“Mi proceso de construcción comienza en las necesidades de cada músico, definiendo los detalles de su instrumento. Luego se genera un plan que inicia con la selección de materiales. Acá también trabajo en la reparación, la restauración y el mantenimiento. Cuando viene alguno, anuncio: ‘¡Llegó el paciente!’”, cuenta con humor Julio Malarino (50), y pronto nos invita a ingresar en su taller de 180 metros cuadrados que comanda en Olivos, Vicente López.
Es allí donde despliega un talento que comenzó a desarrollar en los Noventa y convirtió en profesión con el nuevo milenio: “Como autodidacta, estudié bastante sobre tecnología de madera, acústica, razonamiento mecánico (un aspecto que incluye a la Física). No puedo hacer nada hasta entender bien de qué trata. Lo contrario a jugar al fútbol, deporte que me encanta y en el que hincho por Boca. Calculá que yo me pasé seis meses tomando clases de caligrafía, para lograr el trazo final de mi firma, la que porta adentro cada guitarra. No me gusta hacer nada a medias”, cuenta antes de enfocarse en el tipo de madera con la que produce sus instrumentos:
“Se trata de la pinotea, cuyo setenta, ochenta por ciento pertenece a árboles de 300 a 500 años de antigüedad cortados –entre 1850 y 1900– en el sur y sudeste de los Estados Unidos. Originada en el pino tea (pino amarillo, que cuenta con dieciocho especies), debido a su estética y a su impactante fuerza estructural tal madera desempeñó un rol importante en el avance de la construcción mundial a partir de la Revolución Industrial (1796)”, relata. Y agrega:
“La mayoría de esta madera proviene de los pinos que nuestro país exportó hace más de un siglo, un siglo y medio, y acá se utilizó en estructuras de edificios, galpones y fábricas, tanques, embarcaciones, bancos y pupitres para escuelas y, claro, en las aberturas y los techos, pisos y muebles de las famosas casas chorizo de los cien barrios porteños. Bueno, esas maderas que respiraron tango las buscamos para recuperar aquel espíritu y volverlas guitarras”, resume Julio, quien le escapa un poco a la definición de luthier: "A mí me gusta que me llamen tan solo 'constructor de guitarras'".
–Lleva una estadística de cuántas construyó entre las clásicas, de jazz, flamencas y eléctricas que concibió?
–De diez y doce por año. Superé las doscientas clásicas. Con Gallonegro, el emprendimiento que iniciamos hace dos años junto a Rafael Morreale, Martín Bortolín y Juan Keilty, ya llevamos unas veinte, aparte de siete, ocho en proceso. Acabamos una para Gustavo Santaolalla, que se encuentra en Los Ángeles.
Filmación: Alejandro Carra
Edición: Cristian Calvani