87 años fue el tiempo que latió el corazón de Gabriel García Márquez (1927-2014). En ese período pasó de ser el niño criado por sus abuelos de Aracata –a su madre recién la conoció a los siete años– a convertirse en el periodista y escritor que recibió el Premio Nobel de la Literatura y alumbró Cien años de soledad, la novela que le llevó dieciocho meses de escritura y que hoy es considerada uno de los grandes clásicos hispánicos de todos los tiempos.
En esta nota, para celebrar su vida, proponemos adentrarnos en las historias que él mismo nos contó a lo largo de diversas entrevistas.
El descubrimiento de una pasión y los años más pobres de su vida
Corría el mes de agosto de 1967 cuando 'Gabo' se sentó a tomar su primer café con un periodista de GENTE. El encuentro ocurrió en un hotel de Buenos Aires mientras su mujer, Mercedes Barcha Pardo, lo aguardaba.
"¿Cómo comencé a escribir?", preguntó en voz alta repitiendo la pregunta de su interlocutor antes de meterse de lleno en una respuesta a la altura de su lenguaje: "Una tarde de esas que parecen el escenario de un carnaval melancólico con confusiones y bullicios por las calles, vagaba yo tranquilamente rumbo a la universidad cuando me llamaron la atención dos cosas: una dulce criatura con un mechón de pelo que le caía sobre el ojo, y otra, un diario donde decía que la juventud colombiana no tenía inquietudes intelectuales. 'Band, crash, pum, paf' y otras indignaciones me sacudieron; una rara energía se apoderaba de mí con furioso ímpetu destructor. Así que decidí enviar un cuento y, para sorpresa, además de aceptármelo me lo premiaron. Traté de consolarme y así comencé mi carrera de escritor".
Cruzó sus piernas y sus manos buscaron en su campera multicolor a cuadros su paquete de cigarrillos –fumaba desde los 17 años–. Ahora sí, estaba pronto para sumergirse en lo que él consideraba "una etapa negativa de su vida".
"Reandando los años con la memoria, recuerdo que 'El Espectador', diario liberal, fue el primero en publicar mi obra. Justamente en 1946, en el mismo periódico, comencé mis pasos en el periodismo como redactor y reportero. Casi un año estuve radicado en Roma, estudiando en el Centro Cinematográfico Experimental y enviando a Colombia críticas sobre películas. De Roma viajé a París, y el malestar que hasta entonces me pinchaba los poros fue tomando la forma de una enorme aguja. Ahí descubrí mi primer libro: 'El coronel no tiene quién le escriba'".
"A fines del 55, Rojas Pinilla clausuró 'El Espectador'. Los cheques dejaron de llegar. Comencé a trabajar en cualquier cosa, sin dejar de escribir. Pero mi hambre, comparada a la que sufrió Cortázar, me llenaba el estómago. Me tuve que mudar a un cuartucho del barrio latino y llegué a deber el alquiler de todo un año. El hotelero, viendo mis sufrimientos, se apiadó de mí. Hasta perdía clientes a causa del ruido que hacía por las noches escribiendo a máquina. Final: me mudé al cuarto de una sirvienta en rue D'Assas. Mercedes, en aquel tiempo mi novia, pasó cuatro años esperándome, hasta que regresé a Caracas y nos casamos", concluyó resumiendo en un puñado de líneas los años más paupérrimos de su vida.
"Puedo morir tranquilo, ya soy inmortal"
Aseguraba en el título de la entrevista que salió publicada el 28 de octubre de 1982. La charla con GENTE esa vez transcurrió en su casa, en la calle Fuego 144 del Barrio Pedregal de la Ciudad de México, donde el corresponsal pudo ver que tenía dos autos: un BMW y un Mercedes Benz convertible que usaban alternadamente él, su mujer y sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo (por aquel entonces, de 21 y 23 años).
Siete días antes de conversar con GENTE, el escritor colombiano había recibido el galardón literario más prestigioso del mundo: el Nobel de la literatura. "Me sentí por un momento besándome en el espejo de la inmortalidad. Es una sensación terrible, ¿sabés?", le deslizó al periodista de nuestro medio.
Cuando le pregunto "¿por qué?", él simplemente respondió: "Porque por un lado uno sabe que se va a morir, y por otro la obra se resiste. En el fondo, uno quiere seguir vivo con sus obras, en el espíritu. Siempre me acuerdo de aquella frase de Shakespeare cuando le preguntaron qué era lo que más ambicionaba en la vida: 'Ser inmortal y después morir...', contestó. Genial. Creo que así me siento ahora. No lo puedo explicar. Son como burbujas que te explotan en las venas".
Sentado junto a sus cuadros de Eduardo Ramírez Villamizar, René Portocarrero y Roger von Gutten, el pisciano que todos los días desayunaba huevos rancheros con salsa de tomate, exclamó: "La riqueza es un capítulo muy reciente en la novela de mi vida. En la década del 60' yo vivía en París con mi mujer y mis dos hijos de lo que yo llamaba 'milagros diarios': no teníamos para comer y Mercedes llegó incluso a cambiar botellas vacías por dinero en efectivo. Pero nunca me quejé; si no hubiera vivido esos tres años terribles de París hoy probablemente no sería escritor. Allí aprendí que nadie se muere de hambre y que uno puede ser capaz de dormir debajo de los puentes... Todo esto que ves no me hace olvidar de dónde vengo, lo que fui y lo que soy".
En esa misma visita, su mujer nos contó más de una infidencia: "Gabriel nunca fue muy universitario que digamos, o lo fue muy a contragusto. Estudió Abogacía cinco años, hasta el 51, pero jamás se graduó porque detestaba esa profesión. Ocurrió que poco antes de recibirse se desató una suerte de guerra civil en Colombia y murieron alrededor de doscientas mil personas. En ese momento, la universidad cerró y Gabriel y yo nos fuimos a Cartagena, donde él cambió la abogacía por el periodismo. Pero el oficio de escribir no fue fácil: su primer cuento, 'La casa', nunca lo publicó porque no tenía aún el dominio de la técnica narrativa y su primera novela, 'La hojarasca', recién se publicó en Bogotá en 1955, después de buscar siete años un editor".
Por qué ser escritor "es cómo ser un bancario" y su mirada de la Argentina
Sentado de espaldas al mar, en mayo de 1984 Gabriel García Márquez conversó con GENTE en su departamento de dos ambientes de Cartagena, Colombia, luego de acudir al dentista por un dolor de muelas.
"Estoy despierto desde las cinco de la mañana. Siempre me despierto a esa hora. Oigo las noticias, leo y después me pongo a trabajar. Es un horario que me viene de la época del internado. Yo hice el bachillerato en un internado y a las cinco de la mañana tocaban la campana. Tiene algo bueno, se aprovecha bien el día", afirmaba.
"Sin bien vivo en México desde 1960, ahora me gusta estar en Colombia porque aquí están mis padres y la ciudad es un buen ambiente para mi próxima novela de amor... ¿Qué cuándo la voy a tener lista? El 20 de septiembre. Lo sé por una trampa que tenemos los escritores: escribimos dos páginas por día y así podemos calcular el tiempo exacto que va a llevar una novela. Lo que uno nunca puede saber es cuándo va a comenzarla. Pero cuando está toda la novela resuelta (se toca la sien) ya no hay problemas. Es oficio: uno termina siendo como un bancario en esto", soltó convencido de sus palabras.
Luego, plasmó sus ganas de visitar Buenos Aires "pero no por tres o cuatro días eh, quiero ir quince o veinte días al menos y comer en cada uno de los carritos que tienen en la Costanera, aunque me han contado que los convirtieron en lugares más lujosos".
"Para mí la Argentina es el principal mercado del mundo. Por eso también escribí la columna para Clarín que hace unos dos meses que no envío porque me lleva una mañana y quiero dedicarme exclusivamente a la novela", nos confesó antes de compartir su mirada sobre lo que une a Colombia y Argentina: "Nuestros países tienen situaciones difíciles de resolver, y hasta incomprensibles para los europeos, por ejemplo. Vienen periodistas europeos y no entienden lo que ocurre, pero siempre me queda una idea: este continente está vivo. En Europa tú miras y nunca ocurre nada. Es un aburrimiento. En cambio aquí, en América Latina, tenemos un desarrollo incoherente, arbitrario e injusto. ¡Pasa de todo!".
Antes de despedirnos, nos gritó desde la puerta: "¡Por favor no olviden llevarle mi saludo a Buenos Aires!".
Una charla cubana
Julio de 1993. Cuba. Agobiado por la fama, Márquez decía: "Si tuviera que dar tantas entrevistas como me solicitan debería dejar de escribir. Además, la mejor entrevista mía que se publicó hasta el día de hoy, la que expresaba mejor y de un modo más lúdico los recovecos más intrincados de mi vida, fue publicada hace unos dos años en una revista marginal de Caracas, y era inventada hasta el último aliento".
"Creo que las entrevistas son como el amor: se necesitan por lo menos dos personas para hacerlas, y sólo salen bien si esas dos personas se quieren", le describía a GENTE mientras caminaba junto a Lola Calviño, la directora cubana de la Escuela Latinoamericana de Cine de Cuba en la que el autor dictaba guión cinematográfico.
Por esos días, instalado en una magnífica residencia con pileta del barrio Cubanacán, el ganador del Nobel –y amigo de Fidel Castro– pasaba sus cálidos días en Cuba, donde también ejercía como presidente de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.
El hate, el chiste argentino que no creó y una declaración muy polémica
"Reportaje para guardar" advertía la volanta de la entrevista que salió publicada el 17 de abril de 1994 y que tuvo lugar en la casa color ocre de Gabriel Garcia Márquez, en Cartagena. "A esta casa todavía la tengo que amasar, como haría con unos zapatos nuevos", lanzaba con analogía y genialidad.
Dejando de lado la literatura y metiéndose en las minucias de su vida, nos contó: "Por gusto y prescripción médica, porque hace cinco años me operaron de un pulmón después de encontrarme un tumor, de siete a ocho de la tarde juego una hora de tenis. Que no es un partido sino que voleo para sudar hasta el final. Es mi único ejercicio, porque si no pasaría el día sentado".
En esta entrevista, Gabriel García Márquez nos confesó que sufrió por cosas que se dijeron de él que no eran ciertas. ¿Una de ellas? "Me atribuyen el chiste de que el ego es el pequeño argentino que todos llevamos adentro, y va a quedar como que es mío porque ya no puedo hacer nada contra eso. Y no debiera pasarme porque yo soy muy cuidadoso con las cosas que digo. Tengo mucho cuidado de no decir o hacer algo que pueda dolerle a alguien", compartía.
¿Si a él le dolía lo que decían de él? Esto respondía: "Si yo leo alguna cosa contra mí me duele mucho, muchísimo. Pero no me preocupo porque sé que mañana me duele menos, pasado mañana mucho menos, y a las cuarenta y ocho horas le juro por mi madre que no me acuerdo".
Mencionar a su madre llevó a que el periodista a cargo de la nota le pregunte por ella. A lo que Gabo respondió: "Ella ahora tiene 83, 84 años. Está aquí, en Cartagena. Ha estado muy bien hasta ahora, que ya me pregunta: '¿Y tú de quién eres hijo?'. Y me acuerdo de Buñuel que empieza sus memorias así. Un día me dice eso. A los dos días recuerda todo. Es como si tuviera un falso contacto. Debo confesar que el de mi madre es como un saco sin fondo al que he estado todos los días sacándole recuerdos. Y ahora salen más porque no los oculta, no tiene prejuicios".
Unas preguntas después, se metió de lleno en un tema que sigue siendo actual en el 2024: el del machismo y el matriarcado. Al respecto, desmenuzó: "Desgraciadamente, el machismo es producto del matriarcado. Las mujeres duras hacen a los machistas. ¿Te acuerdas de las madres griegas? Decían 'Regresas con el escudo o regresas con el escudo'".
Ya más reflexivo, se sumergió en el tema de la edad: "Yo voy a cumplir 70 años y creo que a partir de los 50 los cumpleaños se celebran por décadas. Y después de los 70 sabés que no podes perder un golpe, debes ser absolutamente certero, y ése es un muy buen programa de vida. Ya no podés darte el lujo de andar desperdiciando golpes".
La muerte no fue un tema tabú. Miró a los ojos al periodista de GENTE y reveló: "Diría que lo único malo de la muerte es que es para siempre. Me provoca rabia. Porque es una cosa que siempre ha estado ahí, pero a partir de un momento empiezas a darte cuenta de que tarde o temprano te recibe. Entonces me da rabia. Honestamente, yo hasta los 60 no pensé en mi muerte. Fueron 60 años de puro irresponsable. ¡Yo lo resolvía matando personajes!".
Fotos: Archivo Atlántida
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