“Mi mayor deseo era tener una ducha con agua caliente”, rememora Jorge Gómez (65), quien hasta los 18 vivió en una casa prefabricada con techo de cartón. Lo cuenta rodeado de objetos muy significativos para él que compró en subastas: un disco de oro de los Beatles, un volante firmado por el piloto de rally Ken Block y la maleta en la que la mamá de Ringo Starr guardaba los recortes periodísticos en los que era protagonista. También un BMW intervenido por un artista con los personajes de Don Gato y su pandilla (los dibujos de Hanna-Barbera) y unos palos de batería que le regalara Marky Ramone.
Días antes de que se diera esta conversación, casi sin conocernos, se abría por WhatsApp: “Tengo que decirte la verdad, creo que a esta altura una sola cosa me intimida: hospedarme en el Ritz de París”. El tema surgió con una promesa: “Regreso y nos juntamos”. Además de maravillarse con la habitación de Cocó Chanel, beber tragos en el bar en el que lo hacía Ernest Hemingway y quedarse pasmado con la grifería bañada de oro, logró su última gran fantasía: comprarse un Utopia.
–¿Lo sentís como un hito o un poco te acostumbraste a manifestar todo lo que querés?
–Lo que pasa es que tenemos que remitirnos a cuando compré el primer Pagani en 2005. Fue una historia muy rara: no tenía la plata para comprarlo y la marca tampoco era lo que es hoy. Cuando me junté con Horacio Pagani (diseñador de autos) le dije que iba a llamar a un amigo a ver si me lo prestaba y si me daba cuotas. El año que viene se van a cumplir 20 años de eso. Pagani creció muchísimo: hoy tenés que pedir por favor que te lo vendan.
–Y esa promesa después se transformó en un éxito.
–Claro. Ahora todo el mundo quiere uno porque es el auto de moda entre los billonarios. Y yo estoy metido ahí porque soy argentino, me hice amigo y estuve cuando los demás no estaban. La primera vez que lo ví no podía creer que estaba hablando con él: para mí era estar haciéndolo con Enzo Ferrari. Le presenté muchos clientes y traté de hacer lo más posible a modo de agradecimiento.
Hoy el negocio de los autos es impresionante. El mismo Zonda que tiempo atrás se vendió a 340 euros, aproximadamente 340mil dólares, llegó a venderse por diez millones. En esa época llegué a tener tres Zonda; uno de ellos Pagani me lo guardaba en la fábrica. Entonces cada vez que iba a Europa me lo tenía listo, con el tanque lleno, todo.
–Casi una escena de Misión imposible. En qué momento dijiste, ¿esto de los deseos sí funciona?
–Sí, se me destrabó algo y entendí cómo lograrlo. Bueno, a mí siempre me dio mucha fuerza mi mamá. Yo soy hijo único y venimos de una familia muy pobre, no clase media. Nuestra primera casa fue una prefabricada con techo de cartón, con petróleo para que no pase el agua. Así como te digo. Y mi vieja siempre me decía: “Vos podés, lo vas a lograr”. Y me lo decía tanto que me la creí.
Si en ese momento me preguntabas: “¿Y cómo vas a hacer Jorge?”. Te hubiera respondido: No tengo ni la más puta idea. Mi mamá era costurera, hacía camisas para el Once, y mi papá era obrero. Trabajaba en la fundición, siempre trabajo insalubre y pesado. En un momento él se queda sin laburo y mi vieja va a limpiar casas para que yo siga yendo al mismo colegio. Ella puso todas las fichas en mí.
–Decías que habías entendido cómo lograrlo. ¿En qué momento te quedó claro?
–Estábamos en quinto año en una de esas charlas vocacionales en las que cada uno cuenta lo que pensaba hacer. Mientras otros decían “abogado”, “periodista”, “profesor de educación física”, yo respondí “plata”.
–Aparte después de graduarte como perito mercantil no seguiste estudiando.
–Es el día de hoy que todavía mi vieja me dice que vaya a estudiar. ¡Está loca” (rompe en una carcajada).
–¿Eras bueno en el colegio?
–Sí, llegué a tener 9.45 de promedio general. Pero me esforzaba porque quería ser abanderado. Pero no pude, ¿sabés por qué? Porque era un quilombero, me portaba mal y siempre me estaban por echar.
–Hablabas sobre lo elemental que fue el aliento de tu mamá, algo que hoy replicás en las redes.
–Es lo que trato de hacer yo. Porque pienso que hay muchos chicos que no tienen la suerte de tener padres que los alienten, que les den seguridad y los apoyen. Igual pasa que en general no te escuchan o no te dan pelota. Yo a mis amigos apenas me empezó a ir bien les decía: “bolu… ponete a hacer esto”. Yo siempre compartí el dato. Si lo tengo, te lo doy, te juro. Nunca fui de guardarme información. Porque creo que todo eso eso vuelve. “Si sos mezquino, sos malo… y si sos bueno, eso mismo vuelve”.
–Uno de tus lemas de vida que repetís es “no se droguen”. ¿En algún momento de más chico sí caíste?
–No, nunca me drogué ni probé.
–Hace un tiempo te referías a que habías caído en la mala y pensé que sí.
–No pero caí en la mala y me salvó mi mamá. Trabajé muy poco en relación de dependencia, pero yo era muy rápido para el mandado. Veía las cosas muy simples y en dos segundos ya había montado un curro. Entonces mi vieja me veía que a los 18 en seis meses de trabajo ya había cambiado tres autos y se dio cuenta de que en algo raro estaba. No daban las cuentas.
Entonces me hace el verso para sacarme cosas. Y ahí cuando le cuento, me dice: “No, Jorge, fui a limpiar casas para enviarte a un buen colegio". Y tenía razón, y me quitó el currito. Me refiero a los de guante blanco, que son los peores; no es que salí con un caño.
Digamos que lo que hacen en la política, robar y robar con una lapicera. Me sentí tan mal que renuncié y ahí me di cuenta de que no tenía que hacer nada raro para ganar plata. Lo hice y me fue espectacular.
–E hiciste de todo.
–Vos me decías, “¿vamos a grabar una nota” y yo iba con todo. ¿Qué más hay que hacer? ¿Subir el Everest? “¿Cuánta guita hay?”. Y siempre pensando a lo grande. Yo me quería llenar de guita. Ahí empezamos con distintas cosas. Puse una casa de galletitas con unos amigos pero nos comíamos todo lo que comprábamos.
Después pusimos una agencia de fletes a la que habíamos bautizado Punto y banca porque me gustaba el casino. Por supuesto duramos nada. Pero ganamos dinero con la venta de las de las camionetas. Después nos metimos en un supermercado por cuatro meses y terminamos vendiendo el fondo de comercio.
–Cambiaste de rubro sin miedo, ¿de dónde venía esa versatilidad y tanta intuición? Porque tu viejo era obrero, no hubo nada de seguir ese patrón limitante.
–Es que te acostumbrás a arriesgar. La gente tiene mucho miedo a fracasar, a que le vaya mal, a perder lo poco que tiene… Por eso siempre pongo en mis stories eso de “Hay que tener menos miedo que los demás”. Esa es una de las claves. Porque todos tenemos temor, pero si tenés menos que el resto, ahí ya te destacás.
–Hace poco también compartiste un plato de polenta que te había hecho tu mamá. ¿Cómo ves los momentos duros que pasaste desde esta perspectiva?
–Te digo honestamente… Hay imágenes que se te vienen a la mente y siempre recuerdo lo mismo. Me pasa cada vez que entro al baño. Lo único que quería era tener una ducha con agua caliente. Nunca tuvimos agua corriente, siquiera. Después sí hicimos una casa de material.
Pero pienso que mi primer objetivo era una ducha y hoy casi todos la tienen y no le dan ningún valor. Lo mismo a la salud. Recién uno le da bola el día que está enfermo: ahí te acordás que era importante. Entonces estás en una casa calentito y tenés para comer todos los días, y tal vez te estás quejando de si tenés tal cosa que querías.
–¿Qué es para vos tener algo que deseás?
–A mí me pasa que tengo 65 años y tengo un montón de amigos que ya no están. Entonces me despierto y agradezco. “Estoy vivo, ¡aleluya!”. Primero arranquemos por ahí. Si estás vivo, tenés salud, amor y plata, tenés que estar contento.
–Vamos al grano: ¿la plata hace a la felicidad?
–Nunca vas a ser feliz por la plata que tengas. Tal vez ya ganás 100mil dólares por mes pero eso no te va a satisfacer. Resulta que después nunca te alcanza y querés más. Y después, bajar cuando estás en clase media es duro: de golpe estás viendo si llegás a fin de mes y si tenés para comer. Cuando se va para atrás se sufre mucho. Lo que puedo decirte es que tuve la suerte de no ir para atrás.
–Entonces sí un poco hace a la felicidad.
–No, no. A ver, ayuda porque también podés ayudar a la gente y eso te hace bien. Por eso estoy empezando a ser constante con lo de las redes. ¿Y sabés qué pasa? Si los piben ven que tenés un auto súper groso te van a dar más bola que a alguien que diga que no tiene un sope. Y esto es así, el viejo dicho: si vas a escuchar a alguien a quien no le va bien hay que hacerlo para no cometer los mismos errores. Me pasa mucho que los pibes me escriben y tal vez con un "hola" ya les cambié la vida.
Entre referentes y el camino de la intuición
–¿Y vos cuando eras chico a quién tenías fantasía de conocer?
–No… yo a nadie.
–¿Y algún referente?
–Podría ser mi tío, que era un loco bárbaro. Era hermano de mi papá y vivía con nosotros. Siempre caían todas sus novias haciendo un reclamo distinto. Era mujeriego, le gustaba mucho el casino, todo mal. De la familia, que todos eran obreros, fue el único que empezó a emprender, comprar y vender autos. Entonces para mí era un ídolo. Pasaron un montón de años y hace poco se lo dije.
“Pero Jorge, ¿cómo que tu ídolo? Y mirá todo lo que lograste vos”. No importa, le respondí, “porque yo me inspiré en vos”. La otra vuelta lo invité a Mónaco y fuimos al casino. Imaginate un timbero como él, de toda la vida. Se puso un saquito blanco y fuimos juntos. Tenía ochenta y pico de años. Hace poquito falleció. En ese viaje además fuimos a cenar con Pagani, fuimos a la fábrica (de Pagani) y al Grand Prix de Monaco. Fue un sueño absoluto.
–Volvamos a lo de la intuición… ¿es algo que se puede trabajar?
–Todo lo que hice fue seguir a mi intuición, como decía Steve Jobs. Porque para mí es como ver el futuro. Viste que hay gente muy intuitiva que a veces no entiende el por qué pero hace algo inesperado. Bueno, la intuición también puede ser una linda excusa para hacer una cagada (Risas). “Mi intuición me dice que tengo que ir a París”.
–Hablando de París, ¿cómo fue finalmente hospedarte en el Ritz de París, que era algo que te intimidaba?
–¡Vos sacaste esa ficha por WhatsApp! Te diste cuenta enseguida. Era algo que no me pasaba con ningún otro lugar. Y eso que me generaba, a la vez, me seducía. Sí había ido a cenar, pero nunca a dormir. Entonces dije: “Listo, no me quiero morir sin haberlo hecho”. Y nos fuimos con una pareja amiga. Yo no salí del hotel (Risas), del spa al bar Hemingway.
–¿Y qué es lo que más te sorprendió de estar ahí?
–Todo. Las griferías bañadas en oro. También nos mostraron la suite donde Coco Chanel vivió durante 35 años. Bueno, además ahí estuvo Lady Di: la princesa salió de ahí y se pegó el palo.
Como te ven te tratan
“La otra vuelta unos amigos me invitan a ver la final de Wimbledon. Porque es todo al revés en el mundo: no tenés un peso y nadie te invita un carajo ni te da nada, ahora si tenés plata te invitan a todos lados gratis, aunque tengas todo. Bueno, estos amigos no me dejaban pagar nada”, continúa Gómez.
Hasta que entonces decidió invitar a todos a cenar al Ritz de Londres. “Ya me parecía un abuso”, relata el empresario. “Entonces se pidieron el mejor vino, el mejor champagne. Se terminan las botellas y siguen pidiendo. 'Estos me funden', me digo. Llega el final de la noche, pido la cuenta y me dicen: ‘Ya está pago’. Y uno de ellos me responde: ‘Jorge, vos dijiste que invitabas, no que pagabas'”.
–Muy de película de Woody Allen.
–Y yo con una sonrisa gigante.
La mirada del empresario sobre la actualidad del país: “No puede ser que un tipo trabajando no pueda cubrir sus cosas”
–¿Cómo ves la actualidad del país en esta situación? La gente no está bien.
–Bueno, a mí siempre me fue bien. Pero obvio que la política económica y todo eso me afecta también. Te lo voy a hacer simple. Si vos tenés un dólar de 350 pesos el año pasado y hoy el blue está a 1200 la brecha es impresionante. No es que está mal: está pésimo. En todos estos años el país se empobreció y todos nos empobrecimos. Porque todos deberíamos haber ganado el doble.
Es decir que todos bajamos casi a la mitad. Los sueldos y el nivel de vida bajaron muchísimo acá. Son años de hacer las cosas mal y el que más lo paga es el que menos tiene. Yo gano la mitad pero la mitad es mucho. Hay gente que no llega a fin de mes: no puede ser que un tipo trabajando no pueda cubrir sus cosas.
Pero ojo, con la otra política íbamos a estar peor, íbamos a terminar como Venezuela. Ese era mi gran temor. Conocí a muchos venezolanos en Miami que tuvieron que agarrar la valijita y tomársela, para empezar de vuelta. Tuvieron que dejar empresas porque no valían nada.
–¿Sos positivo aunque a la gente no le alcance?
–Las tasas bajaron un montón, la inflación va para abajo y si hay crédito la gente puede acceder a muchas más cosas.
–¿Apostás más a lo del crédito?
–Yo te digo lo que para mí va a pasar. Las propiedades están muy bajas. O sea, que a la gente le alcance es otra historia. Son dos cosas distintas. Entonces, si vos podés sacar un crédito hipotecario, es momento de comprar. Porque por más que la tasa hoy no sea tan baja, la propiedad va a subir tanto que la tasa te va a salir gratis. Y vas a ganar guita.
Lo que pasa es que, claro, ¿quién tiene acceso a tomar un crédito? También la gente que gana más plata. Y sí, si no tenés guita, no te lo dan. Los bancos no tienen corazón. A mí no me gustan mucho los bancos y no me gusta depender porque son muy abusivos.
La energía emprendedora, la mejor herencia: todos sus hijos tienen sus proyectos propios
“A mí lo que me importa es que sean buenos chicos”, dice Jorge acerca de sus cuatro hijos, dos mujeres y dos varones de dos relaciones distintas. Las más chicas son fruto de su vínculo con la arquitecta Gabriela Lago, que es sobrina de la actriz Virginia Lago. A la par que su hijo más grande trabaja en la fábrica, todos tienen sus propios proyectos.
–¿Qué tipo de crianza les diste?
–Mis hijos varones son con mi primera mujer. Me casé muy joven, a los 23 años. Me pasó con ellos que quería que estudiaran en un colegio parecido al mío, porque a mí me había resultado. Y a mis hijas mujeres, que se llevan veinte años con sus hermanos mayores, las mandamos a una escuela aún mejor y bilingüe. Pusimos mucho énfasis en eso. La educación es una cosa que te va a ayudar toda la vida.
–Me quedé pensando… ¿tu mujer siendo arquitecta, qué te dice de este espacio ambientado por vos?
–¡Me quiere matar! Yo incluso en un momento tiré: “Vengámonos a vivir acá”. Acá hay una mescolanza de un montón de estilos y cosas y no me asesoró nadie –relata mientras nos hace recorrer los highlights.
Podés ver desde este pool que compré en Venecia: hay dos en el mundo y tiene patas de cristal de murano. También tengo estas guitarras hechas con chatarra, libros de Stan Lee, autógrafos de Paul McCartney (¿viste que no firma más nada?), la escultura de Dalí, el disco de Oro de Los Beatles y bueno, esta valija de la mamá de Ringo Starr.
–¿Por qué la compraste?
–Porque amo a los Beatles y para mí es muy importante porque ella guardaba ahí todos los folletos y los recortes periodísticos.
–¿Y tu mamá guarda recortes tuyos?
–¿Sabés lo que me dijo el otro día? Que estaba lavando y planchando la ropa de cuando yo era bebé. Eso es una madre.
Fotos: Candela Petech