Adrián Pia es un argentino millonario de 37 años que desde hace cinco años vive en la hermosa ciudad de Nueva York. La Gran Manzana es el lugar donde Adrián hace base como representante de una empresa líder que fabrica tablas de surf y creó su propia escuela donde utilizan esas tablas. Pia tiene 40 empleados a cargo y una fortuna en sus arcas.
Pero detrás del éxito hay una historia de perseverancia en la vida de Adrián: durante mucho tiempo lavó copas y platos en varios restaurantes de diferentes zonas de Manhattan, y ese dinero que ganaba lo invertía en su tiempo para comenzar a darle vida a sus emprendimientos propios.
Adrián conocía la ciudad porque su padre se instaló por un tiempo en Nueva York por cuestiones de trabajo y él viajaba a visitarlo durante el receso escolar. “Me tocaba siempre la nieve, la navidad con mucha nieve. Me gustaba mucho. Era todo lo que se veía en las películas, todo lo que se veía en Los Simpsons. Lo transmiten de la misma manera. Era un sueño que se empezaba a hacer realidad”, describe a GENTE sobre aquellas primeras experiencias.
Lavaba copas y platos durante 12 horas por día los siete días de la semana
Eran tres meses en los que trabajaba lavando copas y platos en "Serafina Italian Restaurant" del Upper East Side doce horas por seis o siete días a la semana. Una jornada laboral que podría parecer difícil de soportar por un tiempo prolongado, para él significaba poder sentirse parte de un mundo al que quería pertenecer y en el que quería desarrollarse.
Uno de los incentivos que tenía para sobrellevar esa exigente rutina y que, además, lo llevó a repetirla durante mucho años, era lo económico. Ganaba entre 5.000 y 6.000 dólares durante esos meses, lo cual le permitía volver a la Argentina y no tener la obligación de trabajar durante el año.
En el rubro gastronómico hizo todo el recorrido. Fue escalando posiciones hasta llegar a ser gerente en un restaurante y encontró su lugar en una de las ciudades más famosas del mundo, siempre siguiendo las enseñanzas que su padre le había dado.
En Mendoza estudió marketing en la Universidad del Aconcagua, lo cual explica, en parte, su éxito posterior: “Me fascinaba lo que estudiaba. Nunca pensé en trabajar para una compañía de marketing, sino que quería tener las herramientas para crear mi propio negocio, saber cómo son los consumidores, cuál es el producto que el mercado está buscando, entender el por qué. Al fin y al cabo, me vino a dar resultados en otro país”.
Su escuela de tablas de surf ecológicas con quilla, hélice y alas
Hoy, uno de los emprendimientos a los que está abocado es el de abrir una escuela de Fliteboard, una especie de tabla de surf con quilla, hélice y alas que permite “volar” en el agua. Una de las ventajas que encontró para introducir este producto en el mercado neoyorkino es su condición de ser ecológico y sin contaminación sonora.
Adrian tiene alrededor de 40 empleados a su cargo entre todas las compañías de las que es dueño. Su vida de hombre de negocios, mezclada con cinco sesiones semanales de crioterapia, la intercala con tiempos de descanso en su mansión de Los Hamptons, valuada en USD 1.500.000. Allí se quedó durante el comienzo de la cuarentena estricta en los Estados Unidos y es el lugar donde se relaja y logra desconectarse del ritmo frenético que se respira en la Gran Manzana.
Va en helicóptero a su mansión en Los Hamptons
Todos los jueves por la tarde, luego de la caminata de su perro Siles por la montaña, toma un helicóptero rumbo a la localidad de Los Hamptons que él mismo denomina como “el Punta del Este de Buenos Aires”. Ese trayecto, que en auto tardaría tres horas aproximadamente, dependiendo del tráfico, lo hace en 45 minutos.
Luego, conduce veinte minutos hasta su casa en un lujoso vehículo Tesla ‘Model Y’, valuado en 50 mil dólares. Este lujoso vehículo cuenta, entre otras funciones, con un sistema que permite ambientar la temperatura interior para que su perro pueda quedarse allí mientras él, desde una aplicación, vigila que nadie se acerque peligrosamente al auto o a la mascota. En definitiva, un lujo más dentro de una vida llena de lujos.
Texto: Ronen Suarc desde Nueva York