A los 93 años, Eugenia Unger habló a corazón abierto. Fue capturada de adolescente por los nazis en Varsovia, estuvo en siete campos de concentración sufriendo vejaciones y alimentándose con alimañas. Llegada la paz pudo viajar a la Argentina. La conductora revivió la entrevista en un documental, La niña 48914, que emocionó en los Estados Unidos y el mundo.
Se toman de las manos, se miran con profundidad a los ojos, se acarician, se abrazan y una le dice a la otra: “Si Dios me dio vida y me salvó, quiero contar y contar, porque aún hoy hay gente que no cree que en 1939 los nazis armaron los guetos y los campos de concentración. Aún algunos no aceptan la verdad”.
Así arranca el diálogo entre Eugenia Unger (93), sobreviviente del Holocausto, y la periodista y conductora Natalia Denegri, en un clima que va creciendo en emoción. Eugenia le muestra el número "48914" grabado a fuego en su brazo izquierdo en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, el vergonzoso registro imborrable que le dejaron los asesinos, y ambas rompen en un llanto sin consuelo. Transcurren instantes que parecen eternos, hasta que logran recuperarse del dolor que les provoca un recuerdo tan tremendo: “Viví lo más inhumano que ni un libro, una película o una nota podrán describir. Sufrí todo tipo de humillaciones: un día, en un gueto, pedí cantar canciones de Shabat. Al escucharnos, una soldado alemana entró a nuestras cuchetas y empezó a disparar, a matar por matar, sólo porque habíamos empezado a cantar”, rememora Eugenia mientras Natalia le acerca un pañuelo y le acomoda su cabello.
Unger nació en Polonia en 1926 como Eugenia Rotsjen, en el seno de una típica familia judía compuesta por su padre Noé (que era director del matadero de Varsovia), su madre Raquel y sus tres hermanos, Eugenio, David y Renia. De ser una niña bellísima, de rizos, ojos verdes y moños de seda, pasó a transformarse en una más de los centenares de miles de judíos de toda Europa hacinados en el Gueto de Varsovia. Con apenas 13 años, Genia –así la llamaban- pasó por los campos de concentración de Majdanek y Auschwitz-Birkenau en Polonia y Ravensbrück, Ratzow y Malchow en Alemania, donde fue rapada, maltratada, violada, trabajó como esclava picando piedras y fabricando granadas y bombas, y llegó a pesar apenas 28 kilos.
En la entrevista –que dio lugar al documental La niña 48914, que causó conmoción en los Estados Unidos y el mundo– se describe la dura historia de la Shoá, el genocidio más grande de la historia de la Humanidad. Unger cuenta allí que estuvo al borde de la muerte: “Hasta que, con la poca fuerza que me quedaba, saqué valentía no sé de dónde y logré escapar junto a una amiga, quedando bajo el resguardo del Ejército Rojo de Rusia”.
–Me emociono sólo de observarte, Eugenia.
–Es que tú eres una mujer con una sensibilidad superior. Lo noté apenas te vi. Logramos una conexión increíble, como nunca me pasó con nadie que me entrevistó. Por eso te contacté a ti. Quiero que la gente que lea esto sepa que no fue al revés. Yo te busqué porque me hicieron llegar tus trabajos solidarios y documentales humanitarios, y le pedí a mi gente: “Quiero ver a Natalia, porque ella me va a ayudar a difundir”.
–Lo sé y no lo dudé un instante. Me honra que me hayas invitado a tu casa de Buenos Aires.
–Lo más sagrado, lo más hermoso, es lo que tú tienes: tu trabajo de ayudar a la gente. Que Dios te bendiga y yo también te bendigo, por lo que eres... Y que nunca te abandone, porque a una persona que tiene y que ayuda, Dios no tiene que abandonarla. Yo perdí a gran parte de mi familia, sufrí humillaciones, violaciones y castigos hasta que pude ser libre, conocer a quien fue mi marido, formar mi propia familia. Juntos, en 1949, a bordo de un barco que hizo paradas en distintos países, llegamos a la Argentina, “el país al que le debo todo”. Aquí me reencontré con mi madre, pude capacitarme, hacerme cosmetóloga y fundar el Museo del Holocausto.
–Estoy impresionada, porque tu relato sirvió al director Steven Spielberg para la película La lista de Schindler.
–Es verdad. Fue emocionante ese hecho para mí. Siento que Dios me regala años para no callar. Varios sobrevivientes no pueden relatar la historia: somos la última generación que puede dar testimonio de lo ocurrido. Vi cómo contabas las historias en tus trabajos y me dije: “Es ella”. Quiero que seas mi voz cuando yo no esté... Me quedan pocos años. Además, no a todos los sobrevivientes les agrada hablar de la guerra. ¿Sabes, niña? Néstor, un hijo mío vive en Puerto Rico, y yo vi en tu documental –Hope (Esperanza)– todo lo que hiciste cuando ocurrió el huracán y llegaste con dos aviones para dar ayuda y rescatar a más de 300 personas. Nadie me lo contó. Eso me conmovió.
–Me sensibiliza al extremo siquiera imaginarme todo lo que has enfrentado y sufrido.
–Sí, Natalia. Me escondía en establos con caca de caballos para evitar agresiones a mi psiquis y a mi débil cuerpo. Me ayudaban a cambiarme mi pijama a rayas, nos poníamos un pañuelo en la cabeza rapada. No queríamos que nos vieran así aun cuando la guerra había terminado. Seguíamos con el terror instalado aun en la postguerra. Igual sentía que Dios me escuchaba. Él me salvó. Si no, no hubiera podido sobrevivir a siete campos de concentración. Tú también, hija, tienes la fuerza que tenía yo. Por eso ayudas tanto a quien lo necesita.
–Lloré cuando me contaron que un día buscaste tu casa en Google Maps y dijiste: “No está más”.
–Es que recordé los tiempos en que éramos felices: un lindo hogar con nuestros rituales judíos, las cortinas hermosas, los bucles que mi mamá me hacía. Te cuento otro secreto: nunca más pude volver a ver un horno de una pizzería, después de que un día mi papá me gritó para salvarnos la vida que nos ocultáramos en uno de ellos. “Quédense metidos ahí”, me pidió. Éramos 10 en un horno de barro. Todo muy triste. Pero Dios me premió y por eso pude lograr tener hasta bisnietos. Reciclé odio por amor, y quiero transmitir ese legado a las nuevas generaciones.