Ante la confirmación de que habrá una segunda parte de The devil wears Prada (El diablo se viste a la moda, 2006), la taquillera película protagonizada por Anne Hathaway, Meryl Streep, Stanley Tucci y Emily Blunt, todos se preguntan cómo será la secuela en medio de la explosión de las redes.
Recordemos que la película estuvo basada en la novela homónima de la periodista Lauren Weisberger, que se inspiró en las crueldades que sufrió como periodista al iniciarse en Vogue como asistente (Andrea Sachs, encarnada por Hathaway) de Anna Wintour, trabajo por lo que “un millón de chicas matarían”.
Mientras trascendió que el plot de la nueva entrega se centraría en la crisis que está atravesando Runway, la revista dirigida por Miranda Priestly, la “villana” inspirada en la despiadada editora de Vogue, revista GENTE reconstruye las historias locales que se dieron puertas adentro y que nadie publicó.
El mundillo de la moda en Argentina, especialmente tiempo atrás, era muy similar al film en cuestión. Un clima viciado de maltratos disfrazados de exigencias, con jefes hasta caricaturescos (uno “ha llegado a revolear en el escritorio el abrigo en la recepción cada mañana a lo Miranda Priestly”), productoras de moda desalmadas, asistentes “explotados” y hasta extraños pedidos que poco tenían que ver con lo periodístico.
Al mejor estilo El diablo se viste a la moda: Historias de periodistas principiantes en los medios argentinos
En la industria editorial y diversos medios de comunicación, el “entrenamiento” de cualquier periodista principiante hace dos décadas no era tan distinto al que recibía Andrea Sachs, la asistente de Miranda.
Tal como señalan nuestros entrevistados, “si sos asistente y estás aprendiendo es lógico que te van a tocar hacer las cosas que quizás las personas con más experiencia no quieren hacer porque ya lo pasaron”. Pero el asunto, destacan: “Era la saña con la que distribuían esos trabajos o con la que terminaban pidiéndote cosas fuera de lugar”.
“Trabajaba en comunicación pero me hacía servirle el café en sus reuniones, limpiar la mesa con gamuza, y cualquier actividad que se le ocurriera”, cuenta Camila, una periodista que ha pasado por los medios más reconocidos de Argentina pero que en ese, su primer empleo, temblaba al ser citada por su jefe. “Le gustaba hacerte saber que algo no le había gustado delante de todos”, rememora.
Por su parte, Cintia, que empezó en un programa de TV, relata: “En uno de mis primeros trabajos, el conductor era tan obsesivo que llegó a mandarnos a mí y a una compañera mails desde una casilla fantasma proponiéndonos trabajo en la misma franja horaria”. Al charlarlo entre ellas, advirtieron que “estaba probando nuestra lealtad y compromiso”.
Esos destratos, que hoy son más que reprobables, aseguraban algunos líderes de aquel entonces, “moldeaban” a los nuevos aspirantes en un medio de comunicación. Aunque no tuviera que ver con sus tareas, Carolina, hoy editora y en ese momento productora de un programa de radio, debía interrumpir sus tareas periodísticas a pedido del director de la emisora “para ir a pagarle los impuestos y hasta el alquiler”.
De soportar a “levantar la voz”
Luciana tenía 25 años cuando, embarazada de su hija mayor, trabajaba como asistente en una agencia de publicidad. “Al principio de la gestación tuve muchas pérdidas y como trabajaba desde casa, le reportaba a una mina muy jodida que me terminó llamando todo el tiempo para corroborar que estuviera haciendo reposo”, cuenta la hoy especialista en prensa.
“Fue tal el acoso, que terminé renunciando y me llamaron de la filial de Estados Unidos para decirme que tenía las puertas abiertas de la empresa para volver cuando quería”, completa. Al hacer un parangón con la temática del film, sentencia: “La enfermedad por el laburo que tenían los workaholic dieciocho o veinte años atrás era tal que no les importaba nada”.
Además, Luciana compara aquel momento con la actualidad: “Pasaban estas cosas porque no existía quejarse. Uno se callaba y agachaba la cabeza. Cuando no podías más, terminabas renunciando”.
Y analiza lo que ocurre con las nuevas generaciones: “Hoy se empiezan a defender de estas cosas mientras quizás en mi época no teníamos los recursos. Hoy son muchas las que alzan la voz exponiendo abusos, maltrato y acoso sexual en el ámbito laboral, algo que se celebra porque vamos creciendo como sociedad”.
La psicóloga Elvecia Trigo da pistas de cómo se puede actuar ante los excesos de jefes autoritarios
En diálogo con GENTE, la psicóloga Elvecia Trigo (MN 5442) se explaya sobre la natural asimetría de poder que se da en una relación entre jefes y empleados, a la vez que aporta recursos “para poder responder a posibles humillaciones y degradaciones”.
“Es importante que la persona que está empleada tenga una personalidad con la fortaleza suficiente para diferenciar si ese jefe que le tocó en suerte le da o no órdenes arbitrariamente que la pueden llegar a humillar o devaluar”, resalta la terapeuta.
“Es decir, hay que prestar atención a cómo ese jefe maneja su autoridad. Sobre todo si te trata como un subalterno al que le puede decir las cosas de cualquier manera y si te degrada en cuanto a no valorar tu tarea, nunca está conforme o sólo marca errores”, remarca la experta.
Enseguida, Trigo profundiza: “Si el empleado siente que siempre su jefe/a está disconforme con su desempeño y lo manifiesta de modo crudo, tiene que preguntarse cómo limitar este desborde de autoridad. Si recibe un trato despectivo, debería frenar y pensar cómo encararlo”.
En ese sentido, agrega: “He trabajado con pacientes que han necesitado justamente terapia para ver cómo encarar a su jefe, porque no se animaban y porque tienen miedo incluso de perder el trabajo. Ese es el tema de las personas que sufren este tipo de humillaciones tiránicas”. Y explica: “Ese malestar muchas veces se ve reflejado en síntomas como dolor de cabeza, angustia, insomnio, desgano. Hay que ver cómo detectar un jefe que muchos llaman ‘tóxico’”.
¿Cuáles son las herramientas para actuar? Lo explica Trigo: “Primero pensar lo que nos pasa, escribir las situaciones y después el diálogo. Y para encararlo se necesita mucha fortaleza y evidencias para que puedan comprender cuál es el planteo. Preguntarle al jefe qué es lo que no le convence y qué le molesta”.
Y enfatiza: “Es un diálogo complejo porque hay que tener una construcción psíquica estable y, en general, las personas que se dejan maltratar son personas frágiles y que aceptan muy pasivamente estos destratos, muchas veces por necesidad”.
Acerca de quienes ejercen la autoridad de un modo agresivo, plantea: “Si a uno le tocara algo así, se encuentra frente a una persona muy frustrada e intolerante, que también puede ser indiferente pero, a la hora de descargarse, lo hace de modo despectivo porque no controla sus impulsos. Le da lo mismo decir cualquier cosa y no tiene en cuenta la estructura psíquica del semejante, que es una persona que va a hacer su tarea lo mejor posible”.
Para concluir, Elvecia Trigo resume: “Los límites se ponen evaluando cómo nos hace sentir la situación y luego poniéndolo en palabras porque, se supone, la idea de ambas partes debería ser mejorar el vínculo”.
Las increíbles anécdotas de las “Anna Wintour locales”
Si parece que las historias presentadas en esta nota sólo pueden pasar en las películas, la vida real muchas veces le gana a la ficción. Muy a lo Miranda Priestly y respondiendo al standard de otra época, la jefa de Roxana, una periodista que trabajaba en una revista adolescente, no sólo le daba eternas tareas en el archivo (con las que casi no veía la luz del sol), sino que “en los correos de lectores le exigía que sólo incluyera mensajes de niñas hegemónicas. Discriminación ni siquiera solapada”.
Su jefa en una revista femenina, cuenta Sonia, era una verdadera “Anna Wintour, pero poco dadivosa”. En lo que es una anécdota banal, mostraba su costado más despectivo. “Cuando le llegaban perfumes importados, se quedaba con los frascos y le regalaba las cajas vacías a su equipo de arte. Decía: ‘¡Para ustedes que les gustan estas cosas!’”.
Otro asunto con el que se suele lidiar en el medio tiene que ver con la apropiación de ideas ajenas. Así lo cuenta la periodista Soledad Ferrari quien, en sus primeros pasos por una revista femenina, le propuso a su jefa inventar una publicación nueva, con una temática completamente diferente.
“Le llevé la idea desarrollada y la desestimó casi sin leerla. Al margen de que no era una líder positiva, porque lo único que hacía era ir a eventos y jamás se quedaba a un cierre de la revista (momento clave en el que la publicación va a imprenta), le llevé la propuesta al director de la editorial y le dije que la idea era de ambas”, continúa la periodista.
Y expone como siguió: “En realidad, ella no había aportado nada. Pero al director le fascinó tanto que llamó a mi jefa y la felicitó. Meses después la revista se presentó en uno de los hoteles más lujosos del país, donde ella dio un discurso donde relataba cómo se le había ocurrido la idea. Le aumentaron el sueldo y yo no tuve ningún tipo de reconocimiento”.
“Era muy joven, tenía que pagar una hipoteca y no tenía la experiencia de vida que tengo hoy”. Claramente hoy no me ocurriría”, suma la autora de los libros Las Blaquier, Máxima una historia real y El negocio de la salud, que en Instagram (@soysoleferrari) brinda un taller online sobre “explotación emocional, física y emocional, para aprender a ponerte y poner límites”.
Fotos: Archivo Grupo Atlántida y 123RF.