“Documentos, por favor”, nos solicitan seis recepcionistas luego de citarles nuestra identidad y anunciarnos. “Ah, okay, gracias”, confirman cinco segundos después, tras chequear. “Sucede que ya hubo varios colegas suyos que quisieron entrar con sus nombres”, nos explican descendiendo uno de los veintitrés escalones que conducen al salón Montecarlo y antes de que un guardaespaldas parecido a Mike Tyson en su mejor momento se acerque raudo, intentando detener el avance de dos muchachos con cámara y libreta. Hasta que a mitad de camino, Gustavo Raitzin, CEO de Julius Bär, se le adelanta:
“Son de GENTE”, subraya entonces mientras el nutrido grupo de invitados que conversa en el foyer del por entonces Conrad Resort & Casino aguarda ansioso la llegada del actor central de la conferencia Cultura, Desarrollo y Democracia que patrocina el banco suizo. “Adelante, caballeros –nos pide Raitzin–. ¿Sabés que le van a hacer la única nota que dará aquí?”, añade solicitándoles permiso a otros dos custodios que vigilan el VIP cercano. “Ya viene el señor Mario Vargas Llosa”, notifica formal el arribo del hombre que inspira mil presentaciones periodísticas distintas, aunque una se robe necesariamente la contemporaneidad: flamante Premio Nobel de Literatura. El mismo que, sobrio, gentil y simpático, extiende la mano, saluda sonriente y se sienta a escuchar nuestras preguntas.
“CUANDO ME LLAMARON PARA COMUNICARME QUE OBTUVE EL NOBEL DE LITERATURA, PENSÉ ‘¿Y SI FUERA UNA BROMA?’”

–Imagine qué es lo primero que le hubiera preguntado el periodista Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (Arequipa, Perú, domingo 28 de marzo de 1936) al homónimo escritor, apenas se enteró, el 7 de octubre de 2010, que ganó el Nobel de Literatura.
–(Piensa) “¿Qué se siente?”.
–¿Dónde se encontraba al recibir la notificación?
–Andábamos por Nueva York. Era de madrugada y estaba en la salita del departamento, preparando una clase para un curso que venía ofreciendo en la Universidad de Princeton, cuando apareció mi mujer, recién despierta, con el teléfono en la mano y una cara extraña. “Es una desgracia”, pensé. A esas horas sólo se llama para dar malas noticias. Me pasó el tubo. Oí silbidos y pitos, escuché una voz en inglés que señalaba “Swedish Academy”, y se cortó. Entonces me dirigí a Patricia (Llosa, su mujer entre 1965 y 2015): “¡¿La Academia Sueca?!”, sin suponer el motivo. Volvió a sonar el teléfono, y entró una voz ya clara: “Lo llamamos para comunicarle que obtuvo el Nobel de Literatura”.
–Linda frase. ¿Y cómo reaccionó?
–“¿Ya es oficial?”, atiné a pronunciar. “En catorce minutos lo será”, me contestaron a las 5:46 AM, hora de los Estados Unidos. Mi esposa propuso: “¡Llamemos a nuestros hijos!”. En ese momento me acordé de que unos veinte años atrás, estando nosotros en Roma, se le jugó una mala broma al italiano Alberto Moravia. Lo llamaron para felicitarlo por el Nobel, y pleno de júbilo, llamó a la prensa. A la hora descubrió que era mentira. “¿Y si fuera así?”, se me ocurrió. Igual llamamos a Alvaro, Gonzalo y Morgana: “Veremos si es serio. Pongan la tele o el Internet”, les planteamos. Y lo era. Ahí se produjo un cambio espectacular en nuestra vida, porque a los veinte minutos el lugar se llenó de cronistas, sobre todo de radios y televisiones nórdicas (Dinamarca, Noruega, Suecia).

–¿Cuando ahora sale a la calle, el asombro de las personas que se cruza le hace notar que ganó semejante reconocimiento?
–La gente ha sido muy cariñosa. Recibir tanta amistad... Entendí que el premio trasciende mi persona y es un reconocimiento a la lengua y la literatura latinoamericanas. Ese ha sido uno de los aspectos más gratos que me quedan.
–¿Y dentro suyo cómo lo asimiló? ¿Creció el ego? ¿Se ahuyentaron las lógicas inseguridades de un autor?
–Noooooo. Desde ya que es estimulante, pero tengo 74 años y el Nobel no me va a hacer peor ni mejor escritor, ni mejor o peor persona de lo que soy.
–Refrésquenos cuándo comenzó a escribir.
–Sumaba cinco años, y es la mejor cosa que me ha pasado en la vida. Recuerdo cómo se me enriqueció el mundo gracias a los libros que consumía de pequeño, a las aventuras de Julio Verne, de Emilio Salgari, a las dos revistas que los niños de mi generación leíamos en todo el continente o al menos en Sudamérica: El Peneca, chilena, y la argentina Billiken, que creo que todavía sale, ¿no? Pasé mi infancia en Cochabamba y la esperaba cada semana como maná que caía del cielo. Leía las historias. No eran cómics, eh: eran historias. Había que traducir las palabras en imágenes. Y entiendo que aprendí a escribir leyendo esas historias. No recuerdo, pero mi madre me mencionaba que las primeras cosas que yo escribí cuando era chiquito eran continuaciones de las historias que leía y me daba pena que se terminaran.
“ES IMPOSIBLE DECIRTE SI ME GUSTA MÁS LEER O ESCRIBIR”

–En la entrega del 7 de diciembre, en la Sala de Conciertos de Estocolmo, la gran ausente fue, entonces, doña Dora Llosa Ureta, ¿no? Puesto que su padre, Ernesto Vargas Maldonado, no comprendía su vocación literaria, entendemos...
–Cierto. ¡Qué lindo hubiese sido para ella! Solía emocionarse tanto leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, mi querida.
–Su currículo, entre trabajos, obras y distinciones, ocuparía un libro entero, si quisiéramos. Sin embargo, un detalle que llama la atención en su biografía: asistente de bibliotecario del Club Nacional.
–Sí. Yo me casé la primera vez muy joven, y entonces tuve que buscar trabajo para mantener a la familia que estaba formando. Bueno... uno de los empleos que me consiguió un profesor universitario con el que trabajaba fue el de asistente de bibliotecario allí, en un club social, antiguo. Eran dos horas al día. En teoría hubiera tenido que dedicarlas a fichar los nuevos libros adquiridos. Ocurre que el club compraba pocos libros, y yo terminaba utilizando las dos horas para leer y escribir. Así descubrí, medio oculta, en el cuarto piso donde se ubicaba mi pequeño escritorio, una serie de libros eróticos ¡de altísima calidad! (exclama). Entre ellos, una colección famosa, que dirigió el francés Guillaume Apollinaire y se llama Les maîtres de l’amour ("Los maestros del amor"). Admito que mi cultura erótica se enriqueció bastante gracias a esa colección y esas horas libres.
–¿Ahora le gusta más leer o escribir?
–Imposible decírtelo, imposible separar ambas cosas. Soy escritor. No obstante, el placer supremo me lo produjo y produce la lectura. Encontrar un libro nuevo que me fascine, capture mi atención y me mantenga en zozobra es la experiencia más rica. Respecto a escribir, pues, coincido con Gustave Flaubert. El señalaba que “escribir es una manera de vivir”. Y conozco bien de qué se trata.

–¿Cómo escribe usted?
–Primero a mano, siempre en cuadernos. A continuación paso a la computadora corrigiendo. Pero la primera versión de ensayos, novelas, obras de teatro, a mano. Alguna vez he escrito artículos en la computadora, aunque en general armo un primer borrador a la vieja usanza. El ritmo de mi pulso es el ritmo de mi pensamiento. Igual, probablemente sea de la última generación de escritores a mano.
–¿Qué es la literatura para usted y qué es la literatura para pueblos como los latinoamericanos, con más necesidades básicas que debilidad por la cultura?
–Mira, mi pensamiento es que seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros leídos, y más sumisos y conformistas, y que sin los libros leídos ni siquiera existiría el espíritu crítico, gran motor del progreso.
“MI ESPERANZA ES QUE ARGENTINA SE RECUPERE Y VUELVA A SER LO QUE FUE”

–Nació y avanza un debate en nuestra Argentina actual sobre la inmigración de bolivianos, peruanos, paraguayos, sobre si deben o no ingresar al país sin documentos. ¿Cuál es su posición?
–Se debe facilitar la inmigración. Argentina es un país que resulta de la inmigración, como Estados Unidos, como Australia. El extraordinario desarrollo argentino en el siglo XIX se debe en gran parte a la política de apertura de fronteras. La inmigración es una necesidad de nuestro tiempo. Los países desarrollados no podrían mantener sus niveles de vida sin los inmigrantes, y para los ciudadanos de esos países incapaces de dar trabajo y alimento es un derecho emigrar para lograr encontrarlos. Los inmigrantes no van adonde no los necesitan. Los inmigrantes van adonde se requieren trabajadores. Obvio, cuanto más se regule la inmigración, mejor. Pero lo que hay que combatir son todos los absurdos prejuicios nacionalistas respecto a la inmigración que, además, si en algún continente no tienen sentido es en América latina, tan abundante en fronteras artificiales.
–Ha dedicado líneas y líneas definiendo a Latinoamérica desde el extranjero. Si debiera preparar un libro sobre la Argentina, ¿cómo lo llamaría?
–Tragedia. Argentina fue una nación desarrollada cuando tres cuartas partes de Europa eran subdesarrolladas. Argentina tuvo un sistema de educación modelo, de los más avanzados que conoció el mundo. Argentina fue el primer país que casi acabó con el analfabetismo. ¿Eso no se recuerda? Entonces da pena que con ese pasado tan rico haya caído en toda la problemática que sabemos. Mi esperanza es que se recupere y vuelva a ser lo que fue, porque las bases de su extraordinario desarrollo están ahí: sigue siendo un sitio de alto nivel, con el grueso de su población educada y un inmenso territorio repleto de recursos. Lo único que les falta a ustedes son buenos políticos.

–¿Sobre qué argentino le gustaría escribir?
–Sobre Borges. He delineado notitas, pero me encantaría escribir un ensayo más amplio sobre Jorge Luis Borges, para agradecerle el enorme placer que me ha dado leerlo y, sobre todo, releerlo. Lo primero que declaré cuando me enteré del Nobel fue que me daba sonrojo recibir el premio que no había recibido Borges, y que él debería haberlo recibido antes que cualquier otro escritor de nuestra lengua.
–De quien sí ha preparado un ensayo fue de Gabriel García Márquez, su colega, otro beneficiado por el Nobel.
–Claro. He escrito en 1971 García Márquez: historia de un deicidio.
–Cuéntenos qué lo une y qué lo separa hoy de él.
–Pues no voy a responder sobre ese tema (ríe, evitando hablar sobre un enfrentamiento tal vez personal, tal vez político, que mantuvieron en los 70).
–Perdón, para cerrar, nos quedó pendiente la respuesta del escritor Jorge Mario Pedro Vargas Llosa al homónimo periodista: ¿Qué sintió durante la madrugada en que le anticiparon que había ganado el Nobel de Literatura?
–Sorpresa, desconcierto total. La verdad, no lo esperaba en absoluto
Fotos: Archivo Revista GENTE