Íntima como nunca, la host digital de MasterChef Celebrity (Telefe) revela las claves y los métodos del despertar espiritual que experimentó en cuarentena. La relación con su cuerpo, lejos de los modelos hegemónicos. El proyecto personal que la convertirá en “productora de mis propios amigos artistas”. Por qué decidió no hablar más de su vínculo con Nico Occhiato. Y qué aprendió del amor: “Me di cuenta de que debía dedicarle una gran parte a mí misma”.
Dirá que la propuesta fue oportuna. Que llegó en un momento inédito de “despertar espiritual”, cuando finalmente aprendió a confiar en sus ideas. Y lo hará al hablar del rol mediático que asumió y que, “pertinente a los nuevos paradigmas de la comunicación mundial, abre infinitas posibilidades, más allá de los límites de la televisión”. Florencia Giannina Vigna (26), la host digital de MasterChef Celebrity (Telefe) –“porque antes de participar del show culinario más importante del mundo no tenía más experiencia que la de hacer salchichas con puré de sobre”– asegura estar “maravillada” por la posibilidad de potenciar su creatividad “e imprimir mi subjetividad” para contar el ciclo en 360. También “sorprendida”, por “la inversión de tanta energía y proyección digital del canal con un departamento fuerte y un equipo dedicado a eso”. Y “agradecida” por el crédito “y la voz” que además tendrá cada domingo (a las 21:30 horas en vivo, en exclusivo en el Facebook de Telefe) en una entrega previa a la gala de eliminación del certamen conducido por Santiago del Moro (42).
–Este nuevo rol laboral que asumiste sacudió un tiempo muy íntimo en el que estabas inmersa. Hablemos de la capitalización personal que lograste durante tu cuarentena.
–Siempre me tocó invertir tiempo en estudios a corto plazo. Preparándome rápido y puntualmente para Bailando, para una obra o para una novela. Pero esta vez pude nutrirme de conocimientos sin necesidad de un “resultadismo” inmediato. Sí, claro que tuve días que les di duro a las pelis, pero también tomé clases de canto, de piano, de inglés y de teatro. Me propuse aprender para mí. Para mi placer. Porque me gusta.
–Y tengo entendido que aparejado al crecimiento intelectual llegó el espiritual.
–Sí, hice El reto de meditación de 21 días, de Deepak Chopra (que apunta a equilibrar la energía y minimizar el stress, lograr mayor gratitud rejuveneciendo el alma y ayudar al cuerpo a desbloquear habilidades curativas naturales). Fue una instancia en la que decreté muchas cosas que quiero hacer y algunas que ya comenzaron a concretarse. Recomiendo este método, porque muchas veces se cree que uno está consigo mismo con el celular en la mano, o viendo una serie o tocando un instrumento. Pero cuando se apaga todo te entregás al mindfulness, te dedicás al presente, entendés que es ahí cuando realmente escuchás una voz interna muy sabia. Al estar rodeada de tanta gente linda, solía apoyarme en mi familia y mis amigos. Ante una situación equis siempre pedía consejos, escuchaba opiniones, dependía de sus miradas... Y ese diálogo que logré conmigo misma me ayudó a resolver mucho. Fue un camino de autoconocimiento muy determinante parta mí.
–¿Hay otra Flor Vigna post cuarentena?
–¿Quién será el mismo después de todo esto? Más allá de haber aprendido a escucharme, creo que tiene que ver con que estoy creciendo. Comencé mi carrera a los dieciocho, en pleno descubrimiento de un montón de aspectos como mujer y como profesional. Crecí a la par de la exposición. Haber estado guardada en cuarentena potenció el hecho de que todo sea para mí. Mi compañía era y debía ser yo. Aprendí a amarme. Me enamoré de mí, aunque suene ególatra.
–En realidad, es la base de todo lo demás.
–Sí, eso aprendí. Hace un tiempo mi psicóloga me dijo: “Flor, tenés que honrar tu autenticidad”. Me pareció un concepto bellísimo. Voy a citar un ejemplo. Yo soy más lenta que otras personas para aprender a tocar un instrumento. Mi profe de piano me felicita porque pongo todo, pero la verdad es que no tengo oído (risas). Siempre debo empezar de cero hasta que lo consigo. Algo que siempre me llevó a pensar: “La música no es para mí”. Hoy entendí que “honrar mi autenticidad” era hacerlo así, confiando en que puedo llegar más lejos de lo que creía. No hay nada más lindo que cerrarte el traste a vos misma... Decirme: “¿Viste, Flor, que podías?”.
–¿Ya tenías registro de un camino espiritual antes de este “despertar”?
–Me crié en una casa con cierta mística, en la que siempre se me alentó a escucharme. Mamá (Viviana Pereyra, 54) sabe mucho sobre metafísica, hace reiki y estudia bio-decodificación. Ella me dio herramientas para ver más allá de la superficialidad. Y así fui descubriendo caminos alternativos como, en su momento, el eneagrama (test para trazar un mapa de personalidad útil como sendero de autoconocimiento y crecimiento personal), hice Registros Akáshicos, Las 7 leyes espirituales (también de Chopra), mindfulness, coaching y me fascina la astrología (es Géminis con Luna en Cáncer). Todo fue apareciendo según las circunstancias. Me dejé llevar por el nivel de conciencia de cada etapa. Y así crecí, convencida de que nosotros somos los guionistas de nuestra propia vida, y agradecida de las oportunidades. Antes de aceptar este trabajo en Telefe estaba por gestionar un proyecto propio, auténtico, genuino, que en algún momento retomaré.
–¿Un proyecto que tiene que ver con este camino espiritual?
–No, tiene que ver con mi grupo de amigos, entre los que hay actores, bailarines, músicos y acróbatas. Algunos de ellos, a los que les cuesta pagar un alquiler, vivir en Argentina, están tomando la decisión de irse lejos. Mi idea es, antes de que eso suceda, encerrarlos en un ámbito que es como un centro cultural algo extraño, para poder grabar con ellos un reality para redes, porque hoy veo mi Instagram como una empresa. Artísticamente los admiro tanto que a veces digo: “Necesito producirlos, que el país vea de lo que son capaces”. Tal vez no sea el proyecto del año, pero será de las experiencias más enriquecedoras que pueda tener. Ya habrá sido un éxito para mí.
–¿Alguna vez pensaste en buscar oportunidades en otro país?
–Soy tan apegada a mis afectos que me costaría demasiado. Cuando un par me dice que se irá, me destruye emocionalmente. Creo demasiado en la Argentina y en todo lo construido aquí. Soy una esperanzada de mi país y de la buena voluntad de su gente.
–¿Por qué esperar para retomar esa idea?
–En confinamiento, muchas veces me pregunté si creía en mis ideas. Y la respuesta fue: “Definitivamente”. Pero creo que debería regarlas un poco más, dejarlas madurar, no acelerarlas. Entrar en una productora como Boxfish, de Diego Guebel (54), para una institución como es Telefe, está enseñándome mucho. Me doy cuenta de que hay cosas latentes en mí. Voy definiendo qué quiero hacer profesionalmente. Se me pregunta seguido: “¿Qué querés ser? ¿Actriz? ¿Conductora? ¿Bailarina?”. Y en realidad lo que quiero ser es “yo misma”. Flor Peña (45) es un gran ejemplo para mí. Ella es lo que quiere, de un modo tan auténtico que me inspira. Como artista debo aprender a no limitarme. No necesito etiquetas de ningún tipo.
Coincidimos en que no todo es espíritu en siete meses de confinamiento. Entonces hablamos de la “supervivencia” en el plano material. “Tuve la fortuna –porque es así hoy en día– de haber tenido la posibilidad de ahorro para bancarme el alquiler”, describe, al tiempo de dar cuenta sobre la carencia de “algunos lujos” como tener auto. Aunque “la baja del teatro (Una semana nada más) desmotivó bastante”, Flor logró concretar un “viejo sueño”: tener su propia marca de lencería, “con las circunstancias de una pandemia, pero la satisfacción de haber escuchado y atendido un deseo de hace cinco años”. En cuanto a lo que charlamos sobre las posibilidades de las alternativas digitales, surge un interrogante...
–¿Es factible vivir de las redes?
–Claro que sí. Siempre y cuando las redes no te manejen a vos, resultan un gran espacio de promoción y producción. Hoy se convirtieron en el “nuevo zapping”. Con un buen caudal de creatividad, pasión y atención a la demanda, es posible sorprenderse de lo redituables que pueden resultar estos nuevos canales.
–Siempre hablaste de la humildad de tus orígenes, pero sin dramatismo.
–Hace poco, mamá me pasó un video de cuando yo era chica y me llamó la atención ver mi cuarto... ¡Estaba muy fulero! Había un cemento en las paredes medio raro (risas). Pero en ese momento, para mí era la mejor habitación del mundo. Porque mamá me dejaba jugar: pegaba posters, hacía collages con recortes de revistas, pintaba murales con acuarela... Esa libertad, tal vez, suplía algunas necesidades. Al crecer me di cuenta del trabajo que hizo para que yo me sintiese plena, completa y suficiente, pese a todo. Yo comía el mejor bife, sin darme cuenta de que ella se conformaba con las sobras del día anterior. En casa se vivía con una sonrisa. Mis hermanos (Miguel, 34, y Leila, 15) y yo fuimos criados con amor y libertad, en una atmósfera mágica, de juego, compañía y fantasía. Hoy, la vida me dio la revancha de ser yo quien le dé a ella.
–¿Cómo es hoy tu relación con el dinero?
–El dinero siempre había sido tabú para mí. En algún punto lo veía como algo “de mala gente”. Toda la vida fui a colegio público, me formé en el under, y eso disparaba cierto prejuicio. Pero mamá llegó con el libro Padre rico, padre pobre (de Robert Kiyosaki y Sharon Lechter) y algunas palabras de Chopra al respecto, y me hizo entender que sólo se trata de un código, una convención valorativa. En mis comienzos yo pedía muy poquito para ser contratada. Hasta que una vez me asombré al recibir el contrato de ESPN... ¡No podía creer que ésa era la suma que ganaría! Mamá me ayudó a vencer la resistencia. Me mostró que debía aceptarlo, que era correcto, que está bien hacer valer lo que tengo para dar. Y empecé a amigarme con el dinero.
–¿Qué hiciste con tu primer sueldo?
–¿Podés creer que no sé? Me acuerdo que ayudaba a atender el negocio de mis viejos en un local al que le decíamos “la perfumería”, pero era una especie de “todo por dos pesos” enorme, en el que vendíamos desde baldes hasta bombachas. Después trabajé de bailarina en algunas cenas-show... Pero no recuerdo mi primer sueldo. Eso sí, jamás fui de gastar mucho. Recién ahora me doy el “lujo” de invertir en, por ejemplo, una rica comida.
–Respecto de las lecciones de tu madre, sé que hay una determinante para tu profesión. ¿Podrías compartirla?
–Sí, una gran lección. Empecé a estudiar teatro (a los 11) y comedia musical (a los 17) mientras mis amigas iniciaban sus carreras de medicina, ciencias económicas, profesorados... Mis materias giraban en torno a danza, solfeo y canto. Yo oía hablar a las chicas y le decía a mamá: “Tengo miedo de salir de esto y no entender nada de la vida, de no conseguir trabajo y haber perdido el tiempo”. Entonces, me sentó una vez y me dijo: “Tranquila, date el tiempo y la oportunidad, y si no es tu camino vamos a Once, compramos bijouterie y te ayudo a revenderla. Siempre habrá revancha”. Y hasta el momento no tuve que salir a vender ni un anillito (risas). Ella cultivó mi confianza y me ayudó a pisar fuerte en este camino.
–Tu mamá está muy presente en esta charla... ¿Cómo es el vínculo con tu padre?
–Lo amo con locura. Papá (Miguel Vigna, 55) siempre fue un geminiano muy geminiano: soñador. Un comerciante de los arriesgados, de los que se creen visionarios. Decía: “Este emprendimiento va a pegar”. Y después... (risas). Así vendió sandías, tuvo una zinguería, una mueblería. A diferencia de mamá, que fue mi maestra, mi contenedora, él siempre ha sido cómplice de mis locuras.
Teorizamos sobre su explosión profesional, buscando el porqué de su inmediata aceptación popular. “Estudiando teatro me visualizaba sobre un escenario de la avenida Corrientes, o en una novela, pero jamás en un reality”, dice. “En mi casa, donde siempre hubo un clima bohemio, había cierto prejuicio sobre ese tipo de televisión. Pero la vida me llevó por ahí en un momento en que no podía escapar a lo que pasaba. En Combate (Canal 9) o en Bailando (eltrece), la gente sensible e incapaz de disimular como yo queda doblemente expuesta. Muchas veces me dio bronca: ‘¿Por qué lloré frente a cámara? ¿Por qué reaccioné de tal o cual modo?’. En esas primeras oportunidades en que me tocaba el rol de Flor Vigna y no el de un personaje, no tuve más chance que ser yo. Me pasó el amor y otros aprendizajes, que fueron a la par de la exposición, sin margen para fingir un gesto”.
–Y fuiste (sos) la chica común que cualquier televidente o seguidora puede ser.
–Lo más lindo que podría pasarme. Aunque entre las cosas que me reprocho y hasta me enojan está la transparencia: ¡Todo se me nota en la cara! Está bueno hacerse cargo de lo que uno es, pero llega un punto en el que ya se sabe hasta lo que pensás. Pero finalmente es un buen filtro, porque los que te quieren, te quieren por lo que sos. Una buena base de toda construcción personal y profesional.
Dice que la sororidad fue “el único modo” de relacionarse con su grupo de amigas desde hace más de doce años, “cuando el término aún no tenía tanta prensa”. Y que “la unión entre mujeres es lo más importante”, tanto que no sabe qué es competir con una par. Así surge otro eje en tren de dilucidar la empatía con su público: la mirada sobre sí misma. “Solía ser más crítica. Si durante un fin de semana comía de más, me reprochaba: ‘Uy, boluda, te ganó la ansiedad, otra vez más no te pudiste contener’. Con el tiempo fui blanqueándome ese aspecto. Aprendí a revisar la situación, y a entender este tipo de cosas como ciclos. Ciclos inevitables para mí. Ciclos que me permito. Y eso me ayudó a conocerme en estado completo: ‘Estoy hinchada porque estoy menstruando’ o ‘Engordé porque decidí que en determinado momento consideré que mi paladar necesitaba un gustazo’. La clave está en entender que, en un plano físico o en uno más profundo, uno es 'momento'. Entonces empecé a sentir y a mostrar más adaptabilidad. Tanto en tiempos de estar 'así nomás' o cuando quiero lucir más bomba. Algo que resultó un gran desafío”.
–¿Por qué decís que la sensualidad fue un desafío?
–Hubo tiempos en los que me quedaba más fácil o cómodo mostrarme vulnerable, hablar o exponer mis errores, defectos o debilidades. Me daba vergüenza asumir los pequeños logros. Entonces mamá me dijo: “¡Flor, no estás animándote a tu grandeza!”. Y entendí que como mujer me ocultaba demasiado, por prejuicios propios. Después, viendo a mujeres como Beyoncé o JLo, pensé: “La sensualidad femenina es algo re lindo”. Empecé entonces a implementar ese aspecto –que venía tapando con la joggineta– como bailarina, como actriz y como mujer en mi vida real. Comencé a permitirme la sensualidad y ya no quiero perderme ni un color de la paleta.
Flor sostiene que “la sensualidad nada tiene que ver con las figuras hegemónicas que se nos imponen”. Se manifiesta “admiradora” de la coreógrafa Parris Goebel, fiel exponente de su afirmación. Y cita la actitud de Oriana Sabatini (24) –“cuando mostró los pliegues de su cuerpo”– como un ejemplo de la responsabilidad que cualquier “influencer” debe tener. “No se trata de un mensaje previamente elaborado o estratégico. Es algo que comunico naturalmente: sí, tengo celulitis, mi vieja también, es algo genético... Y bueno, ayudaré a mi cuerpo con agua”, asume.
–¿Qué pensás hoy, a los 26, respecto de otros mandatos sociales como podrían ser la maternidad y el matrimonio?
–Creo que para mi generación y las que vienen ya no representarán mandatos ni presiones. En lo personal estoy enamorada de mi sobrinito Haku. A través de él me doy cuenta de que quiero ser mamá. Tengo clarísimo que la maternidad no realiza a una mujer, pero es una experiencia que quisiera atravesar a mis treinta o mis cuarenta, ¿por qué no? Después de todo, mis amigas y hasta mi vieja me dicen: “¡Ay, parecés mi mamá!”. Y sobre el matrimonio... Siempre fui de hacerme mucho la cabeza, de pre-pensar demasiado las cosas. Pero mi nivel de conciencia de hoy no es el mismo de cuando estoy enamorada. Así que lo dejo al “fluir”, sin condicionar ningún presente. Casarme no es ni fue el sueño de mi vida, aunque tampoco estoy negada. Es un deseo que tal vez dispare “la” persona.
–Respecto del amor, ¿por qué decidiste no hablar ya de tu vínculo con Nicolás Occhiato (27)?
–Nico es una persona tan linda en mi vida que en un momento nos volvimos un poco “uno”. La separación nos dio como mucha responsabilidad en el desarrollo individual. En ese proceso entendimos que habíamos hecho lo correcto. En las entrevistas se suele mezclar todo, porque también entiendo que el mensaje no es claro. Nos dimos cuenta de que, al responder, nos limitaba la “etiqueta”. Cuando se habla de nosotros enseguida se nos encasilla en un lugar. Y en realidad, después de un andar, descubrimos que lo tendríamos que determinar solitos y que tal vez la respuesta final sea “una amistad”, que no podemos adelantarnos a una certeza diciendo “es un amor”. Estamos de acuerdo con que sería inmaduro acelerar este proceso que vivimos. Hoy en día cada uno está bien por su lado. Recibiremos de la vida lo que debamos.
–La mirada pública, ese lado B de la popularidad, ¿se padece?
–Sorprende. En la secundaria, o durante mis estudios, jamás fui una chica popular o de alto perfil. Pertenecía a los grupos más tranquilos y pasaba desapercibida. Y hoy me resulta un tanto agresivo salir de mi casa y que me saquen fotos sin que me dé cuenta, o que me persiga un auto mientras ando en bicicleta. Uno cree que lográs curtirte con el tiempo, pero no deja de ser muy raro. Una vez me perseguía un tipo con una cámara y entonces como soy, así bien de Floresta que no me cabe una, lo encaré: “¡Ey, por favor, no me grabes. Con una mano en el corazón te digo que no me gusta lo que estás haciendo”. Me respondió: “Es mi trabajo”. No me gusta ser vigilada en los movimientos, que tengan tanta información de dónde y cómo vivo. Pero entendí que ya no puedo controlar esa situación, que debo aprender a convivir. Ese episodio determinó que hoy esté mudándome.
–Volviendo a lo anterior, y aprovechando este camino de autoconocimiento, ¿qué aprendiste del amor?
–Como dice Borja, un autor que me gusta mucho, “el amor es la palabra más autoboicoteada”, porque suele limitarse a algunos aspectos. Y yo lo pienso en sentido más amplio. Me gusta ponerlo hasta en comer una mandarina, o en el extrañar a tu vieja en cuarentena, o un atardecer, o en una videollamada con tus amigas. Aprendí que durante mucho tiempo, por tener parejas tan lindas, dirigí el amor a una sola persona y con el correr de la vida me di cuenta de que había una gran cuota que tenía que dedicarla a mí. A mis cosas, a mi laburo. Porque lo que se hace sin amor no funciona, más allá de la estrategia más inteligente.
–¿Qué tan ambiciosa sos?
–Un amigo me dijo alguna vez: “Vos debés aceptar que sos ambiciosa. No tengas miedo”. Durante mucho tiempo quería crecer profesionalmente, pero temía que el éxito me alejase de mi gente, de las cosas que ya me gustaban de mi vida. Pero no. Entendí que jamás voy a faltar a la promesa que me hice, de mantener todo en perfecto equilibrio. Hoy me animo a soñar más alto, y me gusta. Es una forma de creer en mí y automimarme.
–La vida te dio mucho, y más rápido de lo que imaginabas. ¿Qué esperás hoy?
–Permitirme vivir con plenitud toda experiencia de mi mundo: en el amor, en la familia, en mis estudios. Y que todo se convierta en la materia prima más auténtica para optimizar mi trabajo. Hace poco entendí eso. Que el llanto más desgarrador o la carcajada más salvaje pueden ser válidos. Que si vivo todo intensamente seré la artista que quiero ser, con las oportunidades que me den otros o autogestionándome las propias. Eso sí, siempre siendo marca registrada.
Agradecemos a: @paolachianesse (Make up), a Pupetee y a Julieta Abusier (Departamento de Prensa de Telefe).