Superó el abuso sexual que sufriera cuando se llamaba Sebastián, víctima de Héctor 'Bambino' Veira, en 1987. En entrevista con GENTE, desanda su historia de superación, sanación y reivindicación.
Práxedes Candelmo (46) superó el abuso sexual que sufrió cuando tenía 13 años, creció, sobrevivió a la prostitución, encontró su identidad y se autobautizó Práxedes (nombre que proviene del griego y significa “activa y emprendedora”; en el trabajo la llaman “Praxis”) y finalmente hoy reescribe su duro pasado en su labor como enfermera, a los pies de la cama de pacientes críticos en el Argerich, donde trabaja desde hace cinco años. Y hay algo redentor para ella mientras los atiende y vigila: “Curo mis propias heridas mientras ayudo a otros a que también cierren las suyas y se levanten”.
–Viviste mucho dolor en tu niñez. ¿Cómo es en retrospectiva?
–Hay cosas que duelen pero mi infancia fue lo más hermoso de mi vida. Hay cosas que es preferible no recordar porque creo que mi valor está en mi presente. Siento que lo del quetejedi es un tema del pasado… es algo que pasó y no me puedo quedar en el pasado. Si bien fue culturalmente impactante en los 80’s, al igual que mi aparición televisiva… prefiero quedarme con recuerdos de luz.
–¿Qué atesorás especialmente de tu infancia?
–Mi niñez para mí es el Colegio San José de Calasanz de Martínez, los muñecos de Starwars, los Thunderchats y los arcades. Fui feliz en Mar del Plata también, con una Coca light y comiendo maníes y bajo el sol. Ahora siento que es un honor contártelo, porque a pocos se los digo. Si te hablo de mi pasado feliz también te tengo que contar de mis recuerdos en la playa, las ricas tartas, salir a correr y a caminar y a conocer chongos, ir al cine, disfrutar de la música, de duchas de agua caliente y las salidas a las pizzerías y a comer hamburguesas.
Estudió en la Escuela Superior de Enfermería Cecilia Grierson, alentada por otras enfermeras. El ánimo lo recibió muy especialmente mientras ella cuidaba a su abuela, que sufrió múltiples ACVs y tuvo varias internaciones: “Lo mejor que me pasó en la vida, además de mi familia fue estudiar. Como veían que yo no tenía problema, que le pasaba la chata, la higienizaba y no me daba asco nada, me dijeron que era buena”. “No te voy a negar que se necesita una gran capacidad humanitaria en momentos duros”, explica, acerca de su labor en el hospital donde murió la primera víctima de coronavirus del país.
– Anoche falleció un paciente mientras estabas de guardia. ¿Cómo lo viviste?
–Estoy molida. Mal. Hoy fui su última acompañante. Le sacás los accesos y los embolsás. Es muy crudo pero lo tenés que hacer. Antes me chocaba.
–¿Cómo se vive en el hospital la tensión por el coronavirus?
–Corrieron riesgo muchos de mis compañeros y la verdad que me pasó por al lado, pero no le tengo miedo, sí respeto. Lo que pasó es que protocolo se activó luego del deceso, fue duro. Ahora todos protegidos no hay problema, lo complicado sería si no tuviéramos los kits sanitarios suficientes. No le temo al virus.
–¿Qué pasa con los que te criticaban y hoy te aplauden a las 21?. ¿Te molesta la hipocresía de la gente?
–No es a mí el aplauso: es a miles de colegas que se exponen a todo, aún con bacterias más resistentes que el Covid-19. La cultura fue culpable y los medios, esclavos de la misma. Por eso esta charla con vos, que representás a la revista, es un paño que verdaderamente me alivia todo lo vivido. Pensá que me aniquilaron mi adolescencia… pero todo cambia. Como la ley del budismo aclara, hay que convertir en medicina el veneno que generó el abuso del poder. En parte por eso yo no quiero volver al pasado, porque tendría que tirarme en contra de periodistas y no quiero. Porque el periodismo hoy tiene el poder de hacer grandes cambios culturales o de destruir todo.
–¿Qué es lo que más te duele de eso?
–A mí personalmente me duele que no haya justicia para la sociedad. La violencia de género que viví y nadie impidió, hace que siga percibiendo que el abuso de poder sigue existiendo.
–En 2015 salvaste a un bebé, a quien encontraste abandonado en el baño del hospital. ¿Cómo recordás ese episodio y qué significó para vos?
–La gente lo tomó como algo heroico, pero fue algo normal. Toda vida es importante. Cuando entré a trabajar ese día fui al baño. Y cuando voy a controlar encuentro una cosita toda tapadita, envuelto en ropa ensangrentada y cuando me acerco, veo una manito. Cuando me doy cuenta de que no era un muñeco me lo llevé al shock room. Le pusieron Nicolás. La verdad que fue un hito para mí encontrar al bebé con vida. Yo tuve la suerte de que la vida me reivindicó.
Cuenta que en el Argerich pasó por “todos los sectores, terapia intensiva, unidad coronaria, todos”. Pero en los que más le gusta trabajar es con los casos más agudos.
–¿Por qué creés que te sentís más cómoda ahí?
–Supongo que tiene que ver con que soy una persona muy solitaria y así fue en muchos momentos de mi vida. Y estás sola controlando al paciente, mirándolo, le preparás la medicación. Estar al lado de alguien que realmente te necesita, te deja bien a vos.
–¿De dónde surge tu vocación de servicio?
–Siempre fui de ayudar y fui solidaria con la gente. A mí lo que me pasó es que no encontraba la forma de ingresar al sistema, no encontraba el camino y finalmente esa puerta fue la salud. Enfermería no es para cualquiera. Hay muchos que no soportan los olores o la sangre les da impresión y abandonan. Yo me inmunicé a todo, no le tengo asco a nada. Esto es así, higienizás a un paciente con una bacteria muy contagiosa que le da diarrea con olor muy metálico (por eso tenés que usar camisolín, guantes y gafas) y después te vas a comer.
–Y a la discriminación, que incluso sufriste en una etapa en el ambiente sanitario, ¿cómo la resignificás hoy?
–En todos lados fui discriminada. Hay una parte en la que el caos se adapta al caos y creo que el gay se adapta a todo. Ha sido duro pero la contención de mis amigos me hace salir adelante. No me hago la víctima pero hay mucha gente de mi edad que sufrió mucho. Siento que hay personas trans que se pueden reinventar riéndose de todo lo que pasó y hay gente como yo que prefiere elaborarlo curando a la gente.
–¿Te arrepentís de algo?
–En un momento me arrepentí de aparecer en los medios. Todos tenían vergüenza de mí y nadie me quería mencionar. Pero bueno, yo me dí la chance y cuando pude, hablé. Pero más allá de todo, me abrazo a mí misma: esa fue una etapa de mi vida que también busqué.
–¿El pasado pesa menos ya? ¿En parte es por eso que preferís no ahondar en tus heridas?
–No tengo tiempo de pensar ni siquiera en eso, tengo la cabeza abocada en las personas que me necesitan. Hasta incluso perdonar. En mi vida ya no tiene ni trascendencia, no tengo enojo ni resentimiento. Estoy contenta de que pude salir adelante a pesar de todo lo que pasé en mi adolescencia y también sé que llegará el momento de poder terminar de elaborar bien todo eso.
–Una frase con la que quieras terminar esta charla.
–Sí, una cosa más quiero decirte: el ser humano puede ser feliz con muy poco, tan sólo si se le da la chance.