Llegamos con una premisa: que el entrevistado nos dicte el principio y el final de la nota. Nadie mejor para solicitarlo que al contador argentino de historias del momento.
Claro que tras las presentaciones formales y los saludos, llegó el pedido y Hernán Casciari (53) no se amilanó:
-A mí me parece que en general se entra a estas historias por el true story, o sea buscando dónde está la verdad y dónde la ficción. Nos encontramos en una época en la que todo el mundo cuenta su historia -en TikTok, en Instagram, etcétera-, por lo que creo que las plataformas deben empezar a competir también desde ese lado, porque entiendo que cuando las cosas son reales, de verdad, la gente pica más. Así que, si me lo pedís, yo empezaría preguntándome cuánto es real de lo que conté en el libro El mejor infarto de mi vida, que escribí en 2018 y acaba de llegar al streaming.
–¿Cuánto es real, entonces, de lo que se cuenta en la ficción de seis capítulos de 35 minutos que acaba de estrenar Disney+? ¿Cuánto es real, más allá de aquellas licencias o piezas que permiten completar prolijamente el rompecabezas que conforma cualquier libro que ahora se convierte en serie, Hernán?
-Hay algo muy importante que pasa en la historia, ¡muy importante!, que es milagroso y la razón por la cual la historia tiene sentido. Me refiero al plot twist, el punto de giro o giro de la trama, algo sin lo que la historia no existe. Bueno, eso, en El mejor infarto… es verdad y lo más loco de todo. Después, bueno, si Rita Cortese se parece a tu mamá mucho o poco, si Alan Sabbagh hace de vos o es otra clase de escritor, son complementos. Hay maquillaje, una fórmula general muy buena urdida por los directores y los guionistas para que exista una atención dramática sobre todo durante el inicio, antes del infarto propiamente dicho, ¡pero cuando el gordo de la serie infanta, le pasa lo mismo que me pasó a mí, el gordo de la vida real, cuando infarté. De allí que si se llama Hernán o se llama Ariel (el personaje de ficción), si era poeta o era escritor de prosa, si le iba mal en la vida o le iba bien, si fumaba mucho o poco, es lo de menos. Lo importante es que trata sobre una persona que entra en una depresión muy profunda, se resigna, no le importa salir de ahí y cae. Y todo lo que pasa después de eso es la verdad de lo que pasó.
–¿En algún momento, mientras veía la serie finalizada, ¿se reconoció en la cara y el cuerpo de Ariel (Alan Sabbagh)?
–¿Sabés que sí? Más que en estas cuestiones mundanas de la vida, que pertenecen al relato ficticio, me vi por primera vez cuando lo meten al auto que avanza por las calles de Montevideo, que avanza rodeado por hinchas, producto de un partido de fútbol que se jugaba allí. Él se está muriendo y sabe que se está muriendo. Ahí el gesto actoral de Alan es perfecto. Esos minutos yo los podría suscribir: pasaron así, fueron así. Verlo en el asiento del copiloto, tratando de respirar no en automático, como respiramos todos, sino en manual, sabiendo que se estaba muriendo… ¡Era yo! Hay una sola situación que la serie no tiene y que mi vida sí tenía: una hija de 12 años. Y eso lo tornaba muchísimo más trágico, porque lo que yo me iba preguntando realmente mientras me moría en el auto era “¿Quién le va a avisar a Nina que no tiene más papá?”. Eso el Ariel de Alan no lo tiene.
–¿Usted pensaba que partía, nomás?
-No era un pensamiento: yo sabía, tenía la certidumbre de que me moría. Porque cuando te estás muriendo por un infarto no podés hacer nada.
–¿Y qué más pensaba en ese momento?
–En que ojalá fuera mi vieja quien le diera la noticia a Nina y no mi mejor amigo, que es muy brusco para contar las tragedias. Y entretanto me iba yendo.
“CAÍ EN UNA DEPRESIÓN TREMENDA. NO PODÍA PARAR DE COMER, FUMAR CIGARRILLOS Y FUMAR PORRO. HASTA QUE ME AGARRÓ AQUEL INFARTO”
Casciari dice, jura y perjura que para él escribir es “anotar ideas. En realidad para mí no tiene mucha importancia escribir, no me importa escribir -redobla su teoría-. A mí escribir me sirve para anotar ciertas ideas y que no se queden huérfanas de trascendencia. Pero apenas las anoto. La gramática, la sintaxis, que el párrafo sea hermosísimo me chupa reverendamente un huevo; no me importa”, define sin vueltas.
–¿Vive con una libreta en mano, como sucede con su personaje en la ficción?
–No, no, no. Él resulta muy distinto a mí en esa vida real anterior al infarto. Es poeta, debe escribir sin ganas el libro de un abogado mediático, su esposa lo deja, tiene una serie de problemones que yo no tenía antes del infarto. Tenía problemones, sí, pero no esos, aunque también me llevaban al mismo lugar.
–¿Cuáles eran sus problemones de esa época que lo llevarían al mejor infarto de su vida?
-Yo vivía en España y necesitaba vivir en Argentina, como quien necesita agua porque está muerto de sed. Pasaba que mi hija catalana de 12 años y mi mujer de ese momento ni en pedo querían venir a un país en crisis. Yo sabía que allá me asfixiaba y acá podía vivir. Pero me quedaba porque no quería ser un padre ausente. Y eso me hacía sentir para el orto. Antes de aquel infarto, caí en una depresión tremenda, no podía parar de comer, fumar cigarrillos y fumar porros. Era mi manera de morirme pronto mientras la valija quedaba en la entrada aguardando para ser llenada y regresar. ¿Te doy otro dato?
-Por favor.
–Yo miraba la hora de Argentina. Mi hora no eran las 23, eran las 19. Me importaba la temperatura de Argentina. Es más, allá ni siquiera vivía en el nivel del piso con mi familia, sino en un garaje. Era un tipo que estaba hecho mierda, hecho mierda.
-¿Así llegó a Uruguay, como se muestra en la serie?
–Tal cual, para dar el recital de cuentos en el SODRE (Servicio Oficial de Difusión, Representaciones y Espectáculos). Viajé con alguien que acababa de conocer en Argentina. Una relación de tres, cuatro días. Cuando infarto, me infarto con ella al lado. Y me ayuda junto con Javier y con Alejandra, los dueños de la casa de Airbnb que tanto tienen que ver en el relato. Los tres me salvan la vida y después todo cambia, todo mejora. Realmente fue el mejor infarto de mi vida, no es joda. Porque aquel infarto fue la excusa para quedarme a vivir acá, para cambiar mis hábitos, para volver a enamorarme, para un montón de cosas. La única contra fue que debí dejar de fumar inmediatamente, y al dejar de fumar dejé de escribir y de ser escritor, porque yo necesitaba el humo en la garganta para arrancar a escribir en serio. El día del infarto dejé de fumar, dejé de ser escritor y empecé a contar cuentos en voz alta, que es lo que hago ahora.
-¿Ahora no se siente escritor?
–No. Por eso digo: “Yo sólo anoto cosas. No soy esa gente que se sienta y piensa adónde va el objetivo para intentar seducir a otros… Yo quiero contar cosas para la gente que no escribe, la que no lee, para todo el mundo. Me interesa mucho más contarle cosas a la gente que hacer que lea. La lectura hoy es un lujo para pocos. ¿Quién tiene cuatro horas por día para leer una novela?
-¿Y siente que cuando cuenta lo que cuenta llega más a la gente?
-Muchísimo más que cuando escribía. Pero no un poquito, muchísimo. El otro día una familia me comentó: “Viajamos a Mar del Plata escuchando cuatro horas de cuentos tuyos en Spotify”. Cuando llegaron a La Feliz habían escuchando mis cuentos no sólo la mamá y el papá, sino también los chicos de siete y nueve años. Y pueden charlar de eso. Con un libro no podés. Un libro es solipsista, te lleva los ojos, el tacto, ¿cómo hacés? No podés leer un libro mientras estás en la pileta, manejás o lavás los platos. Audiolibros, sí. Hoy, en este mundo en donde es imposible estar dos horitas así, es mucho mejor contarle a la gente las cosas que hacérselas leer.
“NO PUEDO ESTAR EN OTRO LUGAR QUE ARGENTINA, PERO TAMPOCO LO QUIERO RECOMENDAR A LOS DEMÁS. ES UNA COSA QUE ME PASA A MÍ”
“Todos, todos, todos”, admite cuando le consultamos si además de dejar de fumar, acató los otros dos pedidos del médico que lo atendió después del infarto: hacer ejercicios y abandonar la sal. “Desde el 6 de diciembre del 2015 los adopté uno atrás del otro”, concede.
–¿Y cómo ve la vida a partir de esa fecha?
–Hay muchas razones por las que todo es más luminoso o está en colores, pero el principal motivo para mí viene por el lado de vivir en Argentina. Era todo lo que yo quería cuando no podía. Yo residí quince años en España, los últimos cinco realmente dolorosos, por extrañar y por no poder venir, ya que estaba atado a una relación parental mucho más importante que mi propia vida, mi hija. A los siete de Nina yo ya deseaba estar acá, y recién a sus 12, y gracias al infarto, lo pude conseguir.
–¿Y cómo funciona todo con ella, ahora de dos décadas de edad?
–Somos muy amigos. Todo funcionó bien, pero yo tenía un cagazo de perderla, ¡un miedo! de que a los 12, a 12 mil kilómetros de distancia yo no supiera que hablar con ella. La ausencia de cotidianidad, no poder dormir de noche me mataba. Ya acá andaba feliz, pero tenía mucho miedo. Debí hacer un enorme esfuerzo económico para lograr pagar al menos doce viajes a Europa por año: seis para ella y seis para mí. Trabajé un montón para conseguir esa guita y, además, para poder vivir. Cuando eso se solucionó, se solucionó todo. Ahora tengo a Pipa viviendo acá, que es la argentinita que nació después del infarto, y Nina sigue viviendo en Cataluña y viene cada vez que quiere.
–¿A qué se debe esa devoción nacional? ¿Qué magia guarda nuestro país que le robó y roba tanto el aliento?
–Aunque yo no creo que tenga nada especial, para mí sí. Quiero decir: no le recomendaría a alguien de Taiwán ni a un español que se venga a vivir acá. Es una cosa, ¡qué sé yo!, que me pasa a mí. Por mi mentalidad caótica, mi forma de ser, la infancia que tuve y porque no puedo estar en otro lugar.
-Joaquín Sabina sostiene que de todos los seres humanos se puede componer una gran canción; Juan José Campanella, que de todos pueden inspirar una gran película… ¿De todos puede escribirse un gran libro como El mejor infarto de mi vida?
-Sí, de todas las personas se puede escribir un buen libro. Solamente es cuestión de edición. No es que a las personas no les pasen cosas: las personas no saben editar lo que les pasa.
–Volvimos al tema de antes. Usted en sus redes se define como “editor”…
-Creo que editar es todo. Sí, yo tuve un infarto, me pasó una cosa con Julieta, y es una buena historia. Al matrimonio uruguayo le sucedió algo increíble con la evaluación de su servicio que hice y le significó conocer al dueño de Airbnb, y es otra buena historia, y así… Ahora, juntalas a tiempo, ponelas en el mismo mundo, explicalas de determinada manera y tenés una de las miniseries más lindas de Disney. Pero necesitás editar lo que pasa en tu vida para que eso ocurra y tenga sentido. Sin un editor -no sin un escritor- esta historia que a mí me pasó hubiera pasado desapercibida.
-Le íbamos a pedir un cierre, como le pedimos un inicio, pero… ¿ése es el mejor, verdad?
–Como editor, te aseguro que sí.
Fotos: Alejandro Carra y Disney
Retoque y montaje de fotos: Darío Alvarellos
Filmación: Disney
Edición video: Rocío Bustos
Agradecemos a Luz Scarponi