Antes de que cualquier auto llegue a un concesionario a la espera de que alguien lo quiera comprar, las marcas realizan una gran cantidad de tests para comprobar su correcto funcionamiento. Primero a través de simulaciones y luego en el mundo real, donde llevan sus vehículos al extremo.
Pero no solo se realizan ensayos en calles y rutas, sino también en centros técnicos específicos donde los hacen rodar miles de kilómetros en pistas de pruebas y también los someten a bruscos cambios de temperatura.
Altitudes superiores a las del Mont Blanc, la cima alpina más alta; velocidades del vehículo y del viento de hasta 250 km/h, nieve, luz solar intensa y lluvia son algunas de las condiciones que se pueden generar pulsando tan sólo un botón en los diferentes centro de pruebas medioambientales de automoción.
Allí los ingenieros pueden someter a los vehículos a exigentes “viajes” por todo el mundo, desde el calor del desierto del Sahara, hasta el frío ártico de Siberia o la pesada humedad de Costa Rica.
Los centros más avanzados cuentan con túneles de viento especiales para automóviles que puede simular una altitud de 5.200 metros, la misma elevación que el Campo Base Norte del Monte Everest.
También cuenta con instalaciones que pueden enfriar dos habitaciones hasta los -40ºC y calentarlas hasta 55ºC, además de generar un 95 por ciento de humedad.
Este tipo de pruebas cubren el confort, la seguridad y la durabilidad, así como el rendimiento eléctrico, los frenos, el aire acondicionado, el remolque, la calefacción de la cabina y otras situaciones.
Los ingenieros analizan los efectos de los vientos de alta velocidad en las partes exteriores, comprueban el comportamiento frente a la lluvia y la nieve, y ven lo rápido que se descongela un parabrisas a diferentes temperaturas.
De algún modo, los vehículos son sometidos a grandes torturas, pero es la única manera de saber que realmente son seguros.
