Hace 49 años el Valle de las Lágrimas, de Malargüe (Mendoza), se llenó de dolor para siempre. En aquella ubicación de la Cordillera de los Andes que une a la Argentina con Chile, un avión militar uruguayo cayó con 45 personas a bordo y la historia de la humanidad tuvo un nuevo giro entre sus páginas. Lo que en aquellas frías montañas sucedió, enalteció las habilidades del ser humano en condiciones extremas y destacó la importancia del trabajo en equipo.
Aquel viernes 13 de octubre de 1972, Carlitos Páez y Roy Harley eran unos 'niños' llenos de ilusiones, con alegría y ganas de divertirse. Hoy, a casi cinco décadas de aquel fatídico día, cada uno continuó con su vida, con lo que tenían planeado o con lo que el destino quiso para ellos, y desde el otro lado del río en diálogo con GENTE rememoraron su historia de supervivencia.
Carlitos Páez tenía 18 años al momento del accidente, hoy tiene 67 años y se dedica a brindar conferencias sobre la tragedia de Los Andes, aunque para él no fue ninguna tragedia: "A veces me pregunto por qué es una historia tan vigente, y creo que es una historia extraordinaria protagonizada por gente común. Cualquier persona la pudo haber vivido", relata desde su casa en un barrio privado de Montevideo.
"Nosotros venimos de un país donde no hay nieve, donde la altura máxima tiene 500 mts. Yo tenía 18 años, era un malcriado, un consentido que no servía para nada y tuve que enfrentar una historia de 70 largos días, sin recursos de ninguna especie y sin embargo encontramos recursos desconocidos por nuestra cuenta, descubrimos la capacidad del ser humano de reinventarse para salir adelante", afirma muy seguro de cada palabra.
Por su parte, Roy Harley era un poco más grande, tenía 20 años y ya se encontraba estudiando la carrera de Ingeniería Industrial Mecánica, profesión que tuvo que poner en práctica para recuperar una vieja radio y tener algún tipo de contacto con el mundo, durante su estadía en Los Andes. "Pensar que hay muchos de nuestros compañeros que casi vivieron todo lo que nosotros vivimos", se lamenta a los 69 años desde su departamento en Montevideo.
"Fue una pesadilla los 72 días -recuerda- que pasamos en la montaña con incertidumbre, sin saber si íbamos a vivir o no, o si nos iban a rescatar, y ellos murieron días antes... no tuvieron el premio. Nosotros tuvimos el premio que nos dio la vida, que nos recibió como héroes, que nos dio el cariño de la gente, pudimos armar nuestras familias. Yo me siento un afortunado porque pude vivir toda esa historia, y todo lo que vino después".
Fueron 16 los sobrevivientes de esta historia, aunque en la actualidad solo hay 15 vivos ya que Javier Alfredo Methol Abal falleció a los 79 años en 2015. Actualmente todos ellos se mantienen en contacto, son como una hermandad a pesar de sus diferencias y de los caminos que hayan tomado en sus vidas. "Si bien tenemos ese hecho que es como la columna que nos mantiene, somos muy diferentes", afirma Roy mientras asegura que 'la vida después de 50 años cambia mucho' pero destaca que efectivamente hay algo muy fuerte e íntimo que los mantiene unidos como hermanos.
Con el paso de los años jamás dejaron de saber el uno del otro, en la actualidad tienen un grupo de WhatsApp llamado 'Cordillera' en el que interactúan permanentemente. "De hecho discutimos, nos peleamos y después siempre terminamos abrazados y pidiendo disculpas", expresa entre risas Harley, mientras confiesa que si algún sobreviviente tiene un problema: los 15 están ahí. "Nos vemos. Aparte Montevideo es muy chico", agrega por su parte Carlitos.
El presente de los sobrevivientes de Los Andes a 49 años del accidente
Carlitos Páez y Roy harley se casaron casi al mismo tiempo en el año 76. Cada uno encontró a la mujer de su vida y formó su familia soñada. Páez fue papá de dos hijos: María Helena de los Andes (43) quien se dedica al cuidado y la crianza de sus cinco niños, y Carlos Diego (27), que es actor y músico. Harley fue papá de tres hijos: Carolina (43), Química Farmacéutica, Eloísa (40), Licenciada en Nutrición, y Alejandro (35), Ingeniero Civil.
Ambos son abuelos y disfrutan de sus nietos a tiempo completo. A medida que los niños van creciendo, se les despierta la curiosidad por la historia de Los Andes y sus abuelos orgullosos les van relatando cada vivencia: "Mis nietos me acompañan a las conferencias, a los canales de tele, están al tanto del tema. Los chicos lo viven desde otro lado, lo viven más 'cholulamente', como que uno es famoso y por el momento eso les divierte. Después, irán entendiendo cómo es la historia" asegura Carlitos.
Casi lo mismo ocurre con los nietos de Roy, quienes se fanatizaron con la historia. "Hace unos años atrás estábamos viendo la tele con mi hijo, y en un momento hablan de las 10 historias de supervivencia conocidas mas grandes del mundo, y yo le digo 'acá seguro que aparezco'. Los puestos pasaban y nosotros no estábamos, ya lo daba por perdido, hasta que llega al puesto uno y ¡Éramos nosotros!", afirma sobre un ranking de National Geographic sobre las historias de supervivencia más increíbles de los últimos 100 años en la que Los Andes 'gana' por su número de sobrevivientes, su número de fallecidos, el lugar donde cayeron y los métodos que utilizaron para subsistir.
Los Andes desde adentro: "Lo más atractivo que tenía nuestra historia era morirse"
Eran aproximadamente las 15.30 horas de un viernes 13 de octubre, cuando el avión que llevaba a rugbiers del club Old Christians y ex compañeros del colegio Stella Maris, desde la ciudad de Montevideo hasta el Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez de Santiago de Chile, se desmoronó en el Valle de las Lágrimas de Malargüe, Mendoza, luego de que sus pilotos quisieran aterrizar -erróneamente- en Curicó, Chile.
La aeronave chocó contra una montaña, cortando ambas alas y la totalidad de la cola. Posteriormente, lo que restaba del fuselaje se deslizó por la montaña unos 725 metros antes de chocar contra el hielo y la nieve, y dejar varado por 72 largos días a parte de sus pasajeros a temperaturas de 35 grados bajo cero.
"Yo soy un fanático de la historia", afirma Carlitos Páez, "Es una historia del ser humano, no es un mérito de uruguayos ni de Carlitos Páez, lo más atractivo que tenía nuestra historia era morirse y nosotros revertimos eso, transformamos el no permanente en un sí, pero gracias a un trabajo bestial" aclara sobre su experiencia vivida.
"Nosotros al día 10 nos enteramos que el mundo entero nos había abandonado", recuerda Carlos y agrega con sabiduría: "El ser humano es tan arrogante que se cree que cuando a uno le pasan cosas el mundo se detiene, y nosotros aprendimos que el mundo sigue andando", reflexiona el autor de uno de los libros más leídos sobre el accidente: "Después del día 10”, que habla de dejar de sobrevivir para empezar a vivir.
"Para mí sobrevivir es alguien que está esperando que lo vengan a buscar, pero cuando uno se convierte en el timón de su propio destino la historia cambia, te convertís en viviente, como digo yo en mi libro" concluye.
Un detalle muy curioso, es que ninguno de los sobrevivientes hizo terapia por la cordillera. "Una vez nuestras madres dijeron que teníamos que ir y nos mandaron a una psiquiatra, pero fuimos una sesión y no fuimos nunca más", afirma Roy mientras agrega, "Nosotros estamos muy seguros de lo que hicimos y muy tranquilos, a mi no me quedó ningún trauma a pesar de que era mi primera vez en avión, era la primera vez que yo veía nieve en mi vida, era la primera vez que yo veía una persona muerta... yo salí pesando 37 kilos y cuando caímos yo pesaba 85 kilos".
A pesar de no haber recibido atención psicológica por el accidente, cada uno hizo el duelo a su manera. "Cuando volví lo primero que hice fue llorar a los muertos. En la montaña nosotros no teníamos tiempo de llorar, no podíamos porque perdíamos energía y además porque la vida nos venía golpeando a mil, se moría uno y tenías que sacarlo y seguir para adelante", explica Harley y asegura que cuando regresó a su 'vida normal', lloró durante seis meses.
"La pregunta que me venía a la mente era ¿Por qué me salvé yo? y ¿Por qué se murieron ellos?" concluye. Tanto Carlitos como Roy eran - y son - creyentes. En aquel momento, como en una especie de comunión, rezarle al único rosario que tenían, todas las noches, todos juntos antes de dormir, era un 'ancla' o una 'cadena' que los agarraba desde arriba y los sujetaba en medio de la inmensidad.
"Rezar era lo único que nos sostenía en ese mundo impresionante, en ese infierno, que nos ahogaba, que nos tapa un alud, que escuchábamos en la radio que no nos buscaban más, que teníamos que tomar la decisión de usar los cuerpos de nuestros amigos… te levantabas un día y te dabas cuenta que un amigo estaba muerto al lado tuyo, y nuestra firmeza era rezar. Hasta los que no creían rezaban. En esos momentos necesitás creer en algo" coinciden los dos.
Carlitos fue el dueño de aquel rosario al que todo el grupo se aferraba. "Yo tenía un rosario que lo rezábamos todos los días que fue muy importante. Nuestra razón para vivir era la familia. Nosotros peleábamos para volver a casa con nuestros papás, ni siquiera contábamos los días. Yo me enteré en Chile cuánto tiempo había pasado. Creer en dios fue importante, pero también te digo una cosa: rezando solamente de la cordillera no se sale".
Durante los primeros 10 días de aquella pesadilla que duró más de dos meses, los chicos no tenían nada para comer. Racionaron una lata de mariscos entre 26 personas, Carlos pudo comer dos cuadraditos de chocolate y compartir un caramelo entre tres. Pero no había nada más. Al día 10, surgió naturalmente la idea de alimentarse de sus compañeros fallecidos. "Si no tomábamos esa decisión hoy no estaríamos acá" afirma Páez.
"Pasamos mucho hambre, pasamos mucha sed, vimos morirse a nuestros amigos... sentíamos que muchas situaciones nos superaban", reflexiona Roy, quien durante la primera noche tuvo a un compañero a sus pies con la mitad del rostro lastimado. "Se atoraba con la sangre y hacía un ruido durante la noche y yo no tuve el coraje de agarrarle la mano, de decirle unas palabras reconfortantes. No pude. Tenía miedo, lo miraba de costado, en esa primera noche infernal que nos la pasamos escuchando gritos, porque dormimos adentro del avión entre los heridos, los muertos, los tubos, los fierros, tratando de cubrirnos del frío", finaliza.
Volver a Los Andes: "Se respira mucho dolor en el lugar donde nosotros caímos"
Tanto Carlos como Roy tuvieron la oportunidad de regresar a la cordillera en reiteradas ocasiones. La primera vez fue con en grupo, con 12 de los sobrevivientes, en el año 1994. Luego fueron con diversos canales y productoras que querían documentar la vuelta, e incluso fueron con sus respectivas familias.
"Cuando volví no me la pasé bien, porque el mecanismo de defensa que tengo yo es el humor y cuando fui con mi familia el humor no lo podía ejercer. La verdad es que se respira mucho dolor en el lugar donde nosotros caímos, se siente mucho dolor, hubieron muchos muertos, mi hija me dijo ‘papá yo no te creo que vos estuviste acá’, y eso que fuimos en verano, en condiciones excepcionales, bien abrigados" ,rememora Carlitos.
Sin embargo, a pesar de haberse reencontrado cara a cara con el infierno, ambos agradecen haber tenido la oportunidad de volver y de que sus familias vivieran al menos un pedacito de aquella increíble historia.
Pero cuando ocurren tragedias en el mundo, Carlos y Roy inevitablemente se sienten indentificados. "Cuando pasan tragedias en el mundo me viene una ansiedad brutal, leo, miro todo, me angustio, y me intereso por saber qué hicieron los que se salvaron para salvarse" admite Roy, mientras que Carlos asegura que cuando ocurren situaciones trágicas se compenetra mucho.
Subirse a un avión nuevamente fue muy duro para algunos de los sobrevivientes, incluso varios no volvieron a hacerlo. Sin embargo, Carlitos se sube a un vuelo y duerme todo el viaje con total tranquilidad. Cuenta que tiene cientos de millas acumuladas y que adora viajar. Por el contrario, Roy se siente un poco más inseguro al respecto, viaja en avión, pero con cierto nerviosismo.
"Viajaba mucho por mi trabajo, al principio tomaba pastillas y llegaba medio dormido a las reuniones. Después opté por el alcohol, me tomaba tres whiskys en seco antes de subirme y llegaba borracho. Ahora vuelo, pero voy tensionado, voy alerta, yo no duermo, por más que haga un viaje largo no duermo", asevera.
La trascendencia de Los Andes a nivel global y sociocultural
La historia de Los Andes tiene una vigencia descomunal. El avión se cayó 6 kilómetros adentro de la cordillera Argentina, 12 de los 45 pasajeros fallecieron al instante. La historia inspiró 26 libros, 9 documentales, y tres películas hechas entre las que se destaca ¡Viven! (1993) dirigida por Frank Marshall.
Sin embargo, para dicho film no fueron 'muy explorados' los sobrevivientes. "¡Viven! no me gustó, fuimos poco consultados, fue basada en un libro que se escribió al año y medio del accidente (su autor es Piers Paul Read, 1974) y los guionistas ni nos conocieron, no nos vieron las caras para hacer la selección de los actores, no nos preguntaron nada", revela Roy, y junto con Carlos concuerdan que cuando firmaron los derechos para el libro también estaban firmando los de la película sin saberlo. Por aquella producción ninguno recibió una suma importante de dinero.
Actualmente hay quienes les preguntan 'si ellos son los de ¡Viven!' a lo que responden: "No, ¡Viven! se hizo por nosotros". "Éramos 40 chicos que iban a pasarla bien, a divertirse, teníamos 20 años ¡Nos llevábamos el mundo por delante! y en un momento te encontrás parado en medio de la montaña con 18 amigos muertos, sin saber qué hacer" expresa Roy.
Escapar de los Andes: "No fue el mundo que nos rescató, nosotros salimos"
A los 10 días del accidente, los jóvenes dejaron de ser buscados y, a través de la radio que pudieron arreglar, se enteraron que 'para fines de enero o principios de febrero, buscarían los restos', y esos "restos" eran ellos.
Atravesaron una avalancha que los dejó encerrados y tapados con nieve durante varios días, crecieron a los golpes, soportaron las temperaturas más bajas y usaron los cuerpos de sus compañeros para alimentarse, porque no había nada más: ni plantas, ni raíces, ni nada. "Quisimos comernos las suelas de los zapatos. Nos moríamos y como no queríamos morirnos tuvimos que tomar esa decisión que fue la única manera de sobrevivir" exclama Roy Harley.
Tras días y días de lucha y trabajo para encontrar una salida, el 12 de diciembre de 1972, dos meses después del accidente, Parrado, Canessa y Vizintín, se alistaron, tomaron coraje y escalaron la montaña hacia el oeste con el propósito de encontrar ayuda.
Así fue como luego de varios días de extensa caminata se toparon con un arriero quien realizó la conexión principal y horas después, Helicópteros se dirigieron hacía el lugar para efectuar el rescate y salvar a los sobrevivientes que quedaron en la nave. "Al final fuimos nosotros los que salimos y encontramos la salvación. No fue el mundo que nos rescató, nosotros salimos" concluyen con orgullo, a casi 50 años del día que cambiaría sus vidas para siempre.