Esta nota es otra nota. Y no tiene nada que ver con la original, la que fue concebida como un reportaje mano a mano con la exitosa Florencia Bertotti. Nada que ver. Ni siquiera habla Bertotti. Escurridiza, con el ninguneo fácil, la talentosa actriz gambeteó cual Messi pelota al pie. Puso vallas. Un abismo. Y la nota, que aspiraba a trazar un perfil de su carrera, de su magnetismo sobre el escenario que encanta a los pibes, de su versatilidad que combina canto, baile y acting, quedó trunca. Nada que sorprenda a la luz (o a las sombras) de los comentarios que se tejían por esas horas.
Cuadro de situación: presentación de Flor con su espectáculo Niní, el pasado sábado 27 de febrero, en el estadio Orfeo de Córdoba. Gran expectativa. Exito asegurado. Y la llegada de Bertotti para esa única función, en la mañana donde Córdoba había sentido el latir furioso del terremoto en Chile, de repente toma otro significado. Porque horas antes se había esparcido el rumor en los medios. Y ese rumor hablaba de crisis matrimonial entre ella y Guido Kaczka (32), nada menos. Pareja de perfil bajo, celosa de su intimidad, nadie se animaba a confirmar la versión. De pronto, por los pasillos del enorme estadio Orfeo, alguien notó que Guido no estaba. Ni llegaría tampoco.
Y si la intención era espantar los comentarios, poco ayudó ese dato. Seamos sinceros: este enviado, ante el escenario planteado, entendió que las chances de concretar la entrevista serían escasas. Nulas, en realidad. Y así fue. Entendible, desde un punto de vista práctico, con las cartas sobre la mesa. Sin saludar al periodista –ya devenido en potus, parado en la puerta del camarín número 5– y a paso raudo, Florencia se retiró del Orfeo con todo el elenco (nunca hace distinciones, lo cual habla bien de su compañerismo). Y esta nota pasó a ser otra. Y los rumores, cada vez más fuertes, también. A un paso de la confirmación.
Bertotti (cumplirá 27 años el 15 de este mes) y Kaczka se conocieron de adolescentes en la tira Verano del 98: ella tenía apenas 15; él, 20. Se pusieron de novios. Así estuvieron durante siete años, hasta que el sábado 2 de diciembre de 2006 se casaron. La ceremonia civil, sin estridencias, se hizo en una quinta de Hurlingham. Violines en dulce vals, 240 invitados, elegancia y diversión. Un cuento de hadas para una chica que, justamente, está acostumbrada a encarnar personajes de ese tipo.
Sin abrir demasiado las puertas de su intimidad, alejados del peligroso juego mediático que muchas veces se vuelve en contra, Flor y Guido hicieron la suya. Y en julio de 2008 hasta le sumaron un nuevo integrante al hogar: Romeo, una ternura de tres kilos y cuarto, nacido en la maternidad Suizo Argentina. Por ese tiempo, Bertotti era furor con Floricienta, un nuevo paso adelante en su carrera, ya transformada en referente de la platea infantil. Mientras tanto, Guido conducía El último pasajero. Consolidados en el plano laboral y, aparentemente, también como pareja (ella confesaba su sueño de tener ”hasta cuatro hijos”), el año pasado fueron más allá: Guido y Flor se animaron a ser productores de Niní, en sintonía con Endemol y Telefe.
Laburadora, obsesiva, conocedora de trucos y secretos de su propio producto, Flor apostó por sí misma. Y el éxito de la tira de Telefe llevó a que se organizara una gira por el interior, que tuvo resonancia en Mar del Plata (4.600 entradas vendidas en el estadio Polideportivo) y luego en Córdoba. A la espera, tres Gran Rex (26, 27 y 28 de marzo), con posibilidad de un plus. Y en medio de tanto éxito, la tormenta.
“Guido ya no vive con Flor”, susurran voces cercanas, dando a entender la separación. ¿Qué se vio en Córdoba, en la intimidad de camarines y bambalinas? Flor estuvo ocupada no bien bajó del avión, a las 8.30 del sábado. Canceló una entrevista con un medio local. Dejó sus cosas en el hotel Orfeo Suites, frente al estadio, y se metió a ensayar desde el mediodía. Habitación común, como todos, nada de lujo, nada de distinguirse. Pasada la una paró para almorzar con todo el elenco en una de las dependencias del estadio. Se la notaba de buen humor, risueña, presuntamente ajena a las preocupaciones. Siguió ensayando. Cansada, se fue a peinar y maquillar. Hubo pedido de nota, cinco minutos, un ratito. “Por ahora, no”. Mientras la peinaban, cantó a viva voz. “Nos siguen pegando abajo”, arrancó, con los coros que le proporcionaba el resto del elenco. Y, en onda Charly García, arremetió luego con “no voy en tren, voy en avión”, para completar con la dulce Seminare, aquella que proclama “te doy Dios, quieres más”. Se acercaba la función, pactada para las 17.30. Nuevo pedido de charla, mínima aunque fuera, para tres preguntas de ocasión. No. ¿Y después de la función? Evasiva. No iba a haber caso, no seamos ilusos.
Pasado el fin de semana, de los más agitados que la pareja Bertotti-Kaczka recuerde, la versión de crisis profunda tomó más fuerza que nunca. Este lunes, Flor sólo salió de su casa, en Núñez, para completar su trabajo en los estudios de Martínez (escenas en exteriores). La posible ruptura conspira contra el futuro de la tira. Y los ecos de una separación golpean, a la espera de ser refutados. Pronto, alguien hablará abiertamente. Y la historia de amor –lejos de la ficción de Niní y sus canciones pegadizas– se encontrará cara a cara con la realidad.
Flor en el camarín, maquillándose para salir a escena, y durante un ensayo. Ocurrió el pasado sábado, cuando la versión de su mal momento con Guido había ganado los medios.
Paseando al pequeño Romeo, de un año y medio, único hijo de Florencia y Guido. Se conocieron de adolescentes en la tira Verano del 98 y se casaron en diciembre de 2006, después de un noviazgo que duró siete años.
En la soledad de su camarín, mandando un mensaje de texto y antes de darse una ducha luego del ensayo. Divertida junto con sus compañeros, compartiendo el mate y cantando canciones de Charly, mientras el peinador cumple con su labor.