Sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires
“Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí… resucitando”. María Elena Walsh, poeta y rebelde de la palabra, escribió estos versos que se convirtieron para los argentinos de una época en un himno de la resiliencia, del seguir adelante. Una canción que es una épica: aún cuando todo se ha caído, cuando ya no queda nada, se puede “seguir cantando” y cantando al sol. Como la cigarra.
Y quizás esta canción marcó tanto a una generación de argentinos y argentinas porque pese a que habíamos experimentado muchas formas de destrucción y de muerte, también aprendimos que seguía allí un llamado de la vida: a seguir construyendo, creyendo, buscando, amando…
La tradición judeocristiana celebra en estos días la Pascua. Una fiesta que nos invita a dar un “paso”, de la ansiedad a la paz; de la indignación a la esperanza; de la esclavitud a la libertad; de la muerte a la vida. Y es que hay momentos en que chocamos contra muros infranqueables, tristezas sin fin. Ahí, solo queda elegir: seguir hacia adelante o caer en la desesperanza.

La Pascua cristiana nos invita a todos (creyentes o no) a contemplar la fuerza del espíritu humano que tiene dentro de sí, la semilla de la vida que puede ser plena y feliz pese a todo, y en toda circunstancia. Pero también nos invita a elevar la mirada a Dios, cuyo amor restaura y nos revive de toda forma de muerte. El amor es la fuerza que devuelve la vida. Y por eso para nosotros resucitar no es un evento lejano o imposible: es elegir levantarse cada mañana y volver a creer que el amor, la dignidad, el bien pueden vencer hasta la peor de las noches.
En Navidad recibimos a algo nuevo que nace. Pero en Pascua celebramos que lo que se ha roto puede renacer. Por eso esta fecha es para nosotros una oportunidad para pensar y preguntarnos ¿Dónde nos sentimos rotos? ¿Dónde nos rechazaron o excluyeron? ¿Dónde nos sentimos menos vivos? Y entonces mirar la luz del amor y descubrir que la vida es para adelante. Y que el amor, en todas sus formas, hace que renacer siempre sea posible.
Frente al cansancio que nos paraliza, la tristeza que nos quita el aire, o la indignación que nos quema por dentro, la Pascua nos regala una verdad incómoda pero hermosamente rebelde y liberadora: sólo el amor resucita lo que parece muerto. O como diría el poeta “solo el amor convierte en milagro el barro”.

La Pascua nos recuerda que el amor es más terco que la muerte. Y quizás sea esa terquedad creyente la que nos haga mirar al cielo, sonreír al mañana y seguir encontrando belleza en el mundo y en la vida.
Hoy, en esta fiesta, se nos propone un desafío: volver a creer que nuestra historia no termina un Viernes Santo, sino que amanece hermosa y serena en un sol de Domingo de Pascua.
En definitiva, celebrar la Pascua es nuevamente poner en valor la propia existencia y elegir honrar la vida.
¡Feliz Pascua! ¡Feliz renacer!
El sacerdote Fabián Báez es también
párroco de María Reina y capellán en la
Universidad Católica Argentina.