Ni rodeado por una innumerable cantidad de pantallas led que emiten distintos ciclos del exitoso conglomerado mediático que encabeza en el Cono Sur del continente americano. Ni vestido como James Bond, descendiendo de un impactante descapotable, presto a dar órdenes. Tampoco con aires de empresario, desafiando al tiempo para alargar las horas del día… La imagen que Darío Turovelzky (44) tiene de sí es la del líder de un equipo de malabaristas chinos “que intentan que no se les caigan los platitos que sostienen en sus palos”.
–¿Eso, o algo parecido, resulta para usted ser, desde 2020, director general de ViacomCBS Cono Sur y vicepresidente senior de Contenidos Globales?
–Más o menos, sí. Nosotros procuramos funcionar entre todos como una especie de relojito suizo: si una pieza falla, falla el resto. Sé que soy la cara visible del engranaje, pero sin el mejor equipo –porque lo tengo– y su brillo, nada podría hacer yo, me opacaría.
–Con más de un cuarto de siglo de experiencia en la industria audiovisual y a la cabeza de la creación de contenidos en Telefe desde 2016, parece que su desempeño en el último lustro no paró de abrirle un camino envidiable y desafiante.
–Seguro que desafiante (sonríe). Tras la llegada de Viacom –que adquirió el canal y me permitió asumir un co-liderazgo con Guillermo Campanini–, en diciembre de 2019 la compañía se fusionó con CBS (ambas propiedad de la familia Redstone), y me propuso encabezar la región que incluye a Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y Paraguay. Así empecé a armar mi equipo, apuntando a una permanente y completa sinergia internacional en las distintas plataformas.
–El facilismo nos invita a hablar sólo de Telefe, pero ya ni usted ni el medio piensan sólo en la televisión abierta, ¿verdad?
–Tal cual. Se enfoca en formatos de producciones propias (por citar una, 100 días para enamorarse), para vender como enlatados en distintos lugares del exterior, caso Dubai, Rusia. Hoy Netflix, para el caso, emite a puro suceso 100 días para enamorarnos, la versión de Telemundo hispana de aquella serie que protagonizaran Carla Peterson y Juan Minujín. Nuestro ecosistema se amplió. Si bien Telefe posee un gran peso específico y llama la atención por sus contenidos originales, la realidad es que ahora ViacomCBS se ramifica en distintas líneas de negocios. Bastante de lo que elaboramos es replicado en otros territorios y plataformas. La competencia ya no es sólo por la tele. “Competimos contra el sueño de la gente”, como definió Reed Hastings, el fundador de Netflix. Vamos tras su tiempo. Los hábitos cambiaron… ¿Vos sos papá?
–Sí, de dos hijas.
–… que seguro saltan de un teléfono a una iPad, a una computadora. Por eso el secreto consiste en alimentar de material, repito, a las diversas plataformas. Consideramos a la televisión como un soporte con una enorme boca de expendio. Porque, claro, cuando hablamos de Telefe hablamos de un canal que lleva nueve años a la cabeza y transita 39 meses consecutivos de liderazgo, superando el cuarenta por ciento de share, un número histórico. Y a partir de ahí, el que no ve tele abierta se relaciona con su contenido de otra manera: Mi hija abrió una cuenta privada y sube videos de programas. Como te digo, hay una audiencia que consume contenido desde otros escenarios.
–¿Entonces no llegará el fin de la tevé que siempre conocimos, tal cual se viene vaticinando?
–Miradas apocalípticas hubo hasta sobre la radio y el cine, y ambos siguieron y seguirán. La televisión está más viva que nunca. Nosotros lo sentimos así. Por eso hemos elevado la calidad de los contenidos y venimos sumando propuestas innovadoras que, además de atraer a la gente con sus vueltas de tuerca, les interesen a los anunciantes, de los que también vivimos. Dos casos ilustrativos: Telefe fue el primer canal en programar un ciclo de competencias de cocina en prime time, y lo hicimos evolucionar con MasterChef Argentina, MasterChef Junior, Los dueños de la cocina, Bake Off, MasterChef Celebrity, ahora el diario… Lo mismo partiendo de los ciclos de talentos: Popstars, Go Talent, Operación Triunfo, Elegidos, La Voz, que se viene… El reto es ponerles una capa original a las propuestas que funcionan.
Imbatible al Tutti frutti, Turovelzky pronto aclara: “Bueno, no sé si taaaaanto, pero me admito con cierta habilidad para ese juego”, lanza y desafía: “De chico anotaba las palabras en un cuaderno y las aprendía. ¡Ningún mulero se me puede resistir! Lanzame cualquier categoría, y te contesto. E informo, para el caso, que colores con ‘e’ no existen ni vale ‘esmeralda’”. “¿Dorado?”, le consultamos. “Podría discutirse”, responde veloz antes de entregar una segunda explicación, que se extiende a un análisis de mayor amplitud: “Jugar al Tutti frutti es una enseñanza que me dejó el primero de mis dos grandes mentores, de mis Miyagui”.
–¿Quién?
–Mi abuelo Miguel, que ya murió. Como mis padres se habían separado y andaban ocupados, yo solía pasar tiempo con él. A mis cinco años me enseñó a jugar al ajedrez. Y a mis once ya me llevaba al Parque Rivadavia para que enfrentara en mesas fijas a señores de trayectoria, quienes cuando les cantaba “¡Jaque mate!” desempolvaban dudosos reglamentos, no aceptando haber perdido. Entonces el abuelo me sugería al oído: “Tranquilo, Darío. A estas personas no tenés que ganarles tan rápido”. Y así con todo. Mis veintiocho años en los medios los recorrí siguiendo su estela.
–¿Cómo se inició dentro del ámbito de la comunicación?
–En la producción y diagramación de Les Nouvelles Esthétiques, una revista que hacía mi papá en Río de Janeiro, adonde se mudó. Yo sacaba y revelaba fotos con las cubetas, iba a la imprenta… También armé un programa de radio con amigos. Lo cierto es que cuando terminé la secundaria en la Escuela ORT, donde me incliné por la especialización en medios de comunicación, decidí no irme de vacaciones, para mandar a distintos lados mis proyectos y currículum. Uno fue para el programa Día D, de Jorge Lanata, allá por 1996/97, al que ingresé después de que su asistente me anticipara que uno de los chicos que atendían los teléfonos se había ido. Pagaban cien pesos por mes, menos de lo que gastaba en viáticos, el pancho y la Coca, pero significaba meter un pie en el circuito, y debía aprovecharlo. Entré para anotar los mensajes que leía Adolfo Castelo. De a poco salté a asistente de producción, a productor de piso y a productor periodístico. En el medio formé parte de Contacto visual, un ciclo de Dardo Ferrari dedicado al cine, que tanto adoro, por Canal 9: editaba, guionaba, hacía backstages con artistas extranjeros como la leyenda Raúl Juliá.
–Cuéntenos su desembarco en el team de Susana Giménez. ¿Cuándo fue?
–Allá por 1997/8 Juan Carlos López, el maquillador de Lanata y ella, me contó que buscaban un asistente de producción. Acudí a un casting de dos cuadras y media. Tras esperar unas semanas, quedé entre tres. Me entrevistó el legendario Luis Cella. Sobre su escritorio robaron mi atención unas piedras talladas en mármol con las palabras “insistir”, “persistir” y “resistir”: hoy son mi lema. “Te elijo porque pasaste por lo de Jorge Lanata y porque me encanta la ORT”, me contrató. Ahí entré en Telefe. Los meses que Susana descansaba, yo cubría La movida del verano, de Juan Alberto Mateyko. Por aquellos tiempos los dueños del canal adquirieron el 9, lo llamaron Azul Televisión y me convocaron. Aunque yo disfrutaba de un espacio que explotaba de rating, supieron convencerme: “¿Querés seguir siento cola de león o preferís convertirte en cabeza de ratón?”. Me la jugué y entré. De 1998 a 2000, ya como productor, arranqué un montón de ciclos y transité hermosas experiencias. ¡Cubrí el Carnaval de Río, los Latin Grammy, dos entregas de los Oscar! Aprendí una barbaridad. Luego aparecería mi futuro nuevo mentor… Gustavo…
–¿… Yankelevich? ¿No habían compartido momentos en Telefe, cuando él era director artístico?
–Tal cual, aunque apenas me lo había cruzado en algún pasillo. “No te conozco personalmente, pero en mis años de Telefe no paré de recibir pedidos de programas que te querían como productor”, lanzó de entrada. “Mi proyecto te va a volver loco. Quiero hacerlo con vos”, me tiró, poniendo tres VHS de Popstars para ilustrarme de qué se trataba. Acepté. Lo encaramos desde Azul en 2001, uno de los años más difíciles del país, y le ganamos a toda la competencia. De allí surgió Bandana y yo, como empleado de RGB Entertainment, la empresa de Gustavo, terminé encargándome de la versión brasileña y siendo manager de la banda que surgió en el país hermano. Fue una década lanzando proyectos, asesorando a medios de Panamá, Chile, España, Israel, participando en el detrás de Floricienta y Chiquititas con Cris Morena, y viajando a comprar material en las ferias internacionales de Los Ángeles, Cannes y Las Vegas. Hasta que en 2012 Tomás Yankelevich, su hijo, que era director de Contenidos de Telefe, me convocó como gerente de Programación, Adquisiciones y Promociones. Gracias a ellos volví a desembarcar en el canal. Yo ya era como el hijo putativo de Gustavo… (disfruta de la definición).
Sabe cuatro idiomas (español, portugués, hebreo e inglés) y aprende un quinto (italiano). “Tras terminar el secundario, de donde salí a los 18 como Técnico en Medios de Comunicación, entré a un terciario. Terminé Dirección de Arte en Publicidad, y me metí en Diseño Gráfico, donde aún me resta un año y medio de carrera universitaria. Es una asignatura pendiente –cuenta Darío Turovelzky–. Soy inquieto. Me encanta aprender, ya sea idiomas, a tocar instrumentos, arte, cosas que me masajeen el cerebro. Hasta hice un curso de neurociencia para líderes (El mundo de las ideas), con Gerry Garbulsky, embajador de TEDx en Latinoamérica, para afianzar el tema de los vínculos”.
–¿Vínculos? Un término que no suele usarse en el Tutti frutti.
–Soy un fiel creyente en los vínculos y en el trabajo en equipo. Es el punto de partida. Sin eso… Cualquiera puede equivocarse, pero la motivación, la perseverancia, creer, son armas fundamentales para ello. A mí me pone contento cuando una iniciativa funciona, aunque me da más felicidad ver concretado una tarea mancomunada entre todas las áreas, porque acá no se salva ninguna por sí sola. La confianza tampoco se gana de un día al otro, sino mediante el vínculo. Me llama la atención cuando algunas personas de mi entorno laboral se sorprenden: “Che, ¡siempre contestás los mensajes!”. O porque no olvido un cumpleaños, pongo la oreja sincera por un tema personal, mando un presente dedicado o detecto un rostro que vi entre cientos.
–¿Siempre fue así?
–Mi historia me recuerda que en ningún momento se me cayó un anillo por barrer un estudio. Cuando llego saludo a todos, desde el tiracables hasta el director. Y no de manera demagógica. Es cuestión de crianza. Vuelvo a los vínculos… Me apoyo en ellos. Incluso los que exceden la rutina. Porque además, extendiendo la mirada, soy un fiel creyente de las alianzas estratégicas. Hoy prefiero que en alguna cuestión quizá ganemos un poquito menos, pero aliados a aquello que nos brinda mayor contundencia, mayor impacto.
–¿Cuánta gente tiene a cargo?
–En Cono Sur somos 1.700 empleados. Hay una tremenda planificación detrás, y áreas como Programación, Producción, Finanzas, Legales… Es un motor concatenado.
–¿Cómo lleva la motivación en el día a día? Defínase como jefe.
–Me reconozco una cosa medio verborrágica o “vomitiva” de tirar ideas. “Leo” las mentes reprochándome: “Basta de traernos propuestas y proyectos” (lanza una carcajada)… Yo arranco las reuniones con el Comité ejecutivo invitando a que cada integrante salga de su situación de confort. Voy inflando a esas ocho, nueve personas, para que trasladen la impronta a cada integrante de la compañía y busquen sus fortalezas. Está mal que lo diga yo, pero sé que soy un gran motivador, un entusiasta que intenta, ante todo, inspirar desde lo profesional y desde lo humano. Porque cuanta más gente se encuentra en ese estado, más se confía en un propósito. Ojo, que también hay que señalar los logros. Porque en la vorágine no se acostumbra destacar lo que se hizo bien.
–¿Un ejemplo?
–Nos pasó al escribir un pizarrón y leer cuánto logramos –de lo más chiquito a lo más grande– durante la pandemia. Lo ves ahí y te sorprendés. Hay que parar la pelota de lo macro. Y para eso necesitás empatía de la genuina, tender puentes con los de arriba, con los de abajo, con los pares, con otras compañías. No es algo unidireccional. Debemos felicitar, no sólo hacer notar los errores. ¡¿Cómo no resaltar que 2020, año de los Zoom y los escollos por el Covid-19 (yo hace un año que no vuelvo a la oficina), nos resultó muy bueno en términos de audiencia, facturación y rentabilidad?! Hay que celebrar la adaptabilidad y los esfuerzos para conseguir un resultado. Para mí la clave en el trabajo y en la vida radica en generarle sensaciones y emociones a la gente.
–¿Qué ocurre cuando usted se enoja?
–Intento conciliar. Jamás, jamás me vas a escuchar gritar. No profeso la escuela del rigor. Te lo digo entre cuatro paredes y vamos para adelante, tratando de correr siempre los límites. Somos gladiadores. Unidos hacemos la diferencia. Yo soy un líder que gestiona el liderazgo del otro mientras lo deja hacer. Mi estilo consiste en proponer, inspirar y motivar hacia un objetivo que nos estimule a todos y mejore el producto.
–¿Y si en el camino se le cae algún platito a uno de esos malabaristas?
–Hay tres que deben mantenerse siempre arriba: el liderazgo desde audiencia y la gestión de equipo, el de cómo atraer ingresos y el platito de los costos, para ser rentable estando en concordancia con el mejor contenido. Esos platitos, sostenidos por los responsables de cada área, no pueden caerse.
–Los platitos eran tres, como aquellas palabras que Luis Cella lucía en su oficina…
–¿“Insistir”, “persistir” y “resistir”?… Las mismas tres palabras que me regaló un “pollo” mío y ahora descansan sobre mi escritorio.
Por Leonardo Ibáñez
Fotos: Christian Beliera
Producción general: Mariano Caprarola
Asistente de producción: @sofiestherortiz
Retoque digital: Gustavo Ramírez
Vestuario: Sonia Lifchitz
Make up: @barbymencia, para Vero Luna
Agradecemos a Daniel Logarzo y al Hotel Alvear Icon (@alveariconhotel) y su personal