Tras seis meses de pandemia y aislamiento, Agustín Porres –director regional de Fundación Varkey, que cada año elige y premia al Mejor Maestro del Mundo– reflexionó en torno al impacto de la pandemia en la educación.
Pasaron seis meses desde que un decreto presidencial suspendió temporalmente las clases en Argentina. El propósito, entonces, era reducir la circulación a fin de minimizar la posibilidad de contagios por coronavirus en el país.
A esa directiva siguió el decreto de aislamiento social, preventivo y obligatorio, que se extendió en múltiples ocasiones y con diversos permisos y restricciones en cada provincia. Las escuelas, salvo contadas excepciones, permanecen cerradas. Pero directivos, alumnos y docentes lograron crear –en su mayoría– redes para continuar con los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Agustín Porres es director regional de Fundación Varkey, que elige cada año al Mejor Maestro del Mundo, destacando no sólo la tarea docente sino poniendo de relieve a aquellos profesionales que sobresalen por sus valores y su capacidad de innovación a fin de brindar a sus alumnos aprendizajes significativos y al servicio de una sociedad más justa.
Al cumplirse 100 días de clases virtuales en la mayoría de los distritos argentinos, reflexiona sobre el impacto que tuvo este tiempo de pandemia con escuelas cerradas y aulas virtuales.
Dos caras de la pandemia, una misma realidad
Esta pandemia es probablemente una crisis que definirá al siglo XXI y a cada uno de quienes vivimos en él. Tenemos claro que tendrá un impacto negativo sobre nuestros países en lo sanitario, económico, social y en la educación. Pero tal vez no tenemos tan claro que la crisis también representa una oportunidad para buscar un camino nuevo.
La pandemia modificó, en muchos casos, el vínculo entre padres y docentes y la manera en cómo nos involucramos en la educación de nuestros hijos
Agustín Porres, director regional de Fundación Varkey
En ese contexto, la educación juega un rol decisivo. Actualmente, en todos los medios de comunicación encontramos discusiones educativas que hasta hace poco tiempo no se estaban priorizando. Empezamos por el paso a la virtualidad, luego las evaluaciones, las formas de aprendizaje y hoy, la vuelta a clase, que ojalá se dé pronto.
Por otra parte, la profesión docente estaba desvalorizada en nuestro país y eso ya parece estar cambiando. Redescubrimos la importancia de los docentes, su centralidad y su impacto. La pandemia modificó, en muchos casos, el vínculo entre padres y docentes y la manera en cómo nos involucramos en la educación de nuestros hijos.
Maestras y maestros tuvieron que adaptarse a esta nueva forma de encontrarnos, de trabajar y de acompañarnos en la distancia. Desde Fundación Varkey hemos visto cómo miles de docentes están buscando caminos para continuar formándose. Para todos ellos creamos ComunidadAtenea.org, una plataforma colaborativa de aprendizaje que ya tiene más de 10.000 docentes compartiendo sus prácticas.
Además, me gustaría señalar tres “C” que podríamos sostener luego de esta pandemia.
Cultura. La educación no es sólo una respuesta de la escuela, pues aprendemos dentro del aula pero también en la calle, en el trabajo, con amigos y viendo televisión. Entonces, necesitamos coherencia con lo que queremos enseñar y aquello que deseamos que los chicos aprendan. Esto nos convoca a un cambio cultural, donde la educación sea una prioridad y una tarea de todos.
Comunidad. La respuesta a los problemas y desafíos de la educación y, de un modo particular, de la escuela, no la puede dar una persona aislada. No hay un actor del sistema que los pueda resolver sin la ayuda de otros. La solución la construimos juntos. En este sentido, necesitamos comunidades trabajando en equipo, de manera colaborativa y participativa.
La vacuna del siglo XXI es la educación, y es ahí donde tenemos que invertir y apostar a más
Agustín Porres, director regional de Fundación Varkey
Confianza. Para volver a poner el foco en el aprendizaje necesitamos confiar en el otro. La educación de nuestros hijos requiere que los ministros confíen en los docentes, que ellos confíen en los ministros, que los padres confíen en los docentes y ellos en sus directores.
¿Cómo logramos este cambio en un sistema minado por la desconfianza? Hoy, de una manera sublime, tenemos la oportunidad de volver a confiar en los docentes, que tienen una enorme tarea. Estamos expectantes por la vacuna, pero debemos tener claro que en la educación está el remedio, la salida, la solución y el camino. La vacuna del siglo XXI es la educación, y es ahí donde tenemos que invertir y apostar a más.