Diego Velázquez es de esos actores que se destacan entre miles, que tiene la capacidad de ponerse en la piel de personalidades históricas y darles su propio vuelo, como lo hizo con Rodolfo Walsh, en Variaciones Walsh, o con Tomás Eloy Martínez, en Santa Evita. También de encarar personajes como Remo, en Los siete locos y los lanzallamas, la adaptación televisiva de Ricardo Piglia de la obra de Roberto Arlt, donde su solidez actoral terminó de conquistar al público y a la crítica. No hay discusión, Velázquez, que lleva el nombre y apellido del pintor español de La Meninas, es uno de los intérpretes más respetados de la actualidad.
El marplatense de 48 años es egresado de la Escuela de Arte Dramático de la Ciudad de Buenos Aires y bailarín (estudió danza con Ana Frenkel, Cristina Barnils, Eugenia Estevez, y Andrea Fernández). También se interesó en el cine y en las artes visuales y fue docente auxiliar de Ciro Zorzoli en la cátedra de Formación del Actor de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD). Mientras que sus inicios fueron en el circuito del off, donde ha trabajado con varios de los directores más prestigiosos de la escena y la experimentación, fusionando la danza con la interpretación, hoy, a pesar de que mire con cierto recelo lo comercial, puede vérselo en varias de las plataformas de streaming.
Velázquez es de esos actores que uno ve y reconoce automáticamente aunque poco se sepa de su vida privada y no sea necesariamente ni un galán ni el protagonista. Sin embargo, es el actor al que sistemáticamente eligen y eligen. En los últimos años, sin ir más lejos y en tiempos donde las ficciones nacionales están en crisis, fue convocado para trabajar en la película Casi muerta, donde compartió pantalla con Natalia Oreiro y Fernán Mirás, y en las series: Argentina, tierra de amor y venganza (eltrece), Post Mortem (Flow), Entre hombres (Max), Santa Evita (Disney+) y El Reino 2 (Netflix).
Ahora el hombre de gesto adusto y nariz aguileña vuelve nuevamente al mundo de las ficciones con su personaje de Marcos Dorrego, en La mente del poder (la serie creada por Nicolás Mellino y Pablo Flores que estrenará el domingo 6 por TNT y el lunes 7 por Flow), donde Diego encarna al psicólogo del Presidente.
Sentado y rodeado de técnicos, Velázquez habla con Revista GENTE de su profesión, de los tiempos revueltos que vive el cine, de sus elecciones y de lo independiente en contraposición a lo comercial. También se muestra preocupado por la industria y sueña con poder contar historias más reales que retraten lo que vive un hombre de su edad en un país como la Argentina en donde, justo al momento de la entrevista, se estaba dando una marcha en reclamo para que se garanticen fondos para la Universidad Pública. "Estamos en peligro", dice y suma: "Hay una especie de saña contra el mundo audiovisual".
-Marcos es el psicólogo del Presidente, ¿Cómo fue prepararse para tamaña responsabilidad?
-Algo particular es que es un psicólogo que está atravesando una crisis muy profunda. Es decir que no es el psicólogo apto para atender. Cuando empieza la serie viene atravesando un duelo grande de su mujer, es adicto a las pastillas, tiene problemas con su familia... y quiere dejar de atender al Presidente, al que atendía cuando todavía no lo era. En el medio de eso una representante de una organización (el personaje de Elena Roger) lo empieza a chantajear para que manipule justamente al Presidente. O sea que de psicólogo profesional no tiene nada.
-Parece que necesita más terapia él que el presidente.
-Está como en el momento más bajo, lo agarramos cayendo y lo único que va a seguir haciendo durante los 8 capítulos es desbarrancar, porque todo eso se va profundizando... Hay un par de cosas que no podemos contar pero son fundamentales para la serie, que recién se develan en los capítulos 7 y 8 y hacen mucho a cuál era el verdadero problema que está atravesando el personaje de Marcos, que es muy grande.
-Pensando en el contexto actual, ¿Cómo sería ser el psicólogo de Javier Milei?
-No sabría decirte... Acá hay algo que hace la serie que tiene que ver con poner luz sobre ese espacio de lo presidenciable que tiene que ver con la salud mental de quien está a cargo del país, sea el de ahora o de los que pasaron. En realidad, nunca supimos quiénes eran los psicólogos de los presidentes. Calculo que tendrían, más al momento de ocupar ese cargo. Pero, en realidad, no sabemos nada. Y esto es una fantasía sobre ese espacio. Incluso el personaje de Mike Amigorena es de un presidente de fantasía, inventado. No es que vas a ver referencias directas sobre ninguno de nuestros expresidentes.
-En los últimos años venís siendo convocado para muchos proyectos del streaming (Santa Evita, El Reino 2, por nombrar algunos) con personajes bastantes diferentes, ¿Qué pensás que ven en vos y cómo te sentís siendo convocado en un momento en donde la mayoría de los actores manifiesta que hay falta de ficciones?
-Me siento agradecido y preocupado, porque digamos que el trabajo me armó muchísimo... Pero hay una especie de saña contra el mundo audiovisual. Las plataformas son el único lugar que está funcionando y dan trabajo a actores y técnicos. El cine se encuentra totalmente paralizado. Por eso hay tanto teatro, los actores están la mayoría haciendo teatro porque no hay forma de hacer cine. Se hace cine comercial, las grandes productoras van a seguir... Pero el cine que a mí más me interesa es imposible, es inviable ahora, no hay forma de hacerlo porque el INCAA está totalmente paralizado y sin saber qué va a pasar. En ese sentido, me siento agradecido de tener trabajo pero sé que es una circunstancia porque en nuestro trabajo siempre dejás de tener trabajo. Uno trabaja dos meses, después pasa mucho tiempo y quizá vuelve a trabajar. Entonces esa situación puede pasar mañana o en enero. Estamos en peligro nosotros, entonces no me deja tranquilo saber que hay un proyecto a futuro porque son cortos y porque después ya no sabemos cómo vamos a seguir.
-Leía por ahí que decías que no elegías los papeles por la plata sino por el arte. ¿Sentís que hoy no están esos papeles que te convocan?
-Tampoco es tan así. Pero es un poco lo que te decía del cine independiente que te permite jugar y hablar de otras cosas que no están regidas por la lógica comercial. Tengo que pagar el alquiler... Trabajo a medida que aparecen cosas pero trato, en lo posible, de que sean cosas que me gusten y de no tener el prejuicio de que en un espacio comercial pueda suceder otra cosa. He hecho películas comerciales que me han interesado por los directores o por los actores con los que me tocaba actuar. No es que me cierro y hago solo una determinada cosa. Pero sí es difícil porque uno tampoco es que elige. Uno elige dentro de lo que le proponen y por ahí te proponen poco o todo tiende a ser igual a lo último que hiciste. Entonces... ver ahí qué, sí sé que hay cosas de las que no me gustaría participar y a esas les digo: "No". Pero después estoy abierto a conocer y a escuchar propuestas.
-Incluso te animaste a hacer comedia, como con Casi muerta, con Natalia Oreiro y Fernán Mirás. ¿Qué tipo de papel es el que más te divierte?
-Ay, no sé, algo nuevo. No soy muy prejuicioso con el tipo de personaje. Ya cuando siento que vengo de un abogado, un policía... quisiera otra cosa. Y quisiera también, que es lo que más añoro, conflictos reales de gente de mi edad en este momento en este país. A mí me gusta mucho el cine, soy muy fan, y veo otras cinematografías que se ocupan de los problemas propios como el cine rumano. El cine rumano es una belleza y quizá hacen una película con un hombre que cree que el vecino le está pegando a su mujer y es un conflicto que tiene ese vecino, y con eso arman una película con unas actuaciones increíbles que no tiene que ver con el dinero porque es una película chica. Quisiera que eso pudiera suceder acá también...
–¿Qué más te gusta?
–Todo. Me gustan las comedias en las que cantan, las comedias de Hollywood de Cary Grant. Pero bueno, todo requiere trabajo, plata y hay cosas que se pueden hacer y correrse un poco de creer que uno sabe lo que el público quiere ver. Creo que ese es el pecado de lo comercial, porque siempre repite lo mismo. Y quizá se da como una subestimación hacia al público.
-¿Cuáles son los conflictos de la gente de tu edad que te gustaría reflejar?
-Estamos atravesados. Estamos haciendo esta nota y hay una marcha en este momento. El otro día leía de las películas que había en Venecia y está este actor francés Vincent Lindon que la película por la que él ganó era de un padre que descubría que su hijo se había convertido a la ultraderecha francesa y es un conflicto enorme. Y acá es muy fácil hacer ese paralelo y poder crear una película que hable de las cosas que pasan dentro de las casas realmente, de los problemas... que no tiene que ver con un cine ni de denuncia ni mal tildado social. El tema también es que...
–¿Es que?...
–Al cine lo hace una clase social, entonces los problemas que toca son de esa clase, es un arte caro y no todos tienen acceso a eso. Calculo que habrá 10 mil historias interesantes con los problemas que tienen para alquilar los jóvenes, para conseguir trabajo... Después nos maravillamos en el BAFICI con películas de Laurent Cantet que habla del empleo del tiempo, un hombre que se queda sin trabajo... Pero acá no se nos ocurre hacerla. La podríamos hacer y esa película es más barata de hacer y a mí me darían ganas de actuar eso, todo lo demás, la acción, el suspenso, el thriller y eso, como algo más humano, contradictorio.
-Es difícil pensar en estos tiempos en hacer algo que no esté pensando para generar consumo y quizá, en ese camino, se pierde la esencia.
-Sí, pero a la vez las series en las que me tocó estar a mí... son cosas que acá la tele abierta no hubiera hecho nunca. Incluso esta serie, por la oscuridad que tiene, por los planos, la luz... por cómo es. Hice Entre hombres, en HBO, que es una guarrada y que acá no la hubiera financiado nadie. Entonces quizá una pequeña batalla a dar sería encontrar o poder filtrar nuestra propia identidad dentro de algo tan globalizado.
Fotos: Gentileza de Flow