”Lloré mucho”, dice la escorpiana, quien por estos días no para de reír. “Pero creo que tomé la decisión correcta. Porque no me arrepentí un segundo desde que resolví transitar un nuevo camino en 2021”, manifiesta desde aquel mismo tono cortés que le conocimos siempre, aunque con la mirada y la sonrisa un tanto -tantísimas- más relajadas. ¿Será que fueron muchos años surfeando la adrenalina desde el ringside del rock y la música popular y ya era tiempo de trabajar sin mirar el reloj? ¿Será que, inquieta, tal cual siempre fue, llegaba el momento, como señala ella, de “dejar atrás mi segunda vida” para iniciar y desplegar una nueva vocación? Pero ¿quién fue y es ‘ella’, la autora y protagonista de cada uno de estos capítulos?
Sí, Jorgela -Jorgelina Alicia, según su DNI- Argañaras: hasta 2021, una de las principales encargadas de prensa nacionales (quien escribe puede atestiguarlo tras decenas y decenas de gestiones compartidas); y partir de aquel año, una de las principales pintoras argentinas emergentes, con obras que recorren los cuatro puntos cardinales casi como ella recorría el país ordenando las agendas casi ingobernables de los talentos que representaba.
–Si armásemos un currículo algo espontáneo de sus tiempos en el exponencial mundo de la música, ¿qué diría más o menos?
–Ufff, que fui jefa de prensa Fito: nos conocimos de chiquitos, empezamos como amigos y después seguimos como hermanos. También, de (Luis Alberto) Spinetta y las Bandas Eternas en aquel concierto que duró cinco horas y no me voy a olvidar en la vida, y de Charly (García) en el memorable y épico recital subacuático. Que lo fui también de la serie de nueve shows de Roger Waters, para Pop Art, con mi colega Tuti Tutehin. De Joaquín (Sabina), que es el padrino de un hijo mío que heredó su nombre. Con Joaquín nos vimos la semana pasada en Madrid luego de bastante tiempo, y lo encontré muy bien. Y agregaría que también me encargué de la prensa de una presentación que me ilusionó una barbaridad, porque fue como si se bajara un extraterrestre del cielo, la de Liza Minnelli. ¿Otros nombres fundamentales de mi carrera? Natalia Oreiro, Teresa Parodi, Liliana Herrero, David Lebón. Y Peter Gabriel, en su visita a nuestro país, igual que las de la artista brasileña Marisa Monte y el querido uruguayo Jorge Drexler. Hubo un montón de artistas y vivencias, ¡veinticuatro años de marcha hasta 2021! Caro que antes…
SU PRIMERA VIDA, ENTRE LA ESCUELITA RURAL, LAS RELIGIONES DE ORIENTE, EL YOGA Y LA DANZA
Nació el 12 de noviembre de 1964 en Viedma, Río Negro. Hermana menor de Adrián y Leandro, se crió en General Conesa, donde cursó dos grados -y parte del tercero-, asistiendo a la escuela rural de un barrio perteneciente a la planta de gas local, dentro de un aula con un pizarrón dividido en cinco. Claro, cada grado se llevaba una fila de pupitres. El verano pasado volvió por primera vez al pueblo. Su casa, el rosal en flor de la mamá y la pileta se encontraban intactos pero el barrio vacío, abandonado. “Fue fuertísimo ver igualita una escenografía que dejé a los nueve, diez años, cuando mis viejos -Alicia e Icho- decidieron mudarse a Viedma”, suspira. Terminó la primaria allí y la secundaria -desde segundo año- en la Escuela Normal Superior Nº 4 “Vicente López y Planes”, de Palermo.
Luego estudió la carrera Religiones de Oriente en la Escuela de Estudios Orientales perteneciente a la Universidad del Salvador, y cursó Eutonía aplicada al yoga. “Además llevaba bastante tiempo desde mis niñez formándome en danza clásica y contemporánea, algo en lo que mi vieja quería desarrollarse y mi abuela no le permitió: llegó nomás a bailarina de folclore”, memora Jorgela, que con el tiempo trabajó para una marca haciendo, en lugar de desfiles, shows de una hora y cuarto pasando ropa, a partir de las performances de seis bailarines y dos actores. “Así viajé bastante, conocí toda Europa del Este y participé en temporadas de nieve. A la vez, brindé clases de danza a nenitas y de yoga a grandes”, añade. “Hasta que llegué, un poco por accidente, a mi agencia de prensa”, nos obliga a darle continuidad a su relato:
–Detallenos aquel proceso, por favor…
–Arranqué trabajando para el Hard Rock Café, armando un memorabilia de artistas. Contaba con mucha cercanía al medio porque estuve casado dos décadas con Juan Carlos Baglietto, así que había trabajado algo en producción de música y laburado en dos películas (Tango feroz y Buenos Aires me mata), haciendo un seguimiento coreográfico de los músicos en escena. Abrí la agencia JA! Comunicación + Prensa en 1998. Mis hijos Julián (34) y Joaquín (28, ambos músicos) tenían ocho y dos años. Ahí empieza ese otro camino. Varios piensan que fui manager de los artistas. No, yo fui jefa de prensa, encargándome de ellos desde de la salida de un disco o el anuncio de un concierto a todas las gestiones de los espacios que no se pagan, sino que se arreglaban a partir de un acuerdo editorial: al artista le interesa ese medio y al medio, ese artista. Y si un artista es desconocido, hay que intentar que el periodista lo escuche. Es durísimo, dificilísimo, un gran desafío, porqué ¿cómo haces para que el periodista, agobiado por la exigencia de su medio, superado de trabajo, escuche algo nuevo, esté abierto, quiera? ¿Cómo...?
–¿... Cómo se puede permanecer en ese lugar sin morir en el intento?
–Con cintura para saber decir las cosas, porque, como te comenté, yo era la conexión entre el periodista agobiado, el artista que dejó todo por ese disco y las expectativas del manager, del productor y de la compañía discográfica, ¡y todos debían quedar contentos! Actuaba bajo presión, de fusible, por eso a veces, quizá en algún vallado de algún festival necesitaba mostrar carácter y pegar tres gritos para que te respeten -más siendo mujer- y domar la presión de los fotógrafos ansiosos. No obstante, en general lograba establecer un vínculo de mutuo respeto. Me inspiraba en una certeza que aún defiendo: son importantes los roles de todos.
“ME LEVANTABA A LAS 6:30 AM PARA PINTAR TRANQUILA UN RATO ANTES DE SUMERGIRME EN LA VORÁGINE LABORAL”
“Arranqué con la pintura cuando arrancaba con la agencia -recuerda Argañaras-. Comencé a desarrollarla acá, en casa. A los 38 decidí meterme en talleres -continúa-. En 2004 conocí a mi maestro, el pintor chileno Juan Astica. Más tarde fui a los talleres de Roberto Páez, Ariel Mlynarzewicz y Nora Corradetti, para una formación más estructurada, y en 2023, ya en otro ramo, inicié un aprendizaje en cerámica guaraní con el gran maestro correntino Richar de Itatí. Me copa porque se trata de objetos de pueblos originarios que se realizan con quema en un pozo, a cielo abierto, en lugar de usar horno eléctrico como en casi todos los talleres cerámicos. Aparte -también el año pasado-, me sumé a un curso práctico y teórico de Arteterapia que me encantó, con María Socas. Muy útiles las herramientas que me brindó para desarmar cosas conocidas, para volver a jugar”, apunta.
–¿Usted es lo que podríamos llamar “una buscadora serial"?
–Tal cual. Siempre estoy buscando. Así encontré la pintura, y con ella el agua en la que tenía que nadar. Necesito pintar, nunca dejo de pintar. Lo hago escuchando audiolibros, o música clásica, ópera. A veces a Charly, y bailo. Por ahí aparece Fito. O el algoritmo me lleva a composiciones de mis hijos, a la mexicana Lila Downs, con quien laburé en una época, o a artistas random que no conozco y me acompañan cuando pinto. Los estados van cambiando. A veces puedo estar cuatro, cinco horas y quizá sólo interrumpo para cambiar la yerba del mate o comer algo. Puede que en un momento me sorprenda llorando… Disfruto una continuidad de la que antes carecía.
–¿Cómo era su rutina hasta que se fue a cuarteles de invierno y dejó la prensa?
–Me levantaba a las 6:30 AM para pintar tranquila antes de sumergirme en la vorágine laboral. Llevaba a los chicos al colegio, hacía el desayuno y me metía en el taller hasta las 10. Empezaban los llamados y ya me tenía que sentar frente a la computadora. Trabajar con un artista significa un compromiso grande. Salía de casa y, si no había show, que en general había, volvía a las siete y pico de la tarde-noche. La etapa de mis hijos chiquitos resultó durísima, trabajaba mucho, pero mucho. En un momento comencé a elegir con quién. Para mí la empatía, los buenos tratos y la dignidad no se negocian. Hacia allí apunté. Sin embargo, cierto día me di cuenta de que era un laburo para una etapa de la vida. En los últimos tiempo lo sentía. Venía de veinticuatro años pintando en paralelo con la agencia. Hasta que en 2021 me bajé de todo.
–¿Le resultó difícil bajarse de lo más alto de una tarea en la que, al fin y al cabo, vivía rodeada de celebridades populares?
–Es que necesitaba hacerlo… Pero ojo que JA! siguió, y a cargo de Jimena Arce, que era mi socia.
–¿Usted encabezó el casting para que el nombre de su sucesora comenzara con sus mismas siglas y la marca perdurara?
–(Risas).
–¿Ponemos “risas” o JA! JA!?
–(Más risas). No, porque Jime es cosa seria.
EL INCENDIO DE SU CASA, EL ROLLO DE PINTURA QUE PERMANECIÓ INTACTO Y LA CRÓNICA DE UN ADIÓS ANUNCIADO A SU SEGUNDA VIDA
Hubo una fecha clave, determinante, bastante previa a aquella resolución pero que empezó a marcar el rumbo de su futuro: “El incendio de nuestra casa”, ilustra desde el mismo lugar, hoy un paraíso de luz y verde, a dos cuadras del Hipódromo de San Isidro. Y rebobina la dramática escena relatando que aquel día su compañero desde hace veintiún años, Alejandro Puente (55, cineasta y productor de eventos), celebraba el cierre de una carrera callejera que había organizado en la Avenida 9 de Julio, y ella volvía del Quilmes Rock (una de sus cuentas). Continúa ahora en primera persona:
“De repente llegué y vi en llamas el cuarto de Galo (su hijo con Ale), su cama, todo. Ahí apareció Zaida, la señora que trabajaba y vivía con nosotros. ‘Ya lo saqué al piojo, tranquila’, me abordó de entrada. No llegaban los bomberos, hasta que aparecieron y se quedaron sin agua. Venían de apagar otros dos incendios… incendios con dramas. Ahí te das cuenta de lo importante, de que la pérdida material no es nada. Vi el fuego, vi que mi otro hijo Joaco, quien estaba en el fondo y también se salvó, vi a Galo (en la actualidad de 17 años), y festejé, aunque hayamos perdido todo. Porque ahí lo importante te atraviesa”.
–¿Cuánto la atravesó a usted?
–Fue una fractura en mi vida. Me acomodó. Como ”ah, no no no no no no, estás viviendo en una nube de pedos”. Cuando ves el fuego, entendés. Y yo vi fuego en todas partes por varias semanas. “Es parte del trauma. En 30, 40 días no vas a ver más fuego”, me anticipó con acierto Marta Morell, una compañera pintora. También nos ayudó una terapeuta. Al tiempo empezó la reconstrucción de la casa. Zafamos porque una vecina gallega -que merece un altarcito- nos insistió en que la aseguráramos. A ella le había hecho pelota la suya un rayo, y nos volvía locos. Me llamaba (la imita): “Jorgela, debes asegurar tu casa, que es lo único que tienes”. Le hicimos caso y a los diez meses prácticamente se incendió todo.
–¿Cómo fue tal reconstrucción?
–Esa noche unos vecinos nos abrieron la puerta y dormimos en un cuarto de arriba de su casa. Casi no nos conocían. Sin embargo, días después se fueron a Chile y nos dejaron las llaves y su auto. Además vivimos de prestado en una casa de alquiler de Airbnb, que era de la señora gallega que te mencioné y en otra de Pilar, de una familia amiga, los Pereiro. Nos mudamos nueve veces en dos meses. La gente empezó a regalarnos ropa, entonces andábamos vestidos de otras personas. Dejamos que nos ayudaran. Amigos que habían perdido todo en incendios, supieron aconsejarnos: “Digan que sí cuando se les ofrezca ayuda. No tenga la omnipotencia de negarse”. Joaquín (Sabina) nos alquiló, por un año, una vivienda de acá a la vuelta. Nos salvó porque estábamos en cero, eh. Te estoy hablando de perder todo y no tener ahorros. Recién un año luego pudimos volver a habitar nuestro casa.
–¿Se mudaron a su propia casa?
–Exacto, pero reconstruida, vacía, casi sin muebles. Había que llenarla. Nati Oreiro nos mandó un camión con somieres nuevos y almohadas. Juan, el papá de los chicos, también nos alentó y ayudó un montón. Hubo periodistas que me ofrecían mesas, sillas. Los vecinos empezaron a regresarnos las cosas que nos habían salvado: discos, libros… Un grupo de padres de la escuela de pedagogía Waldorf de Galo se llevó lo que quedó empetrolado, para limpiarlo -proceso especial mediante- y devolvértelo impecable. Fue una experiencia alucinante en todo sentido.
–Recién señaló que “se encendió prácticamente todo”… ¿Qué no?
–Algunas fotos, alguna ropa y fundamentalmente el taller donde pintaba y pinto y los rollos con las diez, doce obras que yo iba a mandar a ArteBA y la noche anterior guardé en la habitación del fondo. Fue ese extremo de que todo es tan efímero, pasa tan rápido, es relativo, y de que lo que te parece seguro no existe más, el que me hizo empezar a madurar la idea de dedicarme sólo a pintar. Y estuve de 2012 a 2021 para animarme, para elaborarlo. Obvio que hubo otras razones. Entre ellas, el día que un gran amigo me aconsejó: “Ya tenés los chicos grandes, ya laburaste tanto, ¡basta!, largá todo, ¿qué estás esperando para cambiar?, si sabés que es por ahí...”.
“VENDÍ ENTRE CINCO Y SEIS OBRAS POR MES DURANTE UN AÑO Y MEDIO: LA FANTASÍA DE LA PANDEMIA ME AYUDÓ A DECIDIRME”
–¿Quién era ese amigo?
–Fito (Páez).
–¿Qué opinaba su pareja, Alejandro?
–Compartía. Me alentó a full: “Vos dale con todo con el arte que yo estoy acá”. Ambos siempre fuimos freelance, cada uno con su mejor y peor época, y cada vez salimos adelante pese a no contar con un respaldo económico fuerte. Pero, ¿sabés qué?, yo necesitaba tirarme a la pileta.
–¿Comprobó que tuviera agua?
–En la pandemia comencé a vender y vender mi obra por Instagram (@SoyJorgela), donde lo sigo haciendo): a las provincias, a gente desconocida que a veces no me podía abonar en un solo pago y terminaba cumpliendo a rajatabla el pacto de palabra… En 2020 y 2021 vendí entre cinco y seis obras por mes durante un año y medio: la fantasía de la pandemia me ayudó a decidirme. Digo fantasía porque la realidad actual indica que se vende menos, por supuesto, y que debo lidiar con la ansiedad. Pero la pandemia me permitió prepararme para tomar la decisión, porque podía hacer sesiones de pintura de ocho horas o de todo el día sin que nada ni nadie me demandara nada desde afuera. Cuando se paró el mundo, corroboré lo que yo quería. También me ayudaron mucho unos trabajos que hice con ayahuasca, una bebida natural utilizada en la medicina tradicional de pueblos indígenas. El laburo que encaré durante quince años de meditación, de práctica de yoga, de psicoanálisis, de diván fue alucinante, pero “la medicina” -como le llaman a las ceremonias de ayahuasca- me significó un despertar muy fuerte.
–¿De qué se trata exactamente?
–Son encuentros de trabajo interior en el que ves con mucha claridad lo que está en tu inconsciente y debés revisar y arreglar. Te aparece como una puesta en valor de tu conexión con el resto de las personas, de la máquina de picar dentro de la que te encontrás, en la que si no producís pareciera que no servís y que si no joven, parecés descartable, cuando es todo lo contrario. “La abuelita” -como también denominan a la ayahuasca- es una medicina heredada de los pueblos originarios de la Amazonia que está llegando cada vez más a diferentes territorios, inclusive a Europa. Se trata de sesiones terapéuticas que duran toda la noche, entre cinco y seis horas, con gran responsabilidad, porque hay mucho chanta y debemos tener cuidado. Yo asistí a una en Ingeniero Maschwitz, en General Rodríguez, en Tigre, en distintos lugares, con gente muy comprometida. Son facilitadores, ni siquiera se hacen llamar “chamanes”, como se denomina a los que recibieron esa herencia de sus ancestros. Y eso va acompañado de música y de ícaros, de cantos sagrados. Es muy fuerte, muy aliviador y muy movilizante.
–¿Cuánto, en su caso?
–En principio, después de que se quemara mi casa, del consejo de Fito, del apoyo de mi compañero Ale, de mi necesidad de virar el rumbo y de mi fascinación por la pintura, aquellas sesiones finalmente terminaron por decidirme al cambio. Si bien yo no tenía ninguna duda tras la primera experiencia, en marzo de 2020, durante la segunda -agosto de 2021- me apareció con más claridad. Hasta que al mes siguiente me decidí. Es como la rotura de tu ego sobre el que está construido tu personaje: las máscaras. No hace falta, no es tan importante tener razón para ganar una discusión. Lo importante es el amor, buscar conectar con la otra persona desde el corazón, aún con el que es absolutamente distinto a vos. Siempre hay una forma de acercarse. No hay que tener esa mirada tan nazi hacia el que no piensan como vos. Y tres años atrás, en aquel septiembre de 2021, me mandé.
–¿Nunca se arrepintió?
–No hubo un solo día. Antes de dejar, me acuerdo que viví un duelazo. Incluso llamé a Mariano Larraburu, mi amigo-hermano de Viedma, y le conté llorando y llorando: “Che, acabo de decidir esto”. Él, como veterinario en un laburo que le daba mucha seguridad y le hacía sostener la economía de su hogar, me aconsejó que no lo dude. Es que te vas dando cuenta de que cuando aflojás con esa concepción de tu supuesto rol productivo en la sociedad, no necesitas casi nada, se te baja el consumo a cero. Yo ando en una Suran de 2008 y no siento que necesito un auto nuevo. Lo llevo al mecánico sólo para que me lo ponga a punto y sacarlo bien a la ruta. Y la encaro con una felicidad…
A LOS 60 AÑOS, SU TERCERA VIDA: “YO SIEMPRE NECESITÉ UN NUEVO MEDIO DE EXPRESIÓN”
“Mis seis décadas de edad coinciden con el cierre de la muestra de La Flor Nocturna que ahora me tiene de gira. Nada me gusta más que estar de gira con la pintura -lanza espontánea, tal la impronta natural que le conocemos, Jorgela Argañaras-. Más allá de cuántas pinturas vendés o no, hay otros premios, como por ejemplo que te elijan para exponer en un lugar que soñabas. La vida te va dando lo que te tiene que dar y hay que confiar -avanza-. Mirá el caso justamente de La Flor... Empecé a buscar espacios donde exponer tal muestra. En general siempre es por concurso, si no resulta complicado", explica, e ilustra...
"Por ejemplo en Mendoza, donde hay una política de promover a los artistas del lugar. Y fue durísimo: pedí una reunión con el área de Cultura, me la dieron, tomé un avión a las 7 de la mañana, compartimos un café a las 11 de la mañana, expliqué todo lo que quería hacer, les mandé el proyecto, tomé el avión de vuelta y me contestaron que sí. Finalmente exhibí en todo un piso de arriba y la planta de abajo en el ECA (Espacio Contemporáneo de Arte Mendoza), un adorable edificio parecido al Palais de Glace porteño.
–Nombró dos veces a La Flor Nocturna, y lo hizo con el tono de una adolescente enamorada. ¿De qué se trata esta particular exposición con la que llega el viernes 15 de noviembre a Humberto Primo 865, San Telmo?
–La Flor… es una serie de 21 obras que pinté en La Lobería, la reserva de Punta Bermeja, Río Negro. Yo tengo una casa-taller ahí, en un acantilado frente al mar. Me llevo todos los materiales, y voy y vengo cinco, seis veces al año con mi perra Brea. Allá pinto y pinto. Me inspira el paisaje del monte, la Vía Láctea, lo cósmico, la naturaleza. Empiezo a detectar un sincronismo que antes no veía y ando hiper enganchada con la física cuántica, que de desafía todo lo conocido por la ciencia… Lo cierto es que ahí nació la serie La Flor Nocturna, que además de pasar por Mendoza, estuvo en el CEC (Centro de Expresiones Contemporáneas) de Rosario y en el Museo de Arte Contemporáneo de Catamarca (acá con otras 20 pinturas mías de la serie de Altares de las Cruz el Sur, más una instalación y una video-instalación). Bueno, ahora exhibimos La Flor… con 18 óleos seleccionados por el curador Horacio Dabbah y dos instalaciones, en la Galería de Arte Pasaje 865, dirigida por Sergio Cruz. Después seguirá en la Casa de la Cultura de San Isidro y luego en el Museo de Arte Contemporáneo Conrad Meier, de Villa La Angostura.
–¿Cuál es su estilo, Jorgela?
–Son paletas en general muy explotadas de color, con una pincelada bien marcada. Suelo cruzar los límites y utilizar distintas técnicas y distintos materiales para ver cómo reaccionan. O de golpe, óleos con una base de acrílico (casi siempre fondeo con acrílico). Me gusta que tenga una carga de materia, que se note que ahí está la pintura. No siento mía la pintura lavada. Por otro lado, hace un tiempo empecé a hacer unos laburos con lápices de óleo arriba de la pintura. Y voy probando. No estoy cerrada a usar nada.
–¿Qué halago recibido, entre otros, la impactó?
–El día que un pintor que admiro mucho como Miguel Ronsino se puso a llorar delante de una obra mía. A mí me ocurrió lo mismo durante su última muestra. “No podés pintar así”, le comenté sin poder parar de lagrimear. Es re fuerte cuando te cruza el alma la pintura de alguien: está su interior, toda su esencia ahí contando algo intenso. No me pasa seguido. Y me conmueve. A mí me caen muy bien quienes pintan porque sé que están metidos en un viaje maravilloso y muy loco para la época que transitamos. Hay personas que lo primero que te preguntan es “¿vendiste?”, cuando con el arte en realidad pasan muchas cosas no necesariamente vinculadas a la plata. Incluso, apenas llega esa venta, yo lo primero que hago es ir corriendo a comprar óleo, tela o materiales para poder seguir pintando. Como decía mi vieja: “Dios aprieta pero no ahorca”...Termino una muestra y al otro día estoy dándole al pincel.
–¿Páez y Sabina son dos de sus grandes admiradores, cierto?
–Fito me compró ahora una obra enorme. La tiene en su living. Le puse Corazón renacentista, porque mi hijo Galo descubrió que era un corazón. Es un trabajo que me había pedido Ceci Erratchu, la directora de arte de El reino, que es una genia, Como Mercedes Morán hacía de una oscura y manipuladora pastora (Elena Vázquez Pena) dispuesta a todo por conservar su lugar de privilegio, me encargó que pintara unas flores carnívoras como saliendo de la tela, con un fondo negro. Le acerqué una serie de bocetos, eligió uno y sobre el mismo armé una obra original de dos metros por uno y medio. Le tomaron una foto en alta y la imprimieron sobre un mural de terciopelo de seis metros por tres. Armaron un andamio donde se filmaba la serie y yo fui con los mismos pigmentos que había usado en el original, para pintar arriba del mural la obra sublimada. Ceci terminó adquiriendo esa obra y Fito, la original. Aunque él ya me había comprado otra en ArteBA. Él sabe de pintura. En realidad es un estudioso, alguien con quien podés hablar de todo: Fito Páez no es un hombre de perder el tiempo, te juro.
–¿Qué hay de Sabina?
–Es un grande en la materia. Vino a una muestra mía en Recoleta y se la pasó el día entero hablándome “del árbol azul que pintaste y me vuelve loco”: un óleo que luego compró el cantante Guille Beresñak y lo llevó a la portada de uno de sus discos (A la sombra del árbol azul)… Joaquín está todo el tiempo dibujando y pintando. Tiene la casa explotada de obra, una colección divina de arte. Acaba de cubrir una pared de su departamento con retratos espectaculares de chicas que dibuja y pinta. En sus conciertos pueden verse proyectadas varios de ellos.
–Siempre el arte a su alrededor, Jorgela: Tres profesiones, tres vidas, ¿qué es, fue y será para usted la danza, la música y la pintura?
–Siempre necesité un nuevo medio de expresión. Uno a uno ellos en algún momento ocuparon un lugar central de mi vida y se fueron pasando la posta. La danza era todo para mí, me parecía que no había nada que la superara. La música, igual, porque acompañé el proceso creativo de un montón de artistas que admiro, y aprendí lo que sí y lo que no. Un nivel de entrega alucinante que al mismo tiempo acompañó mi proceso creativo con la pintura... Arranqué con el baile a los cuatro años, desde los 18 me vinculé a la música. Ahí empecé a pintar sola. Mi abuela era pintora, mi tía pintora, mi tío era pintor. El arte fue ganando más más más más lugar dentro mío. Como algo que se derrama, como un color sobre una hoja en blanco que va ocupando todo. ¿Sabés qué siento, de corazón? Que en cierta manera las dos primeras vidas eran una preparación para ésta.
Fotos: Alejandro Carra, Archivo Atlántida y cortesía de J.A.
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