“Quiero mostrar lo que no se ve afuera”, dice Cecilia Ojeda (20) en el playón de la Iglesia Cristo Obrero del Barrio 31. Siempre vivió en este lugar, conoce las calles y los pasillos como la palma de su mano. Sabe cuáles son los mejores sitios para hacer tomas a plena luz del día, desde donde captar un atardecer de postal y a donde tiene que ir para fotografiar la luna o las luces urbanas.
“Saco una foto y puedo contar muchísimas historias”, dice señalando a un grupo de adolescentes que entrenan en este lugar. Y agrega: “Cada foto tiene múltiples historias y trato de contar una en cada toma. Siempre destaco algo que me interesa más”.
Ceci -o Zezi, como le dicen sus amigos por la peculiar forma en la que pronuncia la C- hizo dos cursos de fotografía: el primero en Puerta 18, un programa social de educación no formal para jóvenes entre 13 y 18 años; el segundo con Reza Deghati, un fotógrafo iraní que fue al barrio como parte de un proyecto personal que lo lleva a viajar por el mundo compartiendo su amor por la fotografía.
Cierra los ojos y recuerda que fue Dalma, a quien conoció en un retiro espiritual, quien la metió en este mundo. “Soy una persona reservada: no le cuento mis cosas a nadie y eso a la larga hace mal”, dice repasando su historia. “La fotografía me salvó. Cuando era más chica explotaba y hacía cosas que no tenía que hacer: me lastimaba a mi misma pensando que yo era culpable de todo lo que me pasaba. Fui creciendo. Empecé a disfrutar otras cosas y me quedé con la fotografía. Hoy en cada toma tengo una historia o algo que contar y me expreso de esa manera. Aprendí a quererme con mis problemas y todo. Ya no me lastimo más, me descargo sacando fotos y escribiendo”, reflexiona.
Aunque por su domicilio hay puertas que se cierran, es una apasionada del barrio y por eso creó una cuenta de Instagram para mostrar al mundo como es en realidad este Universo.
“Me gusta ver a la gente que sale adelante día a día, con y sin barreras. Me gusta ver con mis propios ojos cómo se ayudan unos a otros sin conocerse. Me gustan las buenas acciones que realizan muchas personas. Me gusta la cantidad de veces que veo reír a la gente, en todo momento. Me gusta ver a las familias compartiendo juntas. Me encanta que cada día vayamos mejorando como barrio porque superamos las dificultades que se nos cruzan y aun así le metemos pila para ser mejores que ayer”, enumera en una suerte de declaración de principios.
Pero no es ingenua: sabe que la fama del barrio marca a los vecinos. Se niega a que la etiqueten por haber crecido en el barrio. “Me molesta que por ser de la villa no te acepten. Te ponen un cartel pensando que vas a robar, te estigmatizan”. Una y otra vez se sintió discriminada por ser del Barrio 31. “Cuando busco trabajo cambio mi lugar porque muchos piensan que si sos de la villa, vas a robar. Eso me obligaba a mentir para trabajar porque acá no tenemos oportunidad para nada. Creo que deberían probarnos: no todos somos como la gente cree y malas personas hay en todos lados”.
En su rol de fotógrafa y siempre con la cámara Kodak que le regalaron cuando comenzó el curso con Reza, recuerda que en ese curso aprendió que mediante las fotos puede “contar millones de historias que la gente no ve. Hago foco en las que son menos conocidas. Por ejemplo, los miércoles que con la Iglesia salimos a dar comida a la gente de la calle sin importar que llueva o truene. Para mí es importante eso porque es ir al encuentro del otro y, además de darles comida hablamos con ellos”, dice Ceci que comparte imágenes en De Otro Mundo.
Reconoce que la noche es su momento predilecto para sacar fotos. “Me cuesta más porque tengo que regular más la cámara y me exijo para aprender cada vez más. La noche me desafía”. Todavía tiene que terminar el colegio. Está decidida a acabar esta etapa lo más pronto posible. Mientras tanto, sigue mirando trabajos de fotógrafos a los que admira, como Matías Cosso, Yamila Williams, Matías Rivero y Jack Solle.
“Cuando miro las imágenes, trato de ver qué quisieron mostrar con esa toma. Busco ver detalles, enfoque, colores y contexto. Muchas veces les pongo algún título a las fotos, es como un juego mental”, confiesa. Y entonces recuerda el nombre de su obra más famosa: “Entre la luz y la sombra”. Hace unos años, cuando terminó el taller con Reza la toma formó parte de una muestra colectiva en la Embajada de Francia. Sonría al recordar ese momento y repite, una vez más, cómo el iraní hizo algo mucho más importante que regalarle una cámara: abrió sus ojos. “Creo que lo mejor que aprendí de la fotografía es mirar más allá de la imagen”, concluye.
Así la recuerda Reza Deghati, el iraní que trabaja en National Geographic y despertó su pasión por la fotografía
“Dí cursos en Fuerte Apache, Villa 21-24 y Villa 31”, recuerda Reza Deghati y sigue: “Entre los alumnos había quiénes tenían más talento o más ilusión. Recuerdo muy bien a Cecilia, por su gran entusiasmo por la fotografía y amor por aprender. El primer día les di cámaras a los alumnos: recordaré las reacciones de algunos toda la vida. ¡Cecilia es una de ellas! Tomó la cámara y con lágrimas en los ojos dijo: ‘Este era mi sueño desde niña: tener una cámara’, entonces mis ojos también se llenaron de lágrimas. Durante meses seguí su progreso y confío en que si está dando una buena oportunidad se convertirá en una gran fotógrafa. ¡Tiene una gran alma!”, concluye.
Fotos: Diego García y Ceci Ojeda.