“Se fue dando naturalmente. Una vez que avancé y Juan comenzó a ver los bocetos, me llegaron sus primeros comentarios, ¡y eran muy acertados! A medida que yo escribía, él se iba interesando y metiendo”, recapitula Cecilia Monti (54) sobre el motivo central que nos convocó a entrevistarla en pleno verano de 2025: su sorprendente desembarco en la escritura teatral para delinear el guion del suceso Empieza con D, siete letras que se le ocurrió hace un lustro y terminó escribiendo a cuatro manos con su marido, Juan José Campanella (65).
"Yo quería armar una historia con una distancia generacional importante -continúa-. Y se la comenté a Juan. 'Lo mejor es que empieces a escribir, para luego ir puliendo', me sugirió. Así arranqué de manera lenta, bajando al papel en blanco la idea sobre la que quería hablar, en base a muchos casos que conocía de la vida. 'Cuando más o menos lo tenga armado vas a tener que hacerme el favor de leerlo y darme una crítica constructiva', le pedí. A mí me costaba mucho tener el parámetro de si lo que estaba escribiendo iba para el buen camino. Entonces las primeras cuestiones no fueron sólo de si el tema estaba bien o no, sino también en cómo estructurarlo: presentar a los personajes, los tres actos, cómo llegar al conflicto, resolverlo. O sea, no fue solo sobre el tema, sino sobre cómo hacer un guion", admite.

-Después de tantas apuestas en cine, televisión y teatro, con usted en carácter de diseñadora de vestuario-escenógrafa y Campanella cómo director-guionista, ¿qué los motivó a terminar de escribir esta obra juntos?
-En un momento, con tantas idas y vueltas, se fue dando de manera natural que trabajáramos de a dos y mi primera idea pasó a ser una idea en conjunto. Hoy no te sabría decir qué es de quién, porque todo se fue conversando y elaborando entre ambos. Sí puedo decirte que para mí fue como que hice un curso intensivo con Campanella, nada menos que con Campanella, ¿quién pudiera? Claro, tenía la suerte de que lo veía en casa con un momento más o menos libre y lo podía agarrar: “Acá tengo otra versión".
-¿Hubo muchas?
-Habrá diez en mi computadora, con escenas que quedaron y tachamos, distintos finales. Como me decía Juan: “Cada versión sirve para terminar de encontrar la impronta de los personajes, por más que uno después descarte escenas enteras”. Siempre queda algo y es más que nada conocer la forma en que hablan, qué dirían ante cada situación. Además, como el argumento gira alrededor de una mujer y un hombre, yo entendía más sobre lo que podría decir Miranda (Fernanda Metilli), y Juan podría entender más sobre lo que podría decir Luis (Eduardo Blanco). A veces él me sugería: "Está bien, pero dejá que yo a esto le voy a encontrar otra vuelta, porque se asemeja más a lo a lo que soy yo." Fue una linda conjunción entre los dos, de ida y vuelta, de comentarios, sobre lo que escribía uno y escribía el otro.

-¿Una especie de relación maestro y alumna, alumna y maestro?
-Sí. Para mí escribir representa algo nuevo, un aprendizaje, y Juan es un profesional, un maestro en la materia. Yo lo tomé como un desafío personal que me propuse comenzar con la pandemia, en medio de un espacio que me permitía concentrarme en ciertos proyectos que demandaban estar tranquila, como la escritura. Y la verdad, me encantó.
-¿Su único antecedente era un capítulo de El hombre de mi vida (2012), con Guillermo Francella, para tevé, verdad?
-Tal cual. Recuerdo que un día en casa Juan me comentó que necesitaba alguna idea nueva para empezar la segunda temporada: "Ay, ¿y qué te parece si pasara esto?", le acerqué una. "¡Me cierra, ¿por qué no escribís?", propuso. Me mandé, le gustó, le dio una pasadita, lo acondicionó a una estructura y quedó. Ahí se sembró una semillita y yo me empecé a entusiasmar con la escritura, cuando mi parte artística siempre la había expresado por el lado plástico: estudié arte, pinto desde hace años, me aboqué a la escenografía, el vestuario, a bocetar, lo mío siempre iba más a nivel artístico visual. Con el guion de Empieza con D, siete letras te aseguro que la semilla brotó.
“CONOCÍ A JUAN CUANDO ÉL TENÍA 40 AÑOS Y YO 28”
“Las diferencias generacionales entre Juan y yo también nos ayudaron para llegar a buen puerto”, concede Cecilia, aunque atenta a que el cuarto de siglo que separan a la pareja en la ficción de Empieza con D... ”resulta bastante mayor que la nuestra“. “Existen distancias entre las infancias que vivimos ambos. Y las mismas son cada vez mayores. Mis hijos se llevan una docena de años y yo siento que la infancia que vivieron Guada, de 29, y Fede, de 17, fueron bastante distintas, porque cada vez cambiamos más rápido a partir de la tecnología, especialmente", entiende. E ilsutra:
"Mientras antes transcurría una década y sentías que no cambiaba nada, ahora te parece que en ese mismo lapso vivís en otro planeta. Entonces, si bien con Juan existen varias referencias que compartimos, hay programas de televisión que él vio y yo no, salidas de chico solo por el barrio que él transitó y yo no, distintos momentos del país, otros códigos familiares. No obstante, por lo que te comentaba, tampoco es tan lejana como la de la juventud actual con la misma diferencia de edad... Sí, nos sirvió para este proceso que Juan estuviera más cerca de la edad del personaje real de Luis (Blanco) y yo desde el de Miranda (Metilli).
-La obra habla de las segundas oportunidades en el amor y en la vida. En su caso, que estuvo casada y fue madre antes de conocer a Campanella, ¿él fue su segunda oportunidad?
-Sí, sí, sí, sí, sí, sí, sí, sí. Yo transité un primer matrimonio, que duró poco. Una experiencia muy buena en su momento, que terminó. Al poco tiempo conocí a Juan. Uno nunca sabe cuánto va a durar una relación cuando empieza, pero bueno, llevamos veintiséis años juntos. A veces miramos para atrás y no lo podemos creer: ¡¿Cómo es que pasó todo este tiempo?! Lo conocí cuando yo tenía 28 años y él casi 40. Si bien soy la relación más larga que he tenido, no soy la primera. No sé si soy la segunda, la tercera, no sé cuál soy.
-¿No lo sabe?
-No sé, yo no pregunto mucho (risas).
-¿Cuándo y dónde lo vio por primera vez?
-Si mal no recuerdo, en el Teatro Colón. En ese momento yo estaba trabajando con María Julia Bertotto, una gran escenógrafa y vestuarista, en la puesta de la ópera El amor por tres naranjas. Juan había llegado al país e iba a reunirse con ella porque pretendía rodar su primera película en Buenos Aires, El mismo amor, la misma lluvia (1999), y la quería en el equipo. María me habló de él, además su amigo. Todavía no era “Campanella”, ¿viste? “Lo voy a invitar al estreno de la ópera, así te lo presento porque es posible que trabajemos juntos”. Entonces entré a un palco y estaban un muy jovencito Juan y Daniel Shulman, futuro director de Fotografía de la película y con quien había llegado desde Nueva York. Nos conocimos. Después de una charla amistosa, nada más, todos fuimos todos a comer a Edelweiss. Lo seguí viendo ya cuando empezamos con la película.
-¿Quién dio el primer paso?
-Él, él, él: todo un caballero.
“DECIDIMOS CASARNOS DESPUÉS DE MUCHO TIEMPO JUNTOS”
“Aunque tengo hermosos lugares para escribir, nada me gusta más que hacerlo recorriendo cafés y bares”, sorprende Monti, quien nació el 30 de mayo del ‘70 en el Hospital Británico, Capital Federal, es hija Félix (87), uno de los más talentosos directores nacionales de Fotografía) y de la incondicional Chani (84), una psicóloga lacaniana (“Qué dupla inseparable. De toda la vida. Aunque llevan más de seis décadas juntos, no festejan aniversarios y todo eso”, cuenta), y hermana menor de un caballero de 57 años que reside en Chile, se dedica a la edición y también se llama Félix. “Los Félix vienen de largas generaciones en la familia”, informa.
-Habló de sus padres y de su hermanos, ¿qué nos puede decir de sus hijos, Guadalupe y Federico?
-¿¡Qué te puede decir de ellos yo, la mamá!? Son divinos los dos, la verdad. Luli ya es una profesional, muy preparada, abocada y vinculada a lo artístico desde el lado de la consultoría y con gran conocimiento de lo último en la materia: cuando necesito conocer algo de algún artista, la llamo a ella. Vive en Nueva York. Incluso con una amiga (Paloma Etenberg) tienen un sitio divino de Instagram que se llama Entrelienzos, fue declarado de interés nacional en el Congreso y recopila la vida de las artistas argentinas de entre el siglo XIX y XX que se conocen y las que no. Vienen haciendo un tremendo reconteo. Rastrean familia por familia, un increíble trabajo. Si todo va bien, sacarán un libro en marzo o abril. El que no salió para el lado del arte es Fede…
-¿No?
-Salió matemático. Juan estudió Ingeniería, no se dedicó a eso pero tiene una cabeza matemática, es bien rápido, y Fede sigue esa línea, no la de la madre. Es un chico de esta era, muy tecnológico, focalizado en su computadora. Ahora se encuentra en la etapa previa a entrar en una universidad. Cuando en la obra Luis (Eduardo Blanco) comenta que su hijo Diego (interpretado por Gastón Cocchiarale) "nunca nos dio problemas”, podríamos decir que un poco nos inspiramos en Guadalupe y en Federico. Disfrutamos de una muy buena relación familiar. Guada ya despegó, en algún momento lo hará Fede, pero ambos a su manera vienen encontrando lo que los apasiona. Igual que sus padres. ¡Qué más se puede pedir!
-¿Qué comparten los tres que quedaron en casa, usted, Federico y Juan?
-Hay como un ritual, de noche, de poner una serie o una película para ver juntos. A veces eligen un poco cruentas y como estoy en una etapa de no querer ver algo así, aunque sean excelentes y vengan recomendadas, me disculpo: “Chicos, mírenlas ustedes, ¿sí? Me sumo en la próxima”.
-Recién mencionaba que sus padres no festejan aniversarios. ¿Ustedes?
-Tampoco, porque siempre nos olvidamos. Es increíble, llega el día, la fecha en que nos conocimos, la fecha en que nos casamos, y se pasan.
-¿Es verdad que se casaron en una especia de "boda exprés" hace poco en Estados Unidos?
-Sí. Un día, en una ceremonia muy rápida a la que asistieron nuestros hijos y una pareja amiga que viven en Nueva York. Nada, fue un momento muy lindo, porque decidimos hacerlo después de mucho tiempo juntos.
-¿En qué año fue?
-En 2020.
-Cuando cumplieron veintiún años juntos. Claro, ya era mayores de edad…
-(Suspira) La ceremonia duró sólo 87 segundos y la filmó Fede. Tenemos el recuerdo. Pero en serio no solemos celebrar los aniversarios y todo eso. Somos un desastre. Llega, llega, llega la fecha y de repente pasó y nos olvidamos. Tampoco festejamos los cumpleaños. Cuando nuestros hijos eran chicos lo celebrábamos, pero fueron creciendo y ahora, si bien nos saludamos, a lo sumo vamos a cenar… si nos acordamos.
Fotos: Gentileza de C.M. y Archivo Revista GENTE
Agradecemos a RF Prensa & Comunicaciones y muy especialmente a Raquel Flotta