Aunque en los últimos días los medios de comunicación presentes en 9 de Julio no pararon de insistir con pedir declaraciones, filmar el frente de su casa y hacerle preguntas incómodas, José Peña no tuvo problema de abrirle su puerta a Revista GENTE y mostrar su casa y su vida.
En medio del dolor por la desaparición de Loan, del que no hay rastros desde el 13 de junio, José se mostró tal cual es: un hombre sencillo, de campo, de pocas palabras; acostumbrado a un día a día tranquilo entre su huerta, su familia y las salidas a caballo a algún destino cercano.
Cada día, como mucho se dirige hasta la pequeña casa de su madre, Catalina Peña, a quien le lleva carne y demás suministros para vivir en medio del campo.
Al mostrarnos su precaria casa, que combina parte de material y parte de madera y nylon, José detalla que allí vive él con su esposa, María, y sus hijos José, Alfredo, Cesar, Cristian, Antonella y Loan. El más grande, Mariano, ya comenzó su camino propio en otra casa en el pueblo.
Al fondo se encuentra uno de los lugares más significativos para José, mucho más ahora que su hijo desapareció: la huerta, de la que a diario saca alimento para su familia o mercadería para vender o intercambiar con sus vecinos.
Tanto José como varios de sus otros hijos le cuentan a GENTE que cuando Loan regresaba de la escuela, se quitaba rápidamente el guardapolvo e iba corriendo a la huerta a ayudar a su padre. No como una tarea obligada, sino como otra de las actividades que tanto disfrutaba a diario.
“Yo le removía un poco la tierra –actividad que en ocasiones requería mayor fuerza que la de un niño pequeño– y él arrancaba los yuyos”, describe José, señalando las distintas frutas y verduras a su alrededor, muchas de las cuales plantó el propio Loan en esa actividad de padre e hijo.
Caminando entre las plantaciones de lechuga, cebolla de verdeo y frutilla, José mira cabizbajo y repite varias veces: “Les falta agua”. Caminando otro poco, logra poner en palabras el dolor que carga: “Yo antes cuidaba todos los días la huerta, pero ahora me falta mi compañero”.
Para José, la huerta descuidada, ahora con la tierra seca y varios yuyos ganándole terreno a las plantas que pronto serán el alimento de su familia, es una de las inesperadas consecuencias de la desaparición de su hijo. Y aunque sepa perfectamente cómo buscar agua o remover la tierra, no es capaz de hacerlo sin su él.
Para un hombre así, de pocas palabras, la huerta termina siendo su mayor canal de expresión. Aunque por su actitud frente a las cámaras más de una persona lo acusa de insensible o hasta incluso de cómplice, su dolor y angustia se ve reflejado en una planta que se marchita. Esa actividad de padre e hijo que no puede seguir haciendo y no sabe cómo continuar.
Fotos: Cristian Calvani.