“A veces mi papá me despertaba a las 2 de la mañana: ‘¿Querés venir abajo a ver las hormigas?’ Pronto, con linternas nos lanzábamos al jardín para seguir sus pequeños pasos. Sin embargo, la idea de mi padre no era ésa, sino tratar, en cierta manera, de averiguar cómo se comunicaban. Y claro: porque si van llevando algo al hombro camino a su hormiguero y de repente alguien destruye ese hormiguero, ellas automáticamente, sin siquiera haber visto lo que sucedió, giran y van hacia otro lado… ¿Qué sintió, qué las llevó a hacerlo? ¿Cuánta energía existe en el mundo que aún nosotros no hemos codificado? Eran las preguntas que papá se hacía. Que son las preguntas que se hace un inventor. El inventor empieza por hacerse preguntas…”, arranca la entrevista Mariana Biró con la claridad de una docente -comenzó dando clases en el Colegio Lincoln- y ciertos notables pergaminos que heredó: justamente su padre Ladislao creó nada menos que el bolígrafo, el mismo pequeño utensillo que ocho décadas y media luego de surgir sigue siendo el mejor medio para escribir a mano.
-Pero, disculpen -interrumpe de repente la señora de 92 años que de ninguna manera los aparenta… ¿Se puede comenzar una entrevista sin acompañarla con un café” -pregunta sonriendo.
-Gran invento el café también, ¿verdad?... “El inventor empieza por hacerse preguntas”, comentaba recién. ¿Es así?
-A un inventor le interesa descubrir, quiere descubrir. Más allá de lo que ve, imagina cómo funcionan las cosas o intenta llegar a esa respuesta. El inventor tiene la curiosidad atenta, despierta, como debería tener siempre el docente. Bueno, yo valoro cada día y quiero mucho lo que hizo mi padre (calculá que además del bolígrafo tuvo más o menos 300 patentes por inventos), pero reconozco que lo mío, mi pasión, viene por el lado de la educación.
“A MIS NUEVE AÑOS ME PAGABAN 50 CENTAVOS POR PROBAR LOS BOLÍGRAFOS, PARA INVESTIGAR POR QUÉ MANCHABAN”
Nació el 16 de abril de 1932 en la capital de Hungría, bajo el nombre de Marianne, ya que su padre solía viajar bastante por Francia. “Llegamos a Argentina en 1941 y pronto mi Marianne se convirtió en Mariana… Sí, nos radicamos a mis nueve años, en medio del gran invento de mi padre, que comenzó a desarrollar en Budapest (1937), continuó en París (1939) y sacó al mercado acá. Aún conservo en mi casa el pupitre que me regalaron en la escuela porteña donde estudié de chica, con el tintero y una lapicera a pluma incluidos. Recuerdo que cada mañana iba el maestranza para cargar los tinteros. En el transcurso de las clases yo me manchaba. Así que volví a casa enojada. Papá me pedía: ‘Tené paciencia, estoy trabajando en eso’. Y parece que trabajó bien, jajajaja. Bueno, yo también me esforzaba para que lo lograba”, apunta sentada frente a su escritorio de la Escuela Del Sol, que dirige desde 1966.
-¿Cómo colaboraba usted a los nueve años?
-A esa edad tuve mi primer trabajo: me pagaban 50 centavos por hora para probar bolígrafos. Perdían mucha tinta y papá quería resolver ese problema. Después se fabricó un aparato que me reemplazó. Siempre surge algo que reemplaza lo anterior. Perdón, siempre no… El bolígrafo, un invento revolucionario hasta la fecha.
-Si el bolígrafo tuvo su génesis en Budapest y salió a la venta en nuestro país, ¿entonces es húngaro o argentino?
-Cuando los húngaros dicen que es un invento húngaro llevan razón, porque papá era húngaro y lo patentó en Hungría. Pero la primera fábrica se abrió en Buenos Aires, de donde salió el mundo para comercializarse desde 1944. Con la idea de que no nos peleemos yo digo que el bolígrafo tiene partida de nacimiento húngara y pasaporte argentino (guiña el ojo). Así hablo bien de Hungría y de Argentina.
-¿Cómo continuó su vida por aquellos tiempos?
-En 1948 nos instalamos en mi actual casa porteña, donde mi padre residió hasta su fallecimiento en 1985. En pocas palabras, yo me casé y me separé. Tiempo después conocí a mi segundo marido (Francisco Sweet), también divorciado, que había nacido en Estados Unidos y era sociólogo y licenciado en Ciencias de la educación. Contratado en su país, vino para ser director de la Escuela de la Comunidad Americana, donde yo trabajaba como docente. Francisco tenía con tres hijos y juntos llegaron otros dos. Uno falleció. Con mi esposo concretamos nuestro gran sueño: fundar una escuela cuyo lema fuera ”sembrar con honestidad”. ¡¿Un norteamericano y una europea soñando con fundar una escuela argentina que apuntara a un ideal puntual?! Debo decir que después de tantos años aquel ideal casi se cumplió. De repente queríamos trece hectáreas en Colegiales, y no las tenemos, y un edificio mayor y tal, y tampoco lo tenemos. Pero todo es parecido a lo imaginado, en el sentido de que concebimos la columna vertebral de una escuela como siempre pensamos que debía ser.
-¿Y cómo debía ser y es?
-La nuestra fue una de las primeras escuelas laicas libres y democráticas en el país. Democrático no en el sentido político, sino desde la mirada de un educador, para quien la gente común, si existe un lugar que la ayude a desarrollarse, puede llegar a hacer cosas extraordinarias,. Las escuelas que son de alguna religión o de alguna comunidad ya tienen un camino trazado. El nuestro arrancó con todas las posibilidades del mundo para desarrollar. Nosotros queremos que egresen buenas personas, no tenemos otro objetivo. Porque ahí está la clave. Hoy nuestro colegio transita su temporada número 59 . Hasta la número 43 (2009) contamos también con secundaria, es decir que los alumnos ingresaban a los dos años de edad y se iban con 18. Al fallecer mi esposo y jubilarse el rector, como era demasiado para mí, nos quedamos con el jardín y la primaria.
-¿Por qué Escuela Del Sol?
-Porque el sol siempre está, porque el sol es energía, porque el sol cobija, da calor. Y después, por algo muy práctico, y es que cuando nosotros empezamos a pensar en un nombre al colegio y buscábamos opciones relacionadas a niños y precisamente al sol, una amiga nuestra, Elenita Frondizi, la hija de quien fuera presidente argentino, se encontraba en la misma disyuntiva: por abrir un colegio y buscándole nombre. Nos vino a ver: “¿Qué le quieren poner ustedes?” Le explicamos, nos consefó que ella pensó lo mismo, y propuso: “Hagamos una división, ustedes vayan con la Escuela Del Sol, que yo voy con la Casa de los Niños”. Y así quedaron.
“EL ARGENTINO, DE MANERA INSTINTIVA, ES BUENA PERSONA. AUNQUE TODOS TRATAMOS DE ARRUINARLO, AÚN NO LO HEMOS LOGRADO”
“Sí, entro todos los días a las 7:30 AM y parto a la tarde”, confirma mientras traslada al equipo de GENTE en su sencillo auto hacia el hogar. Sentada con la butaca bastante cercana al volante, cuenta que disfruta cuando los chicos le hablan, le preguntan, la abrazan. Y continúa: “La inventiva es imprescindible para la educación. Y como para mí lo importante es que se eduque con el bocho abierto, cuando recién me pediste que escribiera con un bolígrafo mi frase favorita, te puse: “Los verdaderos cambios en la historia de la humanidad son producto de la educación”. Todo lo que tenga que ver con eso a mí me importa. Cuando comenzamos con la escuela, era pionera y única, y a la vez mirada con lupa. Ahora por suerte hay muchísimas que hacen algo parecido, ¡y ojalá lo hicieran todo! Hay que animarse a hacer. Eso es lo que aprendí, no de los educadores, sino de los inventores”, advierte. “Independientemente de la historia de mi padre, que me encanta recrear cada vez que se acerca el Día del Inventor, a mí me gusta aprovechar para trabajar por la educación y la inventiva”, apuntala.
Junto a Alejo Zengotita (docente de séptimo) y Melina Mosquera, madre de los alumnos Manuel, Felipe y Emilia, e incondicional colaboradora, como obstetra y ginecóloga, de la Biblioteca de la Fundación Biró, una institución sin fines de lucro cuyo objetivo es formar y estimular actividades y proyectos relacionados con la inventiva y la educación.
-Cuando uno inventa algo, ¿se le prende la lamparita, nomás?
-No. Cuando se piensa en algo, hasta que ese algo funciona como para hacerlo útil de cara a la gente, hay que probarlo, promedio, unos seis años hasta perfeccionar dicha invención. Lleva mucho tiempo. En inglés se dice “trial and error" (prueba y error), “trial and error”, “trial and error”… En educación, de alguna manera es lo mismo: el chiquito trata de caminar y cae hasta que aprende, y su vida es una repetición de eso. ¿Cuántas esposas y cuántos maridos tiene hoy en día alguien hasta que la emboca (risas)? Ahora, si tuviste una educación familiar o escolar en la que se te mira con lupa para ver dónde te equivocaste en lugar de apuntar a aprender aunque te equivoques, bueno, terminamos mal. Hay que probar en todo sentido. El que no prueba, se arrepiente de no hacerlo, más que el que prueba y se equivoque.
-¿Quiere decir que el mejor invento del mundo es la educación?
-Sí, es bueno eso que decís: el mejor invento es la educación. Y la han inventado miles de personas de la humanidad. Se habla de las escuelas escandinavas, como muy buenas, de las de Japón, que ahora experimentan y antes no lo hacían… Yo conservo un maravilloso dibujo en el que montones de japoneses se colocan en posición de reverencia frente al emperador, mientras el emperador lo hace frente al maestro. ¿Por qué? Porque sabe que sin maestro no hay emperador.
-Los argentinos nos auto proclamamos, entre otras cosas, grandes inventores. ¿Exageramos?
-El argentino es súper creativo, particularmente creativo. Basta con que pienses en inventos y nacionalidades para darte cuenta. Nos han hecho las circunstancias. Claro, tenemos que inventar porque no está lo que buscamos o porque lo necesitamos.
-¿Qué más es el argentino?
-El argentino, de manera instintiva, es buena persona. Aunque todos tratamos de arruinarlo (resopla), aún no lo hemos logrado. El argentino sigue siendo bueno. Solidario, individualmente, pero cero comunitario. No hay una sensación de “nosotros”, sino de bastante individualismo. Supongo que es necesario para sobrevivir a algunas cosas que nos pasan. Lo veo en los chicos, los medianos y los grandes. No hay un sentido de compartir. Muchas veces te proponen: “Vamos a formar un equipo”, cuando en realidad un equipo es que todos conocen todo y cada uno hace una parte. En realidad lo que se forma es un grupo de trabajo: gente que simplemente se junta para hacer algo.
“NO TE IMAGINÁS CUÁNTOS PROYECTOS ME QUEDAN! ¿EL PRINCIPAL? LOGRAR QUE ARGENTINA TENGA SU MUSEO DE LOS INVENTOS”
Una vez en el luminoso comedor de su casa de Belgrano, entre las avenidas De los Incas y Elcano, Mariana comienza a reunir para GENTE algunos de sus tesoros más sentidos: los manuscritos desde los cuales su papá que fue dándole forma al bolígrafo, las primeras lapiceras a la hija y a la madre (Elsa Schick), un perfumero, fotos al por mayor y demás. El raid continuará en la tercera planta, donde el escritorio que perteneciera a Ladislao José Biró se conserva intacto. “En sus inicios la marca era Stratopen y Eterpen. Después la sintetizaron en Birome, porque reunía los apellidos de mi padre y su socio, Juan Meyne, que se encargaba de las cuestiones administrativas”, relata la heredera de esta luminosa vivienda tan rica historia mientras de manera sorpresiva le acerca al periodista un bolígrafo de madera, cuyo capuchón es la cabeza tallada de una lechuza. “Espero que te guste. Las confeccionan los wichis del norte argentino, y muestran un hermoso detalle: cada lapicera viene con un animalito distinto”, explica, al tiempo que le agradecemos y consultamos todavía maravillados por el regalo:
-A sus 92 años, ¿sigue teniendo proyectos?
-¡Ni te imaginás cuántos aún guardo en carpeta!
-¿Por ejemplo?
-Entre otros, dos para mí muy relevantes. Uno, difundir que las maestras lean cuentos en la plaza, algo que es difícil, pero no imposible. Y luego...
-¿Cuál sería su proyecto “más complicado”?
-Estoy trabajando en abrir el Museo de los Inventos Argentinos. Acá tenemos muchos inventores ¡y no hay un museo de inventores en toda América! Es una pena. Porque ya los museos no son sólo para visitar y mirar. Ahora tienen talleres, movimiento, acción, viven. Lo quiero hacer. Si me dan dos hangares o estos depósitos enormes del ferrocarril que hay, yo luego le pido fondos a Bic, Bagó u otras empresas que se nutren de inventos, para que colaboren. Hay que conseguir sponsors, un lugar… Quiero que los niños pasen por ahí. Nos hemos acercado bastante, pero con cada cambio de gobierno el trabajo se licúa y arranca de cero. Existe el polo científico (Centro Cultural de la Ciencia) de Godoy Cruz y Soler, que es maravilloso, aunque se trata de otra rama: no es lo mismo la innovación que la inventiva.
–¿El museo es un deseo o una misión que se trazó, un desafío que se impuso?
–Para mí el Museo de los Inventos Argentinos es una necesidad. Porque, más allá de que les abre la cabeza a los chicos, los inventos generan trabajo y hacen bien al mundo. Hoy en día se fabrican ocho billones de bolígrafos por año en el planeta. ¡A ver si no dan trabajo los inventos! ¡¡Las divisas que entraron al país por el bolígrafo!! El tema es que, mientras en el resto de los países el trámite de una patente lleva un año, un año y medio, acá requiere seis. La gente ya no patenta acá, va a patentar a otro lado. Hay que resolver eso de una buena vez.
-Observando detenida y emocionadamente la lapicera que acaba de regalarlos, y recordando que su padre descubrió el bolígrafo trabajando como periodista, al darse cuenta de que la pluma fuente ensuciaba sus dedos en los reportajes, se nos ocurre una pregunta que nos hace templar un poco: ¿El surgimiento de la Inteligencia Artificial, otro invento revolucionario, ahora de los últimos tiempos, terminará, entre otras cuestiones, con la educación y entrevistas cara a cara como las conocimos hasta hoy?
-La IG, otro invento, claro… Pronto nos van a cambiar unos chips y el vínculo no va a hacer falta. Uno enseña y educa de acá a quince años, cuando la persona sea adulta, pero ahora los tiempos vienen cambiando demasiado con la tecnología. Un chico que se puede enamorar de su maestro de primer grado es un aprendiz de por vida. Nadie lo duda. Ahora, yo quiero saber qué vamos a hacer sin vínculos. Porque sucederá. De ahí que cada vez que puedo voy a ver a mis hijos, a mis trece nietos y a mis cuatro bisnietos. El mundo actual es nómade y mi familia no resulta la excepción: está esparcida entre Suiza, Los Ángeles, Boston, Miami y Buenos Aires.
-¿El zoom es uno de los grandes inventos de la Nueva Era, Mariana?
-Sí, pero le falta algo: no podemos tocar. Como te dije, cuando no sea necesario el vínculo, resultará perfecto; pero mientras lo necesitemos, faltará algo. Tocar (repite apesadumbrada). Yo quiero agarrar a mis chicos y hacerles así (hace que los abraza). Se extraña eso. Soy hija única y tampoco compartí primos ni nada. Pero he contado y cuento con amigos que son como hermanos de la vida. Sin contar la cantidad de gente del colegio. Cuando era chica le decía a mi mamá que yo en mi casa iba a tener doce hijos. Un día me dijo: “No tenés doce en tu casa, ¡tenés trescientos por día en la escuela!”. ¿Cómo se reemplazan esos abrazos?
Fotos: Rocío Bustos y gentileza Fundación Biro
Videos: Leo Ibáñez
Retoque de imágenes: Darío Alvarellos
Agradecemos a María Laura Franco, Micaela Pérez , Micaela Soler y Diego Stimola
(de MALAPOP S.A.)