Una postal que duele
Frente a la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Belgrano –la histórica iglesia conocida por los vecinos como “La Redonda”–, solía haber bulliciosos restaurantes y también artesanos que vendían sus productos en una feria visitada por miles de personas a lo largo de cada fin de semana. Pero la postal cambió: los locales cerraron sus puertas, el silencio se adueñó de la vereda y hoy los comensales son únicamente quienes hacen fila de lunes a sábado a la espera de un recipiente descartable con comida caliente, un vaso de mate cocido con leche, un trozo de pan y un postre. “¿Budín o naranja?”, preguntan con amabilidad los voluntarios que, del otro lado de “la puerta verde”, ofrecen cucharones de sabor, comprensión y compañía.
“Viene gente sacrificada y muy sufrida”
Por el padre Martín Durán (43). Su llegada se da a las 18:05, minutos después de terminar de celebrar la misa junto a los feligreses que acuden a escuchar sus palabras dentro de la iglesia. Afuera, personas en situación de calle y vecinos que llegan con un tupper y el changuito para pedir una ración que comerán cuando caiga la noche, encuentran en él palabras de aliento y miradas de cariño.
"Este comedor para hombres mayores de cuarenta años funcionó históricamente dentro del edificio en un salón grande, pero desde marzo 2020, por la pandemia, instalamos la modalidad de hacerlo al aire libre, y eso implicó que venga gente de toda edad y género. La mía es una tarea de acompañar un montón de situaciones difíciles, porque acá hay de todo: es un mundo de dolor y necesidad; viene gente sacrificada y muy sufrida en todos los aspectos. Yo estoy, escucho y veo qué puedo hacer. A veces se trata de acompañar con una palabra o una prenda, otras, de darles orientación, ayudarlos con un trámite o confeccionar un curriculum. Depende de la persona, ¡y son cientas ellas! En cuanto a la comida, hay muchos jubilados que vienen porque no tienen para alimentarse, pero también hay mucha soledad: encuentran en la comida un espacio de encuentro. De hecho, hay muchos hombres que viven solos en pensiones o que tienen casa y acá arman su mesa de amigos. Después, viene gente de la zona que capaz que vive en propiedades caras que pertenecían a su familia, y ahora no tienen ningún tipo de ingreso. Acumulan deudas de expensas, y aunque les ofrezcas alimentos, te dicen “no tengo para cocinarme porque me cortaron el gas”. Y eso te lleva a pensar que hay personas en pleno Belgrano que se están duchando con agua fría. A esas duras realidades se suma el condimento de la soledad, porque tienen pocos familiares o les da vergüenza cargosear a un hijo o pedirle ayuda económica. Entonces eligen bancarse solos. Y acá nos encuentran a nosotros: un grupo de voluntarios –menos de diez– que cada día alimenta a entre 90 y 120 veinte personas".
También en Plaza de Mayo
Con sus palmeras, sus fuentes y su aliento de río, la plaza más antigua de Buenos Aires fue escenario de todos los acontecimientos políticos importantes de la historia argentina. Incluso del momento en que Juan de Garay fundó por segunda vez la Ciudad –con el nombre de Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre– el 11 de junio de 1580. Pero ahora, casi medio siglo después, el acto que se repite día tras día es otro, menos esperanzador. Antes de que den las 19, y atraídos por una ración de alimento, mujeres, hombres y niños comienzan a hacer fila frente a un banco de cemento en el que aún no hay nada. Recién a la media hora –por el lado este de la plaza y cargada por dos hombres fortachones–, una rebosante olla de guiso de lentejas hace la entrada, y todas las miradas se depositan en ella. Anhelantes.
“Yo nunca pensé que iba a estar acá”
Por Alicia (68), ex integrante de la clase media argentina
"Yo acá vengo dos o tres veces por semana. Pero no piensen que soy desempleada, no: yo soy secretaria de un centro de violencia… Lo que pasa es que el sueldo no me alcanza. Bah, me alcanza para pagar los gastos de mi casa –vivo acá en Monserrat–, pero quedo ajustada a la hora de poder comprar comida. Así que por la mañana voy a un comedor que queda en la calle Santiago del Estero, entre Carlos Calvo y Estados Unidos, que me brinda comida rica y variada, y por las noches vengo acá, donde encuentro buen alimento y atención. Qué sé yo, hay mucha gente como yo que por la pandemia y la inflación terminó acá. ¡Y a mí, la verdad, me abordan muchas sensaciones! Porque en la plaza hay gente de todas las clases: personas humildes, otras más humildes, y yo, que nunca pensé que iba a estar acá, buscando la comida en un comedor. Empecé un día de febrero y fue un fuerte impacto, porque me sentí extraña. Es que era algo que yo asociaba a los noticieros. Me acuerdo que veía en la tele un comedor muy grande de Flores y como espectadora pensaba “¡uy, pobre gente!”; y ahora estoy en esta situación con mis estudios secundarios y mis cuatro años de inglés. Sin embargo, a la vez descubrí un mundo distinto: me hice una amiga de los comedores –que también trabaja–, vi cómo en estos encuentros se formaron parejas... Es que acá se da todo. También creo que me llevo aprendizajes, como que uno debe conformarse con lo que tiene, que no hay que criticar tanto, bah, ni criticar. Estar acá me humanizó. Ya no estoy en la frivolidad. Y hasta veo con optimismo que hay gente que progresa, que estaba en la calle y ahora consiguió un alquiler. No sé, mientras tengo claro que todo depende de uno, quiero creer que todo esto es circunstancial".
¿Qué se hace desde el gobierno?
El Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño trabaja con 515 comedores y merenderos comunitarios de la Ciudad. En el contexto de la pandemia aumentó sus raciones en un treinta por ciento: antes entregaban 92 mil raciones, y actualmente la cifra es de 130 mil. Por otra parte, y en reconociendo el enorme rol que tienen en la comunidad, desde el 27 de mayo las mujeres al frente de los comedores ingresaron en la etapa de vacunación, como personal estratégico, junto a maestros y fuerzas policiales. “Ellas son las que sostienen la política alimentaria de la Ciudad, las que estuvieron y siguen estando en la primera línea de batalla durante esta pandemia, redoblando esfuerzos y concientizando en su barrio sobre la importancia de cuidarse”, comentan desde el Ministerio.
Por Kari Araujo
Fotos: Fabián Uset
Agradecemos a Martín Giovio, Javier Mayorca y al Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad de Buenos Aires