El 30 de diciembre de 2004, día previo a los festejos de Año Nuevo, Capital Federal era una ciudad caótica, con movimiento en todos lados. Para el taxista Miguel Ángel Di Sábato parecía una jornada más de trabajo. Luego de muchos viajes, una mujer lo paró en Belgrano, él frenó y la pasajera subió. El destino solicitado: Once.
“Mi hija está en el boliche República de Cromañón, se está prendiendo fuego, vamos lo más rápido posible”, fue la frase que recuerda Miguel sobre cómo inició una secuencia totalmente inesperada para él, en la que terminó siendo una suerte de ambulancia para las primeras víctimas de la tragedia.
Hoy, con 58 años, parado de espaldas a la puerta del boliche, recuerda esa noche como si hubiese sido apenas hace días: “Cuando llegamos a Bartolomé Mitre, ya la calle estaba muy pesada. Veías chicos, gente que sacaban del boliche. Era todo caos. Cuando la señora se baja, un policía trae dos chicos, me los sube al auto y sube él conmigo. Y me dice: ‘Vamos para el Hospital Ramos Mejía’”.
“Cuando llegamos al hospital, en el playón de entrada comenzaron a atender a los chicos que traían. Bajaron los dos que llevé y enseguida subieron médicos para volver a Cromañón con equipos que parecían tanques de oxígeno”, describe Miguel sobre algunos de los viajes que realizó para asistir a los heridos.
Eran los primeros minutos desde el comienzo de la tragedia y las fuerzas de seguridad que estaban presentes pedían asistencia a todo aquel que pudiera trasladar heridos a los hospitales más cercanos.
A la par iniciaba el operativo de corte de tránsito y la llegada de camiones de Bomberos y ambulancias, por lo que le solicitaron a todos los vehículos de la zona que se retiraran para despejar los caminos.
El trabajo de Miguel vinculado a Cromañón continuó al día siguiente, cuando la mayoría de los trayectos que le pedían eran de familiares de las víctimas: “Yo vivía en Balvanera, no tan lejos de donde ocurrió todo, y cuando salgo a trabajar el 31 de diciembre, el primer viaje fue a la morgue en calle Viamonte. Papás que salían, mamás, hermanos, amigos. Allí otro me pidió que lo llevara al hospital Durán, ahí, otro al Ramos Mejía. Era una seguidilla de viajes de padres averiguando si su hijo estaba en las listas de pacientes o fallecidos”.
“Un compañero nuestro había perdido una hija”
La predisposición de Miguel para contar su testimonio sobre lo vivido el 30 de diciembre del 2004 estuvo ligada también al dolor en su espacio de trabajo: “En ese momento yo trabajaba en un radiotaxi y uno de los integrantes de la flota había perdido una hija. Los tres hijos habían estado en Cromañón y sobrevivieron dos”.
“Lamentablemente no aprendemos. Hay una cosa que se nos tiene que grabar en la sangre, en el corazón. La corrupción mata. Esto fue la corrupción. Esto fue el corolario de la corrupción”, remarca el taxista, para luego reflexionar sobre el cambio que le generó esa noche: “En mí… cambió darle valor a la vida. Cuando ves la muerte de cerca, la muerte de personas que no la esperaban, porque eran chicos que habían venido a bailar. Le das otro valor a la vida”.
Edición: Dolores Moreno
Cámara: Candela Petech, Martina Cretella y Miranda Lucena
Montaje: Candela Petech
Material de archivo: Gustavo Ramírez
Agradecemos a los sobrevivientes y las asociaciones que participaron de esta producción y sumaron su testimonio
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