Para 2015, Lola y Aarón ya eran padres de dos niñas: Erin, nacida en Rosario el 27 de febrero de 2013, y Regina, venida al mundo en Miami el 16 de agosto de 2014. Una tarde de típicos chubascos tropicales él entró a la casa que habitaban en Venetian Islands, con mucho más que prisa.
–¿Podrían describir esa primera boda simbólica en el sitio menos pensado?
Lola: ¡Nunca estuve tan desaliñada en mi vida, pero resultó la ceremonia más mágica a la que he asistido! Yo estaba cocinando. Sorpresivamente, Aarón me tomó de la cintura y me dijo: “Amor, hoy nos casamos”. Grité “¡¿What?!”. En ese mismo momento, una notaria pública amiga de los dos avanzó detrás de él. Ella pronunció las palabras más bellas frente a nuestras bebas, entre ollas y aguacates, al calor de las hornallas y con el sonido de la lluvia contra la ventana. En fin... ¡Donna bagnata, donna fortunata! (mujer mojada, mujer afortunada).
Aarón: Lola ha sido mi mujer desde que le jalé la silla a mi lado en aquella reunión. Siento que desde ese instante hemos estado casados.
L: ¡Yo fui a nuestra primera cita sosteniendo entre mis manos un ramo de flores invisible! (risas). Esa conexión es más poderosa que cualquier ritual cultural.
Así es. Ambos desechan la opción tradicional (él ha pasado por el altar junto a la actriz mexicana Kate del Castillo –47–, con quien estuvo casado de 2009 a 2012, obteniendo el divorcio definitivo un par de años después). “Aarón y yo fluimos en las decisiones, y nada se hace si no es de corazón”, describe Lola.
“Celebramos nuestro amor a diario. Es por eso que no necesitamos refrendarlo bajo pautas religiosas ni con fiestas descomunales. Bastan nuestras hijas como testigos, y a diario”.
–No obstante, tuvieron una segunda unión, algo más espiritual.
A: ¡Y esta vez ha sido Lola la artífice de la sorpresa! Junio de 2016...
L: Fue una bendición decidida en minutos. Habíamos viajado a Milán (cuando fue citada para cantar en el hotel Palladio, en la Gala Ocean de la Fundación que preside Alberto de Mónaco). Entonces llamé al diseñador Antonio Riva, uno de mis mejores amigos. Le dije que necesitaba ser una flor, la flor del desierto. Al día siguiente me trajo el único vestido que quedaba en su atelier y, por cuestiones del destino en las que creo, me calzó perfecto. Sin supersticiones, me probé el diseño delante de Aarón. “¿En qué ceremonia lo usarás?”, me preguntó. “En la nuestra. Dentro de doce horas volveremos a casarnos en Marruecos”. Al llegar a Italia la primera vez (2002), una amiga marroquí me había hablado del poder del Khamsa y la simbología de la Mano de Fátima. Por entonces me juré que conocería esas tierras vestida de rosa y del brazo del amor de mi vida. Así fue. Después del show dormimos quince minutos y viajamos al desierto, donde un maestro nos tomó de las manos para enseñarnos el verdadero significado de la felicidad.
Fotos: Christian Beliera y álbum personal de AD y LP.
Agradecemos especialmente a Las Garzas por el gran marco para esta producción.