Adriana Rosalia Balbo Figueroa (35) lleva seis años compartiendo su arte con todos aquellos que se quedan hipnotizados cuando ven sus murales cargados de naturaleza, colores vibrantes y una alegría intrínseca. Pero este camino comenzó a trazarse mucho antes, cuando tan sólo era una niña que dibujaba con lápices de colores sus sueños sobre el papel.
Así ella cuenta su historia: “Crecí en un PH muy humilde de Ciudadela y me crié en barrio-barrio. Todo era, si se puede decir, ‘normal’ hasta que mis papás se separaron cuando yo tenía nueve años. En ese momento mi familia se convirtió en un caos: quedamos mi mamá, mi hermana y yo por un lado, y mi papá y mi hermano por el otro. Y en ese tiempo de disfuncionalidad familiar, los tres hermanos nos aferramos muchísimo al arte.
Y continuó: "Tanto es así, que hoy mi hermana (Bárbara) canta y baila flamenco, y mi hermano (Lucas) es músico y se expresa a través de la percusión. En aquellos tiempos yo me volqué al teatro para crear historias y realidades que me llenen de felicidad. Volé tanto que me llegaron a decir ‘Adry, baja a la tierra porque te estás yendo a otro plano’. Terminé la primaria y entré a estudiar el magisterio de bellas artes en la Escuela de Enseñanza Artística Rogelio Yrurtia, de Mataderos. Es decir que de los 13 a los 18 años pasé mis mañanas estudiando arte y mis tardes cursando el bachiller".
"A veces también -agrega Adry Balbo- me quedaba después de hora para tomar otros cursos de teatro o música. Todo muy de abajo eh: no es que vino papá y me pagó la carrera. Al contrario, me tuvieron que dar media beca porque no llegábamos a pagarla. Pero bueno, sucedió y me pude recibir de maestra nacional de plástica. Cuando eso pasó, dejé de pintar y empecé a trabajar en publicidades provocando algo muy loco: en un año y medio pasé de vivir con un peso al día a comprarme mi casa".
"Fue patear un tablero, hacer una transformación. De pronto, tenía una profesión que disfrutaba y me hacía viajar, y no necesitaba correr para pagar nada. Mi vida siguió por ese sendero hasta que conocí un chico santafesino, me puse de novia, y me mudé a Rosario. Un día empecé a pintar y a redescubrirme sin que ningún profesor me calificara. Entonces me picó el bichito de dejar huella. Un tiempo después –hace casi seis años–, viajé a Panamá y pinté mi primer mural junto a tres niños de la calle. Ahí ya no hubo marcha atrás. Volví a Argentina y me anoté en un curso con Martín Ron. Un flash, porque yo veía sus murales de chica en zona oeste y pensaba ‘Uy, quiero pintar así’. Y empecé a animarme cada vez más. Pero seguía siendo un hobby. El gran quiebre vino cuando, después de quince años de laburo, los directores de publicidad se cansaron de mi cara y prácticamente me dijeron ‘te vimos demasiado’ y debí replantearme todo. En un acto de valentía decidí alquilar un espacio compartido con otras chicas para hacer un co-working de arte… ¡Y por suerte salió bien! Es el día de hoy que me llaman de grandes cadenas de televisión y no sé si me buscan por un personaje o por mis murales. De lo que sí estoy segura, es que es por mi arte”.
“Pinté el primer mural ecológico de Wynwood”
“Para un muralista, pintar en Wynwood es como para el jugador de fútbol jugar un Mundial, y a mí ese puntapié se me dio después de firmar un contrato con una galería de arte de Miami que esperaba mis obras. Al arranque evalué enviárselas por correo, pero me di cuenta de que era muy caro. Así que vendí el auto, alquilé mi departamento, le dejé el perro a una amiga y dije `Me voy´.
Una vez en Estados Unidos, la famosa zona de artistas me empezó a atraer como un imán. Así que pasaba por ahí todos los días con mis rollers buscando paredes disponibles. En esa búsqueda recibí la llamada del encargado del sector diciéndome que sus empleados le habían dicho que tenía que conocerme. ¡Y claro!, si yo me la pasaba charlando con ellos (ex convictos y ex vagabundos a los que les dan trabajo y formación), y llevándoles medialunas de pura buena onda. Yo pretendía una pared de 3x3 metros. Lo que no puedo describir es mi sorpresa cuando me dijeron ‘Esa no te la podemos dar, pero tenemos una de 25 metros de ancho x 10 de alto’. ¡Una locura total! Claro que había un temita: en ese momento tenía 300 dólares en la billetera para invertir en una mega pared en blanco. Es decir, no me alcanzaba ni para la pintura. Moví contactos, el cielo se abrió y una marca (Smog Armor) decidió sponsorear mi mural y darme litros y litros de pintura fotocatalítica sustentable, que es genial porque descontamina: absorbe el dióxido de carbono y hace como el trabajo del árbol purificando el aire.
Cuestión que, en enero de 2020, terminé pintando el primer mural ecológico de Wynwood. Se trata de una mujer con manchas en la piel de vitíligo, para fomentar esto de que lo imperfecto en realidad es perfecto, y que lo que algunas mujeres tapan, los hace únicas. Y la acompañé con un fondo de mar, porque tiene que ver con la conciencia planetaria”.
“Según cómo me siento, elijo los colores”
“Cuando conecté con mi parte artística, empecé a sanar cosas internas. Los murales me ayudaron a transformar todas mis experiencias dolorosas. Es como que arranqué a ponerles color y mensajes positivos, y encima veía que eso ayudaba a otros. Y acá estoy, sanando hasta ahora. De hecho, según cómo me siento, veo qué colores elijo en una obra. Además, aprendo mucho de la gente con la que trabajo –porque un mural es un trabajo en equipo– y de lo que pasa en la calle. Ayer, por ejemplo, frenó toda una familia, y una abuelita se acercó porque quería hablar conmigo. Bajé de la escalera, y me dijo: ‘Te felicito por estar pintando y compartiendo tu arte con todos en un momento de crisis’. Eso solo para mí vale todo, es magia pura”.
Para pintar esta esquina típica de la estación de San Fernando, me inspiré en la flora y fauna del Delta, ya que quería llevar un pedacito verde colmado de naturaleza al medio de la ciudad. Y, la verdad, resultó hermoso ser testigo de la emoción de los vecinos al ver representados el venado de los pantanos, las nutrias, las garzas y determinados árboles típicos del lugar
¡Fue la doble de Margot Robbie!
“Como actriz me di muchos gustos en teatro, cine y televisión. Pero hay dos que no me los olvido más”, comenta con energía Adry desde la Ciudad de México –donde lleva un mes y medio realizando murales–, antes de empezar a describir el primero: “En el 2013, cuando mi mamá y mis hermanos se fueron a vivir a España, yo trabajé en la película Focus, con Will Smith, mi ídolo desde que tengo uso de razón. Y fue una de esas cosas que tiene ver con la ley de la atracción, con creer en algo e ir por ello, porque quedé en la película habiendo entrado como extra. Pero paso que, en el corte, cuando todos se iban al catering, yo me quedaba en el set mirando la puesta en escena y todo el armado. En eso, me vieron los directores y me dijeron ‘Sos muy parecida a Margot Robbie: ¿Qué tal tu inglés’. Y aunque mi inglés venía más o menos, destapé una olla, me puse a hablar como si supiera y me eligieron como su doble. Me acuerdo de todo lo que viví detrás de cámara y de lo que charlé con Will Smith, que casi no usaba doble…”. “Y el otro momento que me voló la cabeza –continúa–, lo viví en el 2018 cuando gané una beca de actuación para hacer un curso intensivo para profesionales en el Estudio Corazza de Madrid. Imaginate que llegué y me enteré de que Javier Bardem estaba en otro paralelo. ¡Casi me muero! Con él no tengo fotos porque me habló tan de par, que no daba. Lo que sí hice fue regalarle una de mis postales y decirle que le agradecía su simpleza y su humildad. Porque es admirable un tipo con esos premios y esa trayectoria que elige seguir formándose”.
A futuro me gustaría tener una residencia artística para ayudar a otros a que confíen en su arte. A mí, hacerlo, me cambió la vida
Por Kari Araujo
Fotos: Christian Beliera y gentileza A.B.
Edición de video: Cristian Calvani.
Retoque digital: Gustavo Ramírez y Mariano Speroni.