Bitácora de viaje 3: Ellos llevan adelante las acciones de protesta contra los pesqueros que asolan el Océano Atlántico Sur. Te contamos el entrenamiento al que son sometidos y las técnicas que usan para treparse a los barcos. El que cumplió años a bordo, la chica que se anima a todo… y el que después de este viaje, se casa.
Si bien cada una de las 39 personas que viaja en el barco Esperanza de Greenpeace tienen una tarea importante que cumplir, los activistas que está a cargo de las acciones de la institución ecologista son el alma del equipo. Y antes de llegar al momento cúlmine, cuando deban enfrentar a algún barco que saquee el Atlántico Sur, entrenan duro.
Mientras suena AC/DC y Sumo en el hangar del helicóptero del Esperanza, Fernando Donato, Agostina Bosch y Bruno Castro, se balancean en una escalera de asalto. El último de ellos es oriundo de Estación Camet, al lado de Mar del Plata, y tiene 27 años. “Comencé con el voluntariado en Greenpeace a los 17 años. En mi familia siempre hubo conciencia ambiental. Al mismo tiempo, como recreación, empecé a escalar. Mi primera acción fue en el 2011, estuve encadenado en San Juan a una mina. Para mí, fue una bomba mental. Diez días después se sancionó la Ley de Glaciares, que era lo que buscábamos”, cuenta. Agostina, de 25, arrancó como voluntaria a los 16: “No se qué me impulsó. Estaba en la secundaria, me replanteé cosas y me anoté. Como era menor, lo que hacía era juntar firmas para distintas causas. Pero a los 18 empecé a participar en acciones. La primera fue cuando nos metimos en el Congreso por la Ley de Tratamiento de Pilas”.
Fer, “cordobés por adopción”, cumplió 35 el lunes 11 y como ellos, se anotó en la web de Greenpeace como voluntario y fue llamado. “No venía del palo militante, pero tenía el ideal de proteger el planeta, y Greenpeace desarrolló cosas personales que llevaba en mí. Mi primera acción fue en Punta Quilla, cerca de Río Gallegos. Tuve que hacer de boya humana para protestar por la llegada de material para instalar una usina de carbón en Río Turbio”.
Desde arriba, un activista veterano en estas lides les ordena mientras los patea o los golpea con una soga, remedando (mucho más suave, por cierto), lo que puede ser la defensa desde un barco pesquero, de donde –contará luego– “pueden caerte desde agua hirviendo hasta cuchillos”. “¡El bandeo se elimina con menos cuerda!, ¡cuatro metros son veinte segundos de trepada! ¡Si te enganchas te caes! ¡Más rápido, otra vez, más rápido! ¡No dejes de subir, si nos quedamos es sufrir porque sí!”
Bruno es de los mejores en el rubro escalada, y como al pasar cuenta que el 29 de noviembre se casa: “Tendré que llegar unos días antes”, ríe. Él explicará que hay dos técnicas para hacerlo: una con las palmas hacia adentro y los pies perpendiculares a la escala, y otra tomándola de costado y apoyándose con los talones. Y el peso, que siempre lo tengan las piernas.
Luego viene el momento de sujetar la escalera a la baranda del barco con una pértiga, y desde una lancha. El veterano activista que los guía (y de quién no se puede revelar el nombre) señala: “Esto es, para ustedes, como si fuera un River-Boca, pero además enfrente tendrás los hooligans. Igual no los desafías, ni siquiera los miras. Te debes hacer ver como una persona, y comunicas qué harás, sino podrían aplicar la Ley del Mar y decir que cometes piratería”. Los tres argentinos coinciden: “Nos entrenamos en la no violencia".
Fotos: Greenpeace/Cristóbal Olivares
Video: Greenpeace/Axel Indik