto natural! Nosotros creemos que los perros tienen el mismo encanto natural que las personas.

–¿Siempre pensaste eso?

–No, mi cariño con los perros surgió con el paso de los años. De hecho, mamá Calamaro no nos dejaba tener mascotas de ningún tipo. Yo agarré las ganas cuando descubrí lo que es adoptar un perro de la calle con Tina, una bóxer que rescatamos ni bien nos pusimos de novios con Paola, hace once años. Ahí me di cuenta de que es una vocación de la que no me arrepiento, porque me hace feliz ver felices a los perros. Además, realmente les veo una personalidad muy marcada: uno es más ladino, el otro bueno e inocente, el tercero cabrón, el de más allá chistoso…

–¿Qué pasó con Tina?

–Falleció de un cáncer linfático. En el medio pasaron varios… Están todos muy maltratados. Como no tenían nada para comer, tragaban piedras, maderas o latas. Y uno hace lo que puede, pero a veces no duran mucho, porque algunos están viejos y muy enfermos. En un momento llegamos a tener ocho.

–¿Cómo manejás el tema del veterinario?

–¡Es un amigazo! Yo soy el sueño cumplido de Roberto Carlos: tengo un millón de amigos de todos los barrios, de todos los colores, de todos los niveles sociales y de todas las profesiones. Uno de ellos es Sebastián, el veterinario que viene a casa.

–Mejor que sea a domicilio… Sé que tenés problemas para juntarlos.

–Sí, Frijolito, el más chiquitito, tiene muy mal carácter y odia a los otros perros: sólo tolera a las hembras. A él lo tenemos durante el día adentro de la casa con Alimaña, mientras los otros tres están en el jardín, y a la noche invertimos. Es un tema logístico, pero está todo bien porque hay espacio suficiente: vivimos en una casa enclavada en un terreno de 2.700 metros cuadrados. Están súper cómodos. De hecho, adelante tenemos otro jardín que nos ayuda a tener separados a los nuevos. Una norma básica del rescatismo animal es no juntar a un recién traído con los que ya están.

–Ya que hablás de normas, hay muchos rescatistas que están en contra de que se compren perros de raza. ¿Qué opinas de eso?

–¡Que estoy en contra! Es una cuestión de sentido común. El tema de la compra-venta de mascotas, salvo casos excepcionales, ¡es un espanto! Vas al lugar donde los venden y te encontrás con una perra atada a la que le están dando masa todo el día para que tenga cachorros. Ese negocio muy pocas veces es noble y respetable: en la mayoría de los casos es criminal. Y no se hace lo suficiente para que todo el mundo lo sepa.

–Con todo lo que contás, ¿es cierto que no te considerás rescatista?

–Así es (ríe). Conozco gente que se dedica a la solidaridad animal como una actividad principal en su vida, y no es mi caso. Pero si a Paola le pinta por ese lado, a mí me parece genial, porque somos humanistas y animalistas. Me parece que uno que siente amor por el prójimo no distingue si alguien camina en cuatro patas o en dos.

–¿Les cantaste alguna vez a tus perros?

–No. Seguramente se quedaron horas y horas al lado mío mientras yo cantaba, pero normalmente estoy muy concentrado en mi propio mundo, porque para mí cantar es un acto creativo, terapéutico… Y debo confesar que tampoco les compuse: el ser humano ya me da demasiada letra (ríe).

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